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“¿Ningún niño nace delincuente?”

17/06/2018- Por Juan Cruz De Lellis - Realizar Consulta

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En este artículo intentare interrogar este enunciado que suele pronunciarse a la hora de conceptualizar la problemática de la delincuencia juvenil, a su vez, intentare dilucidar cuales pueden ser los aportes del Psicoanálisis en dicho campo… Por otro lado, devolver a un sujeto en el uno por uno la dignidad subjetiva es una tarea ineludible para el analista, más allá del ámbito en donde se encuentre…

 

 

 

             

                                             “The Kid” – Charles Chaplin*

 

 

“La publicidad manda consumir y la economía lo prohíbe. Las ordenes de consumo, obligatorias para todos pero imposible para la mayoría, se traducen en invitaciones para el delito”[1]

                                                           Eduardo Galeano

 

 

 

 Donald Winnicott, fue uno de los pioneros en Psicoanálisis en abordar esta problemática; en su libro Deprivacion y Delincuencia[2], estudió la relación que existe entre las conductas delictivas y el inconsciente. Elabora allí una hipótesis donde vincula al delito con la carencia de vida hogareña. Conceptualiza los comportamientos delictivos de los jóvenes con el nombre de tendencia anti-social.

 

  Allí sostiene:

 

  “¿Cómo es el niño normal? ¿Simplemente come, crece y sonríe dulcemente? No, no es así. Un niño normal, si tiene confianza en el padre y en la madre, actúa sin ningún freno. Con el correr del tiempo, pone a prueba su poder para desintegrar, destruir, atemorizar, agotar, desperdiciar, trampear y apoderarse de lo que le interesa.

 

  Todo lo que lleva a la gente a los tribunales (o a los manicomios) tiene su equivalente normal en la infancia y la niñez, y en la relación del niño con su propio hogar. Si el hogar es capaz de soportar todo lo que el niño hace por desbaratarlo, éste puede ponerse a jugar, no sin haber hecho antes toda suerte de verificaciones, sobre todo si tiene alguna duda en cuanto a la estabilidad de la relación entre los padres y del hogar (entendiendo por hogar mucho más que la casa)”[3]

 

  La idea de Winnicott es que el niño necesita de un marco regulador que lo ordene y que lo organice, y sobre todo, que resista sus embates pulsionales, un marco donde pueda canalizar sus impulsos agresivos, sus sentimientos de desintegración y fundamentalmente el manejo de sus impulsos.

 

  Luego de esta descripción conceptualiza la tendencia anti social donde afirma: “El niño antisocial simplemente busca un poco más lejos, apela a la sociedad en lugar de recurrir a su familia o a la escuela, para que le proporcione la estabilidad que necesita, a fin de superar las primeras y muy esenciales etapas de su crecimiento emocional”[4]

 

  Winnicott afirma que la tendencia anti social es un S.O.S, un llamado de atención y entonces, una esperanza.

 

  Siguiendo a Winnicott, el niño en cuestión que pone a prueba al Otro encontrará (en el mejor de los casos) un límite a sus impulsiones; en esa cesión de goce se ubicará en un lazo social determinado. En este movimiento tendrá que renunciar a la satisfacción inmediata de sus pulsiones en pos de su inclusión.

 

 

La época que nos toca

 

  En un libro titulado; Chicos en banda, los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones[5] sus autoras ubican la fragilidad y el desamparo en los cuales se forjan las subjetividades de hoy en día, pasando de un paradigma de Estado-Nación y sus instituciones concomitantes (escuela y familia) como fundantes de la moralidad del sujeto, a un paradigma regido por el mercado, que solo se dirige a un sujeto en tanto consumidor; su hipótesis a grandes rasgos es que al no estar contenidos por las instituciones tradicionales, estos jóvenes están a la deriva y fabrican su subjetividad a partir de sus propias experiencias.

 

  Es pertinente citar como conceptualizan la noción de violencia:

 

  “Cuando la ley simbólica, en tanto limite y posibilidad no opera, el semejante no se configura […] de aquí se deriva que, si la ley no opera como principio de interpelación, tampoco opera la percepción de su transgresión. Desde esta perspectiva, la violencia no es percibida como tal, en tanto no hay registro del límite violado”[6]

 

  En relación a la problemática de la delincuencia juvenil un dato insoslayable a considerar, es que la gran mayoría son jóvenes provenientes de barrios carenciados y marginales, jóvenes emergentes de una década donde el trabajo, la familia y la educación fueron valores que se disiparon hasta casi desaparecer.

 

  Jóvenes sometidos a la tiranía de los tóxicos y de los consumos, con escasas posibilidades en su inserción laboral y educativa, sin hogar, a la deriva, con sus padres ausentes o en prisión; entonces, sin ese Otro que contenga: ¿En pos de que contención van a ceder? ¿Si no pueden ser incluidos como van a renunciar?  

 

  Sigmund Freud en “El malestar en la cultura”[7] se pregunta:

“¿… de que medios se vale la cultura para inhibir la agresividad propia del individuo?”[8], ubica en ese punto la conciencia de culpa ligada al superyó y fundamentalmente, y es en esto donde me quiero detener, Freud ubica que uno de los principales diques a esa irrupción violenta y agresiva será la angustia ante la pérdida del amor del otro, “… se renuncia a satisfacciones para no perder su amor…”[9]

 

  Freud destaca la presencia del otro como el primer dique moral del sujeto, esta presencia instaura los cimientos para la formación del superyó y la conciencia de culpa.

 

  Ahora bien, ¿qué ocurre cuando esta encarnación es fallida? ¿Cómo pensar los caminos de la subjetivación y, en consecuencia, la sofocación de la agresividad, cuando el Otro ha dejado caer al sujeto, cuando la presencia del Otro no opera como el principal dique moral, ya sea, por ausencia, desinterés o fragilidad?

 

  Para abordar el fenómeno de la delincuencia juvenil, es importante, en consecuencia, interrogar con que Otro se confrontan los jóvenes de hoy en día y tomando la última mención de Freud en el escrito ya citado, como se lograra que prevalezca la pulsión de vida, el eros, para contener la pulsión de muerte que nos habita y amenaza con barrer intempestivamente todo lazo social.

 

  Siguiendo esta línea se puede argumentar que centralizar la sanción de una conducta delictiva en el sujeto que la ejecuta, implica ignorar que la constitución subjetiva es en torno a la presencia del Otro, por ende, al enfocar este fenómeno como un déficit individual y no, como un síntoma social, se desconocen las condiciones de producción de subjetividad y se invisibiliza, a su vez, la responsabilidad del Estado en dicha problemática.

 

  Podría torcerse entonces el titulo de este trabajo y afirmar que todos nacemos por fuera de lo normativo, todos somos, por consiguiente, potenciales delincuentes, será la intervención del Otro, encarnado en los padres, en los maestros, en las instituciones, lo que posibilitará la inhibición de los impulsos agresivos e individualistas propios del ser hablante para formar parte del lazo social.

 

 

Lo posible

 

  Siguiendo el hilo conductor del trabajo podría deducirse rápidamente que los jóvenes que delinquen son víctimas del Otro social, que no han encontrado un Otro que los cuide, que no han encontrado en el ambiente una regulación ante su goce; si bien algo de eso hay, no es mi intención quedarme allí.

 

  Sin desconocer los derroteros de la constitución subjetiva de cada quien es importante ubicar también el concepto de responsabilidad subjetiva, esto último indica que mas allá de las condiciones ambientales, sociales y económicas, un sujeto siempre es responsable de su posición subjetiva, es decir, es responsable de como se ha posicionado con respecto a lo que vivió y vive actualmente, siguiendo a Jean Paul Sartre “que ha hecho el hombre con lo que hicieron de él”.

 

  Esto no desestima lo dicho anteriormente acerca de las condiciones de desigualdad y exclusión social en los que están inmersos miles de jóvenes, pero, si caemos en el reduccionismo de suponer que las causas de los comportamientos delictivos se vinculan solamente con una falla ambiental y que esto se traduce en una dificultad en la sofocación de la agresividad, eso tendría destino de irreversible y nuestro trabajo seria obsoleto, no habría nada por lo que apostar.

 

  Una línea de trabajo entonces, será trabajar con un sujeto para advertir de qué forma parte, cual es su lugar dentro de ese sistema, cual es la lógica de la época en la que está inmerso y qué papel está jugando en dicha dinámica muchas veces sin saberlo.

 

  En el caso que detallo a continuación se puede ver como alguien puede encarnar un deseo y que como ese deseo hace emerger al sujeto.

 

  César Gonzales o Camilo Blajaquis[10], conocido mediáticamente como el poeta villero, es un joven que ha estado preso en varias oportunidades, en una de ellas se encuentra en la cárcel con un profesor de magia, este hombre de nombre Patricio, a su vez, le acercaba algunos libros a los chicos e intentaba fomentar la lectura.

 

  La presencia e insistencia de este hombre interrogaba a Cesar, se preguntaba porque iba sostenidamente al penal y porque daba sus talleres en el pabellón, encarnaba Patricio una pregunta, al menos pare él.

 

  Sostiene que hubo algo en ese acercamiento que cambio su vida, empezó a leer muy de a poco, pero con el correr del tiempo, a partir de dichas lecturas comenzó a interrogarse sobre las causas de sus comportamientos delictivos, advirtió que la mayoría de los presos eran jóvenes de barrios pobres, y se preguntó, en consecuencia, quien era él mas allá de ser un “pibe chorro”, cito:

 

  “no sé si el termino es cambiar, o recuperarme o reinsertarme, prefiero hablar de una metamorfosis, prefiero hablar de un descubrimiento… descubrí un montón de información… un montón de conceptos… yo me anime no solamente a rescatarme, sino también a interpelar a la sociedad, a crear , a escribir poesía, y a sentir amor, y la verdad que a los pibes les cuesta eso, desprenderse de la pose de yo soy re chorro re poronga les cuesta, preferís ahorrarte las preguntas, y yo me hice muchas…”[11]

 

  Podría afirmar que su metamorfosis fue un acto propio con un otro, un otro que lo invito a leerse y le dono un instrumento para ubicar que sus actos delictivos portaban un saber que él desconocía.

 

  Si bien, fue indispensable el consentimiento del sujeto para separarse de ese destino mortífero, es importante destacar que hubo un otro que aposto por su subjetividad.

 

  Para concluir entonces, podríamos ubicar nuestras intervenciones desde dos aristas, la primera implica la incursión de los psicoanalistas en el campo social y político, ya que, siguiendo a Winnicott, las operaciones sobre el ambiente son imprescindibles.

 

  Por otro lado, devolver a un sujeto en el uno por uno la dignidad subjetiva es una tarea ineludible para el analista, más allá del ámbito en donde se encuentre, creo que allí radica la esperanza de la que hablaba Winnicott, poder suponer algún saber en esos comportamientos delictivos e inventar el modo por el cual esa suposición haga mella en el sujeto.

 

 

Nota*: la imagen se corresponde con uno de los íconos del film mudo de Charles Chaplin del año 1921, protagonizado junto a “El chico” Jackie Coogan

 

 



[1] En “Patas Arriba, la escuela del mundo al revés” 1 ed. 2 reimp. Bs. As. Siglo XXI Editores, 2011. pág. 25.

[2] D. Winnicott, Deprivación y delincuencia, Paidos, Buenos Aires 1990.

[3] Ibíd., pág. 77

[4] Ibíd., pág. 78.

[5]   Duschatzky Silvia, Corea Cristina: “Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones”, Buenos Aires, Paidos Tramas sociales 15.

[6] Ibid. Pág. 25.

[7]  Sigmund Freud, Tomo XXI, El porvenir de una ilusión. El malestar en la cultura y otras obras: 1927-1931, 2° Ed. 10° reimp. Buenos Aires: Amorrortu 2007.

[8] Ibíd. Pág. 119.

[9] Ibíd. Pág. 123.

[10] https://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%A9sar_Gonz%C3%A1lez

[11] Camilo Blajaquis, Del delito a la poesía, en https://www.youtube.com/watch?v=z2Zm8Ec91k0

 


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