Discursos que se interpelan. Psicoanálisis y neurología

04/09/2017- Por Alicia Marta Dellepiane - Realizar Consulta

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Ya en su decir, Alicia Dellepiane se piensa en equipo. Su texto en primera persona del plural nos habla de la necesidad de una red de distintas disciplinas, en la que se interpelen los discursos, sobre todo a la hora de interrogar la clínica cuando tratamos a sujetos con un gran compromiso orgánico. En su recorrido levanta la bandera contra los discursos totalitarios para abrir preguntas incómodas pero necesarias para sostener una ética en nuestra práctica.

 

 

 

                              

 

 

  En el trabajo conjunto que desarrollamos en distintos ámbitos institucionales, públicos y también privados, hace muchos años atrás, nos constituimos en un equipo de trabajo, con varios compañeros con los que compartimos criterios comunes, desde distintas disciplinas.

  Esto porque creemos en la necesidad de interpelación de los discursos, sin superposición. No pensamos desde una posición interdisciplinaria ni multidisciplinaria. Apostamos a la especificidad de cada discurso y a ubicar a cada uno en el lugar correspondiente. De ahí que nuestro equipo extienda su accionar a una red de profesionales con los que compartimos tareas y preocupaciones.

  Nuestra experiencia en instituciones que proporcionan tratamientos a niños, adolescentes y adultos, nos llevó a constatar aquello que Lacan expresó con tanta precisión “una práctica no necesita ser esclarecida para operar… pero si se la puede explicar mucho mejor”. O también “la verdad tiene estructura de ficción… pero lo real no, por eso insiste”. Ese real que insiste nos desorienta muchas veces en la práctica, por eso es bueno compartir esa desorientación con otros. Estos otros pueden ser otros profesionales, otros textos, otros conocimientos que explican algunas cuestiones que no alcanzamos a cubrir con el nuestro. Y así como creemos que no debemos obturar la verdad de un sujeto también creemos que no debemos cubrir todo el acontecer humano con un solo discurso. Hay familias que no soportan que sus miembros sufran algún problema que se ubique en el ámbito de lo anímico, como hay otras que desean ignorar alguna problemática orgánica que los ubicaría, imaginariamente, como culpables de una mala herencia.

  Sabemos que no siempre el “bienestar” va de la mano del “biendecir”, pero apostando al biendecir, muchas veces conseguimos, por añadidura, atemperar el malestar.

  Cuando comenzamos a pensar este tema, como posible para transmitir nuestra experiencia, nos surgieron varias preguntas.

  Si cada mirada sobre el sujeto humano nos amplía lo que podemos conocer acerca del mismo y, en consecuencia, la intervención adecuada ¿Por qué resulta tan dificultoso determinar cuál es la pertinente en cada ocasión?

  ¿Somos capaces de poner en acto aquello que cada disciplina enuncia como necesario? A saber “escuchar al otro y respetar su espacio de conocimiento”.

  Entonces comenzamos a conversar acerca de nuestro trabajo en común, de los logros que pudimos obtener, de las dificultades que surgieron en la marcha y que en este espacio trataremos de comunicarles, con la mayor precisión posible, para seguir abriendo más preguntas y no para cerrarlas apresuradamente.

  Nuestras prácticas clínicas, tanto en fonoaudiología, como en psicología o en psicopedagogía, nos han llevado a atender pacientes con problemas complejos. Hemos recibido derivaciones de niños y jóvenes a los que pocas personas estaban dispuestas a atender, dado que las dificultades que presentaban para la adaptación a alguna escolaridad o lazo social con otros, se veían seriamente afectadas y no se podía determinar fácilmente cómo operar con ellos.

  Cuando se recibe un paciente que está tan seriamente dañado son muchos los interrogantes que surgen para su abordaje. Cuando el daño orgánico es evidente y posible de constatar, los límites del sujeto son, aparentemente, más tipificables. Pero ahí comienza también otra cuestión a poner en juego: por más tipìficable que sea la organicidad, la subjetividad de cada uno no lo es. Por otra parte, no podemos negar la influencia de una afección orgánica y sus consecuencias que ponen límite real y hacen inconsistente cualquier interpretación posible.

  Cómo manejarnos con estas aporías con que nos enfrenta la clínica, si no es mediante la investigación, necesaria para el avance de cualquier disciplina. Pero nosotros tratamos con personas concretas y sus vidas son únicas. Por eso, tenemos la responsabilidad ética de nuestras intervenciones que pueden marcar un destino posible o imposible, según la dirección que empleemos en ello.

  Recordamos aquí el caso de Ezequiel. Cuando comenzamos a trabajar con él fue por derivación de un gabinete escolar; según este equipo el niño necesitaba tratamiento psicológico, fonoaudiológico, psicopedagógico y una maestra particular. En las entrevistas con la madre logramos ir ubicando algunas cuestiones que colocaban a Ezequiel en una situación de exigencia desmedida, por parte de la escuela y por parte de la familia. Afortunadamente este niño fue escuchado y pudo irse determinando cuáles eran sus prioridades, en lugar de someterlo a un lecho de Procusto que lo desmembrara, en nombre de su propio bien.

  En cuanto a aquellos que no pueden hacer uso de las palabras y a los que hay que poder interpretar a partir de gestos o expresiones mínimas – que requieren de una atención extrema para los terapeutas a cargo – se suele ignorar el derecho que éstos tienen a que se les dirija la palabra. Descalificando a estos sujetos de su condición de seres hablantes, se dice: “Si no entienden nada ¿para qué les vamos a hablar?” Así comenzamos a perfilar cuál es la concepción del lenguaje que cada quien sustenta al emprender una tarea de intervención sobre otro, ya sea pedagógica o terapéutica.

  En el texto Saber y goce en la educación especial, Alcañiz y Andreu expresan que esta actitud, frecuente en las instituciones que albergan a estos niños y jóvenes, supone al alumno como un objeto y no como un sujeto, pasible de hablársele y escuchársele, más allá de que puedan o no ser satisfechas sus demandas. Estos autores brindan un ejemplo muy interesante con relación a un niño que iba a ser trasladado a otra escuela. Cuando informan que van a citarlo a la oficina para comunicarle de este traslado antes que se produzca, la mayoría del personal lo considera innecesario porque “no entiende nada”. Sin embargo, el niño, que solía moverse incontroladamente y sin parar, se sienta en una silla y escucha atentamente lo que se le quería comunicar.


  Toda la cuestión radica en la explicación que podemos dar de tres conceptos absolutamente interconectados: percepción, representación y lenguaje. Para el psicoanálisis los tres conceptos pueden ordenarse con la misma lógica.

  El desarrollo y la maduración no son conceptos pivote de la teoría psicoanalítica para comprender el acontecer humano, lo que no quiere decir que los desconozca, sino que no será al individuo a quien se dirige su intervención sino el sujeto dividido o al sujeto holofraseado, es decir, a los sujetos como efectos del lenguaje que los atraviesa. Por lo tanto, no se tratará de pensar en términos de “trastornos generalizados del desarrollo” o de “inmadurez senso-motora” cuando haya problemas de manifestación fenomenológica de este orden y que requieran una intervención analítica. El análisis se centrará en la relación entre el percipiens, el sujeto que percibe y el perceptum, aquello que es percibido. Para el psicoanálisis la diferencia depende de la estructura subjetiva en juego: neurosis, perversión o psicosis. No es lo mismo una fantasía que una alucinación.

  Ahora, sabemos que no todas las manifestaciones humanas están determinadas por mociones anímicas. Hay que tener en cuenta la pertinencia de intervenciones que operan sobre traumatismos orgánicos que, ya sean de orden neurológico, enzimático o funcional, pueden confundirse con cuestiones anímicas. Y es que el problema no se puede resolver desde un discurso totalitario, que pretenda llenar todos los agujeros de saber con que nos confrontan estos pacientes.

  Consideramos necesario esclarecer estos malos entendidos. También nos parece necesario diferenciar a la neurología como ciencia y como práctica clínica de las llamadas TCC (terapias cognitivo conductuales) en todas sus variantes. Queremos establecer las diferencias teóricas y éticas que nos separan de estas prácticas y fundamentar estas diferencias.

  En el texto Ontología del lenguaje, su autor, Rafael Echeverría, quien también pertenece al marco teórico cognitivista, destaca que lo social, para los seres humanos, se constituye en el lenguaje. Todo fenómeno social es siempre un fenómeno lingüístico.

  ¿Qué entiende por ontología? Hace referencia a nuestra comprensión genérica o interpretación de lo que es ser humano. Cada vez que actuamos o decimos algo se manifiesta una determinada interpretación de lo que significa ser humano y, por lo tanto, una ontología.

  Estos desarrollos nos llevan a pensar, en otro sentido, el lugar del psicoanálisis como interpelación de discursos.

  Sabemos que todo discurso tiene fisuras –el del psicoanálisis incluido–. Todo discurso es un semblante ¿qué quiere decir esto? Que ocupa un lugar en la estructura del discurso y no otro, en cada momento. Daremos otro ejemplo de semblantes: el arco iris, el agua.

  Por eso es cuestionable también la expresión “ontología del lenguaje”. Si el lenguaje se expresa en los discursos y estos son semblantes ¿hay esencia del ser, hay sustancia ahí que lo defina y lo haga consistir?

  Jacques-Alain Miller comentaba que el agua es un semblante de H2O, pero “Tírese usted al H2O si saber nadar y veremos si se ahoga o no se ahoga”. O sea, que no haya sustancia extensa ni sustancia cogitante no quita que esto tenga efectos y produzca estragos en el ser hablante.

  Son los efectos del significante que deberemos explicar, aunque no será en esta breve exposición sino en otro texto más amplio, del cual anticipamos esta comunicación.

  Como ya hemos anunciado, no se trata de interpretar lo que hay que medicar y tampoco se trata de medicar lo que hay que analizar.

  Esperamos, con nuestra exposición, abrir un debate sobre todos los avatares de la clínica. No pretendemos tener “verdades únicas”. Sabemos de la impotencia en que nos colocan sujetos opacos sobre los que cualquier discurso resulta inoperante y la angustia que producen en aquellos que deben hacerse cargo de sus tratamientos o alojamiento.

  Así como Lacan decía “no retroceder frente a la psicosis” esperamos poder decir: no retroceder frente a las dificultades que implica escuchar en más de una dirección, soportar la angustia del desconocimiento, sin obturar al sujeto.

 

 

 


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