Cuando las respuestas precedan a las preguntas

07/08/2017- Por Adrián Liberman - Realizar Consulta

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Adrián Liberman, nos plantea preguntas acuciantes en relación nuestra época y el fenómeno comunicacional disparado por internet, su globalización y el creciente proceso de la digitalización de la vida humana como un todo. Nos dice “La Humanidad se encuentra en el período del dataísmo, de la revolución que se deriva del poder computacional de la digitalización”. ¿Cuáles serán sus consecuencias sobre el sujeto del inconsciente y por ende, del psicoanálisis y de su praxis? Del dataísmo pasamos al algoritmo, el sujeto medido, transformado en ecuación, “un algoritmo externo puede entenderme mejor de lo que yo mismo me entiendo”.

 

 

 

               

                                 Escena de la serie Black Mirror

 

 

“It´s the end of the world as we know it and I feel fine” (“Es el fin del mundo como lo conocemos y me encanta”)

                                                             R.E.M

 

“Over the counter, with a shotgun, pretty soon everybody is gonna got one” (“Sobre el mostrador con una ametralladora, pronto todos tendrán una”)

                                                             U2

 

 

  La Humanidad se encuentra en el período del dataísmo, de la revolución que se deriva del poder computacional de la digitalización. Como toda situación en pleno desarrollo, similar a la industrialización del siglo XX, es temprano e imposible avizorar las múltiples consecuencias que el dataísmo tendrá sobre las personas.

  Es plausible pensar que la economía, los trabajos, la forma de vincularse y de convertirse o no en sujeto tal como los conocemos, se encuentran en ebullición en este momento. Al igual que luego de la irrupción del heliocentrismo o en la Revolución Francesa, existen aquellos que saludan este momento como un surgimiento de posibilidades insospechadas de bienestar, prosperidad y aumento de derechos para cada vez mayores cantidades de personas, como aquellos que no cesan en señalar que estamos abriendo las puertas del infierno a velocidad exponencial.

  En este contexto intentaré aproximarme a algunas aristas de este proceso desde el ángulo de conveniencia de un psicoanalista, en el entendido que esto apenas constituye un ensayo parcial que seguramente sugerirá más cosas por pensar y entender que las que establezca. Haré un esfuerzo por compartir con ustedes algunas de las cuestiones que me desvelan en cuanto a los efectos que tiene la digitalización en la constitución del sujeto del inconsciente como en la praxis del psicoanálisis.

  Prometo e intentaré cumplir, no pensar las cuestiones que abordo hoy desde la ortodoxia. Esto es decir dentro de un esquema que supone una lealtad a la identidad gremial o lo que debe ser. Como tampoco desde un conjunto de artículos de fe que presuponen una dirección a las cuestiones que trato. Y uno de ellos es considerar que ni el oficio de analista tal como lo conocemos está exento de peligro, o que la práctica del psicoanálisis no requiera de profundas modificaciones para persistir.

  Tomadas las precauciones pertinentes intento acto seguido otra definición del dataísmo: este nombre alude a una situación en la que con suficientes datos biométricos sobre mí y poder computacional, un algoritmo externo puede entenderme mejor de lo que yo mismo me entiendo. En una situación así, el poder sobre mi destino pasa de mí al algoritmo, quien tiene más posibilidades de saber lo que me conviene que ningún otro, incluyéndome.

Este escenario, de búsqueda fáustica haciéndose realidad cotidiana es lo que se encuentra en sus inicios pero que amenaza o promete hacerse sustantivo en nuestras vidas.

  La revolución de los datos va emparejada con la digitalización. Con este término quiero aludir simultáneamente a una manera de almacenar información, pero también de vincularse, así como a un tipo determinado de recursos que se usa para ello, además me refiero a una velocidad que suponen para todo esto como a cierto tipo de “plataformas” y grado de accesibilidad que tienen hoy en día para todo lo anterior. Y no es posible entender las consecuencias de una acepción del término sin incluir todas las otras.

  Un aspecto que solo señalaré marginalmente pues excede los propósitos de esta nota es el debate acerca de si la tecnología es neutra pero su uso no. ¿Puede aislarse la aplicación de la ciencia de ser portadora de una axiología, un esquema de valores, por ende de una ética y de una configuración deseante?

De allí que una posibilidad tecnológica deviene en hecho cultural, y éste en social, pudiendo ser lícito interrogarnos por su vertiente clínica, pues entre psicoanalistas cabalgamos, diría Don Quijote…

¿Cuándo un fenómeno cultural puede ser leído con ojo clínico? Es decir, como vía válida para la intelección de lo psíquico, en su dimensión de valor estructurante, de expresión del deseo y goce.

Tenemos los psicoanalistas, tal como yo lo sostengo hace tiempo, que volver nuestro ojo y oido de lo sexual a lo social?

  En otros momentos de revolución, hubo psicoanalistas que se dirigieron a la filosofía, la topología o la linguistica para intentar encontrar hipótesis plausibles acerca de la subjetivación. Y reclamaron siempre que ello no constituía una ruptura ni un abandono de su identidad analítica.

Uno de los principales argumentos a favor de esta mirada es que por primera vez en la historia de la humanidad la mente cuenta con importantes co procesadores para su funcionamiento. La existencia de aparatos que amplían o modifican los efectos y alcances de la mentalización constituyen una importante diferencia a otros momentos del desarrollo humano. Tanto es así, que no solo es el uso de estos aparatos lo que va perfilándose como consecuencia inevitable, sino la modificación del mismo asiento somático del funcionamiento mental mediante la implantación de chips y prótesis que ya no son titular de primera plana.   

  Por primera vez es posible llevar toda la información y el saber sobre uno, y los demás en la palma de la mano. Entonces corresponde pensar, asi sea como forma de listado de inquietudes, algunas de las posibles consecuencias que se derivan de esta cualidad protésica de la mente. Cualidad protésica que apunta a volverse rutina y no excepción.

  Estamos asistiendo a los inicios de la existencia de un hombre post orgánico, con aparatos que cada vez más lo relevan de ciertas funciones o amplifican otras. La noción de soma va camino de estar mezclada con la de circuito integrado en términos crecientes…

La primera de ellas es que con el aumento en la capacidad de almacenamiento de la información, será posible el registro y recuperación de toda la historia de alguien, haciendo innecesario o imposible el olvido.

  Ahora bien, dado que el psicoanálisis plantea la constitución psíquica a partir de un olvido necesario y estructurante, la represión, ¿podrá sostenerse esta idea? La memoria y sus falencias, la manera en que cada quien recorta su historia para resaltar aspectos u omitir otros, son cuestiones valiosas que permiten comprender la particular constitución subjetiva de cada quien. Es la diferencia entre verdad histórica y verdad objetiva. ¿Y si éstas se superponen constantemente? ¿Cuáles son las consecuencias del registro de las experiencias sin que éste se deteriore o modifique como los jeroglíficos?

  Estamos hablando de re considerar la función editorial de la memoria, del valor de la palabra para iluminar o soslayar ciertos acontecimientos y de la manera de decir de uno mismo que tiene esta función. ¿Tendrán recuerdo y olvido el mismo valor para entender el hacernos sujetos como lo tienen aún hoy?

  La digitalización supone también una manera de vinculación en la que el orden de lo imaginario gana pregnancia en detrimento del simbólico. Uno puede construirse un enjambre de “amigos” o seguidores y aún así estar sumido en el más profundo de los aislamientos. La pregunta acerca del  deseo puede ser derivada en un algoritmo, una fórmula que te “conecte” con páginas que te ayuden a congeniar con el otro que se busca con un máximo de posibilidades de satisfacer ese deseo.

Así la dimensión enigmática del otro, la cualidad incierta del deseo tiende a desaparecer. La experiencia de incertidumbre se minimiza, aplanando al Yo y no requiriendo de más habilidad social que un like o dislike para ello. En esta perspectiva también la angustia en su sentido de impedimento, de obstáculo en la develación del deseo, de lo que me quiere el otro pierde matices, hasta poder derivar en el mayor de los solipsismos narcicistas.

  Es cada vez más posible construirse mundos de relación en la que el otro es réplica especular de la autorepresentación, una sensación creciente de “solo se está bien entre nosotros mismos”. Y esto último puede ser la posibilidad cada vez más fácil de asumir un rol imaginario, solo en contacto con otros similares. El otro no nos devuelve una imagen discordante sino que relacionarse puede tomar la forma de una sucesión infinita de espejos. Y estos espejos pueden desapegarse de toda sanción objetiva. Por ejemplo, un hombre de 50 años puede asumir la identidad de una niña pre adolescente, construir un perfil y vincularse con otras como ella, en el marco de una red social.

  Vincularse va perdiendo cada vez más su función y acepción de terceridad para ser sustituida por la de una creación dual, con grandes posibilidades de sustraerse a toda referencia de ley o de inscripción dentro de un sistema de relaciones regladas por pactos.

Cabe preguntarse también, en un escenario donde los vínculos se reduzcan a “likes” o “dislikes” las consecuencias para el Superyó. ¿Se vuelve éste más ralo, poroso? ¿Los límites de la ley y la vivencia de castración pierden matices cuando uno puede “borrar” a otro de su lista de contactos? ¿A qué llevan las consecuencias de su falta o de sus déficit?

  Podemos postular que durante la vida del ser humano no se llega a conocer a más de quinientas personas y a amar a unas cien, ¿la promesa de amistades o seguidores infinitas permite la ilusión de trascender todo límite? La insoportable levedad con la que se nomina amistad, amor, odio o desagrado en las redes sociales banaliza los vínculos, pero les resta la cualidad angustiante de los mismos. La ilusión de ser infinitos, intercambiables quita a las relaciones tener que ser abordadas como tareas de resultados inciertos. En este escenario en acelerada mutación, ¿será la conectividad la que proveerá el valor estructurante al sujeto en eclosión?

  Uno de los argumentos para comprender el fenómeno de las redes sociales es que éstas se basan en el temor a la soledad, en las ansiedades aniquilatorias de la exclusión y el desconocimiento por parte de los otros que habitan en tantos de nosotros...

El esfuerzo de decir de uno mismo, de dar cuenta del mundo interno ¿queda limitado al espacio que dan 140 caracteres? ¿La expresión depende en su riqueza del catálogo de “emoticones” posible?

  Así nos re encontramos con el término digitalización como una palabra que habla de nuevos vehículos  de inscripción del deseo como de formas novedosas de intentar realizarlo.

Ejemplo de lo anterior es el gadget de Google, “Home” y su contraparte de Amazon, aparato que permite recordar las facturas impagas, hacer transferencias bancarias, regular el aire acondicionado y la intensidad de la luz, traducir términos a cualquier idioma, consultar enciclopedias y diccionarios, sugerir recetas de comida, entre otras cosas, divorciando el deseo de toda noción de esfuerzo, trabajo, incertidumbre.

Todo es provisto solo con enunciarlo…

  Aún hay camino por recorrer y es necesario refinar los motores de búsqueda para contextualizar la información y soportar la ambiguedad del lenguaje. Aún los algoritmos no logran diferenciar que “La Maja Desnuda” corresponde al arte y no a la pornografía...

Resta entonces, intentar una mirada sobre alguna de las consecuencias que tiene lo anterior sobre el trabajo y la economía, como acerca del psicoanálisis y su imposible oficio.

  La ebullición del dataísmo está haciendo que trabajos completos en términos de ocupaciones, desaparezcan. Hoy en día, los cajeros de banco o de tiendas van camino a convertirse en los copistas de libros en los tiempos de Gutenberg. Existen categorías laborales completas que se acercan rápidamente a la extinción, cosa que aún no sabemos si constituye una catástrofe o un acontecimiento. Pronto los traductores, ente otros, serán completamente innecesarios.

El futuro para muchos es el que las habilidades laborales sean irrelevantes, al decir de Zygmunt Bauman. O absolutamente sustituibles por máquinas que hacen lo mismo más rápido y barato. Irrelevancia extensible, tal como he redundado, a las habilidades sociales y de vinculación.

  Y este efecto del dataísmo también tiene consecuencias sobre la praxis analítica. A largo plazo, uno de los escenarios es la desaparición de las demandas de análisis. Hoy, gracias al GPS, por ejemplo, la experiencia de perderse y recuperar la orientación son cosa pasada. Gracias al desarrollo vertiginoso de aplicaciones y algoritmos, pronto será posible a una interfase proveerme de una interpretación plausible para cada dilema vital, lo que irá en detrimento de la sensación de angustia e infelicidad. Y en esta posibilidad la necesidad de un interlocutor, con la noción de equívoco implícita sea un absurdo.

  Otro aspecto a incluir en esta apretada revisión es el del valor que la “realidad virtual” tendrá. Apartando el hecho que realidad y virtual son palabras que constituyen un oxímoron, ya está aquí la posibilidad de no tener que desplazarse para trabajar, estudiar, discutir con otros sin que medie un intervalo de tiempo significativo. Esto facilita las posibilidades de formación de candidatos que vivan en lugares lejanos al instituto, como también facilita el acceso a textos necesarios para ello. Y así, la cualidad de arcano del texto se esfuma, no devela enigmas ni debe ser encontrado trabajo elaborativo mediante, sino que se encuentra a un par de clicks de quien lo demanda (dependerá de lo refinado del motor de búsqueda que se utilice).

  Esta conectividad impone la desaparición del cuerpo a cuerpo, cada vez más modalidades sensoriales podrán recibir los estímulos del interlocutor aunque medie distancia geográfica entre ellos. Cámaras, micrófonos, sensores permiten saber del otro y sus vicisitudes así no esté en la misma habitación.

  El dataísmo permite que tener que “ir” al trabajo sea cada vez menos necesario, ¿porqué no otro tanto para acudir a sesión? Los que se alarmaban porque el cuerpo a cuerpo en el encuentro analítico se perdía con la digitalización son desmentidos por tecnologías en las cuales se va haciendo imposible distinguir la presencia física de la virtual. Las sutilezas del lenguaje y su emisión van transmitiéndose en “tiempo real” haciéndose cada vez más fiables los vehículos que conectan a los interlocutores.

  La cura analítica, esa que requiere de sus protagonistas intentar la más intensa de las intimidades se ven amenazados por una cultura donde lo privado y lo público están al borde de ver diluida su diferencia. Las redes sociales prometen al usuario la posibilidad de hacer de todas sus vivencias, sin importar su dramatismo, un hecho para el consumo de los otros con quienes se esté “conectado”. La realidad virtual ya traspasa el dominio del voyeurismo para prometer escenarios donde tiempo y espacio se difuminan, por lo que es posible saber en carne propia lo que acontece en cuerpo ajeno…

Así prometer o requerir de un vínculo impenetrable en momentos en los cuales países completos se administran al ritmo de 140 caracteres es trabajo que luce con nubes en el horizonte….

  Mientras Skype permite instaurar o continuar una cura analítica imposible de llevar a cabo presencialmente, por emigración, enfermedades, desastres naturales entre otras circunstancias, también abre la puerta de borrar la necesidad del relato en su vertiente de elaboración para hacerlo en tiempo real y desde el lugar de los acontecimientos.

¿Para que narrar si se puede hacer al otro testigo directo de las experiencias?

  La cura analítica no promete nada, ofrece un espacio y unas circunstancias para oírse y tantear los alcances y límites de las palabras con las que se cuenta para decir de uno mismo. Como de los efectos acicateantes de las preguntas y del sentimiento de ser algo extranjero en la propia vida. ¿Cuánto de esto se podrá sostener en el futuro que se aproxima, ese que promete que las respuestas precedarán a las preguntas?

 

 

 


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