La era digital

01/07/2018- Por Santiago Thompson - Realizar Consulta

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Procuro aquí continuar con mis indagaciones en el campo de las redes sociales, desde una perspectiva psicoanalítica. En otras publicaciones he dado cuenta de los efectos subjetivos de las redes a un nivel descriptivo. Me propongo ahora situar algunos puntos de ruptura inherentes a la progresiva mutación en las configuraciones del lazo social a la que asistimos. Apunto, en esta vía, a sacar de la ambigüedad que sobrecarga, en la comunidad analítica, la alusión a “la época” y situar las coordenadas de la era digital. Como veremos, lo digital no alude meramente a los gadgets tecnológicos, sino que los precede y supone su oposición a las regulaciones analógicas del lazo social.

 

 

   

                 

                                 Imagen de la serie Black Mirror

 

 

 

Las sociedades disciplinarias y el discurso del amo

 

  Las sociedades disciplinarias, tal como las sitúa Foucault, llegan a su apogeo a principios del siglo XX. Suponen la organización de grandes lugares de encierro: la escuela, la cárcel, la fábrica, que ordenan el tiempo y el espacio. Los muros aparecen como la materialización de tales sociedades. Las paredes son un método analógico de disciplinamiento y organización social.

 

  Lo cual es patente en las formas de opresión que sintetiza el film “Pink Floyd The Wall” (1982): la familia, la escuela, el matrimonio, los líderes totalitarios. Un entorno que exige someterse a la norma y a la normalidad. Un sujeto preso de sus contradicciones internas, y sometido a elegir entre la obediencia o la locura.

 

  En las sociedades disciplinarias el trabajador es un ente vigilado, y está sujeto a la coerción de métodos mecánicos y analógicos. Las sociedades disciplinarias son asimilables a lo que Lacan propone como discurso del amo: una regulación del lazo social que apunta a la normalización, hecho para que las cosas marchen. Un discurso que conlleva la asimetría entre el agente y el partenaire: por un lado, aquel que tiene los títulos y el poder, por el otro, el trabajador anónimo.

 

 

Las sociedades de control y el discurso capitalista

 

  “La mediocridad para algunos es normal, la locura es poder ver más allá” cantaba Charly García en la década del setenta. Es patente que, para la cultura contemporánea, el “poder ver más allá” dejó de ser una locura, y es un imperativo.

 

  Impossible is nothing” arenga una campaña publicitaria de Adidas. “Think Different” es el slogan que marcó el resurgimiento de Apple, la empresa que introdujo en el mercado el gadget emblemático de la era digital: el iPhone.

 

  En 1989, la caída del muro de Berlín sanciona el triunfo del capitalismo a nivel global. Un año después, Gilles Deleuze da cuenta de la crisis de las sociedades disciplinarias, y de su paulatino relevo por lo que denomina sociedades de control:

 

“Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia. La familia es un “interior” en crisis como todos los interiores, escolares, profesionales, etc. Los ministros competentes no han dejado de anunciar reformas supuestamente necesarias. Reformar la escuela, reformar la industria, el hospital, el ejército, la prisión: pero todos saben que estas instituciones están terminadas, a más o menos corto plazo. Sólo se trata de administrar su agonía y de ocupar a la gente hasta la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta. Son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias.”

 

  ¿En qué consisten las sociedades de control? Deleuze alude a “formas ultrarrápidas de control al aire libre, que reemplazan a las viejas disciplinas que operan en la duración de un sistema cerrado”. El lenguaje común de los espacios de encierro es analógico, mientras que “los diferentes aparatos de control son variaciones inseparables, que forman un sistema de geometría variable cuyo lenguaje es numérico”.

 

  Opone, entonces, lo analógico a un lenguaje numérico, digital. Un sistema cerrado y rígido de coerción a uno abierto y maleable. El trabajador vigilado deja su lugar al prestador freelance, y el patrón al “emprendedor”. La empresa “no cesa de introducir una rivalidad inexplicable como sana emulación, excelente motivación que opone a los individuos entre ellos y atraviesa a cada uno, dividiéndolo en sí mismo”.

 

  Al lugar del trabajador oprimido por el amo le sucede el trabajador entregado a la competencia con sus pares. La ficha de entrada es relevada por el control estadístico de la productividad. Un paciente me relataba el argumento hoy inobjetable por el cual lo invitaban a un retiro voluntario: “hace más de un año que tus números de ventas están por debajo de la media”. Resignado, tomó a su cargo el déficit expuesto: “me hice echar”.

 

  Este relevo de las sociedades disciplinarias por las sociedades de control, entiendo, es solidario de lo que Lacan ubica como la subversión del discurso del amo, que deviene entonces discurso capitalista por una inversión entre los lugares del S1 y el sujeto.

 

  Tal discurso se presenta como un continuo, sin los cortes que, en los cuatro discursos, ubican la imposibilidad entre el lugar del agente y el otro, y la impotencia del producto para reintegrar la verdad. Este continuo es característico de las redes sociales: cada uno está siempre visible y conectado, siempre potencialmente disponible. Sin muros de por medio, el discurso capitalista funciona en tiempo real: “marcha demasiado rápido, se consuma, se consuma tan bien que se consume” (Lacan 1972).

 

  Mientras que las sociedades disciplinarias apuntan a la igualación de los individuos para que respondan a la norma, las sociedades de control empujan hacia la optimización constante: “así como la empresa reemplaza a la fábrica, la formación permanente tiende a reemplazar a la escuela, y la evaluación continua al examen”.

 

  Las nuevas tecnologías aparecen al servicio de las sociedades de control y el discurso capitalista. Estas tecnologías proponen como señala la antropóloga Paula Sibilia una forma de lazo social. Las redes atraviesan las paredes y crean un continuo donde había compartimentos estancos. Cada uno es partícipe de un panóptico digital donde controla y es controlado.

 

  El estadio del espejo que propone Lacan implica que el yo se constituye en función de un ideal que depende de un gran Otro. El cambio de paradigma en la regulación del lazo social tiene como efecto que la propia imagen no se ordene respecto de un Otro, sino de los semejantes. Las redes sociales ponen en números el valor de la imagen que proyecta el yo: en cantidad de seguidores, contactos, likes.

 

  En variados campos el arte y la gastronomía, entre otros la función del crítico especializado se desvanece, cediendo su lugar a la opinión del conjunto de consumidores; a la hora del marketing, proliferan los influencers.

 

  Deleuze grafica los modos de lazo a los que dan lugar las sociedades de control en estos términos:

 

“El hombre de las disciplinas era un productor discontinuo de energía, pero el hombre del control es más bien ondulatorio, en órbita sobre un haz continuo. (…) El control es a corto plazo y de rotación rápida, pero también continuo e ilimitado, mientras que la disciplina era de larga duración, infinita y discontinua. El hombre ya no es el hombre encerrado, sino el hombre endeudado.” (Deleuze 1990)

 

  El ser hablante ya no se encuentra oprimido por los muros, sino que está sujeto a un déficit constante: siempre comprando en cuotas, siempre en falta respecto de su formación profesional. El cuerpo está atravesado por la misma lógica; ya no se trata de un cuerpo normalizado, sino de un cuerpo siempre en deuda respecto de un estado óptimo: nunca lo suficientemente atlético, nunca a la altura de los ideales de juventud y belleza.

 

  Los métodos analógicos de disciplinamiento son progresivamente relevados por otros que actúan modificando directamente el cuerpo: la psicofarmacología desplaza al asilo y los chalecos de fuerza, la pastilla anticonceptiva abrió el camino para la disyunción entre reproducción y sexualidad.

 

  Si la escuela moderna estaba signada por la opresión que produce sujetos en serie los adolescentes sometidos a la picadora de carne que figura el mencionado film “The Wall hoy los alumnos no ven al maestro como una amenaza opresora… sino a sus pares. El bullying virtual manifestación contemporánea del malestar escolar proviene de los mismos compañeros.

 

  Ya el alumno no está signado por el deber de cumplir su tarea sino por el peligro de la vergüenza a la que estos lo podrían exponer. La serie 13 Reasons Why exhibe esta problemática, como una suerte de up-to-date de “The Wall” en la era digital.

 

  Desde esta perspectiva, la invención del smartphone no da inicio a la era digital, sino que, más bien, marca la plasmación en un gadget de una forma de lazo social. En otros términos: el celular no sólo propone un modo de interacción, sino que responde a un discurso que lo precede.

 

 

Amor digital

 

  Ser psicoanalista implica decantar las consecuencias de este cambio de paradigma, en las lógicas de la vida amorosa. Apenas esbozaré aquí algunas líneas de trabajo en tal sentido.

 

  En las parejas, la opacidad y la confianza ceden ante la demanda de transparencia. El amor es el amor público y publicado. La familia burguesa a cuya declinación asistimos está regulada por el discurso del amo. En la era digital, los partenaires quedan librados a una lógica de optimización de los lazos. El otro deviene así, en ocasiones, instrumental e intercambiable.

 

  Los movimientos feministas denuncian la declinación del amo antiguo: la tan mentada caída del patriarcado traduce en estos movimientos la subversión del discurso del amo por el discurso capitalista. El patriarcado fue, en sus orígenes, un método de dominación analógico para asegurar la paternidad. Hoy la paternidad se verifica de modo digital, en un laboratorio.

 

  Los partenaires siempre visibles, siempre conectados, quedan expuestos a la descarga inmediata de los afectos. El filósofo Byung Chul Han subraya que “la comunicación digital hace posible un transporte inmediato del afecto. En virtud de su temporalidad, transporta más afectos que la comunicación analógica” (Han 2013, 16).

 

  El lazo “marcha demasiado rápido” y muchas veces la ausencia de paredes simbólicas precipita las rupturas: la agresividad no mediada por un tiempo diferido, que habilite un momento de comprenderse tramita en tiempo real vía chat, con efectos a veces irreversibles.

 

  En nuestros días, el imperativo de transparencia “hace sospechoso todo lo que no se somete a la visibilidad” (Han 2012, 31). En las relaciones amorosas, emergen disyuntivas que van desde el respeto de la privacidad del otro como pacto implícito, hasta la transparencia como don de amor.

 

  “No tengo nada que ocultar” es una frase que circula y somete al otro a la prueba compartir su celular y sus contraseñas. El film “Perfectos desconocidos” expone como tal condicionamiento respecto del partenaire lleva a una potencial destrucción de los lazos. El amor requiere de opacidades, el panóptico digital hace tambalear las ficciones que sostienen una relación.

 

  La monogamia, entonces, se derrumba como norma reguladora: “la fidelidad, brumosa palabra, con su antigua lista de gestos prohibidos, muerde siempre menos de lo que ladra” dice una canción de Jorge Drexler. Como una suerte de blanqueo, aparecen propuestas alternativas el poliamor y sus variantes.

 

  Una consigna que circula en un grupo de Facebook dedicado al amor libre proclama “Si la otra persona no sabe ¡no es amor libre!”. Bajo el velo de la libertad, lo que se sostiene allí es el imperativo de transparencia.

 

 

Bibliografía

 

Deleuze, G. (1990) “Posdata sobre las sociedades de control”, en Christian Ferrer (Comp.) El lenguaje literario, Tº 2, Ed. Nordan, Montevideo, 1991.

Han, B.-C. (2012) La sociedad de la transparencia. Barcelona, Herder, 2013.

Han, B.-C. (2013) En el enjambre. Barcelona, Herder, 2013.

Lacan, J. (1972) “Del Discurso Psicoanalítico”.

Sibilia, P. (2008) La intimidad como espectáculo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2017.

 

 


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