La responsabilidad por el hijo ausente

13/01/2011- Por Elizabeth Ormart - Realizar Consulta

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En su comentario sobre la serie In Treatment, la autora analiza el reencuentro de una mujer con su ex terapeuta, luego de 20 años. El aborto, la responsabilidad subjetiva, la transferencia de amor y la ética del analista, son algunos de los temas abordados en el escrito.

 

La situación que analizaremos se nos presenta en el sexto capítulo de la segunda temporada de la conocida serie de HBO, In treatment, traducida en España como En terapia. Esta  serie de televisión, producida por Mark Wahlberg, nos relata las sesiones de terapia llevadas adelante por un psicoanalista, el Dr. Paul Weston, interpretado  magistralmente por el actor Gabriel Byrne.

Mía, una exitosa abogada, que ha logrado ascender en el competitivo mundo de los bufetes mas prestigiosos de una mega polis norteamericana, ve a su ex terapeuta después de 20 años. Él recurre a un estudio de abogados para asesorarse por una denuncia que le han entablado por mala praxis. El azar condujo al terapeuta a ese estudio, pero cuando su informe estuvo allí, fue Mía quien eligió atenderlo. Cuando lo vio después de 20 años decidió que quería jugar un poco con él, “hacerlo enojar”, mostrarle lo bien que le había ido en la vida.  Sin embargo, este cálculo narcisista la colocó a Mía, en una situación de interpelación. La mostración, “mirá mi oficina, mis muebles, mi estudio, mira mi vida”, se volvió una pregunta ¿cómo me ha ido en la vida?. Como en un espejo, al mostrarse le volvió la imagen de si misma. La pregunta, sobre la imagen reflejada, resuena ahora no en términos yoicos, de dominación, éxito y autoafirmación, sino en su foro más íntimo. Mía en su mostración (acting) se encontró con el objeto que mueve su deseo, esto elevó su angustia y desató como medida defensiva la búsqueda de objetos que llenen el vacío estructural.

En su búsqueda, Mía, encuentra una deuda pendiente. Tener una familia, un hijo. La lógica del tener arraigada por las exigencias utilitaristas y mercantiles de nuestra época exige para la mujer, “tener” en todos los sentidos. Sin embargo, en Mía hay más que una presión social, hay una pérdida, que le viene desde su pasado, que no terminan de llenar los productos del mercado.

Mía busca a su ginecólogo quien le da la temida respuesta, su edad de tener un hijo se encuentra seriamente comprometida. Aunque dejó de cuidarse con Bennet, su amante y actual jefe, no ha quedado embarazada. ¿Quién es el responsable de que ella no tenga hijos?

Comienza así su peregrinaje, en busca de la respuesta que ubique un culpable, del ginecólogo a su amante. Va hasta su casa a increparlo. Ella quiere un hijo y él tiene que dárselo. Él la expulsa de su casa y de su vida. Ella se siente descolocada. Luego de un año de enseñarle las mejores formas de amar a una mujer. Su desprecio, su enojo, su rechazo. Desde ese lugar de división subjetiva clama por una respuesta a su pregunta. Pregunta que le retorna como interpelación de su ex analista.

Su viaje continua, del ginecólogo, al amante y del amante al ex analista. Los restos transferenciales dan cuenta de que el lugar de ex, no es tal. Su plena transferencia se pone de manifiesto en el amor. ¿Un hombre cómo vos, podría enamorarse de alguien como yo? El analista mantiene la neutralidad. Y la empuja a retomar la reflexión sobre su propia vida. Aquí aparece una segunda cuestión central para pensar la posición ética del analista en la clínica, el manejo que éste haga de la transferencia de amor. El analista es tal, en ese punto en que no es el hombre que le dé a Mía un hijo. Puede soportar la transferencia de amor sólo a costa de no acceder a su pedido. Vemos aquí el viraje: de la primera escena en la que Mía se muestra, una escena que hace signo y queda por fuera del registro simbólico, a esta segunda escena, en donde la demanda se formaliza en la cadena significante. Situación que lejos de eximir al sujeto de la verdad la sostiene anudada, entre dicha, en este momento, como demanda de amor.

La responsabilidad por no tener un hijo ha devenido búsqueda del culpable.  Y Mía lo encuentra. Es el analista que hace veinte años la “convenció” de hacerse un aborto, justo en la misma época que su mujer quedaba embarazada de su hija. El analista escucha en esta búsqueda de un culpable, el intento por eludir la responsabilidad de su propia elección. Pero de ¿qué elección se trata? ¿Es la elección que Mía hizo hace veinte años, cuando no quería renunciar a su carrera y su exitoso futuro o es la elección que sigue haciendo ahora? Jack, en su lugar de analista, arriesga una hipótesis clínica. Mía recuerda una escena de su infancia, cuando ella presenció un asalto en la tienda de diarios que atendía su padre y él entregó toda la recaudación de la semana ante la amenaza de que mataran a su hija. Mía se quedó todo el día con su padre, no fue al colegio, porque él la abrazaba con tanta fuerza. Estaba desconsolado. El analista le da una interpretación: “¿sentiste que una parte tuya no podía dejarlo?” Algo de ese abrazo paterno, de su estado de indefensión le retorna como deseo de protegerlo. Su edipo, reforzado en la complicidad con su padre y una madre ausente, le dan a Mía las huellas de la responsabilidad que busca. ¿Por qué no pudo formar una familia, tener hijos? ¿Por qué se hizo un aborto? ¿Por qué no tuvo ese hijo cuando podía y ahora cuando quiere no puede? Ese imperioso deseo de ser la hija que su padre anhelaba: la triunfadora, la poderosa, la que lo protegiera incluso del despotismo de su propia mujer. Fue la elección que hizo Mía  y que sigue haciendo. Ella no puede encontrar un espacio para buscar otro hombre, ya que su padre llena muy bien ese lugar. Ella eligió y elige cada día, parejas que no le darán lo que demanda. Parejas destinadas al fracaso. Destino marcado por la propia impotencia de leer más allá de los signos del Otro. Destino clausurado por taponar la emergencia de la verdad sobre el síntoma del que se queja.

La interpretación del analista tiene como respuesta la huida. Cuando es confrontada a la responsabilidad por el aborto decide irse del consultorio. No sabemos si volverá. Sus comentarios finales en torno a la deuda pendiente del analista, nos dan la pista de que su posición no se conmovió. “Me debes un hijo”, le reclama al analista antes de irse. Ella sigue buscando, al hombre que le dé un hijo, en una carrera que está comprometida con el fracaso.


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