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El Molestar en la Cultura

20/07/2020- Por Cynthia Eva Szewach - Realizar Consulta

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Molestar en la cultura es interferir, bordear, respetar el tiempo de silencio, no callar, desviar, hacer hablar sentidos coagulados, detener apuros, decir No a ciertos pedidos que puedan ser condenatorios aunque aparezcan disfrazados de bienaventuranza, inventar nuevos dispositivos institucionales, irreverenciar lo que psicopatologiza, medicaliza, encierra, mercantiliza los cuerpos… un psicoanálisis implicado.

 

       

                       Implicación y cuarentena obligada en el Hospital Borda*

 

 

 

  El modo equívoco del título elegido y que nos arrima al del texto freudiano, lejos de eludir lo esencial del psicoanálisis y de lo que nos concierne, sin duda, que es el malestar, más bien intenta subrayar ambos términos. Una ganancia y una pérdida como todo acontecimiento inconsciente.

 

  Molestar y malestar, en relación a la cultura que Freud de forma compleja, atravesado por su tiempo, nos alertó de su carácter paradojal. Lo amenazante está también en su interior.

Freud además de transmitirnos, mostrar una forma de lectura, atento en especial a lo que escapa a los relatos, a lo diferido, lo insólito, nos enseña que desde sus comienzos, lo político es asunto del psicoanálisis.

 

 

Molestar en la cultura

 

  Frente a épocas aciagas, donde ciertas palabras se corroen, imperan[1], algunos seguimos apostando, para que cada uno “esté en el lugar donde esté y con la tarea que emprenda se encuentre menos solo y sortee todo lo posible, ‒acentúo lo posible‒, sortee al desánimo al que estos tiempos difíciles nos empujan”[2]. Alojamos, psicoanalistas, si podemos, esos desánimos.

 

  Acuerdo, que la escucha o la transmisión que el psicoanálisis propone, la conversación, el pensar que es en el decir, el soñar, el sueño un atajo a lo banal diría Benjamín, asuma una ética de resistencia que tenga incidencias o plantee discusiones críticas, a condición de incluir sus límites, por donde sí, por donde no...  O sea, con las imposibilidades que le son propias, con la escritura en los márgenes, Y ver así “de que barandillas nos agarramos”[3].

 

  Nos importa a su vez el análisis de lo singular en el campo de lo colectivo y de la grupalidad, que desde ya padece, padecemos los efectos en la arquitectura de los cuerpos de las políticas que avasallan el vivir. Lo no dicho en la historia que puede retornar en cuerpos colonizados. Lo no dicho, en tanto sustraído que puede retornar en pesadillas.

 

  Advertidos de la vigencia de lo que permanece en lo llamado “actual” con modos de retornos diversos. Figuras que no cesan de estar presente en los pasillos, en el hedor de lo cotidiano, en las calles, en las aulas. Cuando estamos ahí no podemos ser transeúntes, anclados como dice Alejandro Kaufman al itinerario programado[4].

 

 

La indiferencia

 

  Apostar es un nombre contrario a la indiferencia. La abstinencia del psicoanalista no es indiferencia, ni es indolencia, ni escepticismo cortés.[5]

La indiferencia o los indiferentes creen que vivir es no tomar partido.[6] O que vivir no es tomar partido.

 

  Los regímenes totalitarios utilizan además de sus lenguajes eufemísticos e hipnotizadores, producir efecto de indiferencia como método. Producir ese efecto es eficacia a veces sutil para constituir sus planes de exterminio y sostener un lenguaje administrado. La burocracia incluye lo exterminado como el odio la segregación.

 

  ¿Qué significa para nosotros ubicados como psicoanalistas en el campo de la praxis entonces tomar partido?

 

  Si trabajamos o enseñamos en el campo público, ligados a otros discursos, a otras formas de lazo social, el psicoanálisis en tanto discurso es un lazo social, tenemos alguna expectativa de poder legar una manera de leer, una política de lectura que no ahogue la enunciación ni las paradojas, ni lo impensable, ni lo que no se entienda, y suponemos que se trata de agitar la sacralidad de textos.

 

  Cuando en esas aguas navegamos, lo hacemos con la formación, las transmisiones que tuvimos de qué es el psicoanálisis, o sea las letras que llevamos en el cuerpo. Recordando esa insistencia de Fukelman, agrego que justamente la primer clase inaugural de la cátedra de ese momento de Psicopatología, en 1974 dirigida por él, abre su reunión no tanto para explicar la materia ni con los problemas de la psicopatología sino la psicopatología como problema.

 

  Leyendo allí la contraposición de una carta de Henri Ey Presidente de la Asociación Psiquiátrica Mundial, en contra la participación política de la psiquiatría (la antipsiquiatría) dicho en un tono dictatorial y otra carta respuesta de Artaud, en “Las cartas a los poderes”, denunciando la opresión manicomial, y una genial concepción del sufrimiento que implica la locura. Sabemos que lamentablemente duró poco esa opción de esos años.[7]

 

  Molestar en la cultura entonces es interferir, bordear, respetar el tiempo de silencio, no callar, desviar, hacer hablar sentidos coagulados, detener apuros, decir No a ciertos pedidos que puedan ser condenatorios aunque aparezcan disfrazados de bienaventuranza, inventar nuevos dispositivos institucionales, irreverenciar lo que psicopatologiza, medicaliza, encierra, mercantiliza los cuerpos, no aplicar el psicoanálisis en tanto aplicado, sino implicados, un desacato a la jerga diría Andruetto, destituirse de imposturas, preguntarnos por las lenguas en juego en los decires, que cada acto aún mínimo sea considerado un acto ético.

 

  Pensar en la escucha, en la no connivencia, en términos de Bion, en la interpelación de las complicidades que fundan la conformidad, en términos de Masotta, interrogar las lecturas hegemónicas que aplastan las voces, en la historia de las marcas filiatorias, pensar la locura como recurso, algunas desobediencias como respuesta a las condenas imperceptibles, impensables…

 

  Alertar de infancias administradas, niños cobayos, diría Doltó, de apuros para que no se pueda incluir la ritualizacion necesaria si un recién nacido muere, hacer oír la ausencia de las migraciones y exilios ocurridas en una familia, los efectos en los cuerpos de los hechos, de las catástrofes, de las dictaduras vividas, de la desesperación de la pobreza actual, del hambre, de la violencia del hambre y la intemperie…

 

  Del tiempo que a veces hay que dar para que pueda dejar de acallarse un abuso, y que no se redoble lo abusivo, por nombrar algunas zonas donde incluso ciertas decisiones, gestiones  políticas  que pueden poner fin a investigaciones comprometidas que se venían haciendo, adoptando medidas de exclusión han desmantelado grupos de trabajo.

 

  En relación a la demanda, y si se trata de un sitio institucional se evidencia la concomitancia, entre lo que se trae a pedir y a donde se va a pedir, son entrecruces de dimensiones a escuchar analíticamente.

Es importante entonces distinguir el psicoanálisis de los psicoanalistas.

 

  Hago extensivo aquello que Ferenzci nombra como hipocresía profesional; en el trabajo “Confusión de lenguas entre el niño y el adulto”, en el que habla del terrorismo de sufrimiento en relación al ejercicio de un poder sobre un niño, nombra la hipocresía profesional cuando el analista no se pregunta aquello que le concierne, lo que nos concierne en las  propias huellas de en su quehacer.

 

  Freud en la responsabilidad moral por el contenido de los sueños, también advierte nuestra condena a la hipocresía o a la inhibición sino nos responsabilizamos del contenido de quizá los más miserables inconscientes deseos…

 

  Propongo revisitar y localizar la propuesta de Lacan, donde en el subtítulo “Resonancias del significante”, escribe que los hombres se asocian en una obra humana y el psicoanálisis opera como mediador entre la preocupación y el saber absoluto, y allí agrega esa frase tan comentada: “Mejor que renuncie quien no asuma la responsabilidad por el horizonte de la subjetividad (sujeciones) de la época”, y agrega que de lo que se trata es de ser intérprete de la discordia de los lenguajes, y eso implica ubicarse en algún lugar.  

 

  Quizá el horizonte es la lectura por venir aún en suspenso.

En relación a lo político como un punto de lectura, es diferente de una militancia de la práctica. Si la causa está en la escucha, la escucha esta asfixiada en la causa, el analizante queda perdido.

La palabra época merecería por su sobre-conglomeración de sentidos otro desarrollo.

 

  Recuerdo: Marta Ainsztein solía decir de nuestro trabajo en las salas como psi, “nuestra presencia es una intervención incalculada”.

 

 

Infancias, algunas arrasadas

 

  Para hablar desde lo que se ajusta a alguna experiencia personal de la práctica, de lo que cae de la práctica.

Sabemos que hay niñez porque hay juego, que como tal enmascara, torna inofensivos algunos riesgos, la posibilidad de La ficción, que no encubre los hechos más bien los devela. La ficción en la infancia a veces un modo de resistir.  Aunque no alcance. También a veces la cita es con el arte.

 

  Un porcentaje de infancias han intentado ser aniquiladas, o fueron interrumpidas, o  fue interferido el juego o que fue transformado afectado por tener carácter peligroso, o de traición asfixiado por la Respiración Violenta del mundo para nombrar un título de Angela Pradelli en la novela sobre una niña apropiada en la dictadura del 76.

 

  Algunas ocasiones la vida o la existencia puede resultar un combate excesivo con lo imperdonable no nihilizable con el tiempo[8], o un combate con lo imposible de olvidar.

 

  Al mismo tiempo, el mismo mes que una niña de 11 años, pide a llantos que “le saquen eso que le metió el viejo”, producto de un abuso y casi siendo obligada de alguna manera a parir, aparece un artículo llamado Niñas madres con mayúsculas que además de portar esa aberración formulativa, oxímoron que anula la infancia, la usurpa en tanto tal, en una frase de ataque filiatorio.

 

  No puede haber niñas madres, en todo caso quizá hay madres que pueden ser un poco niñas, de allí la formulación que resiste “Niñas, No madres” pero además, se escribe ahí en esa nota casi interpelando a la víctima “sería bueno que estuviesen estudiando a atendiendo a su formación”.

 

  Se suma, la falsa homologación entre niño hijo, niña-joven, mujer con madre, embarazo con deseo. Además de seguir constituyendo redes de atención, a partir de la posibilidad y las luchas por la despenalización y legalización del aborto al que asistimos en nuestros días.

 

Esa posibilidad de innovación jurídica, en el campo del derecho sería el marco habilitante de una transformación de la resignación o la sumisión frente a lo que ocurre, o una clandestinización, o un peligro para la vida de una jovencita o una persona gestante, transformar en un despertar que habilite otro campo de decisión.

 

  Esa transformación jurídica y de lucha social atraviesa sin duda nuestra práctica a lo largo de los años. Luego los avatares de cada quien. De allí lo singular de la escena transferencial y quizá la necesidad de escuchar el olvido como forma de memoria desde el punto de vista del sujeto ya en análisis. Diferentes figuras del olvido en el marco del que se trate. El cruce, los entramados dimensionales entre psicoanálisis, política.

 

 

Imagen*: finalizada el 9 de julio, la cuarentena obligatoria de pacientes y trabajadores de la Salud ante casos de Covid-19 en el servicio del Hospital José T. Borda. Lic. Gabriel Cavia y equipo.

 

 

Nota: Trabajo expuesto en la Mesa Política y Psicoanálisis, UBA. Mesa compartida coordinada por Patricia Ramos, compartida con Sergio Zabalza, M. Clara Areta y Juan Carlos Piegari.

 

 

 

 



[1] E. Carvajal,  “La Composición del Tabú”, Conjetural 70: El fascismo cuando un régimen político no se limita a prohibir ciertas palabras, sino que obliga y exige decir otras.

[2] Julieta Calmels, prólogo al libro de “Enclaves”. 

[3] Lacan; El triunfo de la religión, ponencia de Lacan que merodea lo dicho en esta exposición.

[4] Alejandro Kauffman, Revista Confines 27.

[5] Son nominaciones que encontramos en Lacan, en Ulloa, en Jinkis respectivamente.

[6] La indiferencia y tomar partido, fue un trabajo que realicé en el Seminario del Ramos Mejía en 2018, a partir de la carta desde la cárcel de Gramsci “El odio a los indiferentes”.

[7] Publicada la clase de Jorge Fukelman en  Improntas, Resonancia de una Transmisión, Ediciones Del Dock

[8] Wladimir Yankelevich: sobre el libro titulado Lo imperdonable

 


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