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¿Qué recepción pensar para las psicosis desatadas de sus manicomios?02/04/2002- Por Marcelo Percia - Realizar Consulta

1.
Relatar
una experiencia es trazar un lugar imaginario. Calles que se cruzan, rutas
paralelas, centros con sus márgenes, plazas, un río. Presento un diario de
viaje. Viajar no significa aquí descubrir un continente, tampoco confirmar la
información de los cartógrafos. Viajar es un artificio para pensar. Una
hendidura de distancias en la propia mirada.
En
este texto fuerzo los rastros de Bonneuil para andar en otra dirección. Elijo
puntos de apoyo para una discusión entre compañeras y compañeros que trabajamos
en torno a la idea de una externación asistida en la Provincia de Buenos Aires[1].
No
se trata de establecer una historia. Bonneuil no es Bonneuil. Es una idea que
goza del encanto de lo distante, extraño, extranjero. No propongo seguir a Maud
Mannoni. Ni anunciar que existe un territorio clínico institucional allanado.
Sólo trato de decir que podemos contar con otros. Que contar (con otros)
supone, también, el deseo de narrar algo para acogerse uno mismo. Un dominio en
el que la memoria se abraza con la ficción, el dato con el invento, los nombres
propios con la imaginación.
2.
12
de septiembre de 1969, en un suburbio de París, Maud Mannoni funda (con la
ayuda de amigos y el respaldo de Françoise Dolto, Pierre Fedida, Robert Lefort)
la Escuela Experimental de
Bonneuil-Sur-Marne.
Se
enuncian estas intenciones: “promover
investigaciones pedagógicas y psicoanalíticas relacionadas con los problemas
planteados por el retardo y la psicosis en el niño; crear una escuela
experimental para proporcionar una oportunidad de recepción a cierto tipo de
niños con dificultades; favorecer los contactos con los niños ‘normales’
mediante actividades de esparcimiento en una perspectiva de no segregación;
completar la formación de los educadores, psicólogos, internos, ofreciéndoles
posibilidades de realizar permanencias en la institución; promover seminarios,
conferencias y congresos, así como viajes de estudio e intercambio con los
colegas extranjeros (docentes y psiquiatras). Sede social: 63, Rue Pasteur,
Bonneuil-sur-Marne”.[2]
La
institución nace administrada por una asociación regida por la ley 1901.
Durante un tiempo, que funciona sin apoyo del Estado, las mayores cargas
financieras son asumidas por los padres. Muchos integrantes del equipo son
voluntarios. Desde 1975 se incorpora a la Seguridad Social. Los trabajadores de
la institución son psicoanalistas, artesanos, maestros, algunos
administrativos.
3.
Bonneuil
se hace territorio a partir de esta
pregunta: ¿Qué recepción pensar para las psicosis desatadas de sus manicomios?
Hospitalidad es una palabra
formada con la raíz latina hospes. Se
vincula con hospedar, dar cobijo, acoger, amparar, ofrecer refugio. Deviene en
la idea de atención a un huésped, un visitante, una persona que pide ayuda. Se
puede pensar, también, como hospedarse
en la propia morada. O acogerse como
huésped de uno mismo. Se hospeda a otro, a un extraño, a un extranjero. Tal
vez, locura es experiencia de una
ajenidad que no encuentra hospedaje en uno mismo.
Recuerdo
una declaración a favor de la hospitalidad
que cita Octave Mannoni[3]a
propósito de la reforma psiquiátrica de los años setenta en Francia: “Las cosas sucederían de otro modo si la
locura fuera realmente acogida en la vida cotidiana, si existiera una zona
social de grupos, de redes, de conglomerados, donde la locura formara parte
integrante del tejido comunitario”.
Derrida[4] hace
notar que una misma cadena de significados obra tanto en la palabra hospitalidad como en el vocablo hostilidad. Con la misma raíz (hospes) se dice tanto acogida como enemistad.
Entre
nosotros, manicomio no quiere decir
cuidado de manías. Quiere decir hostilidad
con la locura.
4.
Bonneuil
no es sólo una institución inspirada en Maud Mannoni. Bonneuil es su invención biográfica. El taller de sus ideas, los
sueños relatados en sus libros. La puesta en escena de su ficción teórica.
Maud
Mannoni (1923-1998) interrumpe su formación en Bruselas durante los años de la
guerra. La Universidad cierra para oponerse a la ocupación alemana. Se forma al
margen de las estructuras tradicionales de enseñanza. Respaldada en su análisis
personal comienza a trabajar en un servicio psiquiátrico para adultos del hospital
Brugman y, más tarde, en Anvers, con chicos llamados psicóticos. Las
circunstancias de la guerra propagan a su alrededor una atmósfera de lucha,
cuestionamiento, libertad. “Me
autorizaron a salir con los pacientes de la Institución. La experiencia realizada
en Anvers con adolescentes psicóticos, rechazados por todas las instituciones
psiquiátricas tradicionales, me marcó. Formé con los más difíciles una compañía
de teatro ambulante. Al darle derecho de ciudadanía al dialecto flamenco, que
no era ni la lengua escolar ni la de los profesores, hice posible un retorno a
la violencia de la lengua de su infancia. Pudieron arrancar una palabra
personal a los mandamientos y supersticiones que los gobernaban. Un bombardeo
interrumpió la experiencia. La guerra terminó. Me recibí de criminóloga en la
Universidad de Bruselas. Nombrada analista, miembro de la Sociedad belga de
psicoanálisis en 1948, dejé Bruselas con el proyecto de ir a Nueva York. El
destino decidió otra cosa. Me instalé en París y el hospital Trousseau
(Françoise Dolto) se convirtió para mí en un lugar de formación analítica”.[5]
En
esos años se casa con Octave Mannoni. Importa aquí una alianza intelectual que
lleva a buscar las huellas de Maud en los escritos de Octave, o a entender
ideas de Octave a través de los comentarios de Maud. Una historia de
pensamientos no esposados, ni prisioneros de fidelidad. Ambos se mencionan en
sus libros para recordar fuentes, coincidencias, admiraciones, gratitudes.
5.
La
historia de Bonneuil es, también, la relación de Mannoni con el pensamiento de
Lacan.
16
de febrero de 1966, Lacan en una mesa redonda sobre Psicoanálisis y Medicina[6],
expone, ante la audiencia de la
Salpêtrière, la distinción entre demanda
y deseo. Lacan espera que el
psicoanálisis encuentre su lugar en
los hospitales sin confundirse con la moral médica.
Desde
hace tiempo la figura del médico representa ideales de sabiduría, prestigio,
autoridad. Recuerda que la fórmula de Balint (que dice que el médico al recetar se receta él mismo) pone a la vista lo que
ocurre en un encuentro terapéutico. Lacan vuelve a pensar la relación clínica a
partir de la idea de demanda.
Pregunta qué es lo que pide un enfermo. Aclara que responder que el paciente
solicita ser curado no es suficiente. Dice que el paciente pone a prueba al
médico, lo desafía a que pueda sacarlo
de su condición. Demandar atención no significa pedir ser curado. Algunos
quieren ser confirmados en su enfermedad.
Lacan
evoca una paciente (que padece una depresión desde hace veinte años) que lo consulta
con la esperanza de que no cambie nada. Ante la mínima propuesta de que vuelva
a verlo dos días después, la madre (que había acampado en la sala de espera) ya había tomado recaudos para que
eso no ocurriera.
Para
apreciar la distancia que separa demanda
de deseo, Lacan recuerda lo que pasa
cuando un amigo querido nos pide algo: a veces su solicitud puede no coincidir
con su deseo. Incluso, algunos piden lo contrario de lo que esperan.
En
esa ocasión, menciona su idea sobre el
goce como conjetura que permite pensar la extraña inclinación del deseo por
el dolor. La obstinada servidumbre con la enfermedad. El escándalo de una
humanidad que admite hasta su propia desaparición. El gobierno loco de una
ilusión que se extiende sobre nada.
6.
Estas
ideas tienen vida en la mirada clínica de Mannoni. Bonneuil es una institución
que se rehusa a ser una institución. Un espacio que se impide (a sí mismo)
consolidarse como curso establecido de una cura, de una educación, de una
reinserción social. Bonneuil se entiende mejor como institución contrariada,
tensionada, estallada por esta pregunta: ¿qué está en juego en la demanda de un
enfermo?, o ¿cómo interviene la cuestión del goce (del cuerpo, de la familia,
del psiquiatra, del psicoanalista, del educador, de la institución) en una
enfermedad?
Mannoni
(1984) relata que aprendió, con sus primeros pacientes, que atender a un niño
supone analizar el pedido que hacen los padres cuando consultan. Muchas veces
demandan una solución con la única esperanza de que no ocurra. Recuerda algo
que un chico le dijo, una vez, a Françoise Dolto: “Dios no quiera que la doctora me cure, mi mamá sólo me tiene a mí para
vivir”.
7.
Londres,
primeros años de la década del sesenta. La aventura Bonneuil no hubiera sido
posible sin Winnicott. Una idea suya tiene efectos entre quienes piensan en la
supresión de los hospitales psiquiátricos: Las
psicosis no tienen tanto necesidad de ser curadas como de ser recibidas.
Winnicott
afirma que las psicosis tienen relación con la salud. Dice que en un estado de
salud habitan congeladas innumerables situaciones de fracaso. Esos fracasos
descongelados encuentran acogida en diferentes fenómenos de cicatrización que se ofrecen en el vivir: el amor, la
amistad, la atención de las enfermedades físicas, el trabajo, la poesía.
En
un escrito leído el 18 de marzo de 1959 en la British Psycho-Analytical Society
(que lleva una posdata fechada en 1964)[7] sitúa
cuestiones en torno de las psicosis. Piensa que las psicosis se instalan
cuando, todavía, dependemos de la acogida de otros. Menciona que, durante
cierto tiempo, la clasificación psicoanalítica estuvo relacionada con puntos de
fijación en el desarrollo pulsional. Momentos en que las intensidades
angustiosas necesitaron de sus defensas.
Sostiene
que no se puede pensar una situación clínica sin interrogar las primeras
condiciones de una historia. El desarrollo emocional de un niño depende de los cuidados que recibe. Para poder vivir,
en su inmadurez, necesita del apoyo y de los sistemas de adaptación que le
ofrece la madre. Queda a merced de un arduo pasaje que va de la fusión al
desprendimiento. Afectado por vivencias de amor y de odio, de erotismo y
agresión, hace la experiencia del vivir. Winnicott subraya la importancia, para
el niño y su madre, de una experiencia gradual de separación e independencia.
No atiende la vida de un niño como avatar de su desarrollo instintivo, sino
como una historia de los cuidados y acogidas. Piensa que, en las psicosis, la
regresión es un intento de autocuración. Escribe: “La regresión representa la esperanza que alberga el individuo
psicótico de que ciertos aspectos del medio ambiente que originariamente
fallaron podrán ser repetidos, con la salvedad de que esta vez, en lugar de
fracasar, el medio ambiente triunfará en su función de posibilitar la tendencia
heredada del individuo a desarrollarse y madurar”.
Menciona
que los psicoanalistas suelen hablar de una angustia que llaman de castración o de objeto parcial en las
neurosis y de una angustia que llaman de aniquilación
o de objeto total en las psicosis. Recuerda que el término psicosis da a entender que durante la
primera infancia algo faltó o no alcanzó, algo se hizo debilidad o se sintió
como tensión insoportable.
Winnicott
afirma que enfermamos para escapar de un colapso.
Para componer un espejo de imágenes rotas, quebradas, indefinidas. Para
abrigarnos en nuestra debilidad extrema, para preservarnos de la destrucción.
La enfermedad es invención de una fortaleza inútil. Un conjunto de defensas
locas. El intento de una fuga malograda. Dice que en esos momentos necesitamos
de cuidados clínicos hasta poder
encontrarnos de otro modo. Un derrumbe (break-down),
una destrucción, una fractura, una partición, algo de lo que no tenemos recuerdo tuvo lugar en el pasado. Un
trastorno de madre. Ausencias de abrazo, abrigo, ternura, cuidado que no pueden
ser relatadas porque ocurrieron cuando, aún, no sabíamos de la necesidad de
abrazo, de abrigo, de ternura, de cuidado. Un acontecimiento, que no podemos
pensar, retorna como amenaza descontada de
nuestra historia.[8]
Winnicott
cree en el posible valor terapéutico del enfermar. Retoma una idea freudiana (los delirios como intentos fallidos de una
reconstrucción). Atiende a las psicosis como retorno de defensas que
fracasan. Dice que cuando un estado de fractura se vuelve a hacer presente, el
paciente necesita hacerse lugar para
que ese derrumbe sea posible. Un espacio para hospedarse, esta vez, en su propio desamparo.
Lamenta
carecer de espacios en donde, adolescentes con estados psicóticos, puedan
delirar en momentos de crisis. Lugares en donde los acepten sin pretender enderezarlos o rescatarlos. Sitios en donde no se los medique, apresuradamente,
para tranquilizar a familiares, amigos, enfermeras, terapeutas. Le pregunta a
Mannoni: “¿Por qué me habla usted de
curar, si de lo que se trata es de saber acompañar a un ser en su desamparo”.[9] .
8.
Bonneuil
es, también, un efecto del cansancio de la psiquiatría. Una fatiga que recorre
el mundo: David Cooper en Inglaterra, Franco Basaglia en Italia, Thomas Szasz
en los Estados Unidos o Pichon Rivière en la Argentina. Movimientos
independientes unos de otros que, sin embargo, convergen en la denuncia de la
complicidad de los especialistas con la segregación de la locura. Revueltas que
tienen fuentes diferentes y no mantienen fronteras fijas: las comunidades
terapéuticas (Jones), las teorías comunicacionales (Bateson), las concepciones
sartreanas (Laing y Cooper), un freudismo comunitario (Szasz), la articulación
entre marxismo y psicoanálisis (Pichon), las ideas libertarias (Basaglia)[10].
9.
Bonneuil
se inspira un poco en Kingsley Hall. Un lugar que se presenta como espacio de
ruptura institucional. Escribe Mannoni[11]“Para Winnicott, la psicosis (la
esquizofrenia) estaba mucho más cerca de la salud que la neurosis. Al referirse
a ciertas crisis de adolescencia, habló de las posibilidades de cura espontánea
de la psicosis. Laing retomó esto. En ese momento, Winnicott insistió en que yo
lo conociera. Laing presentaba la psicosis (la esquizofrenia) como una crisis
positiva que desemboca en un progreso y en un ‘cambio de mente’. Denominó a
esta crisis metanoia, explicando que los tratamientos clásicos apuntan a
superar la crisis que necesita desarrollarse con seguridad en un lugar adecuado
para recibirla. Se puede decir que la teoría de la metanoia funciona en
Kingsley Hall como mito curativo”.
Laing
pone en escena ideas de Winnicott. La cura espontánea, en rigor, no tiene nada
de espontánea. Winnicott observa que ciertos episodios psicóticos alcanzan su sentido a condición de que no se los
combata. La proposición cura espontánea
de las psicosis objeta la intervención psiquiátrica. No significa sanación
natural, libre, sincera, auténtica. Espontánea
quiere decir sin psiquiatría, en contra de la psiquiatría, a pesar de la
psiquiatría. Es un pensamiento que valora las vicisitudes del vivir. Entiende
la cronificación de una enfermedad como secuestro institucional de las
potencias de amar, trabajar, crear, conversar.
Para
Laing la esquizofrenia persigue una afirmación personal. Un estado diferente
que puede ser alcanzado tras una crisis. A esa travesía le da el nombre de metanoia[12].
Por su parte, Mannoni discute la llamada regresión metanoica de Laing. Ironiza
que no basta con dejar que alguien llegue hasta el límite para que algo se
arregle. Entiende que la regresión no es una vuelta hacia atrás sino un
recurso. El surgimiento en el presente de un pasado sin historia.
Kingsley
Hall escapa a las definiciones habituales. No es una comunidad terapéutica. Es
un lugar en el cada cual puede hacerse oír. Escuchar las voces de su locura. Un
espacio sin rechazos, sin conducciones, sin modelos curativos.
Kingsley
Hall es un edificio alquilado en 1965, en Londres, para la recepción de pacientes. Un lugar que alberga hasta
catorce personas. Una residencia sin jerarquías ni etiquetas. Un sitio en el
que se admiten conductas que no se toleran en ninguna otra parte. No se trata
de calmar, tranquilizar, adaptar. La gente se queda en la cama o se levanta,
come lo que quiere, cuando quiere, se queda a solas, busca compañía o se va.
Cada cuál tiene su dormitorio. Casi no hay reglas. Las personas se encuentran o
se arrinconan en su soledad. No pueden hacer todo lo que desean, pero tienen la
libertad de no hacer lo que no quieren. En el edificio se celebran reuniones
científicas o se dictan seminarios. Se realizan sesiones de pintura, tejido en
telar, yoga, danzas religiosas de la India, exposiciones, películas, teatro. Concurren vecinos, invitados,
curiosos.
Mannoni
recuerda un episodio que es leyenda. La historia de Mary Barnes. Una mujer que
había sido enfermera en diferentes hospitales. Al poco tiempo de llegar a
Kingsley Hall comienza a embadurnar las paredes con caca. Sus compañeros se
molestan por el olor. Le proponen mudarse a la habitación más apartada de la
casa. Laing la encuentra en el nuevo lugar. Luego de mirar con atención la
pared cubierta de excrementos, dice: “Está
linda, pero le faltan colores”. La mujer imagina otras posibilidades
cromáticas, traba relación con los pinceles, comienza a pintar. Siente
necesidad de hablar de un hermano menor esquizofrénico. Se pregunta si jugar el
papel de enferma no es un modo, desesperado, de salvar a su hermano. [13]
Tal vez el estallido Bonneuil es Kingsley Hall pensado por la experiencia
psicoanalítica de Mannoni. Escribe Maud Mannoni (1976): “Esta psicosis no tiene tanta necesidad de ser ‘curada’ (en el sentido
de una detención) como de ser recibida. Lo que el paciente busca es un testigo
y un soporte de esa palabra ajena que se le impone”.
10.
La relación entre psicosis y
testigo es mencionada numerosas veces
en el seminario de Las psicosis de
Lacan (1955-1956)[14],
transcribo uno de esos pasajes para acompañar la cita de Mannoni: “En suma, podría decirse, el psicótico es un
mártir del inconsciente, dando al término mártir su sentido: ser testigo. Se
trata de un testimonio abierto. El neurótico también es un testigo de la
existencia del inconsciente, da un testimonio encubierto que hay que descifrar.
El psicótico en el sentido en que es, en una primera aproximación, testigo
abierto, parece fijado, inmovilizado, en una posición que lo deja incapacitado
para restaurar auténticamente el sentido de aquello de lo que da fe, y de
compartirlo en el discurso de los otros”.
En
otro pasaje de la reunión del 8 de febrero de 1956, Lacan ofrece una figura
para ilustrar el modo en que un significante (desamarrado de cualquier
significación) puede apaciguar las agitaciones que nos habitan. El modo en que
una forma que sale de nosotros mismos nos sorprende como si fuera un murmullo
exterior. Un eco que nos pertenece como un sonido extraño. Eso que, cuanto
menos lo articulamos a otra cosa, más nos habla. Dice: “Cuanto más ajenos somos a lo que está en juego en su ser, más tiende
éste a presentársenos, acompañado de esa formulación pacificadora que se
presenta como indeterminada, en el límite del campo de nuestra autonomía motriz
y de ese algo que no es dicho desde el exterior, de aquello por lo cual, en el
límite, el mundo nos habla”.
11.
Menciona
Octave Mannoni[15]que,
en esos tiempos, David Cooper no rechaza los medicamentos. Los utiliza, como
excepción, en dosis muy bajas. Explica a sus pacientes referiéndose a la
píldora: “Le doy esto para que podamos
hablar de las cosas que importan”. No dice: “¡Tómese esta pastilla que lo va a curar!”. Cooper cree que para
remediar la locura se necesita impugnar el poder que ejercen los psiquiatras
sobre los enfermos. Invertir el lugar de saber. Imagina una pastilla institucional para que los
médicos dejen hablar a los pacientes. Para que puedan aprender lo que no
entienden.
12.
El
estallido Bonneuil es, también, efecto de las astillas del psicoanálisis en la
razón pedagógica francesa.
Una
de las experiencias mencionadas por Mannoni[16] es la
de A. S. Neill. Considerada, por algunos, la
inspiración del psicoanálisis en la educación. Neill sostiene que a aprender no
se obliga. Es necesario que un niño exprese un pedido para poner a su
disposición los medios de satisfacer su deseo.
En
Summerhill, explica Neill[17] “no tenemos
métodos nuevos, porque no pensamos que los métodos de enseñanza, en conjunto,
sean muy importantes en sí mismos. Poco importa que una escuela enseñe la
división por varias cifras por determinado método y que otra lo enseñe por un
método diferente, porque en definitiva la división en sí misma no posee ninguna
importancia, salvo para el que quiere
aprender a hacerla. Y el niño que quiere aprender a dividir lo aprenderá,
cualquiera que sea la forma en que se le enseñe”.
Propone
una escuela al servicio de las necesidades del niño. Una institución que se
rehusa a una disciplina, a una dirección o a una moral preconcebida. No
persigue, como en las llamadas pedagogías activas, incentivar la curiosidad o
motivar el interés de los chicos. Neill se afirma en la idea de no imponer nada
al niño. Educar es cuidar la autonomía de otro. El educador trata de no querer por el chico, se impide desear en su
lugar.
En
Summerhill, se cultiva la libertad. Los derechos de cada niño terminan donde
comienzan los derechos de los demás. Los alumnos, en una asamblea general,
establecen las normas indispensables para el funcionamiento de la institución.
Neill confía en la función educativa que tiene la participación en un grupo. La
definición, en común, de reglas de convivencia. El compromiso con otro. El
valor de la palabra empeñada.
Neill
entiende que la formación más lograda está en las asambleas. Una experiencia
que ofrece a los chicos un orden simbólico confiable. Cada uno aprende a
reconocer la necesidad de una ley que no depende del capricho de un adulto. Una
normativa, que una vez aceptada, somete a todos por igual.
Un
aspecto notable del relato de Neill es su negativa a imponer una orientación a
los deseos del niño. Sostiene esta posición hasta el fin. Incluso a pesar de
que un alumno no haga nada por mucho tiempo, no reacciona cuando este le pide
consejo sobre qué debe hacer.
Recuerdo esta anécdota: “Enseñame algo,
me aburro”, le pide una niña que no realiza ningún trabajo escolar desde
hace años. “De acuerdo, responde Neill
con interés, ¿qué querés aprender?”. “No sé”, dice ella. “Y bien, yo tampoco”, responde Neill dejándola con la pregunta.
Chatherine
Millot (1979) observa que Neill no percibe es que el niño permanece cautivo de
su demanda de amor. Que aprende por amor. Que compone su deseo por
identificación con el educador. Para obtener su reconocimiento o por miedo de
perder su cariño. La educación, también en Summerhill, actúa como paulatina
adecuación a exigencias de una autoridad. Aunque estas expectativas, supone
Neill, no fueron nunca explicitadas. Prisioneros de la necesidad de que nos
quieran imaginamos, hasta en los silencios del maestro, la inspiración de sus deseos.
13.
Algunos
sugieren que en el estallido de Bonneuil vive la experiencia de Fancisco Tosquelles.
Un joven psiquiatra catalán[18], autor
de un libro que se llama Estructuras y
reeducación terapéutica.
Tosquelles,
detenido en un campo de refugiados, obtiene su liberación para trasladarse al
hospital de Saint-Alban. Sin recursos económicos se pone a trabajar con los
internados. Cortan árboles, venden la madera, hacen trueques. Advierte que los
pacientes mejoran.
Tosquelles
piensa la psicoterapia institucional
a partir de actividades reales en el mundo del trabajo. No se trata tanto de
una propuesta de resocialización como
de la crítica (en acto) de una sociabilidad defectuosa, violenta y coercitiva.
El movimiento no se reduce a cuestionar el hospital psiquiátrico como
institución sino que se propone discutir las relaciones de dominio instituidas a
través del modelo asilar. Una fórmula ilustra esta idea: hay que curar a la institución porque la sociedad está enferma.
Tosquelles
ironiza que las cosas de la vida están tan mal que la paredes del asilo
deberían servir para proteger a los enfermos de la locura de sus familias, de
la violencia de la sociedad, de las injusticias de la historia.
Gillou
García Reinoso[19]
destaca la posición crítica de Tosquelles respecto de las psicosis y las
instituciones. Una idea, dice, que “se
basaba en la creación y sostén de un circuito simbólico de intercambio como
factor estructurante de la subjetividad. Este concepto me parece un antecedente
de peso en el proyecto Bonneuil”.
Recuerda
que Diego García Reinoso conoció a Maud cuando vino a Buenos Aires en 1972 y
que hizo poco tiempo después una pasantía en Bonneuil.
14.
Bonneuil
no sería posible como problema, entre nosotros, sin Pichon Rivière. Pichon es
la contraseña de un estallido: el del psicoanálisis en la psiquiatría, el de
los grupos en los hospicios, el de la poesía en la razón, el del dolor social
en el pensamiento, el de la locura en las familias.
Entre
1965 y 1967, Pichon Rivière[20] sugiere
muchas ideas que tienen relación con desarrollos de Mannoni. Denuncia que la
psiquiatría consuma una expulsión que se puso en marcha en el grupo familiar.
Explica que cuando alguien enferma, la familia tiende a la exclusión. Actúa
como organismo cohesionado que activa un mecanismo de segregación. Se margina
al enfermo para conjurar angustias
que conciernen a todos. El loco designado es portavoz de cosas acalladas en la
familia. Secretos sucios, cuentas generacionales, ideales de sus padres. El
enfermo hace oír una voz que da un testimonio que él mismo no entiende del
todo. Es el depositario de un
fantasma. Un estereotipo loco que tranquiliza y protege a los otros. Los
depositantes, dice Pichon, se hacen los desentendidos, esconden la mano, niegan
lo adjudicado. La segregación es sutil, invisible, continuamente desmentida.
Maud
Mannoni (1984), al comentar otras influencias en su formación de aquellos años,
escribe: “Las investigaciones de Pichon
Rivière, Bleger y Bion, entre otros, pusieron de relieve -en una época en que
yo no conocía sus trabajos- puntos teóricos que coinciden con la tarea que yo
realizaba. El niño ‘enfermo’ aparece allí como el portavoz de la tensiones del
grupo familiar. En efecto, en determinados momentos, la familia puede funcionar
como un grupo cerrado y favorecer en sus miembros todo un juego de proyecciones
introyectivas y de identificaciones recíprocas. Entonces se produce un
equilibrio al precio de la enfermedad de uno de los miembros de la familia. El
‘enfermo’ (ya sea el niño o el
adulto) asume las tensiones del grupo para salvar al conjunto”.
15.
La
visita a Buenos Aires de Maud y Octave Mannoni en 1972[21] resulta
de la gestión de un grupo de intelectuales (médicos y psicólogos) dedicados al
estudio de la obra de Lacan. También participa un conjunto de psicoanalistas
argentinos. Son invitados a discutir con los franceses Arminda Aberastury,
Diego García Reynoso, Emilio Rodrigué, Fernando Ulloa, Marie Langer, Ricardo
Malfé y José Bleger. La convocatoria de los vecinos
cercanos, más allá de los desacuerdos, es un reconocimiento como
psicoanalistas instigadores de la cosa
institucional.
La
presencia de los mannoni agita una
doble revuelta: la del lacanismo y la de las instituciones.
16.
Masotta
comienza con una advertencia para los que buscan capturar claves, contraseñas,
instrucciones. Para los que quieren hacerse
lacanianos como, antes, se habían hecho
kleinianos. Sabe que no se trata de una nueva técnica sino de otra posición.
Sugiere tratar a las doctrinas como a un barrilete: remontarlas, aflojarles el
hilo, soltarlas y permitir que desaparezcan en los cielos.
Los mannoni, entre tanto, no son
partidarios de establecer consejos técnicos sobre cómo se deberían conducir
tratamientos. No les parece interesante indicar a alguien: “Usted tendría que haber dicho esto”. Tratan, en todo caso, de
preguntar: “¿Por qué habrá dicho usted
tal cosa?”.
17.
Otra
recomendación de Masotta es para los interlocutores argentinos que hacen
conexiones entre psicoanálisis y política, vinculan la enfermedad mental con la
alienación social, se declaran a favor del compromiso. Masotta responde que el psicoanálisis no es práctica política, en
psicoanálisis no se trata de hacer política sino de hacerla posible.
En
cuanto a las experiencias institucionales (quizá por rechazo o desconocimiento
del intenso movimiento desatado en nuestro país) se declara en favor de los
franceses. Escribe: “en ellos la lucha y
los interrogantes se plantean en un nivel bien praxisizado, mientras que en
nosotros en un nivel politizado. Lo único que tal vez hubiéramos podido exhibir
ante ellos (por más que pueda criticárselo) habría sido el affaire Grimson.
Acallado, sólo nos quedan nuestros psicoanalíticos, según nos cuentan, viajando
ahora alegremente y en patotas desde Rodríguez Peña a nuestros hospitales y
asilos, para fortalecer -como dice Maud Mannoni- el poder médico con la imagen
del psicoanalista”.
Maud
Mannoni sugiere que el problema de la política puede ser pensado en las
prácticas hospitalarias e institucionales.
Son
tiempos de ruptura en la institución psicoanalítica argentina (se desprenden
los grupos Documento y Plataforma), estallan por todas partes intervenciones en
hospitales y manicomios en las que algunos psicoanalistas ponen en cuestión el
poder médico y las instituciones
psiquiátricas.
Masotta
ironiza lo que mal entiende como
psicoanálisis de una institución. Entre tanto, Fernando Ulloa insiste, tras la
conferencia de Maud, con una pregunta que no cesa: ¿es posible poner a trabajar
el psicoanálisis para pensar las instituciones?
18.
Maud
Mannoni (1998) evoca esa visita a Buenos Aires. Recuerda a Masotta como maestro
de jóvenes sedientos de saber. Un filósofo que habla tanto de Hegel como de
Freud. Un estudioso que conoce de memoria los textos de Lacan.
Lamenta
que su grupo tenga poca inserción hospitalaria. Ironiza una formación que
piensa las psicosis a partir de la lectura del seminario de Lacan sobre el
presidente Schreber sin tener, casi, contacto con pacientes. Comenta que
aquellas discusiones fueron teóricas. Que no fue fácil introducir la dimensión
clínica en los debates.
Dice
que, en cambio, creció una amistad con el resto de los analistas argentinos
(invitados) a través de la pasión común por la práctica hospitalaria. Una
relación urgida por la situación de pacientes en estado de desamparo. Los
prisioneros de las instituciones asilares.
19.
Buenos
Aires, martes cuatro de abril de 1972. Apenas dos años antes se había publicado
en Francia Le psychiatre, son “fou” et la
psychanalyse un texto que es traducido cuatro años más tarde. En su primer
conferencia[22]
Maud Mannoni cita una idea de Ivan Illich que recuerda que las instituciones
ofrecen certidumbres que tranquilizan los corazones, a la vez que encadenan la
imaginación. Menciona a Franco Basaglia, las Comunidades Terapéuticas, la antipsiquiatría
inglesa. Dice (en alusión a la idea de Bleger) que “no se puede tocar cierta rigidez del marco institucional sin movilizar
de inmediato las angustias psicóticas de los pacientes que tratan de guarecerse
tras la protección de una rutina institucional.”.
Mannoni
sabe que las relaciones familiares establecen pautas que dirigen la vida del
niño. Palabras que lo gobiernan sin que nadie lo note. Miradas que trazan un
cerco del que no puede salir. Sospecha que las instituciones, más allá de sus
intenciones terapéuticas, reproducen ese encierro. La captura no se reduce a
una cuestión de muros. Es, antes que otra cosa, un tipo de relación, un modelo
de respuesta. Dice en esa conferencia: “Es
sabido que un análisis devela las palabras que han regido, sin que el sujeto lo
sepa, sus actos, sus opciones, su vida. Lo que a él se le revela es el ‘mito
familiar’ que lo gobernaba. Asimismo, en una Institución hay algo que obedece
al orden de la repetición. Un modo de ser ‘con’ el otro puede conducir en lo
real el llamado a recibir del otro una respuesta represiva (o la reproducción
de un modo patógeno de respuesta familiar). Esto es lo que tenemos que
desenmascarar”.
A
propósito de la idea de estallido de la
institución (institution èclatée)
explica lo que sigue: “La École
Expérimentelle de Bonneuil sur Marne es una experiencia limitada de ‘rechazo’
de las Instituciones. Se trata de un lugar que recibe, sin segregación de
edades, a niños y adolescentes llamados débiles, psicóticos o ‘normales’
(anoréxicos escolares). Los huéspedes así aceptados (en un régimen de media
pensión) intervienen en la organización de la casa (presupuesto, cursos,
cocina, actividades internas y externas). Los mayores trabajan dos días por
semana en el taller de un artesano si lo solicitan. Está asegurado un trabajo
colectivo permanente, lo que permite tolerar las evasiones individuales e
incluso las fugas. Los chicos eligen a sus responsables y comparten los
trabajos, en equipos que se forman y se disuelven. El problema del dinero que
se tiene y del cual se habla, hace surgir a veces temas de orden económico y
político. El único trabajo investido como verdadero es el que se efectúa fuera
de Bonneuil y que se relaciona con la cocina y la subsistencia material. Por
último, los adultos viven con los chicos un tipo de experiencia que excluye
toda relación jerárquica entre los miembros”.
Tal
vez Maud no dijo en 1972 lo que muchos querían oír, en Buenos Aires, sobre la
práctica política de los psicoanalistas. Pero la francesa respondió, a su
manera, con Bonneuil. La idea de estallido
institucional como programa ético. Como intervención política sobre uno
mismo. Como trabajo de demolición de todas las tendencias de segregación. De
todas las formas de institucionalización de la enfermedad.
20.
Pierre
es un chico que llega a Bonneuil a los catorce años. En el hospital de día no lo
quieren. Tiene reservada una cama en el asilo. Dicen que es violento,
impulsivo, peligroso. Un criminal que va a terminar por estrangular a su abuela
para robarle los ahorros. Mannoni relata las idas y venidas de su personaje de
loco. Los modos que tiene de hacerse malo
para contar, para existir en la escena de su fantasma. En los primeros meses,
Pierre protagoniza episodios de agresión en los alrededores que provocan
intervención de la policía. Parece disfrutar cada vez que es traído en un
automóvil oficial. Se pide a la policía que no intervenga. De a poco, retorna
cierta tranquilidad. Sin embargo, las dificultades para encontrar un lugar en
Bonneuil, en el pueblo, en una casa familiar, continúan. Conciben la idea de
enviar a Pierre a vivir en compañía de un amigo en las montañas. Un día conoce
a unos obreros que construyen una casa. Lo invitan a trabajar con ellos durante
dos meses. Nada malo ocurre. Ninguna violencia, ninguna amenaza, ningún
desarreglo. No necesita de su papel de chico peligroso. No tiene que ampararse
en la etiqueta de su enfermedad. A su regreso parece otro. Ese cambio
desequilibra, sin embargo, relaciones ya establecidas con sus compañeros en
Bonneuil. Requerido en el lugar de enfermo, poco a poco, retorna en Pierre el
chico peligroso.
En
otro momento, Pierre quiere ir a Inglaterra. Algunos chicos que pasaron por
Bonneuil estudian allí. Es enviado a una escuela granja. Enseguida reitera sus
conductas violentas: fugas, peleas, destrozos. El director reprocha a la señora
Mannoni que el chico está loco. Ella responde que enviará por correo un
certificado médico en el que consta su buena salud mental. Opina que es un
chico mal criado. El director reúne a todos los adolescentes. Sugiere que se
hagan responsables del muchacho. Todos, salvo uno, aceptan cuidarlo. El
director permite que se quede. Aclara que no quiere que intervenga la policía.
No permitirá agresiones a niños menores. Exige que se protejan entre ellos. Al
día siguiente, Pierre lastima a un chico pequeño. Los adolescentes se hacen
cargo de la situación. Pierre recibe una paliza que lo deja en cama durante
días. Le ofrecen una respuesta fuera de la psiquiatría. No lo tratan
resguardado tras la figura de loco.
No lo consideran excepcional. Los chicos mayores le dicen: “Te queremos con
nosotros. Nos comprometimos a cuidarte, pero agredir sin motivo a un niño menor
no está permitido”.
La
historia sirve a Mannoni para denunciar los riesgos de la institucionalización.
Advierte que las terapéuticas institucionales pueden terminar por fijar, aún
más, la enfermedad. Denuncia la perversión de las instituciones. Su vicio
segregacionista. Recuerda una idea de Groddeck que dice que lo que cura es la
vida misma. O una sugerencia de Winnicott sobre lo que llama los tratamientos del vivir, esas formas
de la fantasía, el amor, la amistad, el juego, el arte, con las que los humanos
se atienden en sus angustias.
21.
Buenos
Aires, viernes 1 de abril de 1972, se discute una situación clínica presentada
por Maud Mannoni, la paciente se llama Sidonie.[23]
Es
la historia de una adolescente que sufre desde hace dos años una anorexia
grave. Después de cada una de las cinco internaciones (en las que es alimentada
por la fuerza), al regresar a su familia vuelve a negarse a comer o intenta
destruirse tomando cantidades desmesuradas de vinagre, aspirinas y limones. Un cuerpo médico agotado la declara
incurable. Considerada histérica y psicótica, tiene reservado un lugar en un
hospital psiquiátrico. Escribe Mannoni: “Perdido
por perdido, le dicen a la familia, vayan ustedes a ver a una psicoanalista”.
El
tratamiento de Sidonie atiende diferentes asuntos. Me detengo en uno: la
institución como escenario. Un espacio que ofrece tanto cuidados médicos como
tratamiento analítico.
Mannoni,
a través del relato de Sidonie, intenta discutir con los modelos de cura
tradicionales. Durante todo el proceso, se pregunta cómo introducir una
ruptura, un corte. En el momento de imponerse una internación trata de sostener
la continuidad del tratamiento en un encuadre de despsiquiatrización. Quiere
saber si es posible una internación que no institucionalice la enfermedad. Un
espacio que ofrezca, al mismo tiempo, sostén y protección contra la angustia.
Una
pregunta que urge en un estado apremiante. En una situación límite en la que
alguien se deja llevar por todas las formas del abandono. Mannoni dice que, en
un momento del tratamiento de Sidonie, la experiencia de libertad no podía ser llevada más lejos sin implicar la privación de la libertad por la muerte
real.
Establece,
entonces, una división de funciones con el médico. El doctor Bouhour asume la
responsabilidad de cuidar de la vida de Sidonie. Recuerda una ley jurídica que
indica que no se puede dejar morir, impasibles, a personas que están en
peligro. Mannoni relata cómo le habla, en aquella ocasión, a Sidonie: “le dije que ella había llegado a donde
había querido: hasta las puertas de la muerte. Ahora, no podíamos nosotros ir
más lejos sin faltar a la ley. No se trataba de sentimientos. Existía una ley
humana y había que conformarse a ella. Por eso, el doctor Bouhour se ocuparía
de su cuerpo físico, mientras yo seguiría siendo su analista”.
Entiende
que asumir el riesgo de la muerte no supone asistir a la muerte de alguien. La
posibilidad de la muerte concierne a cualquier tratamiento. El riesgo de morir
es parte de la vida. Dice Mannoni: “Desde
el momento en que la madre introduce en el mundo a un ser viviente, ella pone
en el mundo a un destino que, para ser tal, debe poder incluir en sí el riesgo
de la muerte. Las madres de los psicóticos, bajo condición de conservar muertos
a sus hijos vivos, rechazan el riesgo de muerte de esos hijos”.
El
doctor Bouhour (en una nota que incluye en su relato Maud) explica que ante el
peligro de muerte decide actuar con todo su equipo. Las intervenciones para
salvar la vida de Sidonie son, a la vez, acciones médicas y escenas dramáticas
susceptibles de ser analizadas. El cuerpo médico y el cuerpo de enfermería, en
las puertas de la muerte, procuran un renacimiento que es a la vez un dato
biológico y una fantasía. Recuerda Bouhour que, de diferentes modos, le dan a
entender a Sidonie lo siguiente: “Este
cuerpo, para vivir, precisa alimentarse como un bebé: he aquí, pues, cinco
comidas por día, papillas, alimentos en muy pequeños trozos”.
Sidonie
es tratada como una recién nacida. Pero esa escena no se consuma sólo como acto
médico sino como acto psicodramático. Es una situación que se produce (a la
vez) para cuidar y para analizar. Mannoni no relata sólo un episodio de
colaboración entre la institución médica y un tratamiento psicoanalítico.
Piensa la institución (y cada uno de sus actos) como un espacio que sostiene la
producción de un conjunto de escenas que se ofrecen para ser analizadas. Creo
que el relato de Sidonie pone a trabajar la pregunta de si es posible sostener
una posición que cuide de la vida, sin desconocer los caminos de su deseo, ni
los entreveros relativos al goce en el que se
vive fascinada por una muerte imaginaria.
22.
Maud
Mannoni(1998) piensa que el muro no es hoy el asilo sino la mentalidad de los
funcionarios. Bonneuil desde su creación soporta las amenazas de una
administración que quiere uniformar los lugares de asistencia.
Las
burocracias de la salud se rigen por las estadísticas que muestran números de
pacientes colocados. No importa si,
ahora, se los ubica como objetos de
un manicomio sin muros. El sistema prefiere la comodidad de la normalidad administrada que ofrecen las
neurociencias. Advierte sobre las políticas que anuncian una nueva
institucionalización en familias rurales a las que se propone criar discapacitados en lugar de cuidar
cerdos.
Piensa
que el tratamiento de un joven que se encuentra en una situación grave necesita
atender todas las relaciones en las que vive. Explica que, para ayudar a alguien
a vivir sin la etiqueta de su enfermedad, se necesitan muchos años de
preparación. Un trabajoso pasaje no despojado de momentos de crisis. Tiempo
para que cada joven haga la experiencia de contar con un semejante. La
oportunidad de un espacio en el que sea posible la vivencia de desamparo junto
a otros.
23.
En
una conversación[24]
Mannoni alerta sobre la supresión de las camas en hospitales sin haber
inventado espacios alternativos para vivir. Dice a propósito de Bonneuil “...hemos logrado que aquellos a los que
hemos podido ayudar a salir de su situación, sean recibidos en provincia por un
habitante, aceptados en un trabajo junto a los artesanos, los agricultores y
lleven una vida al aire libre. Mientras que lo que ocurre en el psiquiátrico es
totalmente siniestro. Tienen allí un departamento terapéutico en donde ponen a
todos los locos juntos, algo que un día u otro termina mal; o viven aislados en
un pequeño departamento, con dificultades con sus vecinos y se encuentran en
una soledad verdaderamente atroz”.
Da el ejemplo de un joven adulto que fue acogido por todo un pueblo.
Acepta
la posibilidad de una internación que no excluya ni segregue. Recuerda que, en
ciertas ocasiones, la internación ofrece un lugar para ayudar a personas que
sufren. No cree que los hospitales generales pueden cumplir esa función.
Recuerda, como ejemplo de espacio de cura, la institución que dirige Oury en La
Borde.
En
relación al papel del psicoanálisis en Bonneuil, Mannoni responde que todas las
personas que trabajan en la institución han tenido o tienen experiencias
analíticas, ellos mismos, como pacientes. Muchos niños concurren a tratamientos
fuera de la institución. Dice Mannoni: “El
análisis no se hace en Bonneuil, porque estimo que es necesario otro lugar para
poder hablar de la institución; no se puede ser, al mismo tiempo, parte de la
institución y de la rebelión del niño. Por esa razón ha sido incluida en el
precio diario de estadía, la posibilidad de tener sesiones de terapia fuera de
Bonneuil, en privado, con los analistas con los que tenemos la costumbre de
trabajar.”.
¿Un
lugar para vivir? ¿Un sitio pensado analíticamente para niños psicóticos sin
que el psicoanálisis se practique en sus habitaciones? La idea de estallido de la institución advierte
sobre los peligros de la institucionalización. La instalación de cada uno en su
enfermedad. Es cierto, los tratamientos se realizan fuera de la institución.
Pero, quizá, como sugiere Mannoni, la institución misma funciona como
tratamiento. Como crítica de sus propias tendencias cronificantes. Como
destitución de lo que tiende a establecerse.
24.
Gregorio
Devito, uno de los psicoanalistas[25] que
trabaja, en la actualidad, en Bonneuil, recuerda intervenciones de Mannoni. Le
dice a un chico que agrede a otro: no es
necesario que le pegues para que yo te mire. No descarga una observación
moral (pegar es malo o no está permitido).
Busca un modo de interrogarlo sin caerle encima con una normativa. Ante la
actitud violenta de otro chico, le aclara: no
necesito de tu gorila para hablar con vos.
[1]El Programa de Rehabilitación y Externación Asistida (P.R.E.A) fue creado hace dos años en el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires con la dirección de Carlos Linero. La experiencia se abre paso (con desarrollos distintos) en los Hospitales José Esteves, Alejandro Korn, Domingo Cabred.
[2]Mannoni, Maud (1976). El psiquiatra, su “loco” y el psicoanálisis. Siglo Veintiuno Ediciones. Buenos Aires.
[3]Mannoni, Octave (1980). Administración de la locura, locura de la administración, 1975. En Un comienzo que no termina. Editorial Paidós, Barcelona.
[4]Derrida, Jacques y Dufourmantelle, Anne (2000). La hospitalidad. Ediciones de la Flor, Buenos Aires.
[5]Mannoni, Maud (1984). El síntoma y el Saber. Gedisa. Barcelona.
[6]Lacan, Jacques (1999). Psicoanálisis y Medicina. En Intervenciones y Textos. Editorial Manantial. Buenos Aires.
[7]Winnicott, D. W. (1979). Clasificación: ¿Existe una aportación psicoanalítica a la clasificación psiquiátrica? En El proceso de maduración en el niño. Editorial Laia, Barcelona.
[8]Octave Mannoni sugiere que Winnicott trabaja con la noción de forclusión sin tener que tomarla de Lacan porque la encuentra en su clínica a propósito de la idea de break-down.
Mannoni, Octave (1982). Un comienzo que no termina. Paidós, Barcelona.
[9]Mannoni, Maud (1998). Lo que falta en la verdad para ser dicha. Nueva Visión, Buenos Aires.
[10]En Francia esa revuelta tiene, también, diferentes expresiones. Menciono la política del sector y el movimiento de psicoterapia institucional difundido en la clínica de La Borde que dirige Oury.
[11]Mannoni, Maud (1984). El síntoma y el saber. Editorial Gedisa, Barcelona.
[12]El término puede traducirse como cambio de espíritu o conversión.
[13]Mary Barnes fue conocida como pintora. Expuso en Londres y Nueva York. Publicó un libro de Memorias.
[14]Lacan, Jacques (1998). El Seminario Libro 3. Las Psicosis (1955-1956). Ediciones Paidós. Argentina.
[15]Mannoni, Octave (1989). Movimiento antipsiquiátrico. En Un Intenso y Permanente Asombro. Gedisa, Buenos Aires.
[16]Mannoni menciona, también, como antecedentes de Bonneuil las experiencias de Makarenko en la entonces URSS de la revolución, el movimiento que propicia Freinet (en 1920) en Francia, la aventura de Lorenzo Milani (en 1954) en Barbiana (una pequeña aldea toscana sobre las montañas).
[17]Citado en Millot, Catherine (1979). Freud Anti-pedagogo. Editorial Paidós, México.
[18]Tosquelles es un médico anarquista que escapa a Francia después de la guerra civil española. Realiza, durante los años de la ocupación alemana, unas experiencia de intervención psicoanalítica en el asilo. Durante esos años se reúne allí un grupo que frecuentan, entre otros, Bonnafé, Daumezon, Lebovici, Ajuriaguerra, Lacan, Paul Eluard, Tristan Tzara.
[19]Una entrevista realizada por Rebeca Hillert.
[20]Pichon Rivière, Enrique (1975). El proceso grupal. Del psicoanálisis a la psicología social. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires.
[21]La recopilación ordenada de las conferencias, debates y discusiones a los que dio lugar la visita de Maud y Octave Mannoni fueron publicados en Cuadernos Sigmund Freud 2/3. Maud y Octave Mannoni. El estallido de las instituciones. La edición de este Cuaderno es febrero de 1973. El Comité de Dirección estaba integrado por O. Masotta, J. Jinkis, M. Levin, H. Yankelevich.
[22]El texto es publicado un año después en Francia.
Mannoni, Maud (1997). La educación imposible. Siglo Veintiuno Editores, México.
[23]El relato, que está en el libro “El psiquiatra, su ‘loco’ y el psicoanálisis”, forma parte de un capítulo que se llama “La institución como refugio contra la angustia”. Mannoni trata de pensar allí el papel de las instituciones como recurso clínico.
[24]Una entrevista de Mario Pujó con Maud Mannoni y Michel Polo, publicada con el título La salud mental hacia el final de siglo. En Revista Psicoanálisis y El Hospital. Número 9. Inviernos 1996. Buenos Aires.
[25]El relato lo tomo de una entrevista realizada por Luciana Volco el año pasado, que me envió gentilmente.
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