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El escrutador de almas de Georg Groddek* Segunda parte

10/04/2001- Por Sandor Ferenczi -

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EL ESCRUTADOR DE ALMAS DE GEORG GRODDEK*

Es apenas posible resumir el contenido de la novela. Su protagonista es un solterón de edad mediana, cuya soledad, ocupada por reglas y apacibles lecturas, se ve molestada por la sorpresiva aparición de una hermana que ha enviudado y su hijita núbil. Nunca se nos dice de forma explícita qué sucede verdaderamente entre esta hermana y nuestro protagonista y apenas lo podemos adivinar a partir de oscuras alusiones. En las camas de la casa anidan insectos -chinches-, en cuya aniquilación Weltlein participa celosamente. Durante la caza de estos parásitos sedientos de sangre, el protagonista se vuelve "loco", es decir, se libera de las ataduras, que establecen de ordinario la herencia, la tradición y la educación. El protagonista se "altera", cambia de nombre y se convierte en vagabundo, aunque su dinero y las antiguas relaciones le siguen asegurando el acceso a las capas altas -y muy altas- de la sociedad. Y donde quiera que se dirija, Weltlein hace uso de su libertad de loco para arrojar a la gente la verdad por la cabeza; así, también el lector llegará a escuchar verdades que incluso Groddek no se atrevería a decir sin el traje de bufón. Así, vemos y oímos a nuestro Müller-Weltlein actuar de este modo en la cárcel de una comisaría, en un club de bowling burgués, en la sala de enfermos de un hospital , en una galería de arte, en el jardín zoológico, en un vagón de cuarta clase, en una concentración popular, en un congreso feminista, entre experimentadas prostitutas, entre embusteros y chantajistas, o incluso de juerga con un príncipe de la realeza prusiana. En todos los sitios habla y se comporta como un verdadero "enfant terrible" que se da cuenta de todo y lo dice sin consideración. Weltlein reconoce abiertamente la esencia inevitablemente infantil del adulto y se burla de de los hipócritas jactanciosos y fanfarrones. El leitmovit de su locura, su "estereotipia", por así decirlo, sigue siendo -evidentemente, un resto mnémico del acontecimiento traumático aludido- la chinche, cuyo múltiple simbolismo no se cansa de repetir. Pero ya antes de volverse loco, el protagonista se divertía como un niño con cada semejanza simbólica que descubría y en cuyo rastreo era un maestro. El simbolismo, que el psicoanálisis no sin vacilar coloca como uno de los factores productores de pensamiento, está instalado hondo para Weltlein en lo orgánico, quizás en lo cósmico, y es la sexualidad el centro alrededor del cual gira todo el mundo simbólico. Toda obra humana es representación figurativa de los genitales y del acto sexual, de esta imagen originaria, de este modelo de toda ansia y aspiración. Una grandiosa unidad domina el mundo; la duplicidad de cuerpo y alma es una superstición. El cuerpo entero piensa; los pensamientos pueden ser expresados bajo la forma de un bigote, de un callo, de deposiciones. El alma es "contagiada" por el cuerpo; y el cuerpo, por los contenidos del alma; no habría que hablar de un "yo"; uno no vive sino que es "vivido" por algo. Los "contagios" más fuertes son los sexuales. Quien no quiere ver el erotismo se vuelve miope, quien no "puede oler" algo, se resfría; la forma de la zona erógena elegida puede manifestarse en la constitución del rostro, por ejemplo, como papada. El religioso es "contagiado sacerdotalmente" por su talar, no es la mujer la que teje la media sino el trabajo manual el que enreda al género femenino en una insignificancia digna de piedad. La producción más alta del ser humano es el parto; los esfuerzos espirituales del varón son sólo ridículos intentos de imitación de aquél. El ansia de hijos está tan generalizada -en el hombre y en la mujer- que "nadie se vuelve gordo, a no ser por un deseo de hijo insatisfecho". Incluso la enfermedad y las heridas no son solamente fuente de sufrimiento, de ellas brota también "la nutricia fuerza de la completud".

Naturalmente, en donde mejor se siente Weltlein es en el cuarto de los niños, donde puede divertirse, jugar con aquéllos y disfrutar de su erotismo aún ingenuo. Pero con mucha malicia golpea contra los eruditos, especialmente los médicos, cuya estrechez es el blanco preferido de su burla. Tampoco el dogmatismo psicoanalítico se salva de esta fina ironía que se vuelve pura ternura si se la compara con la crueldad con que es puesto en ridículo "el psiquiatra de escuela". No sin melancolía escuchamos el final del destino catastrófico de este mártir sonriente. Weltlein muere en un accidente de ferrocarriles, aunque incluso después de la muerte no reniegue de su cinismo: su cabeza no se encuentra por ningún lado y su identidad puede ser determinada sólo por medio de algunos restos de su cuerpo, algo que intenta hacer -curiosamente- sólo la sobrina.

Esto es una muy apretada síntesis del contenido de esta "novela psicoanalítica". Seguramente el Weltlein de Groddeck será "interpretado, comentado, destruido, insultado y malcomprendido hasta la muerte", como dice Rabelais en los Contes Drôlatiques. Pero así como nos fueron conservados Pantagruel y Gargantua, del mismo modo un tiempo futuro quizás permita que se le haga justicia a Weltlein.

Traducción: Nicolás Gelormini.

* Publicado en Imago Zeitschrift como reseña de la novela de Georg Groddek Der Seelensucher. Ein psychoanalytischer Roman, Internationaler Psychoanalytischer Verlag. Leipzig y Viena, 1921 (Hay versión castellana. El escrutador de almas. Novela psicoanalítica, Ediciones Era, México, 1971).


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