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Tango al diván: silbando bajito

28/06/2021- Por Juan Trepiana - Realizar Consulta

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Con esta cita de “Caras y caretas” de mil novecientos dos comienza el libro de José Gobello, “Breve historia crítica del tango”: “En 1870, antes de la peste grande, los mozos bien comenzaron a vestirse de morenos, imitando nuestro modo de hablar, y los compadritos imitaron la milonga”. Se trata de un reportaje a una anciana negra cuyo nombre se pierde en la historia y es, a un tiempo, el nombre de toda la negritud decimonónica, que pareciera haber quedado sin inscripción en la orilla oeste del Río de la Plata, hasta hoy.

 

                            

 

                        “La fiesta y el ritmo de los negros”, óleo de Pedro Figari

 

 

  El tango ha recibido reclamos de filiación por parte de la negritud, del criollismo y de la transculturación europea atravesada de óperas y psicoanalistas y filósofos y poetas de la modernidad. Toda esta colonización tardía y refinada, ya sin necesidad de cruces, hogueras o espadas, incluyó en la “aldea global” a nuestra ribera rea, a partir de lo que se dio en llamar “La guardia nueva”.

 

  Todos los mitos reciben reclamos de filiación; cualquier cacatúa quiere ser el padre de la criatura. Son voluntarios a un parricidio a la junguiana, postulantes a constelarse para que el niño viva, evolucione y sea otro, perdido para siempre. Lo mismo pasó con Gardel: Argentina, Francia y la patraña maravillosa del ingenio uruguayo (caí en la trampa). Lo mismo pasó con todos los mitos, sin más.

 

  La tradición euro culta atravesando para siempre una música, una literatura, un modo inmigrante de reflexión, una forma de la melancolía levantada en símbolos hasta la rebelión y el “amasijo”, contra el duelo del mandato freudiano. El único duelo posible lo narró Borges mil veces, sin científicos de arma de gatillo, sino en el baile del cuchillo. Su poema, ineludible, sobre el tango dirá, como si nos enseñara un mantra:

 

El Tango crea un turbio pasado irreal que de algún modo es cierto, el recuerdo imposible de haber muerto peleando, en una esquina del suburbio.” 

 

  Con el cuerpo en la sociodinámica rioplatense y el alma del otro lado del Atlántico, no hubo, en general, duelo posible, sólo hubo melancolía y más melancolía, destinalmente, tango.

Bajamos de los barcos, vanidad de vanidades, anhelos del viento. El absurdo de pensar nuestro ADN cruzando el océano y quedándose para siempre. Caigo ahora en la trampa de moda, el hipergenetismo, el cerebrismo salvaje. Ya nadie baja más de barcos, ya el barro de la historia.

 

  Algún Freud rioplatense y onírico habría condensado un boceto de libro inédito ad infinitum: “Duelo y melancolía y tango”.

Sin embargo: “Padre, entonces ¿no ves que estoy ardiendo?” Este sueño, un clásico, sí fue publicado.

 

  Escandido salvajemente, se nos ocurre a la hora de estas palabras, una aproximación al tango más confiable que los chistes sobre la edipización forzada, el lamento del cornudo, los malvones y los faroles ortopedizando siluetas de guapos que, finalmente, nadie vio jamás.

 

  Los que jugaron a ser tangueros a partir de la década del sesenta produjeron una dislalia fatal, de emisión lateral, con nuevas lunfardías falseadas y forzadas, una pseudo resistencia llena de moños, almidones, peluquines y artefactos dignos de Dorian Grey. Envejecieron ellos, el retrato sigue vivo, se repiensa après-coup y canta y baila.

 

  Aparecieron los apólogos, los pontificantes defensores, los restauradores de una verdad con pretensión de “Real”. Se trató de, al negar la evolución ya puramente vernácula, perpetuar una máscara de cera, una juventud eterna que no era necesaria, que se volvió redundante y ridícula en la mayoría de los casos.

 

  El viejo Urano se resiste a morir castrado por su hijo mejor, Cronos. Del esperma y el mar nacerá Afrodita. El límite es punto de partida, esto es lo más complejo de entender. La ley estaba inscripta, el tango era un constructo mañero y neurótico, “histérico en su fóbica obsesión”, así son los mitos, así su lógica disparatada de poder ser y no ser al mismo tiempo, como en los sueños.

 

  Ya Piazzolla y Rovira, allá lejos antitéticos, parecían garantizar la ruptura de un espejo invalidante, finalmente el parricidio queda consumado y la tanguidad fue fecunda a pesar de un duelo sin melancolía, de una cuna de corralón y de arrabal bien proletario.

 

  Siguiendo el capricho de esta hipótesis aleatoria, el tango es duelo no consumado, melancolía “sublimada” y paradojal, contra freudiana, si se me permite.

Si hubiera habido duelo el tango sería, como gustaba decir Horacio Ferrer, respuesta filosófica del inmigrante. Creo, contrario sensu, más en un modo de preguntarse, de filosofar sí, poetizando en un deseo de reflexión que sometido a la demanda pierde, “lo” pierde irremediablemente.

 

  Luego necesariamente lo inefable. Ya símbolo, deviene atolondradicho (disculpe la ortodoxia mobiliaria y cientificista, que piensa que hay cosas que sólo suceden en divanes entre díadas mágicas narcisísticas a las que siguen llamando “dispositivo”. Disculpen, digo, al tango en su pobreza, en su arrabal, en su marginalidad que a veces supo encontrar su dispositivo en el café o en el prostíbulo, de ser necesario), luego poema, música y cuerpo, fuego en la danza, una de las más sublimadas del mundo, seguramente.

 

  También el burdel tiene diván, vuelvo para los lectores que dirigen el goce a la supuesta propedéutica prostibularia del género artístico de marras y vuelvo porque vuelvo: la geisha rioplatense es confesión, destino contingente de la pulsión, objeto perdido, semblante. Tal vez como la geisha de Yasunari Kawabata, que abrigará el tango un rato después en la apretada historia de un siglo lleno de arborescencia, matices y misteriosos entrecruces, entreveros y paraísos perdidos, protofantásticos, que se vuelven fantasmas contumaces.

 

  Lejos quedará el río “lindo y sucio” como llamó Ferrer al lugar donde seguirán soñando hoy sus cenizas, de contracara a la noche, de contracara a un cielo de venusinas que él parió en su canción.

 

 

Japón, París, Buenos Aires

 

Me pregunto por las cenizas de Kawabata. Conocí, tango gratia, su casa en Kamakura, cerca de Tokyo, su arrabal “ponja” y bello, como San Telmo, igual, como el abasto de hace cien años.

 

  El tango es danza moebiana y rizoma. Por dónde se guste, por cualquier contingencia milonguera es posible entrar pero, entrar es, necesariamente, imposible.

Su música es la realidad “esquivada” por los psicoanalistas hipoacúsicos. El infans arrojado al lenguaje, como proponemos, tal vez sea en realidad, arrojado a una melodía ignota y tan conocida a la vez, consolidada y consolidándose a pura pérdida. La nota perdida, la melodía perdida.

 

  Sus letras, su literatura, es sombra de griegos, Heráclito y Homero Expósito, Shakespeare y Ferrer sólo por nombrarlo por tercera vez, él llamó a Piazzolla “mi Mozart milonguero” y todo se entendió para siempre.

 

  Necesariamente herético, disparatado y suicida, como corresponde, el tango fue cómplice de un psicoanálisis porteño incipiente con José González Castillo, Fidel Moccio, León Ostrov, Pichon Rivière y mil personajes más que existirían aunque no hubieran existido jamás. Sin embargo no soy justo al no nombrarlos a todos. 

 

  Sólo quiero del lector, un segundo para ratificar a Ostrov en esa lista: “No sé si yo siempre lograba psicoanalizarla, pero ella siempre me poetizaba a mí”. Su paciente (quisiera decir su analizante) era Alejandra Pizarnik.

 

  No está en mi conocimiento la opinión que Pizarnik tuviera del tango, puedo inferirla arbitrariamente, salvajemente; no lo haré. Sólo sé que cada texto de Alejandra es tanguidad en estado puro. Nada más que por París, pas tout, sucursal bohemia de un Río de la Plata que no alcanza, desbordado de ajetreo jubiloso, espejo de un porteño siempre, vuelto a la tristeza. Tal vez porque el objeto está perdido y lo siente así sin poder nombrarlo del todo, la palabra es pérdida. El tango no parará de buscarlo a cada síncopa, a cada síncope, a cada desgarro.

 

  Digo Alejandra, sólo por ese París semblante de ‘a’ para melancólicos porteños, para sabihondos y suicidas que, seguramente, no saldrán de Almagro jamás.

Y pareciera no costar nada la escansión en este discurso que el tango es: si digo “empatía” pienso en Expósito:

 

“Margo ha vuelto a la ciudad, con el tango más amargo. Si ha llorado tanto Margo que dan ganas de llorar” o en la protagonista ausente de “Percal”, destino trágico repetido en el tango tanto como en la ópera “Traviata”, “Carmen”, “Madame Butterfly”: “Te fuiste de tu casa, tal vez nos enteramos mal.”

 

  Mito del héroe, destino trágico, eterno retorno.

 

  Hace unos días, me cuesta poco la auto referencia (¿qué tiene uno más que versiones de una escena, tan propia, tan ajena y recurrente? Somos hijos de madres que nos acunaban “tangamente”). Decía: hace unos días leí “El espejo y la máscara” borgiano y supe que ya no debía leer nada más, todo estaba allí y claro, todo era ausencia, ese único asunto que nos es dado, aquello a lo que somos arrojados, una falla, un soliloquio.

 

  Danza, melodía perdida y un ramo inmenso de versos. Lo supieron Borges y Lacan, Celedonio y Pichon Rivière. Mundos paralelos, realidades sincrónicas.

 

  Moebianamente, queda volver a los sueños de inmigrantes o mejor, a sus vigilias reparadoras que, al laburar sin descanso, nos parieron todos los sueños para que nosotros pudiéramos soñar por ellos.

 

  Si querés, solo por hoy, llamale “Tango”.

 

 

Arte*: Pedro Figari Solari (1861 – 1938). Pintor uruguayo. Abogado, político, filósofo y pedagogo. Artista de recorrido posimpresionista, primitivista, y en el impresionismo americano.

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Referencia bibliográfica informal:

 

“Primera nieve en el Monte Fuji” Yasunari Kawabata

“El espejo y la máscara” Jorge Luis Borges

“El tango” poema, Jorge Luis Borges

“Milonga de Calandria” Jorge Luis Borges

“Griseta” José González Castillo

“Cafetín de Buenos Aires” Discépolo y Mores

“Margo” Homero Expósito y Armando Pontier

“El tango arte y misterio” Horacio Ferrer

“Breve historia crítica del tango” José Gobello

“Poesía completa” Alejandra Pizarnik

“Correspondencia Pizarnik” Ivonne Bordelois

“La interpretación de los sueños” S. Freud

“Duelo y melancolía” S. Freud

 


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