El libro de Manuel, Cortázar, literatura, política y quitinosidad
16/03/2006- Por Enrique Guinsberg - Realizar Consulta
Es muy conocido que, durante gran parte de su vida, Julio Cortázar nunca se interesó, y mucho menos escribió, sobre problemáticas sociales y políticas de su tiempo. Al contrario: siempre fue un escritor claramente afrancesado que se aleja definitivamente de Argentina para radicarse en París en 1951 por su oposición y desagrado al el peronismo que gobernaba su país. Recién es en la década de los '60 que comienza tanto su proceso de politización como un interés por América Latina que marcarían su camino futuro y lo seguirían hasta su muerte en 1984.
Es
muy conocido que, durante gran parte de su vida, Julio Cortázar nunca se
interesó, y mucho menos escribió, sobre problemáticas sociales y políticas de
su tiempo. Al contrario: siempre fue un escritor claramente afrancesado que se
aleja definitivamente de Argentina para radicarse en París en 1951 por su
oposición y desagrado al el peronismo que gobernaba su país.
Recién
es en la década de los '60 que comienza tanto su proceso de politización como
un interés por América Latina que marcarían su camino futuro y lo seguirían
hasta su muerte en 1984. Cambio tan fuerte que no modifica sus criterios
estéticos y formas literarias, pero sí sus intereses, claro ejemplo de lo cual
son sus afirmaciones:
“¿No te parece en verdad paradójico que un
argentino casi enteramente volcado hacia Europa en su juventud, al punto de
quemar las naves y venirse a Francia sin una idea precisa de su destino, haya
descubierto aquí, después de una década, su verdadera condición de
latinoamericano? (...) A veces me he preguntado qué hubiera sido de mi obra de
haberme quedado en Argentina; sé que hubiera seguido escribiendo porque no
sirvo para otra cosa, pero a juzgar por lo que llevaba hecho hasta el momento
de marcharme de mi país, me inclino a suponer que habría seguido la concurrida
vía del escapismo intelectual que era la mía hasta entonces (...) De mi país se
alejó un escritor para quién la realidad, como la imaginaba Mallarmé, debía
culminar en un libro; en París nació un hombre para quién los libros deberán
culminar en la realidad (...) Hace veinte años veía yo en un Paul Valéry el más
alto exponente de la literatura universal. Hoy continúo admirando al gran poeta
y ensayista, pero ya no representa para mí ese ideal. No puede representarlo
quien a lo largo de toda una vida consagrada a la meditación y a la creación, ignoró
soberanamente (y no sólo en sus escritos) los dramas de la condición humana”[1].
En
esta misma obra escribe que empezó a "tener conciencia" de su prójimo
-"en un plano sentimental, y por decirlo así antropológico"[2]-
al ver la responsabilidad francesa en Argelia, pero que la Revolución Cubana le
abrió un camino de pensamiento, escritura y acción de nuevos rumbos. Esto se
remarcaría más tarde en una constante tarea de combate contra la barbarie de
las dictaduras latinoamericanas (chilena y argentina en particular), y su
activo y solidario apoyo al proceso nicaragüense, desde 1979 hasta su muerte.
En ese período su tarea fue tan grande como multifacética: abarcaba desde
múltiples conferencias y aportes periodísticos, hasta su participación en el
Tribunal Russell; trabajos estos que priorizó por sobre su creación literaria.
Por
razones de espacio no es posible señalar aquí ni lo realizado en este campo ni
las posturas que tuvo en las polémicas en las que participó (recuérdese lo que
fueron esas épocas y lo que se discutía acerca del rol del intelectual, así
como lo que significaron los casos de Heberto Padilla y otros, el retiro del
apoyo a Cuba de connotados intelectuales, etc), pero sí es fundamental para
este trabajo destacar que tal actividad y apoyos nunca fueron a costa de la pérdida de una postura crítica que siempre
tuvo, manifiestamente explícita de manera oral y escrita con la sinceridad que
todos le han reconocido y valorado.
El
libro que aquí se estudiará es producto de ese proceso, político de nuestro
continente y personal de su autor, ya que se publica en 1973 y por tanto fue
escrito un poco antes, cuando algunas guerrillas latinoamericanas no sólo
enfrentaban a los gobiernos del momento -una dictadura militar en Argentina-
con la seguridad de que triunfarían y construirían el socialismo, sino tenían
un apoyo importante y creciente en vastos sectores de la población, apoyo que
nunca alcanzaron experiencias foquistas anteriores ni la propia experiencia del
Che Guevara en Bolivia.
Libro de Manuel ha sido y es una de las novelas más cuestionadas
de la producción de Julio Cortázar, tanto por quienes lo vieron como una obra
"menor", más "política" que literaria, como por la mayoría
de los movimientos guerrilleros de izquierda que en general no aceptaron una
visión llena de simpatía hacia ellos, pero también crítica al destacar, incluso
con un fuerte humor irónico, la necesidad de cambios no sólo políticos sino
también ideológicos, poco o nada contemplados por tales sectores.
En
un análisis escrito y publicado bastante después, un escritor mexicano que fue
parte del movimiento político de su tiempo, pero crítico posterior del mismo,
hace los siguientes comentarios, luego de historiar y discutir el proceso
cortaziano:
“¿Son creíbles los revolucionarios que Cortázar
describe en Libro de Manuel? Son
lúdicos, chistosos, generosos, espontáneos; pero no son creíbles en absoluto.
Son, demasiado obviamente, criaturas de la más acendrada cepa cortazariana:
cronopios-en-lucha. Si sólo fueran cronopios -aun Cronopios Armados- dentro de
una ficción-parábola cortazariana, su inverosimilitud no importaría. Sin
embargo, en Libro de Manuel la
ficción no opera -ni pretende operar, desde luego-, como «mera creación
imaginativa»: estamos ante una operación mucho más ideológica que literaria,
por literaria que sea. Estamos, en rigor, ante héroes positivos, criaturas del
deber-ser. Desde luego, no se trata de héroes stalinistas; no son hombres de
mármol, no son forjadores de siderúrgicas, no son tractoristas apolíneos, no
son ideólogos de piedra, no son abnegados campesinos, no son mártires
latinoamericanos que dieron su sangre para que tú dejaras de leer novelas y
tomaras el fusil, compañero. Son otra cosa: cogelones, espontáneos,
encantadores... En suma, «latinoamericanos». Latinoamericanos nuevos en quienes
se encarna -¿en quién sino en ellos?- el hombre nuevo: ingenioso, erótico,
inventivo, simpático, lúdico, polimorfo, radical (...) Los personajes de Libro de Manuel son increíbles, son
inverosímiles; no existen. Por eso mismo, en 1973, pudieron parecer -tal como Cortázar y la época lo pedían-
deseables y acaso hasta posibles. Once años después, esos personajes mueven a
risa. Once años después, es demasiado obvio cuáles disposivos ideológicos los
engendraron”[3].
Es,
claro, una opinión, pero puede haber lecturas parcial o totalmente diferentes.
Efectivamente, los personajes de Libro de
Manuel poco o nada tienen que ver con la mayoría de los militantes, sobre
todo guerrilleros, de esa época tan heroica como trágica, en América Latina
signada no por el modelo soviético clásico sino por el cubano en general y del
Che en particular, pero también marcada por posturas ideológicas y políticas
las más de las veces autoubicadas en un "marxismo-leninismo" purista,
sectario, y moralmente bastante intolerante.
Pero
¿acaso no puede creerse al propio Cortázar cuando explícitamente indica, desde
la primera página y palabra del libro, que tal fue su intención?
“Por razones obvias habré sido el primero en
descubrir que este libro no solamente no parece lo que quiere ser sino que con
frecuencia parece lo que no quiere, y así los propugnadores de la realidad en
la literatura lo van a encontrar más bien fantástico mientras que los
encaramados en la literatura de ficción deplorarán su deliberado contubernio
con la historia de nuestros días. No cabe
duda de que las cosas que pasan aquí no pueden pasar de manera tan inverosímil,
a la vez que los puros elementos de la imaginación se ven derogados por
frecuentes remisiones a lo cotidiano y concreto. Personalmente no lamento
esta heterogeneidad que por suerte ha dejado de parecerme tal después de un
largo proceso de convergencia; si durante años he escrito textos vinculados con
problemas latinoamericanos, a la vez que novelas y relatos en que esos
problemas estaban ausentes o sólo asomaban tangencialmente, hoy, y aquí las
aguas se han juntado, pero su conciliación no ha tenido nada de fácil, como
acaso lo muestre el confuso y atormentado itinerario de algún personaje (...)”
“Los libros deben defenderse por su cuenta, y éste
lo hace como gato panza arriba cada vez que puede; sólo he de agregar que su
tono general, que va en contra de una
cierta concepción de cómo deben tratarse estos temas, dista tanto de la
frivolidad como del humor gratuito. Más que nunca creo que la lucha en pro del
socialismo latinoamericano debe enfrentar el horror cotidiano con la única actitud que un día le dará la
victoria: cuidando preciosamente, celosamente, la capacidad de vivir tal como
lo queremos para ese futuro, con todo lo que supone de amor; de juego y de
alegría (...) Lo que yo he tratado de contar, es el signo afirmativo frente
a la escalada del desprecio y del espanto, y
esa afirmación tiene que ser lo más solar, lo más vital del hombre: su sed
erótica y lúdica, su liberación de los tabúes, su reclamo de una dignidad
compartida en una tierra ya libre de este horizonte diario de colmillos y de
dólares.”(Subrayados míos: E. G.)[4].
Años
más tarde no .sólo reafirma lo anterior en otro escrito, sino también formula
precisiones fundamentales para sus concepciones literarias, políticas y la
relación sobre ambas, sobre lo que se volverá más adelante:
“Para mí, una literatura sin elementos lúdicos era
una literatura aburrida, la literatura que no leo, la literatura pesada, el
realismo socialista, por ejemplo (...) Lo que me vale a veces enfrentamientos
cordiales, si quieres, pero enfrentamientos
bastante fuertes con compañeros revolucionarios. El Libro de Manuel fue uno de esos ejemplos.
“(...) Desgraciadamente las revoluciones parecen
conllevar una tendencia a la estratificación (o quitinosidad, para seguir con
la imagen). En sus formas iniciales, esas revoluciones adoptaron formas
dinámicas, formas lúdicas, formas en las que el paso adelante, el salto
adelante, esa inversión de todos los valores que implica una revolución, se
operaban en un campo moviente, fluido y abierto a la imaginación, a la
invención ya sus productos connaturales, la poesía, el teatro, el cine y la
literatura. Pero con una frecuencia bastante abrumadora, después de esa primera
etapa las revoluciones se institucionalizan, empiezan a llenarse de quitina,
van pasando a la condición de coleópteros.
“Bueno, yo trato de luchar contra eso, ese es mi
compromiso con respecto a las revoluciones, y a la Revolución, para decirlo en
general (...) El Libro de Manuel fue
una tentativa de desquitinizar esos premios revolucionarios que vagamente se
asomaban en Argentina y que no llegaban a cuajar. Ese libro fue escrito cuando
los grupos guerrilleros estaban en plena acción. Yo había conocido
personalmente a algunos de sus protagonistas, aquí en París, y me había quedado
aterrado por su sentido dramático, trágico, de su acción donde no había el
menor resquicio para que entrara ni siquiera una sonrisa, y mucho menos un rayo
de sol.
“(...) La revolución que de ellos iba a salir no
iba a ser mi revolución (...) El Libro de Manuel es un desafío, pero no
un desafío insolente ni negativo. Es un desafío muy cordial: vos has visto que
yo presento a los personajes con toda la simpatía posible.”
Y a la pregunta de si, pasados diez años,
escribiría algo parecido, responde:
“Creo que sí. Sí, escribiría algo parecido. En el Libro de Manuel yo di un paso adelante,
incluso forzándome las manos a veces, porque estaba harto de haber discutido en
Cuba acerca de problemas de tipo erótico, por ejemplo, y de tropezarme con la
quitina. O el tema de la homosexualidad, que ahora también es objeto de una
discusión fraternal pero muy viva con los nicaragüenses cada vez que voy
para allá. Yo creo que esa actitud
machista de rechazo, despectiva y humillante hacia la sexualidad, no es en
absoluto una actitud revolucionaria. Ese es otro de los aspectos que quise
mostrar en Libro de Manuel. Eso es,
claro, sólo un aspecto. También hay un ataque al lenguaje anquilosado, al
lenguaje quitinizado. Allí, a mi manera, yo libré un combate en el plano del
idioma, porque pensaba (y lo sigo pensando) que ese es uno de los problemas más
graves que hay en América Latina, toda esa hipocresía lingüistica con la que
habrá de acabar de una vez”.[5]
En
los textos citados puede verse claramente que para Cortázar un proceso
revolucionario no se limita a transformaciones políticas y económicas, sino
implica, esencialmente, profundos cambios en todas las esferas sociales y en
las prácticas de la vida en general. No hay que olvidar que Libro de Manuel es escrito no sólo
después del ya señalado cambio ideológico del autor como consecuencia de la
revolución cubana, sino también después de muy importantes movimientos
libertarios como el Mayo francés de 1968 y el espíritu contestatario de la
época, la Primavera de Praga, las implicancias rebeldes de los primeros años de
la misma revolución cubana, etc. Por otra parte, no puede olvidarse que en el
momento de escribirlo, Cortázar (como él mismo lo dice) ya tenía experiencia de
fuertes debates con sectores que se consideraban revolucionarios, pero del tipo
clásico y dogmático que, para simplificar, se conocen como variantes de la
vertiente "stalinista", es decir totalmente opuestos al suyo.
También
hay que recordar que Cortázar no proviene de una formación teórica marxista, y
mucho menos "marxista-Ieninista" con sus conocidas rigideces. Más
aún, no sólo ésto no le interesa sino que lo desprecia:
“Con una simplificación demasiado maniquea puedo
decir que así como tropiezo todos los días con hombres que conocen a fondo la
filosofía marxista y actúan sin embargo con una conducta reaccionaria en el
plano personal, a mí me sucede estar empapado por el peso de toda una vida en
la filosofía burguesa, y sin embargo me interno cada vez más por las vías del
socialismo.”[6]
“(...) Me limitaré a decirte que sólo a los
contrarrevolucionarios de la revolución se les paran los pelos apenas alguien
toca estos temas sin el pathos que
requieren sus apolilladas preceptivas literarias y políticas: no sólo hay
pobres de solemnidad sino revolucionarios de solemnidad que son precisamente
contrarrevolucionarios que se ignoran y que se destaparán clarito apenas
agarren la manija como se ha visto en tantos lados”.[7]
Y
en Libro de Manuel aparecen varias
expresiones similares. A modo de ejemplo:
“¿No estaremos muchos de nosotros, queriendo romper
los moldes burgueses a base de nostalgias igualmente burguesas? Cuando ves cómo
una revolución no tarda en poner en marcha una máquina de represiones
psicológicas o eróticas o estéticas que coincide casi simétricamente con la
máquina supuestamente destruida en el plano poítico y práctico, te quedás
pensando si no habrá que mirar de más cerca la mayoría de nuestra elecciones.
“(...) A mí no me importa la escritura salvo como
espejo de otra cosa, de un plano desde el cual la verdadera revolución sería
factible. Ahí los tenés a los muchachos, los estás viendo jugarse, y entonces
qué; si llegan a salirse con la suya, y aquí vuelvo a extrapolar y me imagino
la Grandísima Joda Definitiva, entonces pasará una vez más lo de siempre:
endurecimiento ideológico, rigor mortis de la vida cotidiana, mojigatería, no
diga malas palabras compañero, burocracia del sexo y sexualidad a horario de la
burocracia, todo tan sabido viejo, todo tan inevitable.
“(...) El y tantos más [se refiere a los
protagonistas de la obra] quieren una revolución para alcanzar algo que después
no serán capaces de consolidar.
“(...) Gómez y Roland y Lucien Verneuil son de esos
que repetirán la historia, te los ves venir de lejos, se jugarán la piel por la
revolución, lo darán todo pero cuando llegue el después repetirán las mismas
definiciones que acaban en los siete años de cárcel de Bukovsky que por allá
algún día se llamará Sánchez o Pereyra, negarán la libertad mas profunda, esa que
yo llamo burguesamente individual y mea culpa, claro, pero en el fondo es lo
mismo, el derecho de escuchar free jazz.
“si me da la gana y no hago mal a nadie, la
libertad de acostarme con Francine por análogas razones, y tengo miedo, me dan
miedo los Gómez y los Lucien Vemeuil que son las hormiguitas del buen lado. Los
fascistas de la revolución.”[8]
Es
entonces claro que los personajes de Libro
de Manuel buscaban ser lo que son, o sea inverosímiles no por una
idealización de Cortázar acerca de los guerrilleros, militantes y combatientes,
sino como expresión de lo que él quería y deseaba -pero sin confundirse de lo que eran, podían ser o llegar a ser en la
realidad- de una revolución a la
que dedicó múltiples esfuerzos y grandes esperanzas para que se cumpliera lo
que escribió años antes: "Sólo así tendrá sentido seguir viviendo"[9].
Es
en esto contexto que resulta válida la siguiente afirmación:
“Gran parte de la conmoción que produjo Cortázar se
debió a la presencia permanente del juego y el humor, a lo que él ha llamado «la
constante lúdica en su obra», que no es sólo un recurso narrativo, sino que
cumple una función más trascendente (...) Ya comprometido con las luchas
políticas de Latinoamérica, propuso también que la revolución fuera divertida
en Libro de Manuel, y nadie supo
entenderlo: ¿tal vez fuera demasiado revolucionario?.”[10]
Más de
treinta años después de escrito, el libro puede ser leído, comprendido y
valorado de manera muy diferente a cómo lo fue en ese momento. Los conocidos
cambios en la configuración mundial y la vertiginosa caída del modelo global
del llamado "socialismo real", con la crítica que hoy recibe pero que
también muchos otros percibieron en esos momentos, hace que el planteo de
Cortázar quizás pueda ser tildado de utópico, pero no por ello menos cierto.
Lamentablemente
los límites de espacio no permiten mostrar aquí claros y contundentes ejemplos
de cómo sus postulaciones aparecen en este libro, de la misma manera en que lo
hicieron en sus trabajos anteriores y posteriores. En efecto, los
revolucionarios de Libro de Manuel son
atípicos y tal vez inverosímiles en relación a quienes, en la vida real, eran
mayoritariamente (aunque con no pocas excepciones) tan idealistas, heroicos y
sacrificados como "religiosos" de nuevo tipo, dogmáticos, puritanos
en varios o todos los sentidos, obedientes al extremo a sus direcciones,
incapaces de violar muchas de las normas de la sociedad que combatían, etc.
Los
de Cortázar, desde un inicio denominan La
Joda al grupo encargado de una tarea militar, un secuestro en París. Muchos
de ellos no dudan ni tienen escrúpulos en realizar intensos juegos eróticos, en
gozar con buenas comidas y bebidas, en jugar constantemente con las palabras y
un lenguaje al que cuestionan y subvierten, en mostrar la ridiculez de muchas
costumbres a las que incluso los revolucionarios cumplen, respetan y están
acostumbrados, etc. Se trata, en definitiva, del cumplimiento de una vocación y
de una necesidad vital político-ideológica, pero buscando vivirla dentro de una
forma subversiva total, es decir cultural global, y no sólo dentro de los
estrechos límites de la especificidad política o, en el mejor de los casos,
sólo en una verbalización no congruente con las conductas.
Por
supuesto, Cortázar no es original en una propuesta de revolución integral, y no
sólo formal o momentánea, teniendo múltiples antecedentes; como tampoco lo es
en la crítica a muchos "revolucionarios" y a sus partidos, o
posteriormente a los gobiernos que integran. Pero todos le reconocen, más allá
de una capacidad de escritura muy valorada, una congruencia literaria-política-
ideológica que lo llevó a no cejar jamás
en lo que consideraba justo y válido, oponiéndose de manera radical y
consecuente a un sistema de dominación que repudiaba, pero sin por ello dejar
de cuestionar a los procesos revolucionarios que apoyaba y amaba (Cuba,
Nicaragua), cuestionamiento que no llevó nunca al rompimiento en nombre de
errores que -como puede verse en Libro de
Manuel y en múltiples escritos y polémicas- le eran dolorosos y
torturantes.
Hoy,
Cortázar sigue siendo leído y seguido, incluso por nuevas generaciones que no
lo conocieron en vida y que tampoco participaron en los procesos de su época,
pero que lo ven como uno de ellos porque comprenden su lenguaje y sus
preocupaciones, que se mantienen vigentes pese a modas actuales que las
consideran superadas.
Enrique Guinsberg
Email:
e_guinsberg@yahoo.com.mx
[1] CORTAZAR. Julio.
"Acerca de la situación del intelectual latinoamericano", publicada
originalmente en la revista Casa de las
Américas, La Habana, N° 45, 1967. y reproducida en Ultimo round, Siglo XXI, México, 10ª ed. 1987, tomo II, p. 269,
268, 278 y 272.
[3] MANJARREZ, Héctor,
"La revolución y el escritor según Cortázar", en El camino de los sentimientos, Era, México, 1990, p. 145-7.
[4] CORTAZAR, J., Libro
de Manuel, Alfaguara, México, 1994, p. 11 y 12.
[5] "Homenaje a
Cor1ázar" , Edición especial de colección de revista La Maga, Buenos Aires, N°5, noviembre 1994, p. 27. Texto tomado de
PREGO, Omar, La fascinación de las
palabras. Conversaciones con Julio Cortázar, Muchnik Editores, 1985.
[6] CORTAZAR,
"Acerca de la situación...", ob.cit.,
p. 273.
[7] CORT AZAR, "Estamos como queremos o los monstruos en acción”,
autoentrevista en revista Crisis,
Buenos Aires, N°11, 1974. Reproducido en Edición especial de La Maga, ob.cit., p.11.
[8] CORTAZAR, Libro de
Manuel, ob.cit. p. 154, 213 y 320. En la novela el término
"hormigas" designa a las fuerzas represivas.,
[9] CORTAZAR, "Mensaje al hermano", citado por
MANJARREZ, ob.cit. p. 139. Recuérdese que Cortázar escribió un poema dedicado
al Che Guevara luego de su muerte, y más tarde un cuento inspirado en su figura
(Reunión). y si bien el Che no era
seguramente un modelo en muchos de los aspectos que Cortázar muestra en los
personajes de Libro de Manuel
(hedonismo, etc), sí lo era en muchos otros (idea de una revolución integral,
propuesta de "hombre nuevo", rechazo al modelo soviético ya las
rigideces partidarias, etc).
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