A Dangerous method. Efectivamente, un método peligroso…

08/02/2012- Por Gabriela Mercadal - Realizar Consulta

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Este artículo es una versión resumida de la investigación realizada por la autora a partir del film de Cronenberg. Es a la vez anticipo de una próxima publicación en el marco del proyecto conjunto de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Córdoba sobre Ética y Cine, prevista para marzo de 2012, coincidiendo con el estreno del film en Argentina.

 [1]

Ficha técnica y artística

Título original: A dangerous method.

AKA: The talking cure.

Dirección: David Cronenberg.

Países: Reino Unido, Alemania y Canadá.

Año: 2011.

Duración: 99 min. 

Género: Drama.

Interpretación: Keira Knightley (Sabina Spielrein), Viggo Mortensen (Sigmund Freud), Michael Fassbender (Carl Gustav Jung), Vincent Cassel (Otto Gross), Sarah Gadon (Emma Jung).

Guión: Christopher Hampton; basado en la novela “A most dangerous method” de John Kerr y la obra de teatro “The talking cure” de Christopher Hampton.

Producción: Jeremy Thomas.

Música: Howard Shore.

Fotografía: Peter Suschitzky.

Montaje: Ronald Sanders.

Diseño de producción: James McAteer.

Vestuario: Denise Cronenberg.

Distribuidora: Universal Pictures International Spain.

Estreno en Reino Unido: 10 Febrero 2012.

Calificación por edades: No recomendada para menores de 12 años

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A quienes gozamos del privilegio de poder asistir ese gélido pero soleado domingo otoñal a una de las salas inglesas de Viena, el Artis, David Cronenberg nos regaló una impecable producción. Absolutamente respetuoso de la sobria majestuosidad de los albores del siglo XX vienés, el film Un método peligroso cuida cada detalle de la reconstrucción de escenarios. En un fino equilibrio, las bellezas palatinas del Schönbrunn (residencia de verano de emperadores como Francisco José y su esposa Sisí) se deslizan al ritmo de las conversaciones entre Freud y Jung, ofreciendo marco y dimensión a la soledad de Freud en el conocido final de la relación. Las excitantes inmensidades verdes y floridas de los parques públicos vieneses en verano conviven sabiamente con los cautelosos intercambios entre los personajes. Los antiguos y majestuosos cafés -que aún hoy perduran, inconmovibles, elegantes, sobrios- donde sólo los hombres asistían con sus habanos y atriles para leer sus periódicos, se presentan también como testigos insoslayables para el rodaje. Cronenberg nos lleva allí. Quiere que estemos ahí. Que nos sumerjamos en ese universo.

 

Universo presente también en los interiores recreados de la casa de Freud. La perfecta reproducción de ambientes y objetos hacen al marco viviente de cada cuadro. Las cámaras se detienen en ellos; en la maravillosa puerta cancel -que hoy se conserva intacta-, en cada estatuilla de su colección, en el tan preciado diván, en los detalles de cada repisa, plato o cubierto en la escena del almuerzo compartido por las familias de Jung y Freud en 1906. O en el psiquiátrico Burghölzli de Suiza, dirigido en ese momento por Bleuler[1], donde Freud visita a Jung para presenciar su modo de hacer en el intersticio entre la psiquiatría clásica y la naciente talking cure

 

Foto Hospital Burghölzli

 

Todo al servicio de llevarnos a donde se dirige -y no sólo por rigor histórico-, al espíritu que guía a cada personaje; espíritu cuidado, en el que nos vemos envueltos gracias a la respetuosa y cuidada producción.

 

Y si bien no resulta sencillo hallar igual mérito en el resto de las coordenadas cinematográficas, aquel respeto no pierde vigor. Ese cercano -casi sigiloso podríamos decir- seguimiento que el director realiza de cada detalle es ocasión de las geniales pinceladas que nos ofrece a la hora de dar a ver, de mostrar, de expresar. Cada personaje lleva esa marca. Cada diálogo. Cada posición. Es así que somos tocados una vez más; que Cronenberg nos dispone a un hacer, novedoso en esta oportunidad.[2]

 

Y hacia allí nos dirigimos. A las diferentes posiciones presentadas por cada quien. Posición ético-política frente a su decir. Posiciones ético-políticas, consecuentemente, en el hacer. El de Freud, el de Jung, el de Sabine Spielrein. No nos detendremos, entonces, en el romance entre terapeuta y paciente, uno de los ejes del film[3]. El cuidado en el planteo de los personajes nos posibilita hallar a nosotros, los analistas, otros “peligros” que los propios de los efectos transferenciales, también mostrados en las relaciones establecidas entre los personajes, pero no restringidos al affaire.

 

Así, las cámaras, esas que se detienen cuidadosamente en cada detalle visual, nos dan a leer y escuchar lo escrito por cada quien. El rigor en la selección de las cartas y testimonios incluidos en el film también nos brinda la ocasión de “leer” aquello que como marca dejada en la historia constituyó -o no- un escrito para cada personaje. Escrito que no es sagrada escritura. Escrito como herejía que no es transgresión. Escrito como marca de una Decisión[4], la más singular. Escrito como ocasión de ir más allá de la propia -siempre mezquina y ensimismada- existencia. Y allí, en las marcas indelebles dejadas en el papel, el peligro mayor: justamente, constituir un escrito; abrirle paso a la Ética del bien-decir[5] que nos aleja de cualquier otra ética de las denominadas “de los bienes”; encaminarse hacia la Decisión; aventurarse hacia un radical otro hacer.

Y ahí la intuición de Cronenberg pincelando al psicoanálisis como la oportunidad para ese nuevo hacer. Ello así, claro está, mientras haya un sujeto que consienta. No va de suyo una posición tal. Y las diferentes posiciones delineadas por los personajes de esta historia nos lo muestran.

 

Freud y la Ética de la Causa: la peste lleva lejos

 

Desde los primeros diálogos, el Freud de Cronenberg nos invita a acompañarlo en su travesía. Viaje hecho de palabras y de haceres que fundan un lugar. Territorio de la Causa que habita desde esas marcas inaugurales nuestro quehacer como analistas.

 

Causa que no es “causa final”. Causa creada por los efectos; por los efectos de la Decisión; causa que romperá para siempre la lógica aristotélica como pilar plenamente vigente aún hoy en el modo occidental del pensar. Otra razón que la moderna, desde entonces, y que gracias al riesgo asumido por Freud, orientará nuestra práctica.

 

Una primera pista en el film nos pone sobre aviso de tal ruptura. Decidido a transitar el peligro, las primeras reglas serán establecidas. No nos referimos a los escritos técnicos ni los relativos a la transferencia[6], sino a lo fundante de una Ética que orientará ese nuevo hacer. Así, Freud, acorde a su posición: “Yo entendía las cosas menos científicamente...[7], no responde al extravío de Jung al nombrar el psicoanálisis como “psicanálisis” con una explicación propia de la razón reinante en los medios académicos de su tiempo. Dirá, en lo que ya en sí constituye una lección sobre la Ética -luego de un displicente “es lógico”- simple y magistralmente que psicoanálisis “suena mejor”. El peligro está lanzado.

 

No será la clínica catalogadora de signos y síntomas, imperante en la psiquiatría del momento la que el médico vienés se dispondrá a seguir. Freud mira, observa; pero sobre todo, “ve” y “escucha”. Ya en 1907 Freud sabe que se trata de la escucha, de la resonancia, de lo que resuena en el decir. La “verdad” escuchada desde entonces tiene otro estatuto. Es así que en su “retorno a Freud”, Lacan la hace hablar: “...pues si el ardid de la razón, por muy desdeñosa hacia vosotros que se muestre, permaneciese abierto a vuestra fe, yo, la verdad, seré contra vosotros la gran embustera, puesto que no sólo por la falsedad pasan mis caminos, sino por la grieta demasiado estrecha para encontrarla en la falla de la finta y por la nebulosa sin puertas del sueño, por la fascinación sin motivo de lo mediocre y el seductor callejón sin salida del absurdo.[8]

 

Habiendo abandonado su primera teoría del trauma para establecer esa nueva verdad a escuchar, otro universo se abrió ante sus ojos. La Causa para cada quien, podemos experienciar desde entonces, se constituye en los efectos del decir. Los efectos creando la Causa. Ética de la más profunda subversión.

 

Frente a ello los “opositores” (así designados por el propio Freud en la primera parte del film) serán a reconocer, a delimitar, a respetar: “...jamás se me pasó por la cabeza motejar despectivamente y a bulto a los oponentes del psicoanálisis por el mero hecho de serlo...” [9]. Dos de ellos se ciernen sobre sus espaldas y sobre las del incipiente movimiento. Es en este marco que leemos la Propuesta de Freud para cernir la Causa. En el bello escrito enviado a los primeros practicantes del psicoanálisis invitándolos a integrar el mismo[10], leemos una posición que invita a una profunda y fundante reflexión ética. Las famosas “reuniones de los miércoles” donde a partir de 1902 se congregaron los pioneros, y el psicoanálisis hasta nuestros días[11], están signados por lo escrito allí, delineando una orientación. Plantea Jones en su biografía de Freud: “La Sociedad tenía una característica que quizás deba considerarse como la única. Ilustra tan bien la delicadeza de sentimientos y la consideración de Freud que no dejaré de transcribir íntegramente la circular en la que hacía la proposición que dirigió a los asociados. Estaba fechada en Roma, el 22 de setiembre de 1907:

 

      ‘Deseo informarle a usted que me propongo, al comenzar este nuevo año de trabajo, disolver la pequeña Sociedad que había tomado el hábito de reunirse todos los miércoles en mi casa, para hacerla revivir inmediatamente después. Una breve nota que usted envíe antes del lº de octubre a nuestro secretario, Otto Rank, bastará para renovar su carácter de miembro. Si hasta esa fecha no recibimos información de usted, supondremos que no desea reinscribirse. De más está subrayar lo mucho que me complacería su reinscripción.

       Permítame que le exponga el motivo de esta resolución, que acaso le parezca superflua. Bastaría tener en cuenta los cambios naturales en toda relación humana para suponer que para uno u otro de los componentes de nuestro grupo el ser miembro del mismo ya no represente lo mismo que significó años atrás, bien sea porque se haya extinguido su interés en el tema o su tiempo disponible, o bien su forma de vida, ya no le permiten asistir a las reuniones, o, causa de compromisos personales se vea en la inminencia de un alejamiento. Cabe suponer que en tal caso pudiera continuar siendo miembro de la Sociedad, ante el temor de que su renuncia pudiera interpretarse como un acto inamistoso. Para todos estos casos, la disolución de la Sociedad y su posterior reorganización tiene el propósito de devolver a cada uno su libertad de separarse de la Sociedad sin perjudicar con ello sus relaciones con las demás personas de la misma. Debemos tener en cuenta además que en el curso de los años hemos contraído obligaciones (financieras) tales como la designación de un secretario, cosa que estaba totalmente fuera de cuestión en los comienzos.

      Si después de esta explicación usted acepta la conveniencia de reorganizar la Sociedad en esa forma, tal vez esté de acuerdo también en que ese procedimiento se repita luego a intervalos regulares, digamos, cada tres años.’ ”[12]

 

La apuesta no es a la oposición; menos aún al “temor” o a la quietud; la apuesta es a lo fundante, a lo vivo de la “libertad”, esto es, al Deseo de estar ahí, de arriesgarse a la travesía así fundada. Lo indestructible del Deseo que no se relaciona con un anhelo personal será lo que sostendrá la Causa.

 

Causa que planteamos en su doble acepción; como lo que causa en cada quien y el psicoanálisis como Causa. Pero en ambos casos, la Causa por la vía del Deseo en su versión más radical; como el agujero gracias al cual la estructura de lo humano se sostiene. Agujero central del Deseo[13] que en la tópica de lo vivo posibilita el movimiento. No todo puede ser dicho y el resguardo de lo no dicho en el núcleo del Deseo, presentándose en el “entre” del decir, hará Causa. Y el cuidado de ello será uno de los pilares en la “cruzada” ética fundada por Freud. Entonces, en la segunda vertiente, el psicoanálisis como “La Causa”, como un lugar a cuidar.

 

Es en este afán que los reclutamientos van siendo un sostén necesario para mantener vivo al movimiento. Los “hijos” albergados en la Causa abrazada van sumándose y contribuyendo así a su expansión. Allí el joven médico ario, Carl Jung, entra en escena. Anhelante y titubeante se dispone a conocer a Freud. Vemos en el film algunos pasajes de las nutridas trece horas del primer encuentro y cómo las marcas fundantes del mismo demarcarán los carriles de la relación. Jung planteando sus inclinaciones, sus oposiciones, sus devaneos; Freud demarcando taxativamente la situación: “Cualquier línea de investigación que admita estos dos hechos [la resistencia y la transferencia] y los tome como punto de partida de su trabajo tiene derecho a llamarse psicoanálisis, aunque llegue a resultados diversos de los míos. Pero el que aborde otros aspectos del problema y se aparte de estas dos premisas difícilmente podrá sustraerse a la acusación de ser un usurpador que busca mimetizarse, si es que porfía en llamarse psicoanalista.”[14]

 

Es que Freud escucha los peligros. Los internos y los exteriores al Movimiento. Reconoce ya en 1907 que la condición judía de la mayor parte de los miembros de la Sociedad arriesga la exclusión a la que los enemigos podrían someterlo. Sabe también que su teoría sobre la sexualidad como central en la etiología de las neurosis despierta a las bestias dormidas de la ilustración. Resulta interesante entonces que en torno a ambas cuestiones Jung se expide desde una misma posición: desentendiéndose de lo primero, rechazando lo segundo.

 

Así y todo Freud, advertido de los desvíos de su “delfín” emprende con él el viaje a América de 1909. La Causa empuja y arrasa como la peste en la famosa frase magistralmente situada en el film: “no saben que les llevamos la peste”. Pero Freud paciente, escucha, espera. El ajedrez del movimiento psicoanalítico requiere las jugadas más estratégicas. Apuesta conociendo los riesgos. Escucha. Su alejamiento de Jung entonces no responde a un impulso, no se sostiene en ningún resentimiento personal. Anoticiarse del descrédito del “hijo” hacia el Padre; poder llegar a escuchar su descreimiento en torno a la Causa; saber de su renegación respecto del Amor[15] lo llevan inexorablemente hacia una decisión.

 


Su alejamiento, entonces, se constituye en Acto. Acto en soledad del cual no hay vuelta atrás: “Entretanto, me dispuse a pasarlo lo mejor posible, como Robinson en su isla solitaria.”[16] Coherente con lo que finalmente logra escuchar decide perder lo que un joven médico ario le podría aportar a la Causa. No en cualquier punto; no en cualquier lugar. El Congreso de Psicoanálisis de 1912 constituye el escenario decisional (bellamente presentado en el film). Efectivamente el desmayo de Freud en una de sus sesiones da cuenta de que se ha resguardado lo no dicho[17], que se le ha hecho un lugar en el campo del decir. Y así, en el entramado del decir de Jung en torno al Padre[18] Freud “cae” para dejar pasar. Del obstáculo hizo acontecimiento. La irremediable pérdida está en marcha.[19]

 

Sabine Spielrein y el Deseo decidido: el advenimiento de un cuerpo

 

La Spielrein llega desestructurada a una de las clínicas psiquiátricas más renombradas de Zürich, en agosto de 1904. Ha perdido su humanidad en el infierno de sus crisis. Los gritos y gemidos retratados en el film siguen fielmente las líneas dedicadas a ello en su diario[20] y en la historia clínica confeccionada por su médico, el joven Carl Gustav Jung. Un cuerpo no afectado por un decir, atormentado por sus síntomas que, en rigor, no se constituye en esos momentos como tal. Lo in-forme como efecto de un profundo desborde pulsional. Fragmentos “no escuchados” hasta el momento, “sueltos”, se muestran en su descomposición, en su inhumanidad. Des-bordes del cuerpo que le restan contorno.

 

Pero allí, el encuentro con el psicoanálisis. En su incipiente aparición como práctica terapéutica, Sabine se dispuso desde el principio a la escucha en él habilitada, se deja hacer por lo que en cada sesión sucede, por lo que es escuchado allí.

 

Y Sabine se escucha. Su apuesta ética la descubre, la sorprende allí. Los fragmentos de cuerpo comienzan a ser afectados por su decir. Sabine va tomando forma. La oportunidad de una naciente apariencia[21] que ella no deja escapar. El descubrimiento del inconsciente está en marcha para ella. Más allá de los infortunios en los que con Jung se introduce, algo queda a salvo; un por fuera de la locura comienza a ampliar sus espacios, a ganarle terreno al mal. La tesis del inconsciente se hace carne en ella. Y la naciente dama, decidida, la encarna. Una nueva dimensión entonces que se agrega a su decir, o mejor, que constituye un decir. El aplanamiento que la exponía a un cuerpo sufriente, sin bordes, se eleva, generando la oportunidad para un nuevo anudamiento. Lo real de un cuerpo descarnado se enlaza a un imaginario habilitando la simbolización. R-S-I[22] que en su anudamiento conforma el agujero en cuyo calce se hace lugar al a; lugar desde donde se sostendrá la estructura, ahora constituida, en tanto la Cosa [das Ding][23] comienza a dejar de a-Cosar. Sabine se (re)estructura apoyada en ese nuevo soporte.

 

Los efectos de ello comienzan a ver la luz. Y las luces de las cámaras cronenbergianas se focalizan allí. Nos transportan a esas otras “locaciones”.

 

El deseo se hace lugar en ella; ella le hace un lugar. Así, su encanto por el psicoanálisis se transforma en Decisión.  Y es siguiendo una de sus vertientes que en abril de 1905 se inscribe en la carrera de medicina -siendo externada en el mismo año, diez meses después de su internación- y en 1911 presenta sus ideas a Freud, con quien había comenzado a estudiar. Al tiempo que se gradúa con una tesis titulada "Über den psychologischen Inhalt eines Falles von Schizophrenie" [Sobre el contenido psicológico de un caso de esquizofrenia] -aparecida en la misma publicación que el artículo de Freud sobre Schreber- se convierte en la primer mujer analista en ocupar un lugar en las reuniones de los miércoles de la Sociedad Vienesa de Psicoanálisis[24].

 

Acceder a ese lugar no le resultó sencillo. Pero Sabine Spielrein, que no retrocede ante el peligro, hace lo   necesario para sostener su apuesta. Una vez que su romance con Jung se hace público y dado su interés en el psicoanálisis, se ve obligada a escribirle a Freud dando cuenta de la situación:

 

El doctor Jung, hace cuatro años fue mi médico, luego un amigo y a continuación un «poeta», es decir, un amante. Finalmente, me conquistó y todo sucedió como sucede habitualmente en la «poesía». Él predicaba la poligamia, su mujer estaba de acuerdo, etc. Pero mi madre recibió una carta anónima, redactada en excelente alemán, en la cual se le decía que salvara a su hija, que podría ser arruinada por el doctor Jung. La carta no pudo haber sido escrita por uno de mis amigos, ya que yo no había hablado con nadie y vivía siempre muy alejada de todos los estudiantes…».[25]

 


Leemos esa carta del 11 de junio de 1909 como parte de su apuesta. Un punto en su recorrido hacia la Decisión, hacia lo que llama en ella, hacia el claro que se le abrió en el camino. No reniega de su experiencia; no culpa a ningún “traidor” (así es nombrada ella por Jung…); no se ubica en el lugar de víctima despechada. Obviamente se trasluce su dolor pero en esa carta la implacable Sabine plantea su verdad, constituye un decir, su decir, lo que la llevará a una nueva construcción[26].

 

Será a partir de allí que Freud comienza a escucharla, a otorgarle un lugar. Y ese detalle no es menor. Podría interpretarse su primer respuesta, enviada en otra misiva del 18 de junio del mismo año, donde le sugiere “un proceder más adecuado a lo endopsíquico, por así decirlo.”[27] como una desestimación de su demanda; sin embargo, consideramos tales palabras de Freud como una intervención. Por los efectos, como siempre en nuestra clínica, sabremos que el deseo del analista en Sabine, habiendo abierto las puertas de su humanidad, comienza a poder entrar en escena, a hacerse escuchar. Y Freud, el maestro, pero sobre todo el analista, lo escucha.

 

Luego de su pasaje por la Sociedad Vienesa de Psicoanálisis, Spielrein ejerce su práctica en Suiza donde hasta toma a Piaget como uno de sus analizantes. Una década más tarde, de vuelta en su tierra natal, Rusia, llega a convertirse en miembro de la Sociedad Psicoanalítica Rusa. Sigue, así, el peligro abierto por una vocación. Arriesga, apuesta y no retrocede. Allí su apuesta ética.

 

Jung: la eterna siesta sobre el lecho de la mudez

El joven médico pertenece a la burguesía gracias a su esposa. Viajes en primera clase, mansiones que él no podría costear, hijos en abundancia que él no logra mirar. Cronenberg nos ofrece la pintura de un matrimonio “clásico” de la época, refugio para el (no) hacer[28]. No nos referimos a “actividades”; Jung desarrolla interesantes actividades, hasta ha sido escogido por el maestro para difundir el psicoanálisis en la Europa aria. Pero el peligro de “otro mundo” que la teoría sexual freudiana le presenta es demasiado para él. Pero lo in-mundo que su paciente le presenta necesita ser reintegrado bajo sus coordenadas, deglutido bajo sus conocidas argucias. Su refugio en los mitos y símbolos lo entretienen en otros métiers. El amor pretendidamente romántico lo envuelve en su perfume; más bien, en lo que él convierte en hedor. Y su paciente, Sabine, entrará en la serie. El aprovechamiento de la transferencia no se hace esperar. Pero en el punto de confrontarse con él mismo, con algo del orden de un cierto amor, aquel que podría “agujerear” algo de su existencia, la salida por él hallada será la renegación, el despecho, el ocultamiento, hasta el cinismo[29].

 

Así lo atestiguan sus palabras en ocasión de responder a la interpelación de la madre de Sabine respecto del affaire. Pese a “decir la verdad”, la renegación como defensa sigue en pie:

 

“…de médico, me convertí en amigo, porque dejé de excluir mis sentimientos. Pude abandonar fácilmente el papel de médico porque no me sentía empleado como tal, ya que jamás pretendí un honorario. Esto último es lo que marca claramente los límites a los que está sometido el médico. Usted comprenderá que es imposible para un hombre y una joven tener a la larga tan sólo relaciones de amistad, sin que en algún momento intervenga alguna otra cosa.

Pero, en el fondo, ¿qué podría impedir a ambas personas aceptar las consecuencias de su amor? Un médico, en cambio, y una paciente pueden hablar de cualquier asunto íntimo durante un tiempo limitado, y la paciente puede esperar del médico todo el amor y el cuidado del que tiene necesidad. El médico, empero, conoce sus límites y no los violará nunca, porque es pagado por su trabajo. Y esto le impone la necesaria limitación.

Por lo tanto, para permanecer en la posición de médico, como usted desea, le propongo fijar un honorario adecuado por mis prestaciones. De esta manera, usted estará absolutamente segura de que cualesquiera sean las circunstancias respetaré mi deber de médico.

En cuanto amigo de su hija, en cambio, habría que dejar al destino lo que haya de suceder, pues nadie puede impedir a dos amigos que hagan lo que deseen. Espero, estimada señora, que usted me comprenderá, y también que en todas estas cosas no hay ninguna vileza, sino solamente experiencia y autoconocimiento. Mis honorarios son 10 Francos por consulta.

Le aconsejo elegir la solución prosaica, porque es la más prudente y no crea obligaciones para el futuro.

Con sentimientos de amistad. C. Jung”.[30]

 

Aquí nos resulta fundamental, previo a detenernos en el modo intentado por Jung para establecer “un límite” a la relación amorosa con su paciente a través de los honorarios -que no constituye más que la consecuencia de una posición-, dar cuenta de aquello que hace posible tal desparpajo. Nos referimos a una posición respecto de la ética y el manejo de la transferencia sostenida en su accionar. A través de ese modo de hacer y sobre todo, en su decir respecto del amor, tenemos la ocasión de acercarnos a las concepciones por él sostenidas. En el entramado de esos decires -y haceres- respecto del amor tendremos la oportunidad de localizar su posición. Y será dicha posición la que abrirá las compuertas de los despropósitos de Jung en torno a la transferencia.

 

Así, los dichos con los que nos encontramos van de la “necesidad” al “destino”; de los “sentimientos” al “hombre y mujer” o a “dos personas”; responde por un amor en el sentido de “hacer lo que se desea”. Pero claramente aquí no se trata del Deseo en términos de la Ética. Justamente se trata de su desconocimiento más radical. El amor en la concepción jungiana responde a la voluntad, no al Deseo; se vertebra en el “destino” irremediable, no en la Decisión; apunta a la complementariedad y nada sabe de Eros. Hay hombre y mujer. Hay relación sexual. Hay de la completud. Y el amor la puede aportar. Nada de un agujero allí. Nada de un vaciamiento que posibilite un andar. La quietud.

 

Si Lacan nos pone en la pista de un amor que va más allá de la mortífera -y mortificante- tendencia a la completud; si nos señala un camino diferencial de toda relación moral, es en el punto de hacerle lugar a ese “amo en ti algo más que tú”[31] que abre la vía para el amor por el sendero de la Causa, de “eso” que va más allá que un semejante y no es otra cosa que el a. No será el amor de objeto el que posibilite nuevos rumbos para lo humano. El a en tanto letra que no completa nada y que, haciéndole lugar como ese más allá, ese resto necesario para la existencia, permitiéndole jugar en cada quien -y poniéndolo en juego en la relación con un otro- abre la vía para lo más singular. Ya no se tratará entonces del amor de objeto qua “puro camelo”[32], cuando no remite más que al narcisismo.

 

Pero en la posición sostenida por Jung, lo perverso de un “no ha lugar” a la novedad que su otro paciente-amigo, el psicoanalista Otto Gross le presenta y a cuya lógica Jung se somete (magistralmente mostrado en el film) lleva al estrago de todo Deseo posible. El sometimiento al goce del Otro ahoga cualquier posible singularidad. Jung “hace”, pero se trata de un hacer que no posibilita el habla. Más bien, que lo sofoca, que lo enmudece. Efectivamente, en el primer contacto que mantiene con Freud respecto de su paciente nada dice de aquello que verdaderamente lo afecta. Jung aún no aprende a hablar…

 

El habla implica riesgo y el riesgo, ese sí no es su métier. No nos referimos aquí al riesgo entendido como dejar todo de lado para huir con su amada, sino de tomar el lugar supuestamente buscado. Pero lo que encontró en su búsqueda claramente lo excedió. Se encontró con Freud, pero más radicalmente, se encontró con Eros, con la sexualidad, con el motor de la vida que con su modo de estar en el mundo no se podía conciliar. Se encontró así con lo móvil, con el Deseo, con lo vivo del decir a través de su paciente. Y él elige. Calcula. Se deja gozar al suponer el control de la situación. Evalúa con los miramientos que no le permiten ver más allá. Jung deja de escuchar(se). Sólo empujado por Sabine llega a intentar un decir; a poner algo de sí en la tardía comunicación a su supervisor, Freud, respecto de lo que le atañe. Pero ya es tarde. Melancólico y adormecido no accede a un despertar. No accede a un decir. No arriba a un otro hacer. Sólo años más tarde le dirá a Sabine que el hijo que ella espera debería ser de él. Pero no lo es[33].

 

Tampoco su mentor tuvo lugar en él para continuar el camino común iniciado[34]. Freud ya se despidió tajante aunque amargamente. Su método fue excesivamente peligroso para él. Lo puso a prueba respecto de un padre y de una causa (en la doble acepción del término que antes mencionábamos, la del psicoanálisis y la propia). Del Padre y de la Causa.

 

Una de las discusiones retratadas en el film nos permite acercarnos a su posición respecto de esa otra vertiente, la relativa a la cuestión del Padre. Resulta de lo más interesante detenernos en el modo en que el joven médico, luego de relatar el episodio de una discusión en un Congreso de Psicoanálisis referida a uno de los “padres” de la historia egipcia, inmediatamente plantea su decir en torno a Freud. Por un lado, intentando sostener ardiente, casi desesperadamente podríamos decir, lo relativo a un lugar para el padre; por el otro y en el mismo movimiento, desestimando la posibilidad de contar con él, de “servirse” de un padre, impotentizándolo. Así lo plantea el propio Jung:

 

 “Freud padeció un desmayo en otra ocasión en mi presencia. Fue durante el Congreso psicoanalítico en Münich en 1912. Alguien guió la conversación hacia Amenofis IV. Se recalcó que su actitud hostil respecto a su padre le llevó a destruir las inscripciones en las estelas funerarias y que detrás de su gran intuición de una religión monoteísta se ocultaba su complejo de padre. Esto me irritó e intenté explicar que Amenofis fue un hombre genial y profundamente religioso, cuyos hechos no pueden explicarse por antagonismos personales contra su padre. Por el contrario, honró la memoria de su padre y su celo destructor se orientó exclusivamente contra el nombre del dios Amón, que hizo suprimir en todas partes, y naturalmente quitó también de las inscripciones funerarias de su padre la palabra Amón-hotep. Además, también otros faraones hicieron sustituir en los monumentos y en las estatuas los nombres de sus antepasados, divinos o auténticos, por el suyo propio, dado que se sentían, con justo título, encarnaciones del mismo Dios. Pero no habían instaurado ni una nueva religión ni un nuevo estilo.

En este instante Freud cayó desmayado de la silla. Todos le rodearon azorados. Entonces le tomé en brazos y le llevé a la habitación contigua donde le deposité en un sofá. Ya mientras le llevaba en brazos comenzó a volver en sí y la mirada que me dirigió no la olvidaré nunca. En su impotencia me miró como si yo fuera su padre. Lo que contribuyó a provocar este desmayo -la atmósfera estaba muy tensa- fue, igual que en el caso anterior, la fantasía sobre el asesinato del padre.

Con anterioridad, Freud había formulado ante mí repetidas alusiones a que me consideraba su sucesor. Estas predicciones me resultaban penosas...”[35]

 

El contrapunto establecido en su decir, entre la necesidad imperiosa de sostener un padre, a la vez que al entrar uno posible en escena en la figura de Freud, desestima esa posibilidad (hecho que la historia del movimiento psicoanalítico terminará confirmando) nos posibilita señalar una decisión respecto del Padre: su rechazo. El ensimismamiento a partir de allí para Jung tomará su lugar. Las relaciones que ya se perfilaban en su resquebrajamiento culminarán entre ese año y el siguiente. La Causa no lo logra causar. Y si como Shakespeare a partir de Hamlet -en la lectura de Lacan del Seminario 6- cambia su modo de escritura: “el cielo cambia, lo que sigue no es del mismo orden, se está en otro registro, abre a una nueva dimensión[36], para Jung (lo vemos retratado años después en el film) todo continúa bajo el reinado de lo igual.

 

Él busca el éxito, anhela -y teme- conocer “al personaje” Freud[37], niega al Padre, sostiene relaciones con sus pacientes, escribe cartas y libros. Pero si sus notas y decires no llegan a constituir un escrito es porque su verdad se le escabulle en el punto de mayor alejamiento de un Deseo posible, de la Causa. El rechazo del Padre; el alejamiento de la Causa; el aplastamiento del Amor lo sumergen en la catástrofe subjetiva (y Cronenberg lo capta magistralmente[38]). Una vez más, Jung aún no aprende a escribir[39].

 

Leer. Escribir. Crear: el mayor de los peligros

 

De la mano de Cronenberg realizamos un viaje. Estuvimos en Zürich y en Viena, leímos cartas, conocimos testimonios, recreamos una ficción.

 

Ese recorrido nos posibilitó acercarnos al desfiladero del peligro, bordear con un atento zoom los derroteros del riesgo: acercarnos a la delgada línea del Amor, del amor más allá de la imaginaria aspiración a la completud, de aquel que posibilita abrir las compuertas de la Causa. Y es por ello que al andar al filo de la Causa pudimos acercarnos al peligro mayor: mirar de cerca una Ética, aquella que se anima a contemplar en su reflexión el horror y la belleza de lo indecible, de lo más singular, de lo más humano.

 

De allí la fuerza que ha logrado darle trascendencia mundial al film. Ya de regreso a casa, la escala prevista en París del vuelo 418 de Air France impone ante mis ojos un nuevo y maravilloso impacto, luego de lo que ya fuera “una travesía” para mí. Esa mañana la primerísima plana de Le Monde estaba dedicada al film.[40] La vuelta a casa, una vez más, me coloca frente a la contingencia que debo retomar. Esas “contingencias” donde decido estar. Ese destino que relanza una y otra vez nuestras apuestas. Estar ahí.

 

 

 

 

Y en este punto retorno a lo vivo de la experiencia que marcó una inspiración: sentada  a solas en la escalinata elevada por bellos mármoles gastados, allí, en Berg Gasse N° 19 del Distrito 9 de Viena, sosteniendo uno de los souvenirs adquiridos en la casa de Freud, leo en ese lápiz la frase del maestro que elijo transmitir aquí, tomada de “Estudios sobre la histeria” y que sólo al final de este escrito llegué a poder traducir (no sin el maravilloso extrañamiento que me generó descubrir que se trataba de lo escrito y la lectura): “…dab die Krankengeschichten, die ich schreibe, wie Novellen zu lesen sind…” [que la historia de las enfermedades que yo escribo, sea leída como novela]. Leer como novela. Crear una ficción. Devolverle lo vivo a nuestras experiencias.

 

Y si los analistas nos dejamos tocar por ese freudiano decir, para nuestra clínica pero también para una ficción, seguramente compartiremos lo que me permito sostener, inventar: en ese punto de la creación que es lectura y que implica el deseo decidido de escribir, Cronenberg y Hampton, podemos decir, son freudianos.



[1] Contamos, gracias a la recopilación realizada por el psicoanalista jungiano Aldo Carotenuto, con el material referido tanto a la permanencia de Sabine Spielrein en dicha clínica, así como lo relativo a las relaciones establecidas y las cartas intercambiadas con Freud y Jung. Al respecto, ver Sabina Spielrein. “Cartas y Diario(1909-1912), en Aldo Carotenuto. Una secreta simetría. Sabina Spielrein entre Freud y Jung, Gedisa, Barcelona, 1984.

[2] Nos referimos a algunos de sus anteriores films, a los que nos abocamos en la versión extendida de este trabajo.

[3] Al respecto, ver Juan Jorge Michel Fariña.  “(Hacer) el amor de transferencia. La involucración sexual entre terapeutas y pacientes, un siglo después”; y el comentario de Eduardo Laso en relación al mismo, en Publicación Virtual Ética y Cine, 2011. URL http://www.eticaycine.org/Un-metodo-peligroso.

[4] Así, con mayúsculas, en tanto no se refiere a una elección calculada a partir de una evaluación utilitarista de pros y contras, de costos y beneficios. Decisión en tanto porta ese punto irreductible en cada quien que contendrá su modo singular de gozar.

[5] Ver Jacques Lacan. Radiofonía y Televisión, Anagrama, Barcelona, 1977.

[6] Respecto de la hipótesis que plantea el origen de los textos sobre técnica y sobre transferencia escritos por Freud entre 1911 [1912] y 1914 como respuesta a toda una serie de sucesos semejantes a los retratados en el film, al interior del Movimiento Psicoanalítico, ver Javier Rosales Álvarez. “1912, El viraje de Freud”, en Revista Carta Psicoanalítica Nº 5, México, 2004.

[7] Sigmund Freud. “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, en Sigmund Freud Obras Completas, Amorrortu, Tomo XIV, Buenos Aires, 1993.

[8] Jacques Lacan. “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, en Escritos 1, Siglo Veintiuno, México, 1987.

[9] Sigmund Freud. “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, en Sigmund Freud Obras Completas, Amorrortu, Tomo XIV, Buenos Aires, 1993.

[10] Jung estuvo entre sus primeros invitados, el 6 de marzo de 1907.

[11] De hecho, el último Seminario dictado por Jacques Lacan en el año 1980 está íntegramente dedicado al término “disolución”, referido a la formación del analista y la constitución de Escuela en psicoanálisis. Ver Seminario 27 – Disolución, inédito.

[12] Ernest Jones. Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo II: Los años de madurez (1901-1919), Paidós,  Buenos Aires, 1997 (destacados nuestros; y destacamos particularmente los términos “disolución” y “revivir” por remitirnos a todo un trabajo de Freud en relación a los mismos a lo largo de su obra -dedicamos un apartado al tema en la versión extendida de este artículo-).

[13] Ver Jacques Lacan. Seminario 9 – La identificación, (traducción y notas a cargo de Ricardo Rodríguez Ponte), inédito.

[14] Sigmund Freud. “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, op.cit. Fragmentos de este pasaje pueden reconocerse claramente en el guión del film.

[15] Abordamos los derroteros de estos tres términos en el apartado dedicado a Jung, en este mismo artículo.

[16] Sigmund Freud. “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, op.cit.

[17] Analizamos los contenidos de la discusión previa al desmayo de Freud en el apartado correspondiente a Jung.

[18] Ver apartado de Jung, líneas abajo.

[19] Ver cartas de noviembre y diciembre de 1912, y enero de 1913, en Correspondencia Freud – Jung, Taurus, Madrid, 1977. Asimismo, en una carta a Spielrein, del 20 de enero de 1913, Freud afirma: “Mi relación con su héroe germánico se ha arruinado definitivamente”.

[20] Ver Aldo Carotenuto. Una secreta simetría, op.cit.

[21] Ver Martin Heidegger. “Ser y apariencia”, en Introducción a la Metafísica, Buenos Aires, Editorial Nova, 1980.

[22] Ver Jacques Lacan. Seminario 21 – R S I (traducción y notas a cargo de Ricardo Rodríguez Ponte), inédito.

[23] Ahondamos en este término -y sus implicancias para el caso que nos ocupa- propuesto por Freud en el “Proyecto de una psicología para neurólogos” y que Lacan retoma en el Seminario 7La Ética del Psicoanálisis, en la versión extendida de este artículo.

[24] Ver Aldo Carotenuto. Una secreta simetría, op.cit.

[25] Ibid.

[26] No desconocemos que otra lectura posible -y seguramente plausible- sea la del armado del triángulo histérico a partir del “torbellino” así lanzado. Sin embargo, nuestra orientación no nos lleva a la psicopatologización de los personajes; nuestro interés está puesto, más bien, en “acompañar” un proceso, en ubicar los puntos de inflexión, en señalar giros de un recorrido, en fin, en dar cuenta del proceso para construir una posición.

[27] Ibid.

[28] Aquí es interesante recordar los decires de Lacan en el Seminario 15 – El acto analítico, diferenciando acción y Acto. Respecto del segundo dirá que “eso hace algo”. Llevándonos a cernir ese “eso” por la vía de la Causa, de lo que causa el Deseo (el a) y tal “hacer” como bien diferenciado de una acción cualquiera en tanto porta consigo, justamente, la Causa: A partir de esta operación [la del acto] se produce (…) una conversión en la posición que resulta del sujeto en cuanto a su relación con el saber.” Ver Alejandra Chinkes. Acto: como operación de lectura. Un decir, inédito, 2011.

[29] Cinismo no en su sentido filosófico, sino en su acepción vulgar.

[30] Aldo Carotenuto. Una secreta simetría, op.cit.

[31] Jacques Lacan. Seminario 11 – Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1987.

[32] Jacques Lacan. Seminario 20 – Aún. Paidós, Buenos Aires, 1992.

[33] Aunque tal decir no haría más que continuar con el taponamiento, al menos podría llegar a introducir la posibilidad de una abertura que inaugure un sendero hacia la responsabilidad.

[34] Ver cartas de noviembre y diciembre de 1912, y enero de 1913, en Correspondencia Freud – Jung, op.cit.

[35] Carl Gustav Jung – Aniela Jaffé. “Recuerdos, sueños, pensamientos”, Seix Barral, Barcelona, 2005 (destacados nuestros).

[36] Jacques Lacan. Seminario 6 – El Deseo y su interpretación, en Alejandra Chinkes. Acto: como operación de lectura. Un decir, op.cit.

[37] Tragicómica -y canallesca- resulta la respuesta dada por Jung a la pregunta sobre por qué menciona su nombre en el artículo generador de la polémica sobre el Padre: “Su nombre es tan famoso que siempre es oportuno mencionarlo”.

[38] Dejamos aquí nuevamente en suspenso la “lectura” conenbergniana para quienes se dispongan a disfrutar del film

[39] La aguda pluma de Hampton compone para el film el momento culminante de la relación Jung-Freud al introducir la burlesca pregunta del maestro en la discusión sobre Amenofis IV: “¿Dices que hay que reescribir el Mito?

[40] Una versión parcial de la nota de Le Monde se puede leer, en español, en http://www.eticaycine.org/Un-metodo-peligroso,237

 

 


[1] Para mi querida Nora, aventurada al “peligro” de una nueva existencia y gracias a cuya generosidad pude conocer los majestuosos escenarios reales de este film. También para mi hija Agostina quien amorosamente elaboró el collage con el que ilustramos este artículo. Y a Marcelo Altomare, quien con su amor y sugerencias, contribuyó decididamente a la elaboración de este texto.

 


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