Las vírgenes suicidas

12/08/2012- Por Carlos Faig - Realizar Consulta

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El film se ambienta en un elegante barrio de Estados Unidos, a mediados de los años setenta. Nos narra la tragedia de la familia Lisbon. En poco menos de dos años, las cinco hijas de esta familia se suicidan. Un grupo de adolescentes, amigos de las niñas, relata los episodios.

 

 

Ficha técnica

Dirección y guión: Sofia Coppola.

Producción: Francis Ford Coppola, Julie Constanzo, Dans Halsted y otros.

Año: 1999.

País: EE.UU.

Género: Drama.

Duración: 97 minutos.

Intérpretes: Kirsten Dunst, James Woods, Kathleen Turner, Josh Hartnett, Scott Glenn, Michael Paré, Danny DeVito, Chelsie Swain, A.J. Cook y Hanna R. Hall.

Fotografía: Edward Lachman.

Música: Richard Beggs, Jean-Benoît Dunckel y Nicolas Godin (Air).

 

 

El film de Sofía Coppola narra la tragedia de una familia de clase media norteamericana, medianamente típica, compuesta por los padres y cinco hijas adolescentes. El relato, basado en la primera novela de Jeffrey Eugenides, que data de 1993, comienza con el intento de suicidio de la hija menor de la familia. Poco antes, ya había intentado matarse cortándose las venas. Es allí que interviene en la película, unos breves momentos, Danny DeVito, en el papel de psiquiatra. Poco después, y durante una fiesta que se celebra en el sótano de la casa donde habitan, la niña se arroja por la ventana y muere.

Un enigma se plantea desde el inicio del film: ¿cómo hicieron esos padres para engendrar a esas cinco bellas adolescentes? Esta pregunta parece trivial pero no lo es. Llevada al extremo significa, ¿esas chicas son reales?

 Algo ocurre y transcurre en el film que tiene la consistencia y la inconsistencia del sueño. Y algo similar nos presentan las “alucinaciones”. La hija menor, ya muerta, es observada en diversas situaciones: en un árbol, en un dormitorio, en otras apariciones. No obstante, quienes la observan no manifiestan perplejidad ni sorpresa. La aparición no angustia. La niña, Cecilia, forma parte naturalmente del paisaje. En todo caso, no desentona más que un jeroglífico sobre una casa. Forma parte de la realidad; no presenta un carácter ajeno a ella. Pero esta realidad, digámoslo otra vez, es onírica.

Ahora bien, el anclaje en lo real para un sujeto se halla en el goce. La inscripción de la satisfacción rompe con la representación. Impide que el significante nos represente infinitamente ante otro, eternamente. Una vida ficticia puede, en efecto, conducir al suicidio. La perspectiva actual, social, en ese sentido –si pensamos la presencia que tiene lo virtual en nuestras vidas–, no es precisamente prometedora.

El sueño, el film, culmina con el suicidio grupal de las cuatro hermanas restantes. Ocurrido esto, los padres ponen en remate sus pertenencias, sus muebles, su casa, y se marchan. Se nos dice: “Ya sin otra vida”.

Finalmente, la película, señalémoslo al pasar, pone en escena una suerte de pestilencia que proviene de un accidente que afecta a aguas cercanas. Nueva versión, quizá, de la peste edípica, tebiana. Pero que ya no augura ni reclama nada. Es a posteriori, si se nos permite decirlo así. El incesto no está en juego aquí. Y, al parecer, nunca lo estuvo.

En otro plano, la película –según se ha comentado– se basa en un hecho real, que aconteció efectivamente. La historia de este suicidio quíntuple al parecer es real. El recurso narrativo se basa en una reconstrucción. El grupo de adolescentes que cortejaba a las niñas testimonia, años después y fragmentariamente, de los hechos. Las ópticas se multiplican, los fragmentos no se unen nunca. Pero estos relatos no explican nada del todo e incluso no explican nada. Que la madre haya sido tan creyente y rigurosa, casi fanática, no alcanza para explicar los suicidios. Tampoco el padre, profesor de matemática, un tanto distraído, casi “volado” con sus aviones (fabrica maquetas), aun construyendo hiperbólicamente su figura, basta para explicar nada.

Es quizá por esto que la banda sonora del film resulta tan acentuada. Viéndola así, proporciona continuidad al film tanto como recrea una época (alrededor de 1975). La reconstrucción de época, ciertamente, resulta muy lograda.

Sólo quiero señalar dos cuestiones teóricas para comentar este film. La primera atañe al sujeto en el sentido lacaniano. Está de más decir que el sujeto no es la persona. Tampoco es el cuerpo. Un sujeto y un cuerpo no equivalen. Ninguna correspondencia biunívoca los une. No hay tantos sujetos como cuerpos hablantes. Además, el sujeto no es intrapsíquico, ni intersubjetivo ni extrasubjetivo. Simplemente es intervalar. Y caben en él tantos sujetos como se quiera. (La idea de sujeto intervalar, tomada en serio, serviría para modificar una buena cantidad de conceptos, y aun de principios, del análisis político y sociológico).

Las cuatro hijas (las cinco, si se prefiere) bajan a la fiesta del colegio con el mismo vestido, idéntico, que presenta en cada una y en las cuatro los mismos cortes, los mismos alargues.  Asimismo, las cuatro son castigadas por la tardanza de la mayor de ellas. Y todas son retiradas del colegio, por la misma razón. Luego, todas ellas son encerradas en la casa. Por último, las niñas tienen 13, 14, 15, 16 y 17 años. Hacen una serie.

Al menos en este caso, la epidemia y el corte subjetivo son una sola y  misma cosa. El sujeto aloja a las cinco adolescentes. Las cinco son un sujeto.

La segunda cuestión refiere al carácter de sin-razón del brote psicótico. No hay explicación. Explicar el brote es causarlo. Y si bien el episodio psicótico, el desencadenamiento, tiene un disparador (lo que Lacan denominó “Un padre”), este no lo causa. De ahí, por lo demás, la diferencia entre los fenómenos restitutivos, propios de la psicosis, y la neurosis (reprimido, retorno de lo reprimido). En otros términos, Sofía Coppola muy acertadamente no explica por qué en su film. No “neurotiza” el suicidio.

 


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