Madre, contigo no puedo

10/07/2017- Por Hugo Dvoskin - Realizar Consulta

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En el hall de la casa, Julieta y su hija Antía se despiden. La madre no muy convencida le ofrece acompañarla a la estación. “Las despedidas no te gustan” le dice su hija que se va a un retiro espiritual […] Es una despedida intensa, no demasiado, sin sobreactuaciones ni exabruptos. Sin embargo, después de ese día, no volverán verse nunca más en la versión de Alice Munro y tendrán que pasar quince años, un nieto ahogado y algunos azares, para que se abra la posibilidad de encontrarse en la versión un poco más gratificante de Almodóvar.

 

 

 

                              

 

 

Ficha técnica y artística

Título: Julieta

Título original: Julieta

Dirección: Pedro Almodóvar

País: España

Año: 2016

Duración: 0 min.

Género: Drama

Calificación: No recomendada para menores de 12 años

Reparto: Emma SuárezAdriana UgarteRossy de PalmaInma CuestaDarío GrandinettiMichelle Jenner

Productora: El Deseo S.A.

http://www.estamosrodando.com/imagenes/comn/pxtrans.gifCompositor de la música original: Alberto Iglesias

Director de fotografía: Jean-Claude Larrieu

Guionista: Pedro Almodóvar

Producción: Agustín Almodóvar, Esther García

 

 

 

La cuestión

 

En el hall de la casa, Julieta y su hija Antía se despiden. La madre no muy convencida le ofrece acompañarla a la estación. “Las despedidas no te gustan” le dice su hija que se va a un retiro espiritual. El público podría pensar: “típico viaje de adolescente a la búsqueda”. No tenemos muchos datos pero podríamos suponer que ha terminado el secundario, que lo institucional conocido requiere un descanso, que algunos viajan por el mundo, otros intentan una travesía interior y que Antía pertenecería al segundo grupo.

Es una despedida intensa, no demasiado, sin sobreactuaciones ni exabruptos. Sin embargo, después de ese día, no volverán verse nunca más en la versión de Alice Munro y tendrán que pasar quince años, un nieto ahogado y algunos azares, para que se abra la posibilidad de encontrarse en la versión un poco más gratificante de Almodóvar. En los años que han estado juntas antes y luego de la muerte de Xoan –el compañero de Julieta y el padre de Antía- nada indicaba desde afuera que existiera un vínculo patológico entre ellas que anticipara un corte tan abrupto y tan definitivo, según Munro. Tendremos que armar alguna lógica con los datos que se nos ofrecen para poder dar cuenta de una determinación tan decisiva en la vida de ambas. Las respuestas que hemos creído encontrar en Almodóvar y en Munro son tan disímiles que corremos el riesgo de confundir al lector comentando dos contenidos que tienen los mismos personajes, desarrollos similares pero con una lógica y una cadencia absolutamente distintas. Cuando sea necesaria iremos haciendo las bifurcaciones. Veremos si nos convence y cómo le resulta al lector. La primera ya le hemos hecho: Almodóvar araña un final en el que estas mujeres que han vivido diecinueve años juntas quizás se encuentren, se ayuden y hasta reconozcan que se necesitan y se siguen queriendo; para Munro no sólo no hay solución a la ruptura sino que la madre agota la búsqueda con una frase sorpresiva, concluyente y fundamentalmente desagradable: “Penélope (el nombre de Antía en el texto original de Munro) no me sirve”.

Una pregunta atraviesa el comentario: dar cuenta del cariz que toma  esa separación. Es cierto que no es fácil justificar por qué padres e hijos se siguen viendo a lo largo de la vida y no es válido suponer que sea una obviedad. Probablemente se requeriría de sociólogos y antropólogos más entendidos en la cuestión. Sucede habitualmente, lo cual nos interesa, que  cuando padres e hijos dejan de verse, ambos quedan forzados a explicar la situación, a explicitarla, a sostenerla frente a los otros. Tomaremos ese dato como suficiente para nuestro comentario.[1] Si Antía/Penélope y Julieta dejan de verse no es un resultado que se pueda dar por obvio.

La culpa y las broncas fáciles con las que ya nos hemos visto en Manchester[2] y anteriormente en La llave de Sara[3] que toman el formato de explicaciones psicologicistas y sencillas son, a nuestro entender, empalagosas pero sobre todo inconsistentes. Suelen brotar como pimpollos en primavera. Las abordaremos. Tenemos aquella que plantea que se trata de la culpa que tiene Antía por no haber estado cuando murió el padre en ese accidente que, nos anticipamos, bordea el suicidio. Culpa por haberla pasado bien en ese campamento mientras el padre naufragaba. ¡¿Entonces cinco años más tarde decide dejar de ver a la madre para siempre?! El armado lógico entre estos enunciados no se produciría aunque pusiéramos buena voluntad. Su culpa, que posiblemente la haya y que podría incluir haber quedado excluida de los funerales -con la siempre buena intención de cuidarla-, no se asociaría con dejar de ver a la madre. Cabría quizás alguna hostilidad justamente por la exclusión. El sentimiento de culpa que en la película en sí no aparece dista demasiado de la consecuencia. Vayamos al segundo, la bronca. Enterada del enojo del padre tras la “discusión” con la madre tiene algún resentimiento, la acusa y la culpa parcialmente de la muerte de su papá. Dicho así, la respuesta es por cierto exagerada. Si vamos a los detalles de aquella tarde es insostenible. Por interpósita persona –Marian, la empelada doméstica- Julieta se entera de que el marido le habría sido infiel mientras estuvo en casa de sus padres –es cierto que hacía ya  varios años- con la mujer que además de ser su amante antes de conocerla a ella fue quien en esos años se había transformado en su mejor amiga. Julieta necesita asumir el mal trago porque asimismo el relato le llega acompañado de la amenaza de que apenas ella vuelva al trabajo su marido volverá a las andanzas. Un supuesto ser de los hombres que Marian conoce. Si las mujeres trabajan los hombres están con otras. No se dice pero tal vez el supuesto se base en su experiencia con su propio marido dado que ella trabaja. Aunque Julieta ni siquiera se enoja mucho, es notorio que la situación le resulta desagradable. Una infidelidad es más que un disgusto y pide un rato para ir a caminar sola, para ordenar las piezas del nuevo tablero. ¿Qué menos? ¡¿Entonces su hija cinco años después decide dejar de verla para siempre porque su madre se fue a caminar un rato cuando se enteró de que el padre le había sido infiel?! Reiteramos, ya no es exagerado, es insustentable. Ambas situaciones suponen pesares, incomodidades, hostilidades, alguna discusión o distanciamiento temporario pero, ¡¿dejar de verse para siempre?!

 

 

En el tren

 

Las dos versiones comienzan con una escena parecida. Julieta en el tren. Tiene un poco más de veinte años. Lee mitología griega. La interrumpe un hombre que se sienta frente a ella e intenta iniciar una conversación que para Julieta carece doblemente de interés. No sólo no le apetece hablar con él sino que, sobre todo, a ella quiere leer. Le resulta además muy interesante haberle dicho que no quiere hablar, poder no ceder a la demanda del otro.

Una segunda diferencia entre Munro y Almodóvar. Munro acota que sin llegar a ser vulgar, Julieta no es significativamente atractiva. Cuando Julieta sea mayor, alrededor de cuarenta y cinco, Munro precisará en un pensamiento de Cristina -su amiga- que Julieta se entusiasmó mucho con los dos hombres que aparecieron en su vida porque no debe haber tenido otros candidatos. Almodóvar se encarga de elegir para el casting a Adriana Ugarte, una mujer indudablemente llamativa –al menos para la mayoría de los consultados-, atractiva, difícil evitar mirar.

Julieta se retira hacia el vagón comedor. El tren se detiene. Minutos después el hombre se suicida atropellado por el tren cuando reinicia la marcha. En la versión Munro la situación queda reducida a un azar absoluto o hacia alguna responsabilidad de Julieta por no haber sido condescendiente. Su decisión de suicidarse estaba tomada. Quizás estaría haciendo tiempo hasta que el tren se detuviera. Tragedias en la vida sobre las que no hay nada que preguntarse porque no hay motivo para pensar que esa escena pueda hacer una serie. En la versión Almodóvar se muestra una escena en el colegio donde un alumno frente a una pregunta sobre mitología griega  -con algún sentido humorístico pero no por ello menos franco- se le declara públicamente. Se “zarpa” diríamos en Buenos Aires (se tira a la pileta sabiendo que no habrá agua). La expresión viene  a cuento porque hablan de Ulises. La escena del tren en la lógica machista podría tener otro encadenamiento. Conjeturemos. Un sujeto ya decidido al suicidio se encuentra con una bella mujer y pone su decisión en suspenso. “Quizás a esta mujer amante de la mitología la hayan mandado los dioses, tal vez los dioses hayan hablado”, piensa. “Acaso sea la mujer que dé sentido al sin sentido de mi vida”. Juega sus últimas monedas. No hay nada que indique que pueda ganar como tampoco el alumno del colegio. Tan sólo que esta bella mujer se la ha cruzado poco antes de su acto último y que él tiene la creencia de que los dioses podrían hablar a través de hermosas mujeres. Responde a la lógica masculina, una mujer puede dar sentido a la existencia. No es el caso. Julieta queda tomada por la tragedia –no la de los libros-, por el azar, por haber estado en el lugar oportuno en el momento inadecuado, por ser elegida para estar en causa. En la versión Almodóvar al igual que en la de Munro, Julieta  está igualmente no involucrada. Sin embargo, aquí corre el riesgo de que esta escena haga serie.

Pocos minutos más tarde en el mismo tren, el experto marino -que será tiempo más tarde el padre de Antía y morirá ahogado en una tormenta previsible- tiene un encuentro con Julieta del que saldrá prendado. Sin sexo en la versión Munro -entre otros motivos por encontrase indispuesta y sentir vergüenza de que Xoan se enterara-, con sexo intenso en la versión Almodóvar. En las dos versiones, seis meses más tarde, el apuesto marino la extraña y la piensa, la busca, le envía una postal sin garantías de que llegue al único lugar que recuerda como dato de ella, el colegio donde trabajaba en carácter de suplente. Ella le ha hecho marca. Cuando ella lo visite, azarosamente el día de la muerte de su esposa en estado de coma ya hace varios años, él la recibirá decidido. Su llegada a la casa es obviamente extemporánea porque interrumpe los funerales. No obstante, la empleada doméstica se retira y la deja en la casa advirtiendo que quien ha llegado no es una más de las que realizaban la “visita higiénica” para cubrir las necesidades sexuales en que la mujer de Xoan lo había dejado. En la versión Munro estos hechos no guardan ninguna lógica. Se superponen. Para Almodóvar lo que podría estar en juego es el lugar de la causa, lo que Julieta genera aunque no lo advierta.

Será trece años después, frente al temor que le produjo que Julieta fuera a dar una vuelta para ordenar ideas, cuando Xoan se lance a lo que habría que calificar al menos de acting out, en el sentido de una escena dedicada a Julieta o, es nuestra hipótesis, de pasaje al acto. No porque se suicide, eso en todo caso es un hecho que tiene su vertiente azarosa, los mares, los vientos están fuera de lo manipulable, de lo calculable cuando particularmente no se lo ha calculado. Si pensamos en un pasaje al acto es porque con Julieta fuera de casa, frente al temor de perderla, él pierde las coordenadas que organizan su vida y se lanza al mar -que es su lugar en el mundo- como si fuera  ningún lugar o un lugar desconocido, sin advertir, escuchar o interesarse por aquello que un marino no podría no tener en cuenta, las condiciones del clima. No es una escena dedicada a Julieta más bien pareciera que –según nuestro entender- sin ella, él no tiene escena.

No se trata entonces de la culpa o de la bronca. Al menos no sólo de eso o lo que estaría en el corazón de la pregunta que intentamos dilucidar. Empieza a constituirse una serie, fuerte, en la que su hija –a la que Almodóvar eligió especialmente desabrida- convive con una madre ante la cual los hombres no miden consecuencias, se arriesgan, apuestan, se lanzan, se zarpan , se mueren. Su hija Antía, frente a eso ya no sólo es testigo en el sentido de quien ha visto la acción sin participar sino que además las padece sin que a ella la vean, sin ser vista.

Almodóvar ajusta el casting. Elige para Julieta mayor a Emma Suárez, una mujer de más edad pero que parece no tener efectos menores al menos entren los hombres, al menos para Lorenzo. De haberla visto azarosamente en un ascensor tiempo atrás la recordará sin vacilaciones. Será otro que ha quedado prendado. Y si esto tiene efectos en los hombres, las consecuencias atraviesan la vida de Julieta que las ve como testigo de lujo. Julieta no repetirá la historia con Lorenzo quizás porque este está mejor parado en la vida. Él no transitará el camino del drama a la tragedia y no hará de la separación un suicidio. Dicho de otro modo, el desencuentro con Julieta cuando él se va a Portugal no conducirá a una muerte inútil. Sin embargo, tomemos nota, en los días posteriores a la separación se transformará en una especie de espía que la seguirá a escondidas a todas partes. Él se sorprenderá en lo que se ha transformado. Esta vez Julieta y Lorenzo han sido corresponsables. Ella por no hablar, él por no preguntar. Ella tiene un secreto y lo guarda y él, con su demasiado respeto, la ayuda a guardarlo. Lorenzo logra detenerse. Deja de espiarla y se va de viaje. Vuelve. Es un hombre esperanzado. Tanto logra detener el movimiento que en el siguiente encuentro será Julieta la que casi se topa con la muerte en un tonto accidente callejero en el que la atropellan. Sin tragedia pero no sin contenido dramático, Julieta vuelve a conmover. También ella se ha conmovido al verlo. Podríamos decir que las conmociones de los hombres, hasta aquí, no habían dado lugar ni tiempo para que aparecieran las de ella antes de los desastres.

Quizás es una película que ya hemos visto y comentado. Nos referimos a la matriz que le da lógica. Se tituló Sonata otoñal, la dirigió Bergman. Era una madre (Ingrid Berman) cuyos éxitos como artista, belleza y efectos en los otros eran de tal magnitud que su hija (Liv Ullmann) elige emigrar de esa madre y mantenerla fuera de su circuito porque con ella no podía. Acaso Almodóvar encontró en esa matriz la lógica de Antía. Estando Julieta cerca, Antía no puede hacer una vida. Pero pudo algunos años, dirán algunos. Es cierto. Para ello armó una escena dentro de su casa de la que la madre quedaba absolutamente afuera. Eran los tiempos de su madre deprimida y sin posibilidades de producir esos efectos. Esa escena consistió en una relación homosexual con una amiga durante la adolescencia. Al cortarse ese vínculo se producirá justamente la separación de madre e hija. Es decir que sin esa escena pública/clandestina en el seno de la casa, sin ese “bastón de escena” no era posible. Además la madre ya había vuelto a los éxitos. Podría pensarse que la hija no pudo soportar las debilidades maternas que la muestran deprimida y perdida en los tiempos posteriores a la muerte de Xoan. Aquí Munro y Almodovar coinciden. En el momento de la ruptura la madre ya ha salido de su melancolización temporaria. Es una mujer con éxito y si bien no se dice que tenga pareja nada indica que no haya un hombre en su vida. Han quedado huellas profundas pero se ha recuperado y está pronta a volver a sus estudios. Es esta mujer quien produce significativos efectos en los otros. Aquí incluimos a Antía y a la madre superiora de la secta, que sabe perfectamente quién es Julieta. Frente a esta mujer siempre causando, siempre visible y sin la amiga que la deja porque emigra a Estados Unidos, Antía decide abandonar la escena porque no tolera más ser invisible. Sola con la madre, Antía dice no puedo. Y la historia cobra lógica otoñal. Aquí no hay estrago materno. Tampoco hay una insoportabilidad de la falta de la madre ni una madre completa que se presente sin faltas. Hay una madre que al quedar ubicada en el lugar de causa de otros en forma tan arrolladora le impide a Antía ser causa de y hasta le debe haber imposibilitado sostener algún narcisismo. Siendo que la madre hace tanta ola y los hombres se zambullen, ella vive como agua de estanque. Las olas ya se han llevado a su padre.

En la versión de Almodóvar, al final no podría decirse que Antía vuelva pero cabe afirmar que asoma. Escribe una carta. El detalle del sobre con alguna indicación de donde vive nos anima a pensar que podría hacerse visible. Escribe porque ha fallecido uno de sus hijos y por la falta que esa ausencia le ocasiona. Tuvo que pasar ella por semejante tragedia para poder dar forma a la falta que ella ha sido para la madre en estos años en que ha desaparecido voluntariamente. Hagamos la salvedad de las tarjetas de cumpleaños que se “automandaba” a la casa de Julieta. ¿Podría uno imaginarse algo más invisible que ser uno quien se manda la tarjeta de cumpleaños a un lugar donde no va a recibirla? Si no fuera tan doloroso casi sería gracioso. Antía ahora puede imaginar que esa madre que causa también podría estar en falta. Quizás la pueda imaginar sufriendo la pérdida de su marido, y ahora la de su nieto que también se ha ahogado y al que no ha conocido siquiera.

 

 

Para Munro, en palabras de Julieta, la separación con su hija sólo refiere a no haberla criado con valores espirituales, los de alguna religión. De la ceremonia de la muerte del padre, un socialista ateo, concluye (¿apresurada?) con una aseveración que vuelve a sorprender, como la de “Penélope no me sirve”, diciendo que fue una pseudo ceremonia. ¿Habría que haber hecho una misa? ¿Es de eso que sufre Antía/Penélope? Que en el texto queden como pensamientos de Julieta y Munro no los suscriba directamente no la apaña porque los nombres que quedan adjudicados a la ceremonia le pertenecen y son reflexiones de quien relata y no de la protagonista. Concidentemente el texto de Munro no propone para semejante desenlace otras explicaciones razonables que no sean el no haberla educado con valores espirituales -que en el texto encuentra su sinónimo en lo religioso- y el hecho de que Julieta haya vivido en pecado por no haberse casado. Como en el texto hamletiano, huele a podrido, está vez en Canadá.

Las ideas de Alice Munro habría que inscribirlas dentro de lo indubitablemente reaccionario. Si bien algunas de las ideas parecerían quedar atribuidas a Julieta, a lo largo del texto es notorio que Munro las suscribe más allá de ella.

Aunque pretenda un discurso políticamente correcto, su línea de pensamiento en estos cuentos que forman una trilogía en continuidad es a tal punto retrógrada que nada tiene que envidiar al cura que atiende a la madre de Julieta en el pueblo donde vive.

Mientras que para Almodóvar el final es abierto y presupone búsquedas personales que sostienen el entusiasmo, en Munro no sólo es desesperanzador sino que apunta a un desasosiego aparentemente compensado.

 

 

Volvamos a Almodóvar

 

El encuentro de Julieta con Lorenzo guarda el secreto de lo sucedido con Antía. Es cierto que Lorenzo dice haber sido siempre respetuoso y quizás por ello no ha preguntado. ¿Acaso es pensable que haya con relación al desencuentro con Antía un duelo concluido y por eso la pérdida no ha hecho relato? Lo que sucede en el momento de la separación entre Lorenzo y Julieta lo desmiente. Ante la posibilidad de dejar el último rastro al que Antía podría volver a buscarla, abandona el proyecto. Nuestra hipótesis es que está impedida de armar un relato porque al haber “participado” de los hechos en un puro lugar de causa, sin estar involucrada como sujeto, no está en condiciones de producir un texto frente al Otro. Podría suponerse vergüenza o culpa, ¿por qué no? A nuestro gusto hay imposibilidad de comprenderlo mínimamente. Desde la separación con su hija Julieta vive anonadada como estuvo anonadada con el suicidio del hombre en el tren y como también lo estuvo cuando su pareja se arrojara irresponsablemente al mar. Son situaciones de las que ha sido partícipe y sigue sin saber cómo y por qué. Hay un momento que tanto en la película como en el texto podría ser leído como duelo. Es cuando decide sacar todas las marcas de Antía/Penélope de su casa, limpiarla de Antía, podría decirse. Inversamente habría que pensarlo como un momento forclusivo –no decimos verwerfung y no hay aquí ninguna ligadura con la psicosis-.[4] Más bien lo pensamos como un momento de inmoralidad subjetiva en el que Julieta intenta seguir una vida como si no existiera el pasado. Frente a la posibilidad de dejar la casa a la que podrían llegar cartas, la operación ha fracasado.

 

 

In-Advertidos

 

Tras cierto recorrido de su análisis un sujeto no podría no estar advertido de los efectos de lo que dice en los otros. No es materia especulativa, es ser responsable de haber atravesado la experiencia de que aquello que se diga y se haya dicho quedará olvidado una vez que ha sido dicho en lo que el otro ha escuchado.[5] Lo cual refiere no sólo al texto sino el lugar desde el cual se habla.

Aquí se requiere un paso más. Almodóvar –y en su momento Bergman- pone blanco sobre negro. No se puede ser ajeno a lo que se causa, a pagar las consecuencias, a vivir con ello. En la versión de Bergman el narcisismo del personaje que protagoniza Ingrid B. le impide siquiera preguntarse qué le pasa a la hija al punto de creer que el peor de los veranos fue el mejor para aquella. En nuestra lectura de esa película[6] propusimos que el exilio era de tal envergadura, que el encuentro entre madre e hija nunca se produce más allá de las cartas que Liv U. envía y el marido se encarga de no llevar al correo. Aquí, en Julieta, la bella indiferencia tiene alguna veracidad subjetiva. Julieta nada supo de lo que pasaba con su vida, de lo que ella generaba. Ubicada como causa de, los sucesos que se producen siempre fueron de una magnitud superior a su sistema de coordenadas. Eso la ha llevado a vivir tras los pasos del otro… un suicida que juega frente a ellas su última moneda, un hombre que decide su vida después de un viaje en tren, una hija para la cual la vida le es imposible sin ausentarse definitivamente de la madre. De ahí que nos hayamos encontrado con dos operaciones subjetivas no habituales: la operación forclusiva de Julieta y el quiebre de una hija con su madre sin que podamos registrar estragos maternos.

En la versión de Almodóvar, un hombre que no cede, que no abandona  porque no hace narcisismo de su deseo, hace la diferencia porque en lugar de optar por la ausencia apuesta a ponerla en algún camino, en alguna ruta que a Julieta le pertenezca. Algo florece camino a Suiza cuando Lorenzo subraya que en el sobre había datos auspiciosos para ir a la búsqueda de Antía, que no sería una intromisión. Esta vez, al menos una, hay un hombre posible en el cine almodovariano. También eso nos genera algún entusiasmo.

 



[1] De hecho, y es sabido que no es nuestro hábito hablar de directores o autores, Munro cuenta en una entrevista que ella no volvió a ver más a su madre y que eso fue un hecho fecundo para su existencia. No nos interesa que no se haya seguido viendo con su madre, sí que se haya visto en la obligación de dar cuenta de ese dato.

[2] Manchester by the sea. Kenneth Lonergan. EEUU, 2016. Véase el comentario en www.elsigma.com

[3] Dvoskin, H. La shoa en tiempos de cine. Letra Viva. Próximamente.

[4] Quizás sea un buen ejemplo para diferenciar estos términos. La verwerfung supone la forclusión,  la forclusión no supone la verwerfung. Mientras la primera, freudianamente refiere a “no haber querido saber en el sentido de la castración” -y el efecto concomitante sobre la posibilidad de producir una metáfora-, la segunda quizás refiere a “no haber querido saber nada de eso

[5] Parafraseando a Lacan en “L’etorudit”. Revista Escansión. Ediciones Paidós.

[6] Dvoskin, H. Pasiones en tiempos de cine. Letra viva.

 


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