Padre, ¿y si fuera yo el que te abandonara? Acerca de Manchester by the sea

17/06/2017- Por Hugo Dvoskin - Realizar Consulta

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El refrán dice que madre hay una sola. Sin embargo, padres suele haber varios. No por el consabido dicho pater incertissimus que la genética vino a destronar, sino porque su función es ejercida por distintos actores y además por diversas instituciones. Nos referimos, por un lado, obviamente a la instauración de la ley, a lo prohibitivo, al otro consabido proverbio dura lex sed lex (la ley es dura pero es la ley). Por el otro, en lo específico, a la condición posibilitadora de la función paterna. Dicho de modo coloquial, lo que la ley no prohíbe está permitido. Es un enunciado que abre el camino del deseo y de los intereses, de las elecciones del sujeto y de lo que le pueda resultar posible.

 

 

 

        

 

 

Ficha técnica y artística

 

 

Título: Manchester frente al mar

Título original: Manchester by the Sea

Dirección: Kenneth Lonergan

País: Estados Unidos

Año: 2016

Duración: 0 min.

Género: Drama

Reparto: Casey Affleck, Kyle Chandler, Lucas Hedges, Michelle Williams, Erica McDermott, Gretchen Mol, Kara Hayward, Heather Burns

Distribuidora: Universal Pictures (Spain)

Productora: Pearl Street Films, Big Indie Pictures, CMP Entertainment, K Period Media, B Story, The Affleck/Middleton ProjectDescripción: http://www.estamosrodando.com/imagenes/comn/pxtrans.gif

Compositor de la música original: Lesley Barber

Director de fotografía: Jody Lee Lipes

Diseño de vestuario: Melissa Toth

Guionista: Kenneth Lonergan

 

 

 

1.- En la comisaría

 

  Lee está en la comisaría. Los oficiales le informan que probablemente no haya cargos contra él. Que cada noche millones de hombres cometen errores algunos de los cuales, pocos por cierto y por suerte, terminan tan desafortunadamente como el suyo. Lee “incrédulo” pregunta si entonces se puede ir. Apenas camina unos pasos y toma la pistola de uno de los agentes. Mira al padre que lo mira impávido. Intenta fallidamente suicidarse.

  Algunos días después el hermano está en la que será su casa indicándole -forzándolo cabría decir- a cambiar el mobiliario. Lee no puede ni hacer el cambio ni oponerse decididamente a su hermano que, ya se sabe, terminará trayendo los muebles llueva o truene.

  Con la universal explicación de la culpa que permite entender todo y no conoce singularidades, creemos poder dar cuenta de lo que está sucediendo, de todo lo que le pasa a Lee. Quizás sea momento de recordar esa línea borgeana de El sur que tira abajo varias bibliotecas de libros psicologicistas,el destino no sabe de culpas…” La culpa como explicación última no nos convence, no nos resulta suficiente.

 

 

2.- En la calle

 

  Ahora Lee está en la calle. Se cruza con María, su ex mujer, madre de los niños que ardieron en aquella noche luctuosa. En el cochecito está Benjamín. Ya se han encontrado antes cuando Benjamín todavía habitaba el vientre de su madre. En aquella oportunidad la acompañaba una amiga y Lee no aceptó una invitación a almorzar. Esta vez, la acompaña el marido que además de mostrar una actitud viril se ofrece educadamente a dejarla hablar a solas con su ex. Se lo ve sereno sin necesidad de andar meando los árboles como los perros para marcar territorio. No le resulta necesario.

  María no encuentra el modo de acercarse a Lee. Le pide disculpas por los improperios con los que lo acusara en aquellos días. Le agrega que lo considera una buena persona, cuestión que, cae de maduro, nunca estuvo en duda. Le dice “I love you” que mal se traduce en un insistente “te amo”. El público se confunde. La frase seduce al público masculino que no distingue el significado amplio de “I love you” -que se dice mucho en inglés y sin vacilaciones- con el muy estricto y comprometido “te amo” -que se dice poco en español y casi siempre con dudas por las consecuencias que supone-. La traducción y el prejuicio los confunde. Quizás defienden al gremio, a la corporación de hombres. “No lo suelta… se lo quiere levantar, seducir”, vociferan. El público femenino lo resuelve otra vez con las culpas que ya nos acompañaran en la escena anterior. “María se debe sentir culpable por lo que le dijo, porque ahora ella está bien y él no, porque les pasó lo mismo. Y ahora han hecho travesías tan diversas, etc., etc.”. ¿Acaso les pasó lo mismo? Estamos seguros de que no. Dos teorías entonces, en una la escena se explica con un intento de seducción, en la otra con culpa. No nos convence.

 

 

3.- Negligencia, imprudencia, impericia

 

  La pregunta se esparce sin dificultad como leche derramada. ¿Es responsable por lo sucedido? ¿Acaso culpable? ¿Imprudente, negligente, careció de pericia?

  Más que probablemente, como en un caso sucedido en la Boca hace no muchos años, algún juez con sabiduría salomónica determinaría que cualquiera haya sido la culpa o la responsabilidad que le cabe a Lee, la sanción ya ha sido suficiente. Además, no es un sujeto al que habría que reinsertar socialmente. Y si la función de la cárcel fuera lugar de aislamiento, al que él se condena es suficientemente eficaz.

  En las breves escenas que se lo muestra interactuando con sus hijos se lo ve cariñoso, afectuoso, incluso compinche para los juegos. Si no fuera por la noche de alcohol, drogas y fuego su conducta de padre no tendría muchas objeciones. A la luz de lo acontecido, nos vemos forzados a poner la lupa y mirar con más detención. Es una situación mínima, apenas un pensamiento que él tuvo la que nos obliga a ser más cuidadosos, más detallistas. Camino al supermercado a buscar la cerveza, luego de que la ingesta con sus amigos le resultara insuficiente, en el viaje que hizo prudentemente caminando porque no estaba en condiciones de manejar, tuvo ese pensamiento, acaso ese recuerdo… no haber puesto la pantalla frente a los leños. Apenas ese momento que no puede no poner al menos en cuestión, en interrogación, sus atributos para la paternidad y nos hace retroceder. Ese pensamiento omnipotente se resume en “a mí no me va pasar”. Caracteriza a muchos pequeños transgresores que suponen protección divina y a no pocos adictos con el que justifican sus excesos en las ingestas. O quizás Lee pone al alcohol un poco por encima de algún cuidado paterno de esos que habitualmente no generan consecuencias hasta que las generan. La cuestión entonces no es preguntarse si es buen o mal padre sino, si cabe la expresión, si lo ha sido lo suficiente. Y aunque afirmemos hasta el cansancio que necesariamente la función siempre es fallida, cuando esa falla en los hechos pasa de tocado a hundido se hace imprescindible confrontar con la singularidad.

 

 

4.- Un hijo más

 

  Las escenas con sus niños viran de la paternidad al compañerismo y a las pequeñas complicidades. La escena con el bebé durmiendo en la que desafía a su mujer queda situada por encima del cuidado de las horas del sueño del bebé. Prolonga sin que parezca tener límite propio la larga noche de gritos y cervezas donde también descuida del sueño de sus hijos hasta que la madre, la de los niños -pero quizás también la suya- lo reta, lo pone en orden y manda a sus amigos a la casa porque el bullicio incomoda. Incluso, cuando su sobrino era pequeño y jugaban el barco, las bromas arañaban cierto límite sin traspasarlos. Allí, por cierto, no hay inconvenientes porque con el sobrino son casi como dos hermanos cuidados por un padre. El fuego obliga a repensar si no será que ha entrado un elefante a la casa y en lugar de advertirlo creemos que el perro ha engordado.

 

 

5.- Dos padres

 

  El refrán dice que madre hay una sola. Sin embargo, padres suele haber varios. No por el consabido dicho pater incertissimus que la genética vino a destronar, sino porque su función es ejercida por distintos actores y además por diversas instituciones. Nos referimos, por un lado, obviamente a la instauración de la ley, a lo prohibitivo, al otro consabido proverbio dura lex sed lex (la ley es dura pero es la ley). Por el otro, en lo específico, a la condición posibilitadora de la función paterna. Dicho de modo coloquial, lo que la ley no prohíbe está permitido. Es un enunciado que abre el camino del deseo y de los intereses, de las elecciones del sujeto y de lo que le pueda resultar posible. Aquí tenemos otro trío que anuda aptitud, actitud y azar. La función padre supone que el sujeto a lo largo de su existencia encontrará un equilibrio, justamente para no tener que estar haciendo equilibrio con esos tres pilares que marcarán su derrotero. Significante que esta vez como pocas queda ligado a la palabra “derrota” con la que tiene origen común. Etimológicamente queda vinculado a romper, pero llamativamente refiere a camino, destino.[1] Digamos que es una ruptura en el sentido de abrirse el camino en la espesura del bosque. Quizás también ligado a otro término que adquirió caminos muy dispares pero que la función paterna vuelve a unir, errar. Por un lado implica andar. Sin embargo un poco más y uno puede perderse y equivocarse. Del mismo modo, si el derrotero de los tres articuladores antes mencionados no encuentra estabilidad, obviamente dinámica, la derrota puede estar pronta. La realidad de por sí precaria, podría derrumbarse.[2]

  Más allá o más acá de la pregunta freudiana que afecta al obsesivo, “¿qué es ser padre?”, vale afirmar que ser padre no es sencillo. Aseveración que no sería problemática si fracasar no fuese más habitual de lo que estamos dispuestos a creer o sus consecuencias gravosas. Que las instituciones vengan en nuestra ayuda y que muchas de ellas se arroguen el nombre de Padre para sus funciones, indica que sólo no se puede y que acompañado suele fracasarse. Es una espesura que no se atraviesa sin riesgos. Téngase en cuenta que la función paterna implica y requiere un punto de abdicación, no tan temprano como el Rey Lear[3], no tan tarde como en Mamá cumple cien años[4] y por supuesto -y menos cinematográficamente- en alguna hora y no como se adjudican todas las religiones que condenan al sujeto a ser hijo eternamente. Aquí otra vez en su sentido original posible, no referido a lo que viene después de la vida sino a aquello que duraría “todo el tiempo”, toda la vida. Si nos hemos extendido por algunas erudiciones es porque creemos que le dan soporte a la presencia de dos padres en Lee, que no casualmente podrían ligarse a las dos referencias que hemos hecho. El padre, el que patético mira cómo su hijo intenta suicidarse delante de él, es una especie de Rey Lear que abandonó antes de tiempo, en su caso quizás antes de empezar y que dejó el cuidado de su hijo menor a su hijo mayor. (Conjetura: dado el desdibujamiento de la figura materna en Lee y el hecho de que quizás estuviera buscándola en su mujer, tal vez podría tratarse de un padre –el de Lee- melancolizado por la pérdida o el abandono demasiado temprano de su esposa, por razones que no conocemos). Entonces el padre dejó a Lee en manos de su hijo mayor, el hermano de Lee, que no tiene ninguna disposición de abdicar o de ir cediendo sus funciones. Sólo lo hace de prepo y cuando ya está muerto. Querrá forzar a Lee a restituirse a la función paterna cuando y del modo que él decida. En su momento hasta se atribuyó poder indicar a su hermano-hijo cómo hacer el duelo de la muerte de tres hijos. La gran paradoja de ser padre es que el paso decisivo que es poder “prescindir de él”, la tiene que hacer el hijo sin recibir indicaciones. La función paterna como la libertad, se toma, no se concede.

  El biológico no ha funcionado. El hermano se excede. ¿Lee llega a entender de qué se trata?

 

 

6.- El sueño freudiano

 

  Para Freud el sueño “Padre, ¿no ves que ardo?” admite dos interpretaciones, dos formulaciones posibles sobre el deseo del sujeto soñante. Debe tenerse en cuenta que es un sueño que le cuentan a Freud, no el de un paciente. Carece de asociaciones. Como otro gran sueño freudiano, el de los ojos embostados de El hombre de las ratas, Freud se atreve a interpretarlo sin textos posteriores. Propone dos líneas que son, a nuestro entender, no sólo válidas sino que tienen el condimento de ser propias de su estilo y no quedar tomadas por su valor traumático sino por el deseo que se articula. De la culpa apenas una referencia menor. Freud sitúa el deseo de dormir[5] y que, durante esos instantes en que el hijo se dirige a él en el sueño, lo central debe ser situar que el niño sigue vivo. En Manchester es el mismo sueño que el director –hijo de analistas y seguramente con acceso al texto de la Traumdeutung- le atribuye a Lee.

  Que las interpretaciones sean válidas no significa que sean suficientes o no permitan precisarlas. Seremos más freudianos aún. Diremos que si el sueño lo tiene un sujeto todo lo que se diga en el sueño le pertenece aún cuando sea otro el que lo diga. Explicitemos, no sería solamente su hija la que le dice a él “padre estoy ardiendo”, sería Lee, en su condición de hijo eterno, que le dice a algún padre que él es el que está ardiendo. Arde porque nadie está preparado para esa escena, porque nadie podría prepararse para que los hijos mueran antes que uno. Pero también arde porque advierte que él ya no estaba preparado antes, antes del fuego. No lo estaba para que murieran, como todos. No lo estaba para ser padre de ellos, como muchos. No podrá recuperarse porque “sus padres” no lo han preparado para ser padre.

  Toman sentido rápidamente algunas de las escenas posteriores a la noche que fue el punto de inflexión de su vida en las que sus “calenturas” se descargan sin ton ni son, en las que al ser señalado con la mirada se enoja y se dispone a pelear, a pegar y a que le peguen, a que le dejen la cara lastimada. El cuerpo le arde, lo quema. Para ganarse la vida se dedica a arreglar las casas de los otros, tal vez porque se presiente que hay algo suyo inarreglable, que es de estructura, que no depende de mantenimientos. Desde esta perspectiva también cobra sentido la escena en la que fallidamente intenta suicidarse. Es válido que podría leérsela por el lado de la culpa o por el lado de la insoportabilidad afectiva de vivir con eso. El lector ya sabe que esa vía no nos resulta ni suficiente ni convincente. No podemos dejar de señalar que no habrá otros intentos y tanto la culpa como la insoportabilidad no se han visto modificadas. Subrayemos que lo hace ahí, delante del padre, que se mantiene impávido, inútil. Le muestra que si bien fue él quien fue a buscar el alcohol, si bien fue él quien no volvió cuando tuvo la imagen de la pantalla lejos del hogar, aunque su padre sea ajeno a lo sucedido, quizás no sea del todo ajeno. En nuestro texto sobre Sampedro referido a la película Mar adentro[6] en la que el protagonista está decidido a llevar adelante la eutanasia, subrayamos la frase de su padre: “Más insoportable que se muera un hijo, es que uno hijo se quiera morir”. Posiblemente es lo que actúa Lee frente a su padre para que ese sujeto marmolizado sea el que arda en lugar suyo.

 

 

7.- Renuncia

 

  Una parte del mundo le pide que vuelva, que se normalice, que conozca alguna chica, que mejore su trabajo, que se mude. El hermano muerto muestra la hilacha y también le pide que sea padre aunque en eso le vaya la pequeña vida que ha armado. Otra parte del mundo muestra otras hilachas y lo desprecia, tal vez comente: “Él es al que se le quemaron los chicos, al que le pasó eso, el que tuvo el descuido, el que…” Lee goza de una fama que nadie sabe bien en qué consiste pero que todos conocen. Él, presumiblemente, tampoco.

  Aunque el sobrino lo consulta y lo ve con buenos ojos para que se haga cargo, en el recorrido va notando que a su tío el disfraz de padre le queda holgado de un lado y le aprieta demasiado del otro. Sólo podría impostarse. Como en los tiempos del barco, no puede estar a cargo del timón. Sin embargo es alguien que podría ayudar.

  Tal vez su ex esposa capta lo mismo, que no él está para dirigir pero podría estar en la sala de máquinas, arreglar el motor, hacer el mantenimiento. Lee ya sabe que ella no tiene nada por lo cual disculparse. Ella ha proseguido su vida, no la “rehízo” como algunos pretenden porque la vida estaba hecha. Encuentra un hombre. Tiene un hijo. Ideales y deseos que no murieron con el fuego. Sin embargo quiere hablar con él, tenerlo entre los suyos, incluirlo. Es una pregunta que Lee empieza a atravesar: la posibilidad de estar y no por ello ser padre.

  Su sobrino, cuyo padre ha muerto, tiene una madre que apenas ha logrado que el alcoholismo se estabilice sobre la piedra movediza de alguna Iglesia. Además ofrece un marido que parece sostenerle el equilibrio emocional con un conjunto de alfileres. Aun sin padres sus planes son precisos: estudio, hockey, novias, intensidad, Manchester by the sea. Sabe que si sobre Lee cayera el sayo de hacer de padre le complicaría la vida, pero lo quiere cerca. No para todos los días, pero sí para algunos fines de semana. Igual que su ex que no lo querría todos los días pero por qué no para algún almuerzo. Eso seguro no estaría mal.

  Lee capta que si renuncia a lo que no, quizás haya lugar para lo que sí. Está para cómplice, para ayudar alguna noche sin tomar responsabilidades que se prolonguen, para tío. Habrá lugar en su casa para su sobrino y por qué no para algún día cuidar al hijo de su ex una tarde de domingo. No para hijos propios pero sí para otras formas de compartir y con-vivir.

  Lee abandona al Padre que siempre demanda a sus hijos que alguna vez sean padres. A la frase de Jesucristo en la cruz interrogando a Dios: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, Lee la modifica, la dialectiza y le dice “Seré yo el que te abandone. Dejaré de ser hijo y no seré padre”. Si algo significa Lee será Lee. En este caso sería tener el coraje de apropiarse del destino que se puede y se elige. Para Lee, por qué no, podría ser “ser tío”, que no supone ser padre cada tanto sino simplemente ser el tío. Para Lee ser padre era un cuento del tío para el que no tuvo la pericia suficiente. Ahora, apostando a tío, la condena a la soledad empieza a arañar sus confines. Su vida que ha quedado detenida para siempre tras la noche en que el fuego se comió a sus hijos, paradójicamente, comienza a moverse. En la calle juega a la pelota con su sobrino, bromea, se sonríe.

  La dirección de la cura que supone salir de la miseria histérica y la tortura obsesiva, lejos del ideal paterno de la felicidad para todos sus hijos, implica -sin dudas- la sonrisa cotidiana.

 



[1] Aquí derrota usado como derrotero: “Y diz que fingió aver andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteavan, por quedar el señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda, porque ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual ninguno puede estar seguro de su derrota para las Indias.

Derrota viene (a través de un antiguo verbo derromper) de ruta “camino”, palabra que ya existía en latín como rupta, participio pasado femenino del verbo rumpere (“romper”). Una via rupta era un camino abierto en la espesura a fuerza de romper obstáculos (otro pariente es irrumpir), algo que las laboriosas legiones romanas debían hacer todo el tiempo en una Europa que era un gran bosque.

[2] Ya que nos hemos dado un poco a la etimología, agreguemos que derrumbar no proviene de rumbo sino que también tiene su origen en romper.

[3] Shakespeare. W. El rey Lear. O.C. Aguilar ediciones. Véase mi comentario en Amor en tiempos de cine, Letra Viva.

[4] Mamá cumple cien años, Carlos Saura, España 1979. Véase mi comentario en Pasiones en tiempo de cine, Letra Viva.

[5] “A propósito de lo cual (Freud) va a insistir sobre esto: que hay una instancia que sabe siempre, que dice que el sujeto duerme, y que esa instancia, aunque eso puede sorprendernos, no es el inconsciente, es precisamente el preconciente que representa, nos dice, el deseo de dormir”. J. Lacan. El Seminario. Libro 14. Corrección de Rodríguez Ponte a la clase 8, párrafo 46.

[6] Dvoskin, H. El amor en tiempo de cine. “Al fin al cabo es mi vida”. 


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