“Pain transfer” y transferencia analítica: una lectura del episodio “Black Museum”, de la serie “Black Mirror”

20/04/2018- Por Dora Serué - Realizar Consulta

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Rolo Haynes […] ha trabajado en el Hospital Saint Junípero de Nueva York ofreciéndole a un médico un avance tecnológico insuperable para el diagnóstico de pacientes. Se trata de un implante neural removible que permite al momento de aplicarlo experimentar las conmociones físicas de otra persona que se elija a tales fines, sin por ello quedar afectado por los efectos de tales sensaciones. El dispositivo se ofrece como la posibilidad virtual de sentir en el cuerpo propio lo que el otro está vivenciando, para así acceder a un diagnóstico certero, sin margen de errores […] ¿Es posible semejante cosa? ¿Qué entendemos por dolor? […]¿Qué concepto de sujeto bordea esta práctica? ¿Qué cuerpo es el que está en juego?

 

 

 

                   

 

 

 

Ficha técnica y artística

 

Black Mirror: Black Museum (TV)

Año: 2017

Duración: 69 min.

País: Reino Unido

Dirección: Charlie Brooker (Creator), Colm McCarthy

Producción: Charlie Brooker (Historia: Penn Jillette)

Música: Cristobal Tapia de Veer

Fotografía: Peter Robertson

Reparto: Douglas Hodge, Letitia Wright, Daniel Lapaine, Aldis Hodge, Alexandra Roach,Babs Olusanmokun, Emily Vere Nicoll, Yasha Jackson, Amanda Warren, Kyros McGee, Raj Paul, Jan van der Black

Género: ThrillerCiencia ficciónCrimen

 

 

  Una mujer llamada Nish se detiene en una estación de servicio y mientras aguarda la carga eléctrica de su vehículo decide entrar en el Museo Negro, una bizarra exposición de rarezas criminológicas.

 

  Allí la recibe Rolo Haynes, fundador del museo, quien le permite el ingreso a pesar de que estaba cerrado. Ella irrumpe sin aviso y fuera de horario. Él, a su vez, confundido inicialmente y luego intrigado por esta desconcertante turista británica, decide oficiar de guía en una recorrida personalizada.

 

  El museo guarda objetos e instrumentos referidos a crímenes tecnológicos, en cuyo contexto se nos relatan tres historias.

 

  Recortaremos una de ellas para abrir algunas líneas posibles de articulación a propósito del concepto de diagnóstico, transferencia, terror para el psicoanálisis, e instrumentalización.

 

  Rolo Haynes le relata a Nish que ha trabajado en el Hospital Saint Junípero de Nueva York ofreciéndole a un médico un avance tecnológico insuperable para el diagnóstico de pacientes. Se trata de un implante neural removible que permite al momento de aplicarlo experimentar las conmociones físicas de otra persona que se elija a tales fines, sin por ello quedar afectado por los efectos de tales sensaciones.

 

  El dispositivo se ofrece como la posibilidad virtual de sentir en el cuerpo propio lo que el otro está vivenciando, para así acceder a un diagnóstico certero, sin margen de errores. Es por esta vía que el Dr. Peter Dawson inicia su uso para diagnosticar, con absoluta precisión, pacientes con dolencias inciertas y complejas.

 

  ¿Es posible semejante cosa? ¿Qué entendemos por dolor? Como sabemos, el umbral del dolor de cada quien es singular. El dolor varía de acuerdo al entramado simbólico que cada uno haya tendido para atravesar esa experiencia. Con lo cual transferir esa escena intacta resulta una vana ilusión.

 

  Lo cierto es que la curiosidad por el implante atrapa a nuestro buen Doctor, quien rápidamente lo incluye en su intimidad para duplicar su propio placer en el éxtasis de su partenaire. En uno de esos encuentros, el azar mete la cola, y en una ocasión en la que aún estaba conectado tecnológicamente a su pareja, ella se levanta de la cama y tropieza golpeándose accidentalmente un dedo del pie.

 

  Él, sin proponérselo, siente en su cuerpo el sufrimiento físico debido al implante que los unía, y es ahí donde descubre un gusto extremo por el dolor. De allí en más, Dawson se irá alejando progresivamente de utilizar el implante para mejorar su práctica, y su meta pasará a ser la búsqueda incesante y compulsiva de reeditar esa experiencia.

 

  Volviendo al método propuesto por Rolo Haynes como modo de precisión infalible en el diagnóstico, nos debemos preguntar:

¿Qué concepto de sujeto bordea esta práctica? ¿Qué cuerpo es el que está en juego? Se trata evidentemente de un cuerpo meramente biológico, no atravesado por lo simbólico.

 

  La palabra del paciente no cuenta y, más aún, como se plantea en el episodio, suele entorpecer y hasta a veces distorsionar el diagnóstico.

 

 

La transferencia

   

  Sabemos que ya en 1896 Freud, siguiendo a Charcot, había comenzado a interesarse por el relato que las pacientes hacían de sus síntomas. El síntoma solo podía entenderse si había un sujeto que pudiera relatar sobre su padecer. El síntoma en sí mismo perdía todo valor si no era singularizado y puesto en palabras con los circuitos lógicos discursivos que llevara a cada quien por vías asociativas propias.

 

  ¿Podemos comparar la objetividad que plantea el episodio en el diagnóstico y curación con el método de la hipnosis que da inicio al psicoanálisis?

 

  Hipnotizar al paciente y hacerle hablar a su inconsciente, ¿no sería un modo de lograr la pureza máxima en la cura misma? Freud, como sabemos, desecha esta técnica, porque justamente con ella queda por fuera un sujeto que pueda y elija decir sobre su padecer. No es sin el sujeto, no es sin esos circuitos que nos anoticiaremos de lo inconsciente. Él no sabe que sabe, y ese saber se develará al hablar. El saber queda del lado del paciente y no del médico.

 

  El yo ignora que sabe, pero no es sin su participación que ese decir cobrará valor de verdad subjetiva.

 

  Si el hablar del enfermo es la vía de un método que deje sometido al paciente, ya sea bajo la hipnosis o bajo una sustancia química, el efecto no será el mismo y la transferencia cobrará ribetes no deseados para el despliegue simbólico singular de quien consulta.

 

  Los analistas trabajan en el sentido inverso del implante neurológico. Si en este lo que está en juego es la pureza del síntoma, el análisis se nutrirá en cambio de la “impureza” con la cual el paciente transfiera sus síntomas.

 

  El modo pulsional en el que se ha moldeado el sujeto será condición para la relación analista – paciente, y es desde la transferencia de esas modalidades pulsionales (que se articulan en el decir del paciente), que se abrirá paso la cura.

 

   Valerse de instrumentos milagrosos y esterilizados de toda subjetividad (ideal de la ciencia planteado aquí para la cura exitosa), se paga de un modo muy despiadado para los pacientes. Porque los costean dejando al margen sus propias vidas, con la imposibilidad de rozar alguna verdad de su existencia, único margen de habilitar la elección de morir de otro modo al que hemos sido guionados.

 

 

Ausencia de terror

 

  Al hacerse acreedor de este método, el Dr. Dawson compra con él un ideal de complementariedad imposible por estructura. Leemos aquí una renegación de la castración: pretender hacer de dos, uno.

Él supone que de este modo sortea las diferencias y eso lo empodera y borra cualquier límite.

 

  Es así que se engolosina con el dolor extremo. Luego de perder la relación con su mujer por no poder detenerse en la carrera de infligirle dolor para excitarse, comienza a mutilarse el cuerpo.

 

  Una vez separado de su cargo y aislado profesional y personalmente realiza sobre sí daños irreversibles buscando profundizar la experiencia del padecer.

 

  ¿Qué es lo que Dawson no podrá sustituir? El personaje podrá provocarse dolor, pero no podrá bajo ningún concepto, y este es el punto que lo desespera, hacer entrar la escena el terror.

 

  Sabemos que el terror, a diferencia del miedo, implica el factor sorpresa y eso necesariamente remite a una dimensión de azar, de incertidumbre, del encuentro con la diferencia. El miedo, en cambio, implica un objeto, es miedo a algo ya significado.

Si Dawson todo lo controla con extrema exactitud, se autoexcluye del encuentro con ese factor sorpresa. Punto que remite a un goce autoerótico, y lo coloca en el lugar de resto.

 

  Al cancelar la posibilidad del No-todo, Dawson anula el terror, condimento primario en la elaboración del dolor que investiga en su cuerpo una y otra vez vía el implante.

Sabemos que el placer, en el sentido del deseo, solo se puede habilitar si se le ofrece un marco, un borde.

 

  Dawson aniquila en él el límite, reniega de un límite posible, y es así como queda ligado al goce mismo, desmezcla pulsional, pulsión de muerte que lo arroja a merced del objeto implante neurológico.

 

  Es este objeto el que se ha vuelto su pantalla para ocultar el desencuentro estructural y, con él, el dolor de la existencia misma.

Ahora solo quiere experimentar dolores extremos y se hace adicto a ello.

 

  Comienza a buscar víctimas en las cuales alimentar su goce. Ha quedado arrojado a la posición de un puro cuerpo que agoniza y vuelve a pasar una y otra vez por las extremidades de la vida: el circuito vida-casi muerte-vida.

 

  ¿Es responsable Dawson de la posición de objeto en la que se ubica? ¿Puede un sujeto elegir no entrar en la tentación de la completud y soportar el desvalimiento que le ha tocado en suerte?

 

  Hay en Dawson una pretensión de ser Dios y no humano y eso lo ha pagado con su propio estado vegetativo. Ha arribado a una muerte en vida o a un no morir nunca.

 

 

La instrumentalización

 

  El Dr. Peter Dawson acepta inmediatamente la propuesta que le hace Rolo Hayne para valerse del diagnosticador empático.

La elección de este médico para la propuesta y no otro, no ha sido azarosa.

 

  Hayne le relata a la visitante del Museo Negro que escogió a este profesional por determinadas razones particulares. El Dr. Peter Dawson cargaba con varias muertes en su historial y se le propone el implante en el exacto momento en donde queriendo salvar la vida de un paciente de urgencia pierde la partida. Desconsolado por su fracaso aparece en escena el científico ofreciéndole la solución aparentemente mágica para erradicar el error de su clínica y quitar cualquier lugar al azar.

 

  El Dr. Dawson, que necesita la constante aprobación del resto, ante su sensación de ser un médico mediocre acepta inmediatamente la implementación del artefacto.

Vemos cómo el concepto de Instrumentalización acuñado por Contardo Calligaris cobra materialidad en el personaje. No soportar la incertidumbre, querer hacer de un saber supuesto, un saber sabido.

 

  Lo insoportable para él de su propia falla, lo lleva a instrumentalizarse a otro al precio de perderse como sujeto y en consecuencia arrasar con la subjetividad del paciente. Él ya no piensa, el implante habla por él, arma en su mente una biblioteca mental de síntomas, con la pretensión de resolver un universo cerrado que pudiera alojar toda respuesta posible.

 

  Un detalle final de la trama: la población de pacientes expuestos al diagnóstico por implante neurológico está integrada por ciudadanos vulnerables y sin seguro médico.

 

 

  Esto es, pacientes en donde la elección no es tal, ya que se ven arrojados a su suerte en la anomia de las instituciones y sus guardias inciertas. Un modo de hacer de la pobreza económica, miseria de lo humano, particularismo que en su dinámica de mercado termina arrasándolo todo.

 


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