Sobre “La piel de Venus” de Román Polanski. Análisis desde una perspectiva junguiana.

06/06/2016- Por Antonio Las Heras - Realizar Consulta

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El film de Polanski, desde el comienzo, hace saber al espectador que todo ha de suceder en un sitio cerrado, de aspecto subterráneo, oculto, desolado, casi deshabitado; bien separado del mundo exterior. Simbología precisa para entender que los hechos empiezan a desencadenarse en un ámbito uterino, el de lo inconsciente; donde las verdades se revelan aun a costa de las personas mismas.

 

 

 

                   

 

 

  

Ficha técnica y artística

Título: La venus de las pieles

Título original: La Vénus à la fourrure

Dirección: Roman Polanski

Guion: Roman Polanski

Fotografía: Pawel Polanski

Música: Alexandre Desplat

País: Francia, Polonia

Año: 2013

Duración: 96 min.

Género: Drama

Reparto: Emmanuelle Seigner, Mathieu Amalric

Web: www.marsdistribution.com/film/la_venus_la_fourrure

Distribuidora: Wanda Visión S.A.

Productora: R.P. Productions, A.S. Films, Monolith Films

 

 

El film de Polanski, desde el comienzo, hace saber al espectador que todo ha de suceder en un sitio cerrado, de aspecto subterráneo, oculto, desolado, casi deshabitado; bien separado del mundo exterior. Simbología precisa para entender que los hechos empiezan a desencadenarse en un ámbito uterino, el de lo inconsciente; donde las verdades se revelan aun a costa de las personas mismas. Ocurrirán todos los hechos que no son otra cosa que resultado de la permanente tensión entre las fuerzas de lo inconsciente –en esta película hay algunas realmente arquetípicas y, por ello, de naturaleza transpersonal– y la limitada energía con que puede contar la voluntad consciente.

El título mismo La piel de Venus –en lugar del tradicional La Venus de las pieles– ya remite a la acción de lo que C. G. Jung denominó el Arquetipo de la Máscara. Nada vinculado a lo falso, claro está; sino al desarrollo y manifestaciones de la personalidad auténtica. “La piel” es aquello a partir de lo cual resulta factible una identificación.

Un par de minutos iniciales muestran que afuera está la lluvia permanente. Esa lluvia cansina, monótona, que se precipita sobre la ciudad gris, evocando conductas somnolientas. Similares imágenes se verán al concluir el film. Simbología de lo que puede hallarse cuando no hay enfrentamiento entre las fuerzas opuestas y a la vez complementarias del universo inconsciente con los intereses de la consciencia. Donde no acontece esta batalla lo único que ha de habilitarse es el tedio, el aburrimiento.

En cambio, en ese interior que luce oprimente, angustiante, vacío, se halla todo dispuesto para la proactividad exigente.

El espectador encuentra allí a un hombre solo en medio de un teatro sin otras personas. Es el director de una obra para la cual está eligiendo protagonistas. Un hombre al que puede llamarse “normal” habituado a gestos de nerviosismo y duda permanentes, del cual lo único que se nos permite conocer de inmediato es que tiene una novia que con sus llamados al celular lo interrumpe de continuo. Ha finalizado la prueba de actrices sin encontrar la que busca.

En apariencia, este hombre es quien dirige, es el presumible poseedor de la autoridad necesaria para disponer y posponer. Él informará a la dama que ingresa como si viniera de la nada (“de otro mundo” le hace decir acertadamente el guionista) que en ese momento no puede mostrar las capacidades de las que está dotada, que tendrá que regresar otro día, que siempre habrá oportunidades en lo futuro. Pero, claro, el Arquetipo del Ánima no aguarda, ni se halla dispuesto a dejar pasar oportunidades para manifestarse. Irrumpe en la conciencia del varón y –de una u otra forma– lo transformará. Introduciéndolo en un sendero de neblinas donde habrá de extraviarse una y otra vez… o bien llevándolo a encontrarse con sus más auténticas esencias personales, aquellas que de ese modo lo convierten en “único e irrepetible.”

Es así que la inesperada, contradictoria, enigmática Dama, a pesar de la negativa del director, en forma perseverante –sin prisa pero sin tregua– habrá de ir consiguiendo su propósito hasta mostrar al caballero que es ella –y no otra persona– a quien él está aguardando. No sólo para dejar en evidencia que se trata de la actriz que busca para el protagónico sino debido a que será igualmente ella quien habrá de convertirlo en protagonista de esa vida que está eludiendo… mientras pretende dirigir las de otras en mera escenificación teatral.

El Arquetipo del Ánima irrumpe ante quien puede estar encarnando –aun sin tener consciencia de ello– al Arquetipo del Héroe Solar. Y será la Dama la que –cual si se tratara de suave masilla– conseguirá ir modelando a ese hombre hasta convertirlo en lo que en verdad oculta poniendo de esta manera, a la vista, lo esencial que habita en él. Siempre es el Ánima quien llevará al varón a aceptar el hecho de asumir sus reales capacidades. La película de Polanski respeta las claves que C. G. Jung señaló para que este proceso concluya con éxito. El varón tiene primero que discutir con su Ánima, pelearse con ella, negarla, rivalizar, enfrentarla con su arma característica que es el pensamiento racional, intentar alejarse, rechazarla en reiteradas ocasiones hasta finalmente amigarse con ella. Esto es, incorporar los aspectos intrapsíquicos arquetipos que la figura del Ánima implica en el psiquismo masculino.

La Dama –tanto en La piel de Venus como en todas las ocasiones– siempre enfrenta con el mismo interrogante ya presente en los más antiguos mitos: “¿Quién eres?” El hombre –o sea, la conciencia– piensa, en base a sus análisis y deducciones, que ha encontrado la respuesta al enigma. Pero no es así. Esas son sólo búsquedas racionales. La Dama, actuando desde una presunta ignorancia pero pletórica de sabiduría, va conduciendo al Caballero hacia la senda donde habrá de enfrentarse a esos monstruos a los que tanto teme pero que –en fin– habrá de poder aceptar y combatir en la medida que Ella lo acompañe. No a otra cosa remiten las historias de Ariadna y Teseo tanto como Medea con Jasón. Quienes liberan el paso, quienes conocen cómo enfrentar a los monstruos con éxito y regresar sanos y salvos son las mujeres. Y sin ellas el Héroe fracasa en la empresa siempre.

“Dios le castigó poniéndolo en manos de una mujer”, trae a la memoria el guionista evocando aquel pasaje –en apariencia tan enigmático– del Antiguo Testamento. ¿Por qué sería un castigo poner al varón en manos de una mujer? ¿Cuál castigo tiene capacidad ella de infligirle? Pues ningún otro sino el que estamos refiriendo. El castigo sobre el que aquí se hace referencia es el de sacarle sus ilusiones construidas con rumiados pensamientos para llevarlo a tomar consciencia de quién es realmente, de cuáles son sus verdaderas posibilidades, de cómo es la vida que en verdad le espera si es que ha de hacerse cargo de las esencias y capacidades originales con que se lo ha dotado. Bien podría decirse que el castigo es que la Dama le hace discernir entre lo infantil y lo adulto que habita en él, llevándolo –a partir de dicha comprensión– a la personal tarea de elegir; de tomar sus propias decisiones sin la venda engañosa del simple pensamiento.

“Para mí la historia trata sobre dos personas que se ven unidas para siempre”, dice el director en un momento del film. Más tarde se interroga cómo es posible que alguien como esa mujer que ha llegado de manera inesperada y que “tiene una idea estúpida” sobre la obra pueda sin embargo actuarla con tal maestría. Ella aclara que esa dupla de la que habla la obra no está unida por la pasión como piensa el director, sino que se trata de la pasión que en exclusiva tiene el hombre, y que la mujer se limita a llevarlo a concretar los actos que provocan esa pasión. Es por esta razón que esa Dama al principio en apariencia inculta y hasta un tanto desgarbada, va sorprendiendo al protagonista al hacerle notar no sólo que conoce el texto de la obra sino que hasta ha traído los ropajes de época necesarios para comenzar los requeridos ensayos. Difícil mejor metáfora para indicar que las fuerzas de lo inconsciente –sobre todo las arquetípicas– irrumpen de las maneras más impensadas pero siempre traen consigo todos los elementos requeridos para la ejecución de las tareas que su presencia implica.

Son esas fuerzas inconscientes y arquetípicas las que van permitiendo al protagonista encontrarse consigo mismo en la medida en que es la Dama la que va llevando los acontecimientos para que las fantasías de él –las más importantes de las cuales permanecían en secreto– empiecen a convertirse en acto concreto. Imposible un símbolo más exacto por parte del guionista el hacer transcurrir esos acontecimientos sobre el escenario de un teatro. ¿Qué mejor teatro de pruebas que el universo inconsciente?

Hay otro aserto que lleva a subrayar esta simbología del teatro. Es cuando el protagonista admite que el momento fundante que lo llevó a tener sus deseos sadomasoquistas fue cuando en la niñez lo azotó en sus nalgas desnudas una criada; pero que lo que grabó la escena no fue el hecho del castigo en sí mismo sino haber advertido que la cocinera observaba la escena sin ingresar, permaneciendo quieta desde la puerta abierta de la habitación. Lo que, entonces, funda la necesidad de volver a vivir esa escena no es la azotaina en sí misma, ni el registro humillante que implica, sino el que hubiera alguien atestiguando lo ocurrido. Igual que en el teatro, donde es impensable la actuación si el público estuviera ausente. Y que, por supuesto, nos remite de inmediato a la importancia del coro en el teatro griego.

¿Será posible mantener vivo el deseo erótico en las prácticas sadomasoquistas sin que haya testigos de lo sucedido? De la misma manera que puede intuirse que la conciencia es –de un modo u otro– quien atestigua las escenificaciones ocurridas en el mundo de lo inconsciente.

 

 


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