Te doy mis ojos

10/05/2007- Por Gerardo Gómez - Realizar Consulta

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Una pareja y un pacto en sus orígenes: ella le regala su nariz, sus orejas y finalmente sus ojos; él sus manos. Cuerpos sin marco, degradados a trozos ofrecidos al goce. Pilar, Antonio, dos historias. Mil historias. Te doy mis ojos no es una película más sobre la violencia en una pareja. Hay un marcado esfuerzo por situar, desde la posición de ambos, las coordenadas subjetivas que hacen surgir una escena violenta. Hay generaciones, contexto, un pasado que los determina y los coagula en las encrucijadas de un Otro que los habla.

Ficha técnica y artística

Dirección: Iciar Bollain
Año: 2003                                                               


País: España
Género: Drama
Duración: 105 minutos
Estreno: 10 de Octubre de 2003
Interpretación: Laia Marull (Pilar), Luis Tosar (Antonio),
Candela Peña (Ana), Rosa María Sardà (Aurora), Kity Manver (Rosa), Sergi
Calleja (Terapeuta), Dave Mooney (John), Nicolás Fernández Luna (Juan),
Elisabet Gelabert (Lola), Chus Gutiérrez (Raquel), Elena Irureta (Carmen)
Guión: Icíar Bollaín y Alicia Luna
Fotografía: Carles Gusi
Música: Alberto Iglesias
Montaje: Ángel Hernández Zoido
Producción: Santiago García de Leániz
Dirección artística: Víctor Molero
Vestuario: Estíbaliz Markiegi

Una pareja y un pacto en sus orígenes: ella le regala su nariz, sus orejas y finalmente sus ojos; él sus manos. Cuerpos sin marco, degradados a trozos ofrecidos al goce. Pilar, Antonio, dos historias. Mil historias.
Te doy mis ojos no es una película más sobre la violencia en una pareja. Hay lo que yo llamaría una apuesta a no simplificar. Hay un marcado esfuerzo por situar desde la posición de ambos las coordenadas subjetivas que hacen surgir una escena violenta. Hay generaciones, contexto, un pasado que los determina y los coagula en las encrucijadas de un Otro que los habla. Hay entrecruzamiento fantasmático.
La madrugada. Pilar apresuradamente arma un bolso y despierta a su hijo, Juan, de 8 años. Su respiración se agita, su mirada se pierde en un estado de alerta que no cesa un instante. Está en pánico. Intenta detener un taxi, nadie se detiene. Está allí, a la vista de todos, pero nadie la ve.
Acaso ¿es que ella no se mira?
Ana, su hermana, encuentra los informes médicos: pérdida de la visión de un ojo, desplazamiento de riñón, fracturas. Están allí, en un cajón entre ropas, fuera de la mirada. Pero Ana devela y cuestiona “¿por qué aguantas esto?”. Le ofrece su ayuda, su casa.  Ella es la posibilidad de cuestionar lo ya instituido. Comienza un trabajo en la antigua iglesia de Santo Tomé de Toledo -hoy  museo- en donde se albergan las pinturas y frescos de los más importantes pintores, entre ellos El Greco. Su hermana también trabaja allí. El encuentro de Pilar con las pinturas de figuras humanas parece fascinarla y conmoverla. El recorrido de su mirada por cuadros con imágenes de hombres de la iglesia culmina y se detiene en La Dolorosa del Divino Morales (1). Este representa a la Virgen María, de medio cuerpo. Su mirada melancólica irradia congoja y dolor. Por otro lado, resulta interesante el estilo pictórico de este cuadro, el manierismo. El mismo se destaca por distorsionar las partes del cuerpo, dando lugar a formas o posturas que no serían posibles o lo serían sólo con gran dolor. Pilar ha quedado conmovida ante su propia imagen.
Antonio es el mayor de dos hermanos. Ambos trabajan en la tienda de electrodomésticos de su padre. A pesar del evidente disgusto que siente estando allí, parece no poder tomar distancia y hacer algo por fuera de lo familiar. Está ahí para sostener algo.
Una Plaza. Un padre y un hijo jugando a la pelota. Antonio y un interrogatorio atosigante. La desesperación, una angustia anonadante ante el corrimiento de la mirada del Otro y un juego de pelota que se transforma en violentos pelotazos a patadas “¿Cómo que trabaja? ¿Tu madre me va a dejar solo para siempre? ¿Sale con alguien?” Su mujer. Una madre. Juan debe mirar para luego contarle, a él también le pide sus ojos.
Antonio decide comenzar una terapia.
Ana va a casarse. Es un hombre afectuoso, de gentiles modales y de nacionalidad escocesa. Su madre quiere que se case por iglesia y use el mismo vestido que Pilar. Según ella “son vestidos que no pasan de moda”. Ana lo rechaza “No es lo mío”. Se opone a portar en su cuerpo un pasaje que viene de su madre. La madre que le dice a Pilar “deberías estar con Antonio”. Ana cuestiona la palabra de su madre “una mierda, debería denunciarlo”. La madre sentencia: “una mujer nunca está mejor sola”. Pilar escucha, pero no interviene.
Cumpleaños de Juan. Antonio es invitado por la madre de Pilar, sin consultar. Ana cuestiona el acto de su madre. Pilar escucha, pero no interviene. Pilar se distancia de Ana. Ella representa la diferencia y la posibilidad de cuestionar la palabra materna. Pero aún no está preparada para ello.
Comienza a acercarse a Antonio.
“¡Mírame! ¡Mírame cuando te hablo!” es el grito desesperado y violento de Antonio. Que Pilar trabaje, esté fuera de la casa, no conteste el celular, es decir, coloque su mirada más allá de él, es vivido como algo violento que desencadena una escena especular. Su miedo: “que no se acuerde de mí, me abandone y deje solo”. Detrás de ese hombre que golpea puede vislumbrarse la angustia de un niño a quien el otro puede patear, pegarle una patada. Es desde allí que fantasmatiza su relación con Pilar. Ella lo patea. ¿Es ella una madre que patea?  ¿El niño de la plaza no es otro que Antonio? En la película nada se sabe de su madre. No está.
Alentada por sus compañeras de trabajo Pilar comienza un curso de mitología pictórica.  Desea desentrañar el relato mitológico que representan algunos cuadros. El papel de estas amigas es fundamental. Las observa, las escucha. Es espectadora de un mundo nuevo. Mujeres independientes, entusiastas, vitales. Mujeres deseantes. Pilar se encuentra con ellas por fuera del trabajo y comienza a pertenecer a este grupo en el cual todas portan el mismo vestido-uniforme. Vestido muy diferente del articulado por su madre. Pasaje del encuentro de Pilar con La Dolorosa al cuadro Dánae de Tiziano (2). Frente a un auditorio, Pilar, radiante y vital, relata cómo Dánae, hija de Acriso, rey de Argos, fue encerrada por su padre. Sin embrago, a pesar de ello pudo salir y llevar cabo sus deseos. Quiso encerrarla pero, tal como dice Pilar, “no lo consiguió y está aquí a la vista de todos”. Ella también y con un marco que la en-cuadra. Eso produce. Le ofrecen un trabajo en Madrid (70 Km. de Toledo) como guía de exposición de arte. La mirada de Pilar está en apertura. Antonio desespera, le es absolutamente intolerable que mire más allá de él. Ella propone instalarse en Madrid, comenzar una nueva vida juntos, un trabajo en el que él se sienta a gusto. Ella confía en su capacidad y lo invita a producir diferencias que implican que rompa con algo de lo familiar.  Ello no le es posible. Antonio está en el negocio familiar para sostener con su trabajo un crédito sin intereses que el padre le dio a su hermano. Está para ser “Antonito” tal como lo llama gozosamente su hermano. El sí tiene “el crédito”, la mirada del padre y Antonito sosteniéndolo, lo que sostiene es la palabra de este padre a quien rinde obediencia. Él está allí para eso. El deseo de Pilar lo confronta a su impotencia. La violencia que se desatará habla de ella.
Un cementerio. Una madre y una hija. La tumba del padre. “Sabes lo que no me perdono, hija, haber dejado que tu padre me impidiera viajar a ver a mi hermano enfermo, luego murió, le quería mucho, dejé que nos separase”. Pilar escucha, Pilar interviene. “¿Eso es lo único que no te perdonas? ¿Te gustaba tu vida de mártir, con un tipo que te amargaba la vida? ¿Que todo el mundo se compadeciera de lo mucho que aguantabas?” Su madre: “no supe hacerlo mejor. Inténtalo tú”.
Pilar cuestiona el legado materno. Pilar cuestiona que un hombre impida el deseo, el movimiento de una mujer. Su madre, por primera vez lo sostiene en un doble movimiento, se barra, “No supe hacerlo mejor”, y propicia la diferencia en otra vía posible: “inténtalo tú”. El rey de Argos puede caer. La frase de su madre resignifica y apuntala el encuentro identificatorio posible con una otra feminidad en el grupo de amigas y el lugar de Ana como representante de lo exogámico, la diferencia, la ley, la castración materna. En síntesis, la función paterna.
Casa de Pilar y Antonio. Ella se ha puesto muy bonita. Aros, pintura, vestido. Nuevo marco para su cuerpo. Es el primer día de trabajo de Pilar y su amiga vendrá a buscarla. Suena el timbre una y otra vez. Pilar no puede salir. Antonio se lo impide. Rompe su libro de pinturas, la empuja al suelo y le arranca la ropa. Lo anudado se vuelve des-trozo. La arrastra y saca su cuerpo desnudo al balcón, a la mirada de todos. Pilar se orina encima y cae al suelo. Ha quedado en ese balcón al aire libre. Sin marco. Caída y degradada como ese objeto que desecha su cuerpo.
Pilar intenta hacer la denuncia. Está en shock, sólo puede enunciar “lo ha roto todo”. 
¡Mírame! ¡Mírame! Es el ruego de Antonio. Pero Pilar ya no lo mira, ha depuesto su mirada. El entrecruzamiento fantasmático que hacía posible esta pareja ya no puede sostenerse. Se ha roto. Efecto de caída que se produce en ese balcón. Escena que golpea ya en otra subjetividad que, a la vez, en ese mismo acto se constituye. Antonio toma un cuchillo, lacera sus brazos y cae. Corte, caída que se hace carne.
“Tengo que verme, no sé quién soy... hace demasiado tiempo que no me veo” dice Pilar a su hermana y la abraza. Pilar y Antonio ya no estarán juntos.

                   


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