Tiempo de Valientes

10/02/2008- Por Fernanda Salmerón - Realizar Consulta

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Mariano Silverstein es un psicólogo que en razón de haber sido acusado por un accidente de tránsito en el que atropelló a una mujer, se ha acogido a la medida judicial de la probation. Por tal motivo le es asignado asistir a un detective policial, Alfredo Díaz, quien se supone se encuentra en un momento de crisis por haber descubierto recientemente que era engañado por su esposa. Tras haberlo acompañado durante la jornada, Silverstein decide invitar a cenar a su asistido, quien a punta de pistola le arranca la confesión a la mujer del primero (Diana) respecto de cierto affaire amoroso con un profesor del taller literario al que asistió.






Ficha técnica y artística

Dirección y guión: Damián Szifron.
País:
Argentina.
Año: 2005.
Duración: 112 min.
Género: Comedia, acción.
Interpretación: Diego Peretti (Licenciado Mariano Silverstein), Luis Luque (Inspector Alfredo Díaz), Óscar Ferreiro (Lebonian), Gabriela Izcovich (Diana), Martin Adjemian (Comisario), Tony Lestingi (Arias), Daniel Valenzuela (Pontrémoli), Ernesto Claudio (Lomianto), Carlos Portaluppi (Villegas), Marcelo Sein (Farina).
Producción: Óscar Kramer y Hugo Sigman.
Música: Guillermo Guareschi.
Fotografía:
Lucio Bonelli.
Montaje: Alberto Ponce.
Dirección artística: Jorge Ferrari y Juan Carlos Roust.
Vestuario: Julio Suárez.
Estreno en Argentina: 29 Sept. 2005.

 

 

 

 

 

 

 

 

Sinopsis de la película

Mariano Silverstein es un psicólogo que en razón de haber sido acusado por un accidente de tránsito en el que atropelló a una mujer, se ha acogido a la medida judicial de la probation. Por tal motivo le es asignado asistir a un detective policial, Alfredo Díaz, quien se supone se encuentra en un momento de crisis por haber descubierto recientemente que era engañado por su esposa.

Tras haberlo acompañado durante la jornada, Silverstein decide invitar a cenar a su asistido, quien a punta de pistola le arranca la confesión a la mujer del primero (Diana) respecto de cierto affaire amoroso con un profesor del taller literario al que asistió.

A partir de allí ambos, Mariano y Alfredo, en adelante amigos, se verán envueltos en una aventura de la que saldrán heroicos. En su momento, Mariano le dirá a Diana casi como una obviedad que tal vez no sean el uno para el otro, que tal vez no sean medias naranjas, que tal vez sean otras frutas…

 

De medias naranjas (yo quiero ser… un conejito de algodón)

En la segunda escena de la película encontramos a nuestro protagonista, Mariano Silverstein, definiendo con su mujer cómo pasar una festividad judía. Él está apurado porque tiene una cita y se ve bien que no le interesa demasiado la cena, en tanto que a la mujer no sólo le importa, sino que fundamentalmente le importa que a él le importe. Es decir que si bien ella manifiesta que preferiría rechazar la invitación de su suegra y compartir el momento a solas, asimismo le reclama que él también lo quiera así. De cualquier modo, acuerdan la propuesta de ella y él se va, no sin antes hacerle un breve comentario “las cosas ya van a andar bien”. O sea que no andan bien…

Efectivamente, para la hora de la cena él llegará no con su madre, sino con su improvisado y obligado paciente. Es aquí donde vamos a ubicar el Tiempo 1 del circuito de la responsabilidad: nuestro psicólogo invita a cenar al paciente que le ha sido asignado, como compadecido por el difícil momento que aquel está atravesando. Si bien es algo que resuelve rápidamente a partir de cierta necesidad de hablar que el paciente manifestaba, no parece fundarse en motivos de índole clínica, en realidad nada hacía pensar que no pudiera quedarse solo, es una decisión casi del orden del ser:  “ser un buen tipo”. Su mujer probablemente no compartiría de buen grado esta última idea, de hecho al llegar lo confronta: “¿me estás cargando?” Él no le da explicaciones pero le pide que no sea muy cariñosa con él, ya que el invitado está con problemas de pareja y no quiere que se deprima. Llamativo comentario puesto que si algo no se había visto hasta entonces era precisamente cariño en esa pareja, y porque momentos después asistimos a una escena de mentado cariño en la que la mujer le da un beso (en la mejilla) y le explica al policía que la foto en que el psicólogo aparece escalando una montaña se la sacó ella, que parece peligroso pero no está a más de un metro del suelo, que él se hace el valiente pero en realidad es “su conejito de algodón”.

En el Tiempo 2 vamos a ubicar los resultados de la acción emprendida: la revelación de que está siendo engañado por su mujer. Es durante la cena que su invitado adquiere repentinamente la certeza del engaño de la mujer y la fuerza a la confesión. Mariano se sorprende y despliega lo que podríamos conceptualizar como variadas figuras de la culpa: primero se enoja con ella, la menosprecia, la insulta, luego le reprocha la falta de delicadeza a su “paciente”, su periplo posterior incluye cierto autorreproche (“también yo la descuidé”), la negación y la intelectualización: “bueno, no es una tragedia tampoco”, “dos meses no es mucho…”

Tenemos, entonces, entre esos dos tiempos la incidencia de dos órdenes distintos, ajenos al control del sujeto, hay el azar y la determinación (o necesidad). Para conocer ese día a esa persona se dieron una serie de eventos azarosos y necesarios, hay azar allí en la asignación de la tarea, y quizá también –no lo sabemos- en el accidente que motivó la medida judicial de la probation, pero en todo caso, ¿fue por azar o por necesidad el descubrimiento del policía? Un detective de la policía que acababa de descubrir que estaba siendo engañado por su esposa, ¿necesariamente descubriría el engaño? No lo creemos, parece azaroso, pero probablemente menos casual que si lo hubiera descubierto alguna otra persona que no tuviera por oficio observar, analizar, buscar indicios, descubrir más allá de lo que las personas dicen; por lo menos algo de esto se juega en la forma en que lo descubre: “no te pudo contestar una pregunta muy simple” dirá, cuando es interrogado al respecto, y también, “no tenía el anillo”. El segundo de los indicios es claramente azaroso: no estaban casados, el anillo no indicaba nada, pero no invalidaba la verdad descubierta.

Pero esos dos órdenes no recubren, no explican totalmente lo que sucedió, la aparición de estas formas de la culpa subsiguientes nos ponen en sobre aviso de que nuestro psicólogo resulta interpelado por este tiempo dos, algo de él se juega en esto que le pasa, porque el punto no es solamente que la mujer lo engaña (lo que necesariamente lo involucra), sino esta escena de la confesión a los gritos a punta de pistola. Tampoco nada hace pensar que, identificado imaginariamente con ese otro (a’) especular, cornudo, calculadamente lo haya llevado a su casa para que descubra lo que descubre, no hay cálculo pero así sucede.

De ahí en más, policía y psicólogo, ¿paciente y terapeuta? más bien amigos en la desgracia, compañeros de cuernos, serán inseparables el resto de la película. 

Confrontado con la interpelación que este segundo tiempo podría suponerle, nuestro personaje bien podría decir que únicamente quiso hacerle un favor a este hombre, así como esa mañana había querido complacer a su mujer, pero nosotros tendríamos que poder leer allí algo diferente, articular una hipótesis que explique clínicamente este movimiento del tiempo 2 al tiempo 1 y abra la potencialidad de un tiempo 3. Quizá de lo que podría tratarse sería de dejar de ser complaciente, de hacer de su vida algo distinto. El hombre vivía aparentemente tranquilo, pero ni su profesión ni su pareja parecían ser más para él que algo que simplemente estaba y había que hacer. Tal vez salirse de la foto en la que aparece temerario escalando una montaña cuando está en realidad a no más de un metro del suelo. Tal vez treparse a la montaña y no ser más el conejito de algodón de esa mujer. Tal vez ser medio kiwi…

 

O tal vez no… (de medios ananás y medios kiwis)

De considerar esta hipótesis restaría recortar aún un tiempo más, es decir, un tercer tiempo, el de la responsabilidad subjetiva, en el que fugazmente una singularidad denuncia la incompletud del universo previo, escapa a las coordenadas previas de la situación, “(…) un tiempo 3 que verifique la responsabilidad subjetiva, una toma de posición en relación al universal inscribiendo un acto que produzca un sujeto”.[1] Si hasta entonces nos movíamos en el campo de lo particular en tanto efecto de grupo, en el orden de la moral, este acto implica la suspensión momentánea de este orden, en tanto apunta a la dimensión ética, al eje universal – singular, para luego desvanecerse en su integración al sistema moral, constituyendo un nuevo ideal.

En cuanto a la lectura que hacemos de la película, ubicaríamos en ese tercer tiempo al momento en que nuestro protagonista enfrenta al agente de la SIDE que ingresa en su casa presto a asesinarlo, y lo reduce. De una manera no prevista, sin proponérselo, se encuentra posicionado de un modo distinto frente a los eventos que se sucederán de ahí en más. En ese acto de valentía no deliberada, con ese puñetazo que si bien inseguro acierta plenamente en su objetivo, algo cambia. Y rápidamente se integra en un universo de posibles hasta entonces impensados. No se trata de una conversión radical, de que repentinamente nos encontremos frente a otro personaje, uno que no sea torpe, pero ingenioso. Seguirá siendo con esa torpeza, pero lo veremos haciendo cosas ciertamente no previstas, aquel que frente al primer encuentro con un agente de la SIDE proponía la huída y no atinaba a reaccionar se encontrará calzándose otro traje e ingresando por la ventana en un área restringida de la agencia para salvar a su amigo. No se trata ya del mismo sujeto.

Es así como lo vemos al final de la película, meditando sobre si aceptar o no convertirse en un espía internacional profesional, a la vez que un momento antes negaba, “eso no tiene nada que ver conmigo”, ¿o sí?... En todo caso, es curiosa y enigmática la expresión de su rostro cuando su amigo, el mentado ex paciente, lo interroga: “¿sos o no un espía?”

Parece que alguien se subió a una montaña. Aquel de quien su mujer decía “se hace el valiente pero es mi conejito de algodón”, se encontró insospechadamente valiente y menos conejito, o por lo menos no el conejito de aquella mujer.



[1] Domínguez, María E.: Los carriles de la responsabilidad: el circuito de un análisis. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos. Letra Viva, Bs. As., 2006.


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