Tim Burton y sus versiones del padre
22/11/2005- Por Marcela Brunetti - Realizar Consulta
Se puede seguir la obra de Tim Burton y dejarse sorprender por la diversidad de recursos estéticos. Personajes ficticios que atrapan desde un encanto no convencional despiertan una peculiar posibilidad: la de identificarse con ciertos rasgos a la vez que, vía lo irreal del personaje, permite ubicar cierta distancia y velar lo perturbador que puede ser el encuentro con algunas posiciones subjetivas. Seres ficcionales que mientras ocultan, revelan. Hay algo que, sin embargo, no nos sorprende tanto en sus obras, y es que indudablemente Tim Burton tiene algo para decir en relación al padre.
Un recorrido por Big Fish y Charly y la
fábrica de chocolates desde una perspectiva de la función paterna.
Se
puede seguir la obra de Tim Burton y dejarse sorprender por la diversidad de
recursos estéticos. Personajes ficticios que atrapan desde un encanto no
convencional, despiertan una peculiar posibilidad: la de identificarse con
ciertos rasgos a la vez que, vía lo irreal del personaje, permite ubicar cierta
distancia y velar lo perturbador que puede ser el encuentro con algunas
posiciones subjetivas. Seres ficcionales que mientras ocultan, revelan.
Hay
un efecto sorpresa en el espectador al encontrarse con personas gigantes que
asustan en un comienzo para mostrar luego la ternura más encantadora, grandes
peces que son usados por un padre como recurso metafórico para transmitir lo
que queda por fuera del sentido, cuatro abuelos que mientras dicen sumar entre
ellos 281 años, transmiten la herencia más importante: se puede mantener viva
la ilusión aún cuando no hay posibilidades... ¡y allí ganar!
Hay
algo que, sin embargo, no nos sorprende tanto en sus obras, y es que
indudablemente Tim Burton tiene algo para decir en relación al padre.
En
Big Fish, Burton desarma las formas
convencionales en relación a la verdad de la transmisión. El padre, Edward
Bloom, un sujeto que no tiene todas las respuestas, un sujeto que está
fallado, historiza lo puntos más
álgidos de la vivencia familiar, aquellos para los cuales no hay un saber,
tales como el amor a una mujer, el nacimiento de un hijo, con peculiares y
encantadoras fantasías. Esto, que tanto enojó a su hijo Will, quien decía que
eran todas mentiras, será en alguna medida su salvación: cuando él sea padre
estará tomado por la misma ficción creadora y desde esa posición en relación a la
falta ejercerá la paternidad, no renegando sino apropiándose de esa preciada
herencia. Podemos decir que con estos relatos aprendió a ser padre. Big Fish nos muestra la verdad que hay
en la ficción.[1] El carácter
verdadero de ésta se encuentra en la eficacia simbólica que opera sobre todos
aquellos que se encuentran tomados por la misma. En una escena conmovedora para
Will confluyen los personajes reales y ficcionales con quienes siempre, aunque
renegando de ellos, ha convivido. Esta escena ocurre precisamente el día del
entierro de su padre; es ante la muerte, allí donde no hay un saber y donde se
quiebra el campo del sentido, que él queda tomado por la ficción. Allí puede
reinscribir sus marcas e inventar un padre. Y como ya sabemos, el padre es un
invento del hijo.
La
impronta de Burton se evidencia más aún en un film muy reciente: Charly y la fábrica de chocolates. El
texto original del film es de Rohal Dahl y allí Willy Wonka, el dueño de la
fábrica de chocolates, no tiene familia alguna. Años después, en los ´70, se
estrena un film llamado Willy Wonka.
El director lleva a cabo una impecable adaptación en la cual no modifica el
guión original, al menos en relación al padre. Y hay más aún: Charly, el niño,
tampoco tiene padre. Habrá que esperar a Tim Burton para que algo de ésto se
modifique.
Ahora
bien, ¿cuál es el plusvalor que le otorga? Sin intenciones de opacar el mérito
estético de esta última versión, que sin dudas es lo más cautivante para el
espectador, nos centraremos en el tema que nos convoca: este es, al igual que Big Fish, un film sobre el padre. Y esta
marca es prácticamente lo único que
responde a un “cine de autor”, ya que otros momentos del film reproducen
fielmente la idea de Dahl. Ahora tenemos dos padres, dos hijos, dos historias
que se superponen para que posiciones previas puedan desarmarse y reinventar un
padre. A su vez, alude a lo estructural de la función vía la caída actual:
padres para quienes sus hijos son un objeto más del mercado, donde finalmente
quedan perdidos, son sujetos sin brújula, desamarrados.
El
bizarro Willy, en una magistral performance
de Johnny Deep, nos muestra cómo conviven en él rasgos muy humanos, generosos,
sensibles, con otras, no sutiles, irrupciones de posiciones maquinizadas, no
sin cierto escepticismo con relación a algunos lazos. Willy Wonka no puede
pronunciar la palabra “padre”, lo intenta y sólo le advienen una serie de
recuerdos mortificantes, restos de escenas insoportables. Es dueño de la
fábrica de chocolates más grande y más intrigante del mundo, nadie sabe quiénes
trabajan allí dentro, se cree que no son humanos. Y por suerte no lo son, ya
que así tenemos la chance de conocer
a los Umpa Lumpa, seres llenos de magia y simpatía, quienes llenan la historia
de música y pasión.
El
director nos muestra su ideal de familia a través de Charly, un niño pobre
desde lo económico, pero sumamente rico por la familia que le ha tocado. Una
madre y un padre que, vía el amor, compensan hasta la carencia económica más
vital; lo que alimenta a Charly está en otro lado. Y también tenemos la
oportunidad de saber por qué los padres del niño son como son: Burton hace
entrar al film a los padres de los padres, cuatro abuelos no menos llenos de
amor y magia que sus hijos. El circuito está
completo, el determinismo cumplió sus fines, lo que se inscribe obedece
a la lógica de la transmisión.
En
otro sentido no tan feliz, para el Sr. Wonka, el determinismo también fue
eficaz. Pero, por suerte para él, al menos según el ideal de familia que Burton
sostiene, el azar hará que algo pueda desarmarse.
Desde
un humor sutil, aunque no sin dejos de ironía, nos enteramos que semejante
industria chocolatera fue posible gracias a que el papá de Willy, un dentista
fundamentalista y fanático, le ha prohibido al niño comer dulces y chocolates durante
toda su infancia. De esta interdicción, el joven ha podido hacer algo
interesante: fue motor de un deseo, lo suponemos por la pasión de Willy en lo
suyo. Pero el chocolatero tuvo que tomar una fuerte distancia de su padre para
poder separarse. Nunca lo volvió a ver, y parecía no estar advertido sobre las
consecuencias de esta separación, hasta que apareció Charly.
El
niño se gana un fabuloso premio dentro de la fábrica: va a ser el sucesor de
Willy Wonka, es decir, la fábrica toda sería de él... pero el chocolatero
impone sus condiciones: tendría que distanciarse de su familia. Se refiere a
esta separación como un “bonus”, cree que le está haciendo un regalo doble.
Para su sorpresa, el niño no lo acepta. Elige a su familia. Wonka se entristece,
hasta recurre a un Umpa Lumpa analista, pero indudablemente, quien ejercerá
esta función es el niño. El plus será facilitado por Charly desde su rasgo más
tierno. Logra conmover el universo de lo posible para Wonka, destotaliza su
particular VER y salen en búsqueda del dentista.
¿Con qué se encuentran? Con un hombre que reconoce a su hijo. En su consultorio
está enmarcada toda la historia de Willy, todos sus éxitos, y no casualmente,
quien descubre ésto es Charly. Diríamos, un padre severo, interdictor, pero con
quien algo se puede hacer, ya que lo más importante fue alojado. Recostado en
el sillón del dentista, Willy lo mirará y dirá “hola papa” Y (¿por primera
vez?) se darán un abrazo, y esto dejará otra marca en el cuerpo de Wonka, ya no
es la huella corporal del escepticismo, es también un cuerpo otro.
Sin
embargo, para Burton, hay expulsiones del padre que tienen carácter de
irreversible. Cuatro padres y cuatro hijos que no podrían ser más patéticos,
copias fieles unos de otros, lazos globalizados, podríamos decir, con todo el
peso de lo idéntico y sus consecuentes estragos para el campo de la
constitución subjetiva. Sujetos sin límites, todo es posible para ellos, desde
comprar todos los chocolates en venta en el mundo, hasta después comerlos hasta
reventar. Excesos que nos muestran a los hijos del puro goce. Pero Burton hará
algo con ésto inasimilable para su ideal: todos ellos serán castigados. Sufren,
por culpa del capricho fuera de ley que los comanda, diferentes castigos dentro
de la fábrica. Se los vuelve a ver, al final de la historia, con drásticas
mutaciones físicas que redoblan la exclusión que tienen del campo de lo social.
Por supuesto, alteraciones corporales donde lo cómico vela todo posible rastro
de obscenidad.
Decimos
entonces, con Burton, que el padre no es sin consecuencias en el cuerpo.
Marcela
Brunetti
E-mail: marcebrunetti@yahoo.com.ar
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