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Algunas notas sobre el desprecio

04/08/2019- Por Cynthia Eva Szewach - Realizar Consulta

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La autora propone analizar este concepto desde una lectura del psicoanálisis, por un lado como lo que atañe a la vida en común en la polis, a los efectos de ciertos métodos que incluyen el desprecio, en tanto desprecio al otro. Y por otro en la dimensión que implica un afecto pasional entre singularidades, en algunos lazos o desenlazos.

 

 

                       

                                Retrato de Albert Camus (2018) - Michèle Rais*

 

 

     “Si pudiera vencer tu desprecio, o si al menos pudiera llorar”

 

                                                  Homero Manzi

 

     “Toda forma de desprecio si interviene en política,

       prepara o instaura el fascismo”

 

                                                  Albert Camus

 

 

  Los dos epígrafes elegidos plantean al menos dos dimensiones de lo que abordaremos sobre el desprecio. Lo que atañe a la vida en común en la polis, a los efectos de ciertos métodos que incluyen el desprecio, en tanto desprecio al otro, que en Camus está divisado como un nombre del huevo de la serpiente. Luego la dimensión que implica un afecto pasional entre singularidades, en algunos lazos o desenlazos. A nosotros nos interesará una posible lectura del psicoanálisis.

 

  Lo que una ficción nos enseña. Una novela:

 

“En otro tiempo jamás me hubiese hablado de esa forma… Ella le gritó: ¡“Te desprecio”! En seguida me convencí que aquellas palabras dichas por otra mujer, tal vez no hubieran querido decir nada. Pronunciadas por ella, significaban exactamente lo que decían, que ella me despreciaba de veras y que ya no se podía hacer nada.”[1]

 

  De esta manera leemos algunas claves, en un fragmento de la novela de Alberto Moravia, Il Desprezzo, que se retomará. Como se sabe fue realizado cinematográficamente por Godard en Le Mepri.

Un cambio de lenguaje de quien porta el desprecio, por primera vez, y parece decirse, en esta singular ficción, que pertenece a una zona de la que a veces, no se puede ya retornar.

 

  Dos primeros aspectos en la búsqueda del asunto que me llamaron la atención: el desprecio mencionado en la retórica freudiana rara vez anda suelto, y el acompañante es algún pariente cercano, habitualmente bajo la forma de dupla: desprecio y burla, desprecio y odio, indignación, o arrogancia o mezcla de cólera, dolor y desprecio como por ejemplo en la figura de “El Moisés”.

 

  Puesto en “la saliencia del labio superior y en las comisuras estiradas hacia abajo” según Thode.

Freud también, aún en la lectura del resto de un movimiento transcurrido, lee en levantamiento de la tentación de la furia y la venganza no realizada, un gesto mezcla de dolor (Schmerz) y desprecio: (Verachtung)

 

  El desprecio es diferente de la envidia, cuyo despliegue en psicoanálisis ha sido incluido, tanto en la vertiente estructural como en los avatares de la neurosis. En el desprecio lo que el otro tiene es rebajado en su valor.

 

  En algunas ocasiones en que la palabra desprecio, Verachtung, es usada en Freud, aparece ligada a una forma de resistencia al psicoanálisis; al desprecio por el valor de un sueño, de la verdad que se desprende de un disparate o de un chiste. El desprecio pareciera ubicarse en las antípodas del inconsciente. En el sentido que destituye la experiencia del inconsciente en tanto tal al producir un cierre respecto de “querer saber”.

 

  ¿Podemos otorgarle alguna singularidad que justifique nuestro interés?

Adjunto entonces una primera aproximación conjeturada que desprendo de estas diagonales lecturas: ¿Queda afectado acaso quien arroja el desprecio? Freud dice frases como:

 

“Se plaga el rostro del gesto”. “Gestos de desprecio que se arrojan en la cara (al otro)”, “Arrojó una mirada de desprecio a sus pies”.

 

  El objeto (mirada) de alguna manera se ve comprometido ¿Es ubicable como rasgo, como reacción, como formando parte del ser? El desprecio parece apelar a algún atributo que ubica una representación unificante insustituible, identitaria, (sobre el que se intenta producir como despreciado), lo define, a veces con un tono, a veces con un ademán en especial en el rostro, aboliendo en esa expresión lo que atañe al sujeto. Le intenta quitar dignidad al despreciado.

 

  Lacan sin embargo, por la vía de una homofonía francesa, hace jugar le meprise con le mepri: “Lo único que conocemos es la adoración sexual, es decir la meprise, la equivocación, es decir el desprecio, mepri” [2]¿Acaso dónde pueden enlazarse el desprecio con la equivocación? Justamente más allá del juego homofónico de Lacan en su transmisión oral, el desprecio no equivoca. Consiste.

 

  Pero en tanto alguien puede descubrirse despreciando como acción inadvertida, quizá al tomar nota de portar esa identificación, o por la vía de alguna interpretación, si ésta llega a realizarse como tal, puede adquirir otro matiz, acercándolo al síntoma o a la deriva significante. Momento de desidentificación diría Manonni, con la consecuente pérdida de una satisfacción ejercida.

 

  Despreciar, sacar precio, menos precio, es el opuesto del aprecio. Su reversión es la ternura.[3] Es pariente del desaire, el aborrecimiento, la arrogancia. En el caso de la arrogancia, Bion se ha ocupado junto con la curiosidad, y la estupidez, de tomarlo como una forma de ataque al lazo transferencial “estamos frente a un desastre psíquico” dice, con predominio de la pulsión de muerte y como modo de rechazo al saber en tanto lo no sabido.

 

  Volvamos por ahora a la novela de Moravia, de la cual como decíamos se ha hecho el conocido film de J. L. Godard.

En la novela la pareja, el matrimonio de pocos años de inicio que forman Emilia y Ricardo sufre una transformación inesperada. Eran aparentemente felices, se querían, no se juzgaban.

 

  Ricardo que era escritor y cineasta acepta la realización de un guión de taquilla a fin de obtener algún rédito económico por sobre sus genuinos intereses, digamos que renuncia a lo “suyo”, sacrifica algo de sus aspiraciones y en función de poder satisfacer a Emilia, taquígrafa, sin trabajar, quien anhelaba tener, una vivienda de mayor envergadura “un piso”. La transformación hacia el desprecio, arrasador que ella comienza a desplegar sobre él surge como una respuesta, una reacción de rechazo que inicia a partir de un hecho aparentemente banal.

 

  En una escena durante la llegada de un productor de cine con quien Ricardo va a trabajar, tienen que tomar dos vehículos para dirigirse hacia un lugar de rodaje. La joven quiere ir con su marido pero éste en un gesto casi impensado le insiste para que vaya con el productor en su súperauto, mientras él los seguiría en un taxi.

 

  Aún frente a la mirada de demanda de Emilia de no acceder, él insiste. Es un gesto de entrega (“anda con él”). Lo que sigue desde allí es el desprecio constante e implacable de la mujer a su marido, en casi toda la novela. Primero bajo la forma de un silencio permanente, un silencio hostil. De ella se sabe que fue desalojada de un lugar por su madre.

Él quiere saber qué le pasa, siente su desamor, pero ella no habla, no dice. Luego en algún momento, y en la desesperación de él, ella confiesa su desprecio.

 

  No constituye la misma forma que adquiere degradación del objeto erótico, en la lógica del fantasma que enlaza algunas figuras de encuentros del deseo, porque justamente lo que queda aniquilado en este caso (en la novela) junto con el desprecio, es también la erótica.

Es diferente cuando Freud incluye el desprecio en la neurosis obsesiva como un sentimiento que sigue a una sobrevaloración sexual, luego de la posesión.

 

  En la novela es una reacción que sustituye una decepción, fría y sin registro del dolor del otro ni del tránsito de una pérdida. Se relaciona con el rechazo del amor y con una forma de engrandecimiento yoico, atacando con desprecio a un rasgo o a la totalidad del ser (el extranjero).

 

  Ahora bien, en el caso de dedicarse el desprecio a partir de un rasgo ¿en qué ese rasgo le concierne al despreciador? ¿Se trata de lo que hay de extremada ajenidad o de lo semejante expulsado? Está en las antípodas de la ternura, es implacable e impiadoso. “Mira desde elevada postura” retira en ese instante un don de amor. Desacredita la palabra.

 

  ¿Por qué no se trata de odio? ¿Por qué no se trata de venganza? En principio el odio puede formar parte del amor, en su dimensión de ambivalencia, a veces dándole consistencia al Otro, en tanto odiado, otras como modo de separación. A su vez es estructural al campo pulsional. El desprecio no.

 

  En “El amor de transferencia” en su vertiente pasional, el analizante, dice Freud verá desprecio (de aquél que ocupa el lugar de la abstinencia a ese amor) frente al amor no correspondido y luego tomará, y allí lo pone como segundo tiempo, venganza. En ese caso es probable que triunfe la imposibilidad de atravesar ese tránsito y el análisis no pueda seguir su curso

 

  Hay otra vertiente del desprecio que es el llamado “desprecio de sí”, marca de lo que abona al autorreproche melancólico que se denigra con obscenidad, y saltea la interrogación acerca de lo que se desprende, de lo que se pierde.

 

  Aunque hay otra zona que se puede vislumbrar en las consideraciones en el campo de la Ética, cuando Lacan habla del desprecio de sí[4], queda asociado al haber cedido en su deseo, no dispuesto a pagar el precio del acceso al deseo allí agrega “franqueado ese límite ya no hay retorno”.

 

  El desprecio de una propia traición.

El personaje de Hamlet, acechado por el fantasma ghost del padre y una venganza impedida, el de una acto que no es deuda propia, en el acto tercero despliega también su desdén en el encuentro con Ofelia después de su monólogo.

 

  Ella ofrendada por el padre para espiar a Hamlet, se encuentra con el desprecio del joven que reniega de la historia que han tenido, se le presenta como una mujer entre las mujeres, tan insoportable como para enviarla a un convento. Ofelia será el personaje de la tragedia sacrificada, suicidada.

 

Hamlet; - “ser o no ser… Morir es dormir… dormir, soñar… “la conciencia nos hace a todos cobardes; así la tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia; Pero... ¡qué veo! ¡La hermosa Ofelia! Ninfa, espero que mis pecados no sean olvidados en tus oraciones.

- Ofelia: Mi señor, tengo en mi poder algunos recuerdos suyos que deseo regresarle desde hace mucho tiempo. Le ruego que ahora los reciba.

- No, yo nunca te di algo

¿Yo te amé alguna ocasión?... Vete a un convento. … Si te casas, quiero darte esta maldición como dote: aunque seas tan casta como un hielo, tan pura como la nieve, no podrás escapar de la calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero, si necesitaras casarte, cásate con un tonto; porque los hombres listos saben muy bien que ustedes los convierten en monstruos. Al convento, vete, y pronto. Adiós. También he oído hablar bastante de sus pinturas. Dios les ha dado una cara y ustedes se hacen otra distinta. Con sus contoneos, sus pasitos cortos y su modo de hablar, se fingen inocentes criaturas de Dios y convierten en gracias sus defectos. Pero no hablemos más de esto, que me ha hecho perder la razón. Sólo digo que no tendremos más casamientos. Los que ya están casados -exceptuando uno- permanecerán así; los otros se quedarán solteros...

Vete al convento.

 

  Otra vez el desprecio como rechazo del amor

 

  En el terreno que atañe al terreno de la grupalidad volviendo a Camus, sabemos que los regímenes totalitarios deciden, además de utilizar lenguajes eufemísticos e hipnotizadores, producir efecto de indiferencia como método. Producir ese efecto es eficacia a veces sutil para constituir sus planes de exterminio y sostener un lenguaje administrado.

 

  La burocracia y la indiferencia incluyen lo exterminado como el odio la segregación.

El desprecio al otro, al extranjero, al diferente, a mi parecer se encuentra entre la indiferencia y el odio, entre la segregación y el exterminio.

 

  Volviendo a nuestra práctica, no es inhabitual escuchar en las relaciones por ejemplo madre hija zonas de desprecio. Recuerdo lo que lo desató en una ocasión. Una joven estaba muy contenta con un trabajo que realizó para una materia, filosofía, del secundario. Se lo mostró a su madre esperando, se supone una respuesta de orgullo o elogio, pero recibió, según el relato de la joven, la suposición de que lo realizado tenía algo de copia de un autor, determinado filósofo que ella, la madre, había leído, y conocía.

 

  A partir de allí, de esa desestimación de la “propiedad intelectual de su hija” o incluso algún desconocimiento o desmentida de la transmisión que ella misma había quizá había ejercido sin saberlo, se desata un desprecio (no enojo, ni ira, ni angustia) sobre la madre difícil de desandar.

 

  Desde ya la respuesta puede a veces ser muy otra o probablemente el desprecio furibundo saltea, el dolor de una decepción insoportable que la apartaría de otro modo del lazo. Pero allí el desprecio fue efecto nuevamente en este caso, de lo que se recibió como rechazo del amor o rechazo de un don o un elogio.

 

 

Imagen*: Michèle Rais es una artista contemporánea de nacionalidad Suiza, dibujante destacada por sus retratos.

 

 



[1] Alberto Moravia, El desprecio

[2] Lacan Seminario 24

[3] Lacan, Lógica del fantasma clase 18

[4] Lacan , seminario 7 clase 24


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