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Asociación libre: importancia, proceso y trabajo

09/04/2017- Por Carlos Silva Koppel - Realizar Consulta

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La asociación libre no es un monólogo cómodo, sino un trabajo activo que implica aprendizaje. Nada es más temible que hablar libremente y decir algo penoso. Del hablar libremente, el espacio psicoanalítico se diferencia de cualquier otro sitio donde se ponen palabras, por carecer de la crítica hostigosa, del prejuicio, de la persecución del orden discursivo, de lo políticamente correcto y las moralidades posmodernas, en su mayoría virtuales…

 

 

 

                             

 

 

Se le llama la regla fundamental del psicoanálisis y se usa con tradición, además que asociación libre es la respuesta a la pregunta que dentro del campo psi y otras disciplinas humanísticas se les hace a los psicoanalistas ¿Cuál es su técnica? ¿Cómo trabajan? Pregunta por lo demás psicologista cuya respuesta no deja de ser psicologizada.  Cuando por demás, el retorno a la pregunta o la revisión de ¿qué es la asociación libre? Es bien un retorno al estudio de la clínica psicoanalítica, revisiones y retornos esperables bajo la ética del psicoanálisis.

 

Plantear la regla fundamental como la acción de un decir banal y sin sentido, ni utilidad dentro de la sesión de análisis, no implicaría más que la poca alerta del analista o unos oídos aún sin amaestrar.  ¿Cómo pensar que lo que se dice en sesión no tiene que ver con lo que le acontece al sujeto? Si la lectura es ésta, que lo que se dice “libremente” es arbitrario y sin relación, habría que interrogar desde qué dispositivo trabaja entonces un analista, en tanto que, no se puede hablar libremente sin asociación de palabra y por detrás de ello de significante.  Hablar de esa forma, banal y fútilmente como se dice, es lo que Lacan llamó “jaspinage” traducido como “parloteo”.

 

“Observemos primeramente el lugar donde el conflicto es denotado, luego su función en lo real. En cuanto al primero, lo encontramos en los síntomas que sólo abordamos en el nivel en el que no tenemos únicamente que decir que se expresan, sino donde el sujeto los articula en palabras: esto si conviene no olvidar que aquí reside el principio del "parloteo" sin respiro al que el análisis limita sus medios de acción e incluso sus modos de examen, posición que, si no fuera constituyente y no sólo manifiesta en el análisis de los adultos, haría inconcebible toda la técnica incluyendo la que se aplica al niño.”[1]

 

 

“Un parloteo sin respiro”, donde el psicoanalista da cuenta del síntoma que es lo que el paciente va a hablar y de lo que el analista está a la espera.  Este dispositivo es a lo que el psicoanálisis se limita, donde yace el quid sine qua non, cuya labor del psicoanalista procedería de forma intensa.

 

“Este conflicto es leído e interpretado en ese texto cuyo enriquecimiento necesita el procedimiento de la asociación libre. Así pues no es sólo la presión obtusa, ni el ruido parásito de la tendencia inconsciente el que se deja oír en ese discurso, sino, si se me permite comenzar lo que vamos a tener que empujar mucho más en esta dirección, la interferencia de su voz.”[2]

 

 

Se está diciendo que el analista empuja y quisiera agregarle que extrae.  Es un opuesto potente a los silencios o estados de somnolencia eternos, pero también al analista que no deja hablar y no deja de hablar.  Hay entonces una lectura o una interpretación que no pueden ser posibles sin las asociaciones libres, condicionando su importancia dentro del ejercicio psicoanalítico.

 

Asociaciones que ya un incipiente Freud, esperaba en la ocurrencia espontánea del decir del paciente para apoderarse de la penosa confesión involuntaria, sin prejuicios previos.  Por tal motivo la consigna era la de no excluir, ni censurar la palabra libre[3] más bien provocarla, quizá con la única dirección: diga lo que se le ocurra.  El idilio a lo que ello conllevaba, era el alejamiento de Freud del método presuntamente científico de la hipnosis y de las exigencias y crítica de la ciencia dura de la época -que hasta el día de hoy sostendría la experimentación como sustento de alguna teoría- a riesgo de equivocación.  La asociación libre, que surge como asociación de ideas[4] es incluso la prehistoria del psicoanálisis y podría llamarle su base principal.

 

 

“Pues no hay otro nexo fuera del de esta determinación simbólica donde pueda situarse esa sobredeterminación significante, Freud nos aporta la noción, y que jamás pudo concebirse como una sobredeterminación real en un espíritu como el suyo, en el que todo contradice que se abandone a esa aberración conceptual donde filósofos y médicos encuentran demasiado fácilmente con qué calmar sus efusiones religiosas.”[5]

 

 

La intención de Freud de ajustar su método de asociación libre como adjunto al campo científico de la época, se encuentra en las narraciones de sus casos, dejando como precedente la experiencia del oficio y de practicar una práctica, con base testimonial clínica, que se acerca y aleja al paradigma epistemológico basado en someter la teoría a la experimentación dura en concreto, situación que aún hoy en día mantiene en confusión a psicoanalistas o profesionales psi, cuando la asociación libre responde y corresponde a un orden significante.

 

 

“Esta posición de la autonomía de lo simbólico es la única que permite liberar de sus equívocos a la teoría y a la práctica de la asociación libre en psicoanálisis. Pues es muy otra cosa referir sus resortes a la determinación simbólica y a sus leyes que a los presupuestos escolásticos de una inercia imaginaria que la sostienen en el asociacionismo, filosófico o seudo-tal, antes de pretender ser experimental. Por haber abandonado su examen, los psicoanalistas encuentran aquí un punto de atracción más para la confusión psicologizante en que recaen constantemente algunos intencionalmente/deliberadamente.”[6]

 

 

Ya en un primer Freud preside la importancia del análisis extenso para garantizar la cura basada en el método de la asociación libre.  Pero no son los plazos los que nos importan del todo, sino los efectos los que llevarían la mayor carga de relevancia a la hora de cotejar la validez de la asociación libre con un sometimiento exhaustivo bajo la lupa experimental como exige la ciencia dura, siendo la asociación libre la base primordial del trabajo activo del psicoanalista.

 

 

“De hecho, sólo los ejemplos de conservación, en su suspensión indefinida de requisitos de la cadena simbólica, como los que acabamos de dar, permitirían diseñar dónde se encuentra el deseo inconsciente en su persistencia indestructible, que, por paradójico que pueda parecer en la doctrina freudiana, no menos importante es una de las características que más la afirman. Este carácter es en todo inconmensurable con ninguno de los efectos conocidos en psicología auténticamente experimental, y que, sean cuales sean los plazos o las demoras a que estén sujetos, vienen como toda reacción vital a amortiguarse y a extinguirse.”[7]

 

 

Lacan, en el mismo seminario de “La carta robada” (1955) plantea que el analista es un sujeto activo que juega dentro de lo que se le exige a su adversario el paciente. La regularidad de una ley que permita realizar la jugada ajedrecística y lograr una ruptura por medio lo que habla el paciente, asentando el éxito de la práctica cuanto más libre sea.  Así, se desarma el paradigma del sujeto como máquina pensante, a mucho pesar de psicólogos y psicoanalistas, dando paso al esclarecimiento de que se halla una determinación simbólica como lo hemos visto en Freud desde el inicio.

 

El medio del psicoanálisis es la palabra del paciente y ésta no excusa a que se la desatienda.  No hay palabra sin respuesta, aún si ésta respuesta fuera el silencio.  No el silencio como un vacío que (re)vuelca al analista al abismo de la nada, con su vacío, porque si fuera así tendría que él mismo ir a la búsqueda de su palabra; porque el analizante así como no va en busca del silencio del analista, tampoco está en la búsqueda de la asociación libre de éste; porque el deseo de analizar dependerá de la posición del analista en tanto analizante en relación a la asociación libre; quiere decir que el analista por su propio trabajo analítico ofertará la regla fundamental.  Entonces, la asociación libre no es un monólogo cómodo, sino un trabajo que implica aprendizaje: trabajar con su palabra como todo oficio laborioso que requiere resoplar hasta los mínimos detalles como al cristal de Baccarat, de una palabra que tiene que ser liberada:

 

“Porque si para admitir un síntoma en la psicopatología psicoanalítica, neurótico o no, Freud exige el mínimo de sobredeterminación que constituye un doble sentido, símbolo de un conflicto fallecido más allá de su función en un conflicto no menos simbólico, si nos ha enseñado a seguir en el texto de las asociaciones libres la ramificación ascendente de esa estirpe simbólica, para situar por ella en los puntos en que las formas verbales de los nudos vuelven a cruzar de su estructura -queda ya del todo claro que el síntoma se resuelve por completo en un análisis del lenguaje, porque el mismo está estructurado como un lenguaje, es el lenguaje cuya palabra debe ser emitida.”[8]

 

 

Es aquí en Función y Campo de la Palabra (1953) donde Lacan dice que el psicoanálisis no es una ciencia todavía y más aún no debería degenerar su técnica (la asociación libre) cuando por lo contrario habría que recuperar el sentido de ésta y que para ello sea pertinente volver a Freud.  Ya que no bastaría con declararse experto para sentirse autorizado como psicoanalista y que en la ignorancia se entre en la dinámica de contradecir a un primer, segundo y tercer Freud, sino mejor reconocer que es en Freud donde se aprende a leer… a leer el inconsciente.

El psicoanalista es el dispositivo a quien se le habla con libertad o al menos ese es el concepto.  Las definiciones al respecto de la asociación libre no serían más que psicologismos en el engaño de la lectura misma de la construcción y dejarse llevar por el artilugio filosófico de “libertad”, libertad para hablar alegremente.  Porque las asociaciones son opresoras en sí, pero desembocan en palabra libre.  Nada es más temible que hablar libremente y decir algo que sería tremendamente penoso.  Y que del hablar libremente, el espacio psicoanalítico se diferencia de cualquier otro sitio donde se ponen palabras, por carecer de la crítica hostigosa, del prejuicio, de la persecución policial del orden discursivo, de lo políticamente correcto y las moralidades posmodernas, en su mayoría virtuales, que determinan qué o qué no decir no sin ajusticiamiento.

 

Continuando la enseñanza de Lacan, el camino del psicoanalista es entonces el de escuchar (entende/entendre[9]) y no el de auscultar. Siendo las diferencias entre éstos, que escuchar es del orden de la comprensión en tanto se comprende la demanda en función de ofrecer hablar (trabajo activo del analista), con la condición de guardarse la vehemencia de decir cualquier cosa. Y auscultar es del campo discursivo, que responde a un yo engordándolo de sentido.[10]

 

 

 

 



[1] Lacan, Jacques. Ecrits: La psychanalyse et son enseignement. Éditions du Seuil. Paris. 1966. Pág. 443. (traducción personal).

[2] Íbid.

[3] Véase: Freud, Sigmund. Obras Completas: “El método psicoanalítico de Freud” (1903-1904). Traducción López-Ballesteros. Tomo 3. Pág 1004. España. 2001.

[4] Véase: Freud, Sigmund. Obras Completas: “Estudios sobre la Histeria” (1895), G) “Psicoterapia de la Histeria”. Traducción López-Ballesteros. Tomo 1. Pág 161. España. 2001.

[5] Lacan, Jacques. Ecrits: Le séminaire sur <<la Lettre volée>>. Pág 52. (traducción personal)

[6] Íbid.

[7] Íbid.

[8] Íbid. Pág 269. Fonction et champ de la parole et du lalange en psychoanalyse. (traducción personal)

[9] Escuchar/entender.

[10] Véase: Lacan, Jacques. Ecrits: La direction de la cure et les principes de son pouvoir (1966). Pág 616.


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