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Función de terceridad en el AT y su importancia en la clínica de lo cotidiano

08/01/2018- Por Nahuel S. Gómez - Realizar Consulta

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El dispositivo del acompañamiento terapéutico será definido al momento de ser parte -como recurso ordenador simbólico-, de equipos multidisciplinarios de los cuales participan otros profesionales como psicólogos, psiquiatras y médicos. El autor nos invita a pensar su especificidad como dispositivo armado estratégicamente según la singularidad de cada paciente, el recurso de la terceridad y el abordaje de las demandas puestas en juego allí.

 

 

 

       

 

 

   La casuística del campo del acompañar terapéutico nos invita constantemente a repensar el abordaje de las demandas puestas en juego allí, ya sean estas provenientes del acompañado como así también de su entorno familiar. Aspecto problemático si los hay, en el acompañar esto encuentra una particular dificultad que se desprende de su disposición misma: el acompañante hace clínica con lo cotidiano y en lo cotidiano.

 

  Quizás este sea uno de los aspectos por los cuales se dice en la jerga del acompañar que “el acompañante no interpreta”, ya que más allá de pensar en términos cuasi moralistas de si se debe o no interpretar, un interesante modo de abordar la pregunta será más bien plantearla en términos de si están dadas las condiciones para que haya o no interpretación, toda vez que la misma es siempre leída a posteriori. Dejaremos esta línea de fuga para otras discusiones…

 

  Pensando en cómo el acompañante puede abordar estas demandas que suelen ser dirigidas hacia él, debido a que, como se dijo, es quien a menudo se encuentra en la cotidianeidad del acompañado en extensas jornadas de trabajo, es que surge la figura de la terceridad. Ésta será aquello que irrumpa en la lógica imaginaria de lo semejante para permitir desprenderse de la captura especular o, lo que podríamos mencionar en palabras de Leonel Dozza como el “desmarque imaginario”.

 

  Desde una lectura psicoanalítica la terceridad será aquello que mediatice la relación del sujeto con su otro semejante, la cual podrá realizar desde su lugar de Ideal, pudiendo dicha función ser encarnada en una persona o no.

 

  Teniendo presente, como se mencionara, que el campo de intervención del acompañante es la cotidianeidad de la persona acompañada, la posibilidad de quedar capturado en la lógica imaginaria -y, por ende, no percatarse de algunas cuestiones debido a estar “demasiado cerca” para ver con claridad todo el panorama, cuestión que también puede desprenderse del análisis del esquema óptico por ejemplo- es un riesgo común de la práctica misma. En otras palabras: “gajes del oficio”. Es en este punto que surgen dos figuras como posibilidades en las que la terceridad puede ser encarnada: supervisor y coordinador.

 

  El/la coordinador/a funcionará dentro de la dinámica de un caso de acompañamiento como límite y garante de la legalidad que representa el encuadre del tratamiento. En aquellos casos donde el acompañante sea destinatario de multiplicidad de demandas -tanto cuantitativa como cualitativamente- el contar con la posibilidad de acceder a una figura re-conocible (y aquí nos referimos al reconocimiento del status diferencial, como a su vez que sea alguien que conozca a la familia en persona para soportar la nominación de coordinador) que se proponga como destinatario del redireccionamiento de esas demandas para responder desde lo delimitado en el encuadre, surge como una posibilidad interesante para escabullirse a la captura del espejo.

 

  Esta experiencia se habrá de manifestar en tanto y en cuanto sea el acompañante principalmente quien desde su palabra habilite a quien ocupe el cargo de coordinador. Algo similar a lo que Lacan plantea con respecto a la operación de la metáfora paterna: será la madre la encargada de incluir en la escena la posibilidad de un “más allá” del deseo materno, es decir, un “más allá” de la madre y de la lógica binaria del vínculo, incluyendo al padre en tanto nombre, reordenando así la escena en términos simbólicos.

 

  Incontables son las veces que el acompañado o su entorno familiar pueden llegar a demandarle al acompañante realizar tareas que no correspondan al acompañamiento -en ocasiones debido a desconocimiento de las tareas de una profesión que aún se encuentra en constante redefinición- y recurrir a la figura del coordinador bajo la premisa: “lo charlare con el coordinador” puede ser una carta interesante para jugar.

    

  A la vez que dicha premisa permite operar a varios niveles: a nivel temporal, aplicando una pausa que permite que entre la demanda incesante, o a veces agobiante, y la respuesta inmediata se genere una hiancia donde acaso el acompañado pueda encontrar una respuesta singular; a nivel vincular ese mismo silencio en la escena puede permitir que afloren modos vinculares inéditos para con el -y del- sujeto acompañado; pero principalmente a nivel del deseo del sujeto acompañado, la inclusión de otro Otro en tanto significante y la hiancia como espacio ofrecido pueden marcar el rumbo deseante del sujeto en tanto Deseo de Otro.

 

  Ahora bien, la clínica nos evidencia situaciones en donde no aparece visible la figura de un/a coordinador/a, principalmente en aquellos casos que estructuralmente no conllevan una carga horaria extensa, y por este y otros motivos resulta infructuoso contar con la figura de un coordinador. En estos casos una posibilidad para que la figura de terceridad siga operando en el discurso, pero no desde una persona que encarne dicha función, sería a través de que sea el encuadre el que opere en tanto significante ordenador.

 

  De esta manera, ante las demandas incesantes y habiendo explicitado el encuadre en los momentos iniciales de la instalación del dispositivo de acompañamiento -que se encuentra siempre en construcción constante pero a partir de una base que se define en los albores del tratamiento- el acompañante puede recurrir al: “esto no/si se puede realizar debido a que fue definido en un inicio…”.

 

  En ambas situaciones mencionadas la función de terceridad resulta eficaz en tanto se distancia de la lógica imaginaria en la cual se responde afirmativa o negativamente a las demandas bajo la figura del “porque quiero/no quiero”, cuestiones que no interesan al acompañamiento si de ética se trata, dado que el único sujeto en juego en el acompañamiento es el acompañado. Ya sea redirigiendo a una persona ocupando el rol de coordinador, como hacia el encuadre establecido, el acompañante recurrirá a una función tercera para correrse de la escena, también en aspectos de su voluntad que puedan operar como obstáculos en el tratamiento.

 

  Distinta será la terceridad representada en otra de las figuras previamente mencionadas: el/la supervisor/a. Bajo esta figura recaerá la responsabilidad de ser aquel tercero que pueda aportar una otra mirada, distinta a la que pueda tener tanto el acompañante como incluso el coordinador del caso, debido a encontrarse en una zona próxima a la escena de trabajo como para ver algunas cuestiones con claridad, principalmente aquellas en las que se hagan presentes los aspectos contratransferenciales.

 

  A su vez, si bien lo contratransferencial refiere inicialmente a la respuesta vincular del acompañante ante el depósito en su figura de la transferencia dirigida del acompañado, en realidad marca otros matices más importantes a la luz de lo trabajado hasta aquí. Interesa en tanto la contratransferencia trae a discusión los aspectos imaginarios correspondientes al acompañante y que operan como obstáculos en el tratamiento.

 

  Por ejemplo cuando se escuchan frases del estilo “el acompañado cuestiona mi autoridad, se rebela contra mí”, es decir en la lógica de “me hace a mí/contra mí”, se puede inferir que hay cuestiones personales del acompañante que se están inmiscuyendo en el tratamiento y no dejan al mismo leer el vínculo de una manera algo más clara. La dificultad aparece magnificada cuanto más se asiente la justificación del sentimiento puesto en juego en términos teórico-clínicos. Frases del estilo “debido a su diagnóstico de trastorno oposicionista desafiante es lógico que el acompañado se rebele contra mi autoridad” son comúnmente escuchadas en la clínica diaria.

 

  Esa justificación funciona como encerrona trágica: debido a que el paciente estigmatizado en su diagnóstico, no se cuestiona ni el accionar ni el sentimiento que acaece en el acompañante –dado que “el paciente es así”, resulta infructuoso analizar otras variables-, cerrando así toda posibilidad de cuestionar allí su implicancia negativa a nivel del tratamiento.

 

  Es allí cuando la figura del supervisor como aquel tercero, el cual tendrá mayor eficacia mientras más externo se encuentre al tratamiento, podrá aportar otro modo de ver la situación. Aunque la mayoría de las veces la demanda de supervisión surge a partir, enteramente, de dificultades vividas como atolladeros en la clínica será la pericia del supervisor la que redirija dicha dificultad a unas coordenadas de cuestionamiento sobre la captura imaginaria, si fuera este el caso.

 

  Es así que la función de terceridad en la figura del supervisor operará con matices distintos a los del coordinador: en tanto en el primer caso el supervisor estará investido del peso de una palabra sostenida en su experticia -muchas veces ocupando un lugar de Idealidad producto de su carrera profesional, por ejemplo- y/o “saber-hacer”, con sus intervenciones leídas por el acompañante muchas veces en el plano del “deber-hacer”; en el caso del coordinador la palabra que le de peso a su eficacia, estará sostenida en ser el garante de la legalidad del encuadre.

 

 

Referencias

 

-      Dozza de Mendonça, L.; Acompañamiento terapéutico y clínica de lo cotidiano. 1º ed.; Buenos Aires; Letra Viva; 2014.

-      Lacan, J; El seminario de Jacques Lacan. Libro 5: Las formaciones del Inconsciente. 1º ed. 8ª reimp. Buenos Aires: Paidos, 2009.

 

 


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