» Colaboraciones

Retrato del analista adolescente

18/03/2021- Por Rodrigo V. Abínzano - Realizar Consulta

Imprimir Imprimir    Tamaño texto:

El estilo de Freud, tempranamente esbozado en su adolescencia, será aquel que le permitirá ser un hombre de letras con ropajes de médico. Y es en esa lógica que se encuentra entonces, con su deseo en contribuir al saber humano.

 

                                         

                          “Jóven flautista (o “El pifer”) por Édouard Manet en 1866*

 

 

  En 1914 se conmemoró el 50º aniversario del Erzeherzog Rainer-Realgymnasium, colegio al cual asistió Sigmund Freud entre los 9 y los 17 años[1]. En esa institución, el padre del psicoanálisis transitó su adolescencia y muchos años después –por la celebración antes mencionada–, fue convocado a dar testimonio de dicho pasaje.

 

  Freud tenía 58 años al momento de tomar la palabra para evocar, rememorar y reflexionar sobre esos años pasados. El contenido de lo dicho entonces se publicaría luego bajo el título “Sobre la psicología del colegial”.[2]

 

  El hecho de que Freud se refiera a una “psicología” del colegial implica que los puntos de su abordaje revisten un carácter particular, aunque puedan localizarse, sin mucha dificultad, ecos de su singular travesía por la adolescencia. Probablemente, lo más sustancial del texto sean estas vivencias e impresiones.

 

  En ese sentido, diremos que hay un contrapunto entre dicha alocución de 1914 y una carta enviada el 16 de junio de 1873 a su amigo Emil Fluss[3]. En esa epístola, que funciona para nosotros con un carácter dialéctico, se encuentra un comentario por la finalización de los exámenes de la Matura, evaluación que sancionaba la culminación lectiva.

 

  El escrito de 1914 comienza con Freud manifestando estar afectado por un “raro sentimiento” (ein sounderbares Gefühl)[4], ya que nunca imaginó tener que volver a escribir “una composición en alemán para el colegio” y en consonancia con ello la voz de un viejo profesor que clama ¡Atención! (Habt acht!)[5], vehiculizando un imperativo que introduce una coordenada crucial: la posición adolescente frente a los mandatos del Otro.

 

  En ese rapto de rareza que le depara aquel sentimiento, Freud vuelve a ser un adolescente. Se establece así una relación dialógica entre el psicoanalista que está por entrar a la sexta década de su vida y el adolescente ávido de porvenir, inmerso en las ciencias biológicas o las obras de Goethe o Shakespeare. El azar que deparó un rencuentro casual con un querido profesor le permite establecer Freud el parangón que estructura todo el texto.

 

  Freud transita pasado, presente y futuro de manera tal que el tiempo se vuelve difuso en su relato; no obstante, el período transcurrido en el instituto es aquel que brama “en los rincones de su memoria”[6], con los efectos de las transformaciones dolorosas o los éxitos entusiasmantes, cuya atmósfera era la del mundo de la cultura y la ciencia.

 

  El sentimiento de rareza incial da lugar a la actualización de una especie de premonición: “Y creí acordarme de que toda esa época estuvo recorrida por un presentimiento que al comienzo se anunciaba sólo quedadamente, hasta que pudo vestirse con palabras expresadas en la composición del examen de bachillerato: en mi vida, yo quería hacer alguna contribución a nuestro humano saber.”[7]

 

  La marca inconsciente acentuada de ese recuerdo apela al investimento de palabras que decanta en el examen de fin de curso, donde Freud localiza su deseo en contribuir al saber humano. De allí el pasaje posterior: de médico a psicólogo, de psicólogo a psicoanalista.

 

  En vías de acentuar el lugar de los maestros y su proceder, Freud retoma el encuentro casual con quien fuera su profesor, para referirse a la ambivalencia: “adoptábamos hacia ellos una actitud particularísima, acaso de consecuencias incómodas para los afectados. De antemano nos inclinábamos por igual al amor y al odio, a la crítica y la veneración.”[8]

 

  Estos, al igual que el analista, son herederos de los sentimientos forjados en los primeros vínculos del individuo y en la adolescencia se ponen a prueba: ese Otro encarnado en los padres que fuera antes el más fuerte, sabio y admirado se verá ahora sujeto a crítica y reformulación. El adolescente comienza a transitar el exterior y encuentra una serie de elementos que lo promoverán a comenzar un proceso de “desasimiento” (Ablösung). [9]

 

  El desasimiento es vivido como un desengaño y el adolescente hace pagar a los padres por el ideal construido y sostenido hasta entonces. Esta vivencia del ocaso y afronta contra dicho ideal es condición de necesidad para la travesía adolescente. Si dicho proceso es vivido en el marco escolar (sabemos que no todo adolescente en términos lógicos es contemporáneo de la adolescencia cronológica), son los maestros quienes amortiguan el desasimiento. Eso explica la conclusión de este fragmento del testimonio freudiano: el lugar de la vocación y de los docentes en dicha elección.

 

  Al finalizar sus exámenes, Freud escribe una carta a su amigo Emil Fluss, y le comenta detalladamente su proceder en el Maturitätsaufsatze. No hay mención a la carta en la alocución de 1914 pero creemos importante poder introducirla aquí, ya que hay tres elementos cruciales planteados que determinarán la vida y el pensamiento de Freud.

 

  La epístola comienza anoticiando la aprobación del exámen final con muy buenas calificaciones. Al comienzo, modo homólogo a la alocución, hay cierta “reluctancia” y “perplejidad” por el sabor agridulce de haber superado dicha instancia. El sentimiento de extrañeza también se hace presente.

 

  Es a destacar que la calificación más alta obtenida por Freud en dicho exámen es en Griego, donde debe hacer un análisis del pasaje de una obra de Sófocles ¿Qué obra de Sófocles?... ¡Edipo Rey! El sueño freudiano de Edipo es un sueño adolescente, el cual halla su germen al momento en que Freud está abocado a encontrar su porvenir vocacional. Inclusive, unas líneas más abajo confiesa a su interlocutor tener una especial predilección por dicha obra.

 

  La elección de carrera futura también formaba parte de la examinación. Freud no solo obtiene una calificación de excelencia sino que además recibe una devolución especial: “uno de los catedráticos me dijo –y es la primera persona que se ha atrevido a hacer tal cosa– que poseo lo que Herder[10] llama tan amablemente un estilo idiota; es decir, aquel que es correcto sin dejar de ser característico.”[11]

 

  Freud manifiesta su felicidad por dicha devolución y se define como un “estilista alemán”; inclusive, bromea con su interlocutor y le pide que “conserve sus cartas, ya que nunca se sabe lo que puede pasar.”[12] Ya aquí está ese estilo freudiano, cuyo rasgo particular lo llevará a ser nominado al Premio Nobel de Literatura y a obtener el Premio Goethe, lo cual confirma que Freud fue, efectivamente, un estilista alemán.

 

  En una manifestación del desasimiento –lo cual explica algo del sentimiento de rareza inicial–, Freud se queja de que “toman con ligereza sus preocupaciones acerca del futuro” y se pregunta por el modo de proceder de los cerebros más poderosos y las dudas que puedan asaltarlos.

 

  Concluye: “No quiero sugerir con esto que si uno se encuentra en un momento de duda tenga que analizar sin piedad sus propios sentimientos; más si lo hace así se percatará de la escasa certeza que posee en cuanto al propio yo.”[13]

 

  ¿No es acaso esta afirmación la premonición del inconsciente? En relación con el yo, las certezas son escasas y el análisis encuentra un punto límite. Allí, en 1873, ya está delimitado el umbral que Freud cruzará, más de veinte años después, al conceptualizar el inconsciente.

 

  El estilo de Freud, aquel que le permitió ser un hombre de letras con ropajes de médico, fue el que enhebró Edipo e Inconsciente, dando cuenta que los alcances escasos del análisis del yo necesitaban cotejar una escena que los trasciende, aquella que tiene carácter inconsciente y que responde a la conformación edípica.

 

  Freud era analista y no lo sabía. De allí que su retrato de analista adolescente se conforme entre sus testimonio de 1914 y aquella carta inaugural donde ya están las coordenadas esenciales para luego desarrollar su obra. 

 

 

Arte*: Manet,_Edouard_-_Young_Flautist,_or_The_Fifer,_1866_(2)

          Édouard Manet (1832–1883). Notable pintor francés cultor del     

          impresionismo.



[1][1]Al momento en que Freud fue alumno el colegio se llama Leopoldstädter Kmmunalrealund Obergymnasium y luego se le cambió el nombre por el antes mencionado.

[2]  Freud, S. (1914). “Sobre la psicología del colegial”. Obras Completas, vol. XIII. Buenos Aires: Amorrortu, 2007, pp. 245-250.

[3]  Freud, S. (1873-1939). “Epistolario”. Madrid: Biblioteca Nueva, 1963. “Carta a Emil Fluss” (16-6-1873), pp. 9-12.

[4]  Freud, S. (1914a). Zur Psychologie des Gymnasiasten. Essays, I. Berlin: Verlag Volk und Welt. Österreichische Bibliothek, 1988, p. 540.

[5]  Íbid, p. 540. También puede traducirse como “¡ten cuidado!”.

[6]  Freud, S. (1914), op cit, p. 247.

[7]  Íbid, pp. 247-248.

[8]  Íbid, p. 248.

[9]  Íbid, p. 543.

[10] Johann Gottfired von Herder (1744-1803). Filósofo, teólogo y crítico literario alemán.

[11] Freud, S. (1873-1939), op cit, p. 10.

[12]  Íbid, p. 10.

[13]  Íbid, p. 11.


© elSigma.com - Todos los derechos reservados


Recibí los newsletters de elSigma

Completá este formulario

Actividades Destacadas

La Tercera: Asistencia y Docencia en Psicoanálisis

Programa de Formación Integral en Psicoanálisis
Leer más
Realizar consulta

Del mismo autor

» Arqueología de lo adolescente

Búsquedas relacionadas

» Freud
» génesis de su obra
» adolescencia
» colegio
» indicios