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Dar por terminado / 201/12/2004- Por Ricardo Rodulfo - Realizar Consulta
Un psicoanalista medio, de resultas de todo este dispositivo poco visible, está preparado para encontrar o para poner él alguna módica referencia bibliográfica no psicoanalítica en un escrito dado –sobre todo si antes la usó alguno de los Grandes Nombres– pero no concebirá fácilmente que un texto psicoanalítico funcione con un holding de referencias de afuera, con pocas o ninguna de su campo profesional. Es que cree que hay un afuera y eso mismo reprime entender la intertextualidad, el entre sobre todo, que pone en crisis definitiva las delimitaciones comunes de un exterior y de un interior.
Nota: El presente escrito guarda relación conceptual con la columna
precedente: Dar por terminado /1
Sugería en el texto ofrecido con anterioridad las siguientes dos líneas de
pensamiento:
I – El trabajo con niños y con adolescentes ofrece una buena oportunidad
para tomar conciencia de lo vetusto e inadecuado de los conceptos más
habituales del psicoanálisis y de lo más vetusto e inadecuado aún de la manera
de usarlos.
II – El plano de las operaciones es aún mucho más insidioso, ya que el
resplandor que para los psicoanalistas emana de los conceptos que han aprendido
los enceguece para detectar las operaciones subyacentes que los constituyen en
el psicoanálisis tradicional.
III- El caso de los procedimientos instituidos de escritura –a primera
vista un punto de menos “jerarquía” teórica que los dos anteriores, pero esto
es sumamente engañoso– presenta especiales, y formidables, dificultades en la
perspectiva de “resistencia al cambio”,
(o de la “resistencia del analista”) como si dijéramos que aquí se espesan
los mayores vicios y malos hábitos profesionales. No se trata ya de la
formación y utilización de conceptos, ni de la detección de operaciones propias
del “inconsciente teórico” de una disciplina; en cambio, tratamos aquí con
cosas tan difíciles de apreciar como las maneras de escribir y de disponerse a
escribir, del tipo de con-texto que
se genera a partir de ciertas actitudes y del campo textual así desplegado (y
con qué zonas ciegas).
No es solo la cuestión de la rutina
de las citas (tan obvia que permite de una ojeada “fichar” al responsable del
escrito) y del modo de “resbalar” por los textos que es su peor resultado, no
permitiendo destruirlos (en la
dirección que Winnicott abrió para esta palabra) y
consiguientemente recuperar o descubrir su otredad,
su eventual ser –ajenos al menos en puntos bien singulares– a los sistemas
teórico-políticos que los citan y no tanto los procesan como sí los procerizan; hay efectos de obstrucción menos evidentes[1], pero capaces por sí
de asfixiar el potencial creativo de cualquiera. Pienso sobre todo en el
anacronismo que campea en la intertextualidad de los
escritos psicoanalíticos, y no en su punto más bajo, que ya a esta altura hace
su propia parodia, el de aquellos que la ciñen a una “línea” teórica destilada,
ya que son muchos los analistas que advierten la esterilidad de semejante
actitud y toman distancia de ella; pensamos más bien en modalidades
manifiestamente más matizadas, pero que adolecen de una rigidez estructural que
termina por gobernar las buenas intenciones del querer “abrirse”, pues la más
seria dificultad es que el campo intertextual
psicoanalítico no incorporó el hábito del injerto,
que fue uno de los procedimientos de escritura que lo hicieron nacer; en este
sentido, se ha mantenido más acá del estilo de Freud,
de Rank, de Reik. En su
emergencia, el movimiento intertextual de este campo
iba y venía de la novela a la biología, de la tragedia, griega o isabelina, a
la mecánica y la termodinámica, de la psicología asociacionista a los mitos y
los filosofemas griegos... Un campo hecho de
injertos, suplementados entre sí, y no un campo básicamente homogéneo que se
adornase con algún toque de injerto seleccionado y superestructural.
Lo mismo vale para el material clínico: Freud no
vacilaba –y si vacilaba, se resolvía– en entramar fragmentos de éste con
motivos de la novela romántica o de un poeta como Goethe
o con otros extraídos de fiabe
europeos. En términos de institución, sus sucesores parecen haber creído que si
volvían a pasar por donde habían parado Freud y Rank y Reik, eso era intertextualidad viva, sin darse cuenta que la clausuraban.
El gesto de citar lo que Freud citó de Shakespeare o de Ibsen no retiene
nada del impulso que da lugar a nuevas vías de facilitación entre-textos. Esto
se volverá a repetir en el “caso” de Lacan y sus
seguidores (que, por supuesto, no lo siguen al imitarlo, paradójicamente, no
haciendo lo que él hace al dibujar una nueva intertextualidad).
Por lo tanto, en términos generales, los psicoanalistas proceden como si lo que
hacen se validara citándose entre sí, en el interior de su “quintita”, como si
el psicoanálisis se pudiera validar a sí mismo (lo cual solo puede funcionar en
trechos o segmentos restringidos, acotados, de su práctica clínica afectada al
análisis de cierto “material” o de cierta particularidad patológica, pero en
ningún caso cuando se pasa de allí a las más amplias cuestiones de la
constitución subjetiva y sus modos de temporalización)
sin puntos de apoyo, sin diálogos, sin robos –como los que hace un bebé o un deambulador–[2]. Transcurrido Derrida, esto significa un gran atraso en los modos de
escribir y de pensar, (y en el ámbito de lo occidental, nadie puede pasar por
alto la dimensión del atraso y de la puesta al día). Derrida
introdujo –de un modo acaso más calculado, más deliberado (el cálculo de quien
abre la puerta a lo incalculable) que el del primer grupo de psicoanalistas que
Freud nucleaba– en el campo
de la filosofía un modal tan antiacadémico que hacía dudar si se tratara de un
filósofo, al deshacer la trama convencional donde los referentes de un texto
filosófico solo podrían pertenecer a este campo y hacer caer así de golpe toda
una escala de jerarquías que le permitía al filósofo, por ejemplo, hablar de Freud o de Newton o de Miguel Angel
desde arriba, sin poner aquellas ideas o aquellas obras a la par del suyo; de
ahora en más, dejá,[3] los textos están a la
par, sin consideraciones de “calidad” pre-establecidas,
el texto propiamente “filosófico” pierde toda superioridad o ventaja respecto
de algo escrito por Schmidh, por Artaud,
por Lacan por un periodista del Le Novel observateur o el proyecto de ley de un diputado. Se desarma en el mismo
golpe toda jerarquía o frontera fija entre ensayo, novela, paper científico, artículo de divulgación, tratado de derecho, collage,
etc. (Por supuesto, tal como podría pre-suponerse, la
corporación filosófica como tal no acogió esta innovación con mayor entusiasmo
ni sin los mayores recelos y reflejos de cierre; la psicoanalítica no
monopoliza la estrechez de miras). La importancia de toda esta cuestión rebasa
la de cualquier tópico más o menos de moda, si evaluamos que ese entretejido
que designamos “intertextualidad” es el medio, facilitador
o no, de un texto, de él depende el aire que ese texto reciba para desplegarse
y cobrar altura, la condición de posibilidad misma de su respiración. El
psicoanalista de niños se ve empujado por su práctica a tener tan en cuenta un
hallazgo de las neurociencias o ciertas páginas de una novela de aprendizaje
tan irregular como El lector de Schmitz o alguna penetrante observación clínica
transportable a otras situaciones; como “lo que dice” algún Gran Otro en su
propio campo. Y si su trabajo lo involucra con bebés y sus mamás ¿le servirá o
le hará ruido la rígida partición entre psicoanálisis y toda psicología del
desarrollo, tan imprescindible, según parece, para nunca dejar de “ser”
psicoanalistas? (Lacan mismo, tan iconoclasta y hasta
petardista en la superficie, no dejaría de censurar la explícita indiferencia
de Winnicott por esa frontera amurallada)[4].
Un psicoanalista medio, de resultas
de todo este dispositivo poco visible, está preparado para encontrar o para
poner él alguna módica referencia bibliográfica no psicoanalítica en un escrito
dado –sobre todo si antes la usó alguno de los Grandes Nombres– pero no
concebirá fácilmente que un texto psicoanalítico funcione con un holding de referencias de afuera, con
pocas o ninguna de su campo profesional. Es que cree que hay un afuera y eso mismo reprime entender la intertextualidad, el entre
sobre todo, que pone en crisis definitiva las delimitaciones comunes de un
“exterior” y de un “interior”. El mismo psicoanalista que parece captar y haber
aprendido muy bien esto, y hasta escribe acerca de esto, en el ámbito de lo que
se pone en juego al mentar el inconsciente, la transicionalidad,
el espacio de inclusiones recíprocas, el mudo boromeo,
permanece ajeno al entre-tejido al
entre-tejer en sus hábitos de pensamiento y de escritura.
Llegados a este punto alguien bien
podrá plantear si algo similar no sucede con las “referencias bibliográficas”
de cualquier paper
de las más diversas procedencias. El psicoanálisis no es la única especialidad
cerrada que funciona citándose a sí misma.
Solo que precisamente aquí, el psicoanálisis no pensamos deba proceder con
los habituales protocolos de una cierta cientificidad
o, más bien de una cierta tradición académica. Su nacimiento y su formación
como un pensamiento entre,
intersticial, periférico, underground, lo habilita muy poco para asumir después los
códigos y las maneras de una especialidad técnica con fronteras bien
aseguradas. Estas, pareciendo que lo protegen, lo asfixian, porque le quitan su
medio propio, que es no tener medio propio, entre lo “psíquico” y lo “orgánico”
convencionales, entre lo “individual” y lo “social” convencionales. Naturaleza
de suplemento.
No quisiéramos cerrar este apartado –la trascendencia de cuya problemática
nos esforzamos en dejar entrever, pero es mucho lo que habría que seguir analizando–desconstruyendo esto– sin dejar sentado que, para limitarse a
nuestro medio, existen casos singulares que han escapado de este cerco. Al
arriesgar nombres, uno sabe que cometerá injusticias, pero quizá esto es
preferible a la vaguedad de una alusión. Entonces nombro un libro como el
reciente Ser humano de Julio Moreno,
cuyo itinerario es independiente de las limitaciones expuestas y tanto recurre
a Aristóteles como a la informática sin mayor cuidado por los jardincitos schreberianos
psicoanalíticos. Nombro también la manera de trabajar el psicoanálisis en la
obra de Ana Fernández y –en una dirección muy distinta– de Eva Giberti. Nombro los no muchos pero preciosos trabajos de
Diego García Reinoso así como la particular máquina textual Pichon-Riviére-Bleger. Nombro los
esfuerzos de Luis Hornstein y lo encarado por Silvia Bleichmar en lo concerniente a la neogénesis...
del psicoanálisis, que, en el fondo, es la que se juega. Nombro a quienes como
Irene Meler y Juan Carlos Volnovich
han confrontado con especial vigor y apertura el falocentrismo
tan inherente al psicoanálisis
tradicional. Nombro El niño del dibujo
de Marisa Rodulfo, que se
mide con ese otro rasgo inherente que es el logocentrismo,
ingenuo y poco articulado al principio, asumido e intensificado con Lacan. Nombro... sin dejar de recordar, con Winnicott, a Jessica Benjamin, Loparic y Stern como autores que
han sobrepasado largamente el paradigma tradicional en cualquier plano que se
lo considere.
[1] Sobre estos aspectos, se encontrarán distintas consideraciones y
análisis en la totalidad de los libros que he publicado con mi sola firma. Por
su parte, y muy tempranamente, Theodor Reik previno largamente contra una precoz esclerosificación técnica del vocabulario psicoanalítico y
su incidencia negativa para el pensamiento en El paciente desconocido, en Del
lado del psicoanalista, Ed. Corregidor, 1974, Bs.
As.
[2] Examiné en detalle este aspecto desde el punto de vista de la extracción del lugar o la instancia
“cuerpo materno” operada por el bebé en El niño y el significante, Paidós, 1989, Bs. As. La retomo en diversos capítulos de El
psicoanálisis de nuevo, Eudeba, 2004, Bs. As.
[3] Derrida Jaques,
Glas, University of
[4] Lacan, Jacques, Seminario “El acto
psicoanalítico”, en la edición de
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