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Digamos Basta02/05/2013- Por Nicolás Cerruti - Realizar Consulta
La irrupción descomunal en el Hospital Borda, no debería entenderse como un hecho aislado, fragmentado, sino con una lógica. Estamos acostumbrándonos a leer lo que pasa, lo que nos pasa, como sin historia, sin ilaciones posibles; tan defraudados de la verdad que nos perdemos. Creemos que una inundación es un hecho emblemático pero contingente, una expresión más de la naturaleza que nos excluye, y no soportamos que haya responsables previos a lo sucedido, responsables humanos. El contenido simbólico de lo acontecido el 26 en el Hospital Borda es atroz, pero mucho más por ser algo real: el negocio es la ley, la gente es un estorbo. Digamos Basta
El pasado 26 de Abril ha acontecido algo que debería redactarse como un hecho no aislado, fragmentado, sino con una lógica, aunque nos pueda resultar ésta inexplicable, bizarra o francamente pelotuda.
Estamos acostumbrándonos a leer lo que pasa, lo que nos pasa, como sin historia, sin ilaciones posibles; tan defraudados de la verdad que nos perdemos. Creemos que una inundación es un hecho emblemático pero contingente, una expresión más de la naturaleza que nos excluye, y no soportamos que haya responsables previos a lo acontecido, responsables humanos.
Nuestra memoria ha sido truncada, nuestra historia ha sido modificada, el relato de los hechos corre como desecho, y nuevamente, para el común de la gente, la verdad los defrauda (la imposibilidad de encontrarla) y claudican.
Pero el pasado 26 de Abril lo acontecido en el Hospital Borda no fue un hecho aislado, un mal manejo, una deficiencia del sistema de seguridad. Lo del Borda tiene historia, no sólo por su apropiación y negociado con sus terrenos, sino por lo que hacen en estos. Sin ir más lejos, la instalación de la red de gas nunca llegó (el 25 de Abril se cumplieron dos años sin gas, un día después, dos años después, este trágico 26).
Cuando se montaron las tuberías amarillas alrededor de los edificios, luego de más de un año, y su crudo invierno, quizás alguien se esperanzó. Pero de un día para el otro desaparecieron. No debe ser la instalación de un centro cívico lo que levanta tantas protestas, sino la violación de los acuerdos, de la ley, por parte de sus representantes. No es algo nuevo, ¿no?
Cuando incursionaron la primera vez, un miércoles del 2012, la forma indicaba el fondo: cortaron el candado que persistía en la puerta trasera, operarios y la policía metropolitana, ocultos tras la oscuridad, como si supiesen que estaban haciendo algo mal, cercaron el perímetro con palos y telas. Al llegar los profesionales y darse cuenta de lo que estaba pasando, se nos convocó para interrumpir ese acto vandálico. Muchos dejamos de atender para presentarnos físicamente ante aquellos que no renunciaban de insistir en su propósito. Pero al fin lo hicieron.
El pasado 26 la cosa no fue muy distinta, solo que ya estaban más preparados y advertidos. Escudos, armas, gases, no aparecen por generación espontánea (como en el medioevo se creía de las ratas en la suciedad); la violencia perpetuada no sólo tiene historia, intensión, sino algo peor: propósito.
Es tan difícil esta situación que no se resuelve con una o dos renuncias, con gritos, llantos, bravuconadas. Lo primero es preguntarnos si esto está inserto en una lógica y es una manifestación más (no la primera), o decanta por diversas situaciones sociales.
Tal vez pensar que tiene propósito le parezca tendencioso a alguno, pero solo si piensa que todo es un hecho aislado, y que “ya se nos va a pasar”, como si fuésemos niños.
Es que los argumentos son infantiles: “Ellos empezaron primero”, “Nos defendimos”… Sí, con balas de goma y gas lacrimógeno. ¿Y qué hacían el gas y las armas en un hospital público? ¿Qué hacía la policía?
Con la violencia pasa algo muy raro, basta presenciar un acto violento para que enseguida se nos suba la adrenalina y sentirnos violentos. Cuando hay violencia, se te impregna, te pega de manera tal que casi querés salir a ser violento. Pero, ¿acaso la metropolitana no estaba en el lugar de aquello que se había desmadrado, policías de gatillo fácil y represión?
El pasado 26 de Abril había policías en una demolición porque se cumplía un año de cuando la gente le dijo “no” a la construcción de un centro cívico en el predio del Hospital. ¡Sí, un año! Cómo pasa el tiempo. Ese mismo día se había convocado una reunión para festejar, ¿qué cosa?, dirán, simplemente el “no”, la posibilidad no sólo de decirlo, de expresarse, sino también de un límite a una autoridad que no tiene en cuenta, ni registro, ni entiende del otro, del semejante, del vecino…
¿Es un hecho aislado que justo al año, y sabiendo que iba a haber gente reunida por el evento, mandaran a demoler, con el apoyo de la policía?
Es claro que con llevar policías, armas, gases, no es suficiente, se necesita de gente para justificar las horas de tiro al blanco. ¿Es por un centro cívico que se hace tanta noticia? ¿Es porque es en el Borda?
Principalmente es porque se muestra que la gente, la común, el vecino, el loco, el profesional, la del día a día, está sola en sus reclamos; que labura y pasan cosas, de las buenas, y eso molesta. Molestan estos que le ponen el pecho a la posibilidad de la atención de los locos, con sus múltiples formas de tratamientos. Y hablo de “loco” solo porque Lacan supo decir que “todos estamos locos”… loco es reconocer que no lo estamos. La diferencia es que los profesionales, los pacientes, la gente, eligen ponerle el pecho a la situación, y enfrentarla lo mejor que se pueda. Pero eso nunca autorizó a nadie a creer que es un poner el pecho a las balas.
El contenido simbólico de lo acontecido el 26 en el Hospital Borda es atroz, pero mucho más por ser algo real: el negocio es la ley, la gente es un estorbo. Digamos Basta.
Nota: el autor pertenece al plantel de profesionales del Hospital José T. Borda que con su práctica sostienen al Hospital Público, y con su palabra no solo lo defienden, sino también intentan un abordaje humano y sólido a las problemáticas de los pacientes.
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