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Discapacidad y Psicoanálisis. Una Articulación posible

28/01/2021- Por Walter García, Daiana Fuentes Favatier y Juan Cruz De Lellis - Realizar Consulta

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Si pensamos la discapacidad como una disfunción, es decir en términos deficitarios, no podremos leer nunca lo que esto esconde detrás, la exigencia de un capacitismo feroz. Un excesivo valor puesto en una capacidad cuyo resultado es arrasador para cualquier subjetividad. Incluso si nos ubicamos dentro de lo que se conoce como el paradigma social de la discapacidad, en donde el acento discapacitante está puesto del lado de las barreras sociales. Si seguimos sosteniendo a la discapacidad como una disfunción o un déficit, jamás podremos cruzar el Rubicón…

 

 

                             

                                    Ilustración: Niño tullido trasladado en carretilla (Edad Media)*

 

 

 

“Las psicosis, los estados de confusión y de desazón profunda (diría toxica), son, pues, inapropiados para el psicoanálisis, al menos tal como hoy lo practicamos. No descarto totalmente que una modificación apropiada del procedimiento nos permita superar esta contraindicación y abordar así una psicoterapia de la psicosis”.[1]

 

                                                               Sigmund Freud

 

 

  En un trabajo titulado: “¿Es el Psicoanálisis una legítima herramienta clínica 
en el tratamiento de personas con discapacidad?[2], los autores se preguntan en qué medida el Psicoanálisis puede dar respuesta a los interrogantes y problemáticas que se presentan en la llamada “Clínica de la discapacidad”.

 

  A saber: ¿es legítimo plantear que, por ejemplo, al encontrarnos con un sujeto afectado de un daño orgánico-neurológico muy severo, igualmente debemos sostener la constitución y estructuración de un aparato psíquico tal como clásicamente lo entendemos desde el psicoanálisis? ¿Hay lugar para la suposición de un sujeto del lenguaje en un individuo cuyo organismo está dañado brutal o medianamente en sus funciones intelectuales?

 

  La cita freudiana es del año 1904, y Freud ya nos advierte de la necesidad de adecuar nuestros procedimientos ante la clínica que se impone, la necesidad de reinventar el psicoanálisis fundamentalmente en aquellos ámbitos diríamos no convencionales para la práctica del mismo es una tarea ineludible en estos tiempos.

 

  En el Congreso de Salud Mental de la AASM integramos una mesa redonda llamada “La discapacidad y el sujeto en espera”. Abordamos como situar un decir allí donde los diagnósticos y los saberes del Otro eclipsan cualquier atisbo subjetivo, y pensar a su vez, cual puede ser el aporte del psicoanálisis cuando existe este tipo de complicaciones orgánicas tan manifiestas.

 

 

El diagnóstico

 

  Los diagnósticos en el marco de la discapacidad están omnipresentes, se constituyen en palabas, dichas por un profesional, que obturan la pregunta sobre los síntomas y le otorgan un ser al sujeto: “soy un discapacitado”, “soy ansioso”, etc.

 

  Parece que se volvieran parte de su identidad y suponen ya una limitación en su vida cotidiana. Además, define en forma ominosa el futuro para esa persona, ya que, al presentarse como determinantes, estas dificultades son tomadas como propias, inherentes a la persona, no pudiendo entonces ser modificadas ni compensadas.

 

  Estos diagnósticos, transmitidos desde un lugar de saber y fuera de un espacio transferencial, pone en ejercicio un poder producto de la relación asimétrica entre médico y paciente. De esa manera se presentan como incuestionables y provocan que padres o adultos comiencen a circular por varias instituciones o profesionales de la salud, buscando confirmar o descartar estos diagnósticos.

 

  Maud Mannoni en su texto El niño retardado y su madre[3] afirma:

 

“… al débil mental le es bastante difícil hablar, más bien es hablado. Le es difícil desear; es un objeto manejado, reeducado desde su primera infancia […]Hoy en día, el débil mental tiene todavía por destino ser el objeto de algo o de alguien (pasa de la reeducación materna a toda clase de reeducaciones) tal vez mañana encontremos con mayor certeza el camino que conducirá al débil mental a reconocerse como humano…” [4]

 

  Al diagnosticar en psicoanálisis se piensa en un sujeto activo en transferencia con su analista, el diagnostico se produce durante el análisis mismo.

 

 

Más allá de la interpretación

 

  Jacques Lacan en el Seminario 11 introduce la noción de debilidad mental a partir de los aportes del texto de Maud Mannoni antes mencionado.

Ella afirmaba que el sujeto débil mental estaba en una posición de fusión con respecto a la madre, Lacan se diferencia en un punto, ya que sostiene que es a nivel de la cadena significante donde se produce esa fusión:  

 

“… Cuando no hay intervalo entre S1 y S2, cuando el primer par de significantes se solidifica, tenemos el modelo de toda una serie de casos que serán psicosis, debilidad mental y fenómenos psicosomáticos […] la dimensión psicótica se introduce en la educación del débil mental en la medida en que el niño, el niño débil mental, ocupa el lugar en la pizarra, abajo y a la derecha, respecto a ese algo a que lo reduce la madre - el mero soporte de su deseo en un término oscuro…”.[5]

 

  Se deja ver la posición de objeto que destaca Lacan del sujeto denominado débil mental, donde no puede ser nombrado más allá de su incapacidad, donde el Otro materno no deja lugar para que se produzca una hiancia entre S1 y S2.

 

  Siguiendo esta referencia, cabe la pregunta por el lugar del psicoanalista allí, ya que, la operación de la interpretación, donde el analista interviene en esos intersticios del decir, en ese entre -líneas propio del sujeto dividido entre significantes, dividido entre lo que dice y lo que quiere decir, no sería posible, debido a esta imposibilidad estructural, a esta fusión entre dos significantes. ¿Qué operación posible entonces?

 

 

La discapacidad como forma de lazo

 

  Si pensamos la discapacidad como una disfunción, es decir en términos deficitarios, no podremos leer nunca lo que esto esconde detrás, la exigencia de un capacitismo feroz. Un excesivo valor puesto en una capacidad cuyo resultado es arrasador para cualquier subjetividad. Incluso si nos ubicamos dentro de lo que se conoce como el paradigma social de la discapacidad, en donde el acento discapacitante está puesto del lado de las barreras sociales. Si seguimos sosteniendo a la discapacidad como una disfunción o un déficit, jamás podremos cruzar el Rubicón.

 

  Por lo tanto, se hace necesario cambiar nuestras coordenadas de lectura. Si hay algo que nos permite iniciar dicho movimiento es lo que hoy llamamos el modelo social de la discapacidad. Desde allí podemos definir a la discapacidad como una “condición relacional cualitativa.” Es a través de los discursos que intentamos ordenar el lazo social, otorgarles un lugar a los cuerpos y sus (des)arreglos, y muchas veces ese lugar esta signado por un menos, por un no lugar.

 

  Los discursos son un modo de leer la realidad, de posicionarse frente a ella, y es en esa lectura que pueden ser inclusivos o no respecto de la voz de cada quien.

 

 

Imagen*: Libro de Salmos -Salterio Luttrell- encargado por Sir Geoffrey Luttrell en Lincolnshire. Escrito e ilustrado en pergamino alrededor de 1320-1340 en Inglaterra por escribas y artistas anónimos.

 

 



[1] Sigmund Freud, Obras Completas. Ed Amorrortu. VII, “Sobre psicoterapia”, pág. 253

[2] Oscar Zelis, Laura Salinas, “¿Es el Psicoanálisis una legítima herramienta clínica 
en el tratamiento de personas con discapacidad?”, en: http://www.psicomundo.com/foros/investigacion/discapacidad2.htm

[3] Mannoni, M. El niño retardado y su madre-1 ed. CABA, Paidós, 2015.

[4] Mannoni, M. El niño retardado y su madre-1 ed. CABA, Paidós, 2015. Pág., 114  

[5] Jacques Lacan, El seminario de Jacques Lacan, libro 11: los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis- 1 ed. 16 ° reimp. Bs As, Pág. 246.


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