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Doble azul y la caza de la intimidad

15/11/2014- Por Sergio Zabalza - Realizar Consulta

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“Resulta inquietante constatar que cada vez más los dispositivos informáticos revelan los detalles de nuestras micro decisiones… La demanda del Otro allí en la pantalla –por tornarse omnipresente–, amenaza con expulsarnos de nuestro más preciado bien: la intimidad de nuestro decir… Se ha cerrado el círculo entre emisor y receptor con el trazo grueso de la certeza: un doble tilde azul testimonia que el mensaje ha sido leído. Así, la intimidad del receptor queda abolida”.

 

 

           

 

El whatsapp es un programa de la telefonía celular que se caracteriza por su carácter gratuito y la rapidez en el envío y recepción de mensajes. Su dispositivo sin embargo deja ver informaciones que, por invadir la privacidad de sus usuarios, ha provocado más de un dolor de cabeza. Tanto que hace un año la empresa que regenteaba el servicio salió a informar que el doble tilde gris –en la pantalla del emisor– no significaba que el receptor hubiera leído el mensaje, sino tan solo que había llegado a destino. Cuestión que no aportaba mucho, puesto que siempre quedaba abierta la puerta para preguntarse: ¿por qué no lo leyó?

Hoy que Facebook adquirió el programa, se ha cerrado el círculo entre emisor y receptor con el trazo grueso de la certeza: un doble tilde azul testimonia que el mensaje ha sido leído. Así, la intimidad del receptor queda abolida: contestar, no contestar, pensar, esperar, desconocer el mensaje y otras estrategias propias del intercambio discrecional entre las personas desaparecen a manos del afán de transparencia que impone el tráfico digital.

Como no tardaron en llegar las quejas de los usuarios, pareciera que FB brindará al usuario la opción de desactivar el doble tilde azul. Se repite entonces la misma secuencia mentada a propósito de aquella oscura aclaración que ofreció la empresa: en este caso desactivar el doble tilde azul no aportará mucho habida cuenta que deja en evidencia a quien hace uso de ella, o sea: ¿Qué quiere ocultar?

Según Lacan, la condición para que el decir de un sujeto –su enunciación– se sostenga reside en advertir que el Otro no sabe sus pensamientos. Dice: “Sea como fuere en un momento dado el niño se percata de que esos adultos que, se presume, conocen todos sus pensamientos, hete aquí que no los conocen”[1]. De lo contrario estaríamos en el patético caso del esquizofrénico, cuya tortura suele consistir en experimentar que el Otro le lee los pensamientos.

Sin embargo, resulta inquietante constatar que cada vez más los dispositivos informáticos revelan los detalles de nuestras micro decisiones, esos pequeños gestos cuyo discrecional manejo refiere que aún nos sentimos confortables en el albergue de nuestra subjetividad.

De hecho, al definir las condiciones de posibilidad de ese núcleo subjetivo que llamamos lo íntimo, Gerard Wacjman expresa: “Si bien tiene esencia arquitectónica, dicho lugar no se encarna necesariamente en una arquitectura. Y uno puede sentirse ‘en casa’ de formas muy diversas, en una muchedumbre, ¿por qué no?, en un hotel, en plena naturaleza.” [2] No en vano, durante el seminario de “Las Psicosis”, Lacan alude al superyó de esta especial manera: “Ese extranjero, como dice el personaje de Tartufo, es el verdadero dueño de casa, y le dice tranquilamente al yo: A usted le toca salir de ella”[3].

Y hay razones para considerar que de esto se trata: la demanda del Otro allí en la pantalla –por tornarse omnipresente–, amenaza con expulsarnos de nuestro más preciado bien: la intimidad de nuestro decir.

Esta presencia superyoica -el semejante en la pantalla- trasciende por largo el fenómeno que en su momento impuso la televisión o la denominada sociedad del espectáculo. Por empezar, no se limita al efecto sugestivo y fascinante que transporta la  imagen. El doble azul del Whatsapp en el smartphone habla de una inédita demanda en tiempo real.

Para describirla, conviene servirse de los índices que Lacan planteó para distinguir el retorno de la pulsión en la neurosis y en la psicosis[4]. El primero es in loco, es decir: localizado en un objeto tercero (sea un síntoma o una fobia, etc.); el segundo en cambio es in altero, retorna en el Otro imaginario en todo momento y lugar.

“Nuestros útiles de escritura participan en la formación de nuestros pensamientos”, decía Nietzsche[5]. No sabemos si terminaremos esquizofrénicos, pero el ansia insaciable de las empresas pareciera amenazar el decir a manos del tráfico digital. A fin de cuentas quizás hoy la intimidad sea un lugar de resistencia.

¿Llegó? ¿Me leyeron?

 



[1] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 6, “El deseo y su interpretación”, Buenos Aires, Paidós, 2014, p  90.

[2] Gerard Wacjman, “Las fronteras de lo íntimo”, en El Caldero N° 19. Accesible en:

http://www.colpsicoanalisis-madrid.com/dtextos_files/Gerard%20Wajcman.doc

[3] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 3, “Las Psicosis”, Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 395.

[4] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 3, op. cit.,  p. 153.

[5] Friedrich Nietzsche, “Carta a Heinrich Köselitz”, citado en Nicholas Carr, ¿Qué está haciendo Internet con nuestros cerebros? Superficiales, Tauris, 2001. 


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