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La cuestión del diagnóstico, un asunto político

24/04/2013- Por Enrique Tenenbaum - Realizar Consulta

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En las líneas que siguen intento argumentar cómo a partir de la entrada de la llamada Salud Mental en el mercado global, y con mayor incidencia en el neoliberalismo imperante, la cuestión diagnóstica se ha fetichizado rechazando su raíz clínica y su impronta transferencial para devenir una mercancía que, como tal, barre y arrasa las dimensiones del sujeto. Es en este sentido que la cuestión diagnóstica resulta un asunto político, y requiere que en ese campo nos orientemos de un modo acorde con nuestra praxis.

 

 

“Pues si la salud se vuelve objeto de una orga­ni­za­ción mundial, se tratará de saber en qué medida ella es productiva. ¿Qué podrá opo­­ner el médico a los imperativos que lo harían empleado de esta empresa uni­ver­sal de la productividad?”

                 J. Lacan,Psicoanálisis y Medicina”. 1966

 

  El diagnóstico forma parte de la herencia que recibimos de la clínica médica, y sus implicancias han concernido a varias generaciones de analistas, provocando opiniones encontradas, acuerdos y desacuerdos, tanto sobre su pertinencia como sobre su alcance y su aparato referencial.

  Freud nunca dejó de lado su interés por la cuestión –de hecho las entrevistas preliminares tenían como fin el diagnóstico de analizabilidad– mientras que Lacan desbrozó el camino subrayando las formas de presentación de la estructura, alejando así al diagnóstico de una clasificación propia de las psicopatologías.

 

El hechizo diagnóstico

“Tráeme un chal que haya cubierto su seno,
una liga de mi bienamada”.
                               Goethe,
Fausto

 

  Son variadas las ocasiones en las que el debate sobre algunos términos diagnósticos suele llegar a un callejón sin salida: al advertir los implicados en ese debate que, respecto de los términos en cuestión, no hay acuerdo sobre la significación que se les confiere.

  Así, puede resultar que una discusión sobre qué datos deben considerarse para arribar a un diagnóstico de fetichismo avance por variados caminos antes de llegar a lo que debiera ser el paso primero: la pregunta por si es pertinente o no adosar al fetichismo el mote diagnóstico, esto es: si se lo somete o no a la dialéctica de lo normal y lo patológico[1].

  Es verdad que Freud señalaba al fetiche -allá por 1905- como un desvío característico de la perversión –aunque no exclusivo, pero ya en 1910[2] le habrá adjudicado el carácter de sustituto del falo materno. Y en “El Fetichismo” –1927 propone que se trata no sólo de eso, sino que el mecanismo renegatorio por el cual el fetiche se constituye como aquello que vela y a la vez indica la castración es una operación no privativa de las perversiones. Además, y no es menor, señala el apoyo del significante para la fijación de un objeto a la cualidad de fetiche[3] –es en lalengua que el fetiche se viste del ropaje que lo hace tal, y por otra parte destaca que lo que se adosa al objeto para fetichizarlo es algo, un rasgo, un cierto brillo que adquiere un valor absolutamente subjetivo, no identificable por evidencia alguna, no intercambiable, lo que le otorga un valor agregado sumamente peculiar[4].

  Cuando en el tan de moda DSM leemos que el fetichismo resulta catalogado como una parafilia, y que se lo define como fantasías impulsos o comportamientos sexuales ligados al uso de objetos no animados, por un momento nos parece encontrarnos ante una nosología no solo prefreudiana, sino que además desconoce que precisamente lo que destaca el fetiche es la animación fantasmagórica de la que se dota al objeto –por no señalar que bien puede ser una parte del cuerpo y, como tal, muy animada, a menos, claro que se la separe del cuerpo, que se la corte[5].

  Es así que a poco de avanzar nos encontramos con una dificultad que resulta eminentemente política: cuando nos entregamos –como ha sido el caso en estos últimos años a un debate con, o contra lo que el DSM inocula en tanto instrumento de una política de la llamada salud mental, y nos avenimos a discutir con o contra los términos mismos con los que el DSM opera, con su catálogo de trastornos y problemas, aunque sea para denunciarlos, esto ya implica haber perdido una ronda del juego, pues nos allanamos a jugar en su territorio, y con sus términos.

  Aún más, como acabamos de señalar, cuando los términos tienen la apariencia de ser compartidos, como es el caso del fetichismo, a poco de andar notamos que no hay en verdad tal comunidad semántica, que por el hecho de disponer del bien en común que es la lengua se nos impone hablar con los mismos significantes con los que todos hablan –habida cuenta que no hay metalenguaje para nuestra práctica aunque con ellos digamos cosas bien diversas, y que la dificultad radica en que el desacuerdo sobre dicha diversidad no es tomado en consideración, no resulta tomado en cuenta.

  Jacques Rancière propone que “… por desacuerdo se entenderá un tipo determinado de situación de habla: aquella en la que uno de los interlocutores entiende y a la vez no entiende lo que dice el otro. El desacuerdo no es el conflicto entre quien dice blanco y quien dice negro. Es el existente entre quien dice blanco y quien dice blanco pero no entiende lo mismo o no entiende que el otro dice lo mismo con el nombre de la blancura”[6].

 

  Volviendo a nuestros términos, el fetichismo no es el fetichismo cuando el primero es mentado por el practicante del Psicoanálisis y el segundo es sostenido por el operador del DSM. Aquel que lo considera como un término estructural, característico de la sexualidad humana[7], que se soporta en la escisión entre una parte que acepta la castración y otra que la reniega, de ninguna manera comparte la escena con aquel que considera el fetichismo solamente y siempre como un desvío –parafilia observable y catalogable de la vida sexual. El desacuerdo abre a otra escena, la escena política, aquella en la que suponer que ambas consideraciones sobre el fetichismo serían factibles de subir al mismo escenario es el resultado de una cuenta errónea, de un error en la cuenta, de un desacuerdo en el fundamento mismo y que ese desacuerdo no es tomado en cuenta[8].

 

  Es por ello que considero vano todo intento de acercar posiciones o de oponerlas, así como toda crítica o todo esfuerzo de corrección de lo considerado desacertado, como también toda propuesta de construcción de una suerte de nosografía paralela –biyectiva o no a la del DSM. Entiendo que resulta más apropiado continuar en los términos discursivos con los que nos manejamos habitualmente, acordes al objeto de nuestra praxis y en el campo de nuestros intereses y dificultades.

  Como advertía Freud, en Psicología de las Masas y Análisis del Yo, si comenzamos por ceder en las palabras corremos el riesgo de terminar cediendo en las cosas.

 

  Pero, sin embargo, detengámonos por ahora en una salvedad que el DSM nos regala como una perla: no se ha de diagnosticar como fetichismo el uso de aparatos diseñados con el propósito de estimular los genitales (sic). Esta alusión al mercado –a un producto que circula en el mercado y cuyo diseño tiene el propósito señalado tiende el puente por el cual avanzamos, pero en el sentido contrario, para caracterizar al fetiche precisamente en relación con aquello que el mercado insemina y regula.

  Si es identificado como objeto de estimulación por el mercado entonces –para el DSM no guarda este carácter específico del fetiche: que siendo un objeto de existencia en la realidad no entra como tal en el intercambio –como fetiche, en razón de su valor de cualidad personalísima respecto del goce sino como objeto a secas.

  Pero ocurre que toda mercancía conlleva un valor de fetiche, ya que es una condición estructural de los actuales medios de producción e intercambio, como enseguida veremos.

  ¿Acaso las siglas con las que el DSM[9] trasviste el nombre del sujeto no juegan –como lo hace cualquier diagnóstico como una existencia animada? Pegadas esas siglas como signo identificable al cuerpo hablante constituyen la posibilidad efectiva de hacer pasar algo al mercado, lo que no sería de modo alguno el caso para la dimensión subjetiva del goce –sea este placentero o sufriente. Ese algo que pasa al mercado lo hace en términos de valor, y por tanto en un universo de discurso, dicho de otra manera: fuerza lo singular para bañarlo de un barniz universalizable.

  El diagnóstico así fetichizado barre con la dimensión subjetiva y universaliza los padecimientos, barriendo también la clínica –de hecho, el DSM no es en modo alguno un texto científico, ni un manual de estudio para clínicos ni para especialistas.

 

Fetiche y mercancía

“No lo saben, pero lo hacen”
                         Carl Marx,
El Capital

 

  En nuestro campo entendemos que el fetiche resulta de la adherencia de un fascinum al objeto, lo que vela la castración tanto como –para quien pueda leerlo la indica. En este sentido no nos dejamos encandilar por el valor mercantil del objeto en cuestión, sino que apuntamos a lo estructural del fetiche, lo que retomaremos más adelante.

  En cambio el diagnóstico porta sobre sí un valor de fetiche por cuanto deviene mercancía, lleva consigo el valor de intercambio que le da su razón en el mercado, y de este modo cada sigla diagnóstica, segregativa por cuanto signa al cuerpo al que se adosa, pasa a ser evaluable, clasificable, puesta en valor de honorarios, resultados terapéuticos y por ende estadísticas de pretendido alcance universal[10].

 

  Para avanzar en este punto se hacen imprescindibles algunas consideraciones sobre el fetichismo de la mercancía tal como Marx lo introduce en el libro I de El Capital[11]. ¿Qué es lo que no saben, pero lo hacen? Se refiere Marx a que los hombres, “al equiparar entre sí en el cambio, como valores, sus productos heterogéneos, equiparan recíprocamente sus trabajos como trabajo humano”. Así, el valor de las mercancías, dado por las ecuaciones de intercambio entre ellas, y que las hacen entrar en una suerte de lazo, fija al trabajo humano como la medida de ese valor. De este modo el valor del trabajo humano no se lo encuentra en las relaciones entre los trabajadores ni entre los productores, sino en las relaciones entre las mercancías.

  La “relación social entre los objetos, existente al margen de los productores” es lo que Marx llama “el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías, y que es inseparable de la producción mercantil”, ya que se traslada el lazo entre hombres al lazo entre las cosas.

  Me interesa subrayar que el carácter fetichista de la mercancía no se agota en que porta una parte del trabajo que en tanto valor se encuentra adosada al objeto, mientras que por otra parte vela el salario no pagado que es el plus de valor que el capitalista expropia al asalariado –la cuenta no contada.

  Es interesante señalar la sutil manera en que Marx introduce algo que escapa a la conciencia –tanto del capitalista como del proletario y que por lo tanto no podría reconducirse por una acción de toma de conciencia[12]: “no lo saben, pero lo hacen” indica suficientemente que hay una dimensión inconsciente –es decir: estructural del fetichismo en la mercancía, y que queda señalada también como la humanización de los objetos en esa curiosa “relación social entre los objetos”, al unísono de una correlativa cosificación de los sujetos, y que además resulta “inseparable” del modo de producción.

  La plusvalía en tanto que tal, por otra parte, es aquella fuerza de trabajo que no pasa a la mercancía como valor, sino que es un plus de valor expoliado por el capitalista, sea para su consumo –en tanto adquisiciones de bienes de uso o para su reingreso al mercado, pero no como forma trabajo sino bajo la forma de capital. En tanto fuerza de trabajo no pasa al mercado, y es esa cualidad la que también constituye la fetichización puesto que, adosada a la mercancía, no es reconocida como tal salvo para quien pueda leerla.

  Esta lectura implica que una característica de este plus de valor es que no se cuenta en ninguna parte, no entra en la contabilidad, y por eso constituye el error de cuenta, la cuenta no contada que hace al modo de trabajo alienado del sistema de producción e intercambio capitalista. No se cuenta puesto que no se realiza en donde se genera: se genera en el modo de producción en el cual la fuerza de trabajo es vuelta mercancía, pero se realiza en el mercado, bajo la apariencia de resultar del lazo social entre las mercancías mismas.

  Es la característica que adopta la mercancía en este sistema de producción la que la emparenta con la cualidad singular del fetiche, que conlleva en sí, adosada al objeto, una cifra del goce que adquiere para el sujeto, cifra que no entra en términos de intercambio puesto que ese valor es singularísimo. Tampoco aquí entra en la cuenta puesto que no es donde se genera –en la lengua donde se realiza –en la fantasía.

En este sentido el carácter fetichista es inseparable de todas las formas extensionales del objeto –sus expresiones en la realidad por cuanto aquello que estando adherido al mismo en términos de cifrado de goce no se presenta a la lectura para su cuenta, aun siendo atributo del objeto. Esto es así puesto que resulta un atributo singular, resultado de una operación metonímica no susceptible de predicación y que por tanto no se transfiere. La cualidad que hace fetiche al objeto es así un atributo que pasa a funcionar como parte fija, no predicable.[13]

 

Una práctica sin valor

“Un chiste no es bello. No se sostiene sino por un equívoco o,
como lo dice Freud, por una economía.
Nada más
ambiguo que esta noción de economía.
Pero se puede decir que la economía funda el valor.
 ¡Y bien! una práctica sin valor, esto es lo que se trataría de instituir para nosotros”.

                        J. Lacan, 19/04/1977

 

  Sólo lo que tiene valor podría ser evaluado. De ahí que la práctica del Psicoanálisis devenga un atolladero para los sistemas de evaluación, tanto sea para el caso de evaluar riesgos como de evaluar resultados, lo que suele llamarse medir la eficacia. No se vislumbra con facilidad que la práctica del Psicoanálisis pueda resultar objeto de una encuesta de satisfacción, y menos aún de un dossier de resultados coleccionable, universalizable, estandarizable.

  Esta singularidad la había considerado Freud cuando en ocasión de la acusación a Theodor Reik por ejercicio ilegal de la medicina escribe su Análisis Profano. Allí señala que “la situación analítica no tolera la presencia de un tercero”. Ese tercero tanto en calidad de presencia efectiva como en términos de lo que se podría considerar una auditoría contraría lo que el campo freudiano como tal supone, en los términos de Lacan: “el campo freudiano es un campo que, por su naturaleza, se pierde. Aquí es donde la presencia del psicoanalista es irreductible, como testigo, de esa pérdida”[14].

  Como se advierte, el único tercero en la práctica del análisis es el analista, en tanto testigo de la pérdida misma del campo. ¿Qué entendemos por pérdida, en este caso? Una manera de considerarlo es la pérdida de goce producto de la interpretación que interviene sobre el circuito de la repetición. ¿Cómo sería posible hacer testigo a un tercero de esta pérdida de goce?

  Detengámonos por ahora en el porqué de la insistencia de Freud respecto del tercero, del testigo. Por cierto que la idea misma de un tercero haría enmudecer al paciente, afirmaría primero el Freud de las Lecciones Introductorias[15], en virtud del secreto de lo que allí se confía. Pero en la defensa a Reik transfiere la cuestión al supuesto oyente[16], el que no podría colegir en lo que oye de qué trata lo que se dice.

  Es que en verdad, lo que se dice resulta de la lectura que aquel que ocupa el lugar del analista realiza en la transferencia, lectura que de ningún modo es compartible, salvo en términos de un precipitado de saber. Sabemos de las dificultades que conlleva el hacer pasar lo que sucede en las sesiones –en tanto que lectura, y que solamente pude tomar un lugar no obsceno en las llamadas supervisiones, en las que la transferencia –del analista, vuelto analizante, a quien lo escucha sigue siendo el único aval para una lectura que se quiera analítica.

  Si es como Lacan lo señala, “como proveniente del Otro de la transferencia como la palabra del analista será escuchada”[17], un tercero no podría allí tener lugar más que en términos de intrusión –cuestión no menor respecto del análisis con niños o los casos de psicosis, sobre la participación de familiares y allegados.

  Esta perspectiva respecto del valor, en este caso de un valor sustraído a la evidencia, al cual un tercero podría tener el acceso accediendo a lo que se dice en un análisis –fundamento de la clínica[18] es lo que se pone en cuestión por Lacan al señalar que se trataría de instituir una práctica sin valor. En principio, para abordar esta cuestión subrayo el potencial, el “se trataría”, porque entiendo que hace serie con otros potenciales, como el de un discurso que no fuera del semblante, o incluso de un significante nuevo[19]. En este sentido el potencial indica un límite tanto como un horizonte.

  Ahora bien, el valor en economía, al menos desde la perspectiva que estamos considerando –el fetiche de la mercancía en Marx es la manifestación, en la mercancía, del trabajo. Como lo señalamos antes, lo que el intercambio mercantil oculta es que si las mercancías pueden intercambiarse es porque la moneda –oculta de intercambio es la igualación de los trabajos contenidos en las diferentes mercancías.

  Siendo el valor la medida del trabajo, una línea que aquí se abre –y tan solo la esbozo en esta apertura es la particular modalidad de trabajo analítico por la que el que paga es el que trabaja; me refiero tanto a la llamada tarea analizante como al trabajo del sueño trabajo por el cual Lacan considera al inconsciente como el trabajador ideal del que Marx hablara[20].

  En cuanto a lo que se supone sea una práctica sin valor, entiendo que a la manera de horizonte, y de acuerdo a lo que venimos esbozando, se tratará de reducir –por el análisis y en el análisis a la menor impronta posible los efectos del capitalismo neoliberal sobre el sujeto[21]; a la menor impronta puesto que es ineliminable, ya que la nuestra es una práctica que, rechazando el mercado, no es sin relación a él. Una práctica que como tal resulta negociada, pero también atacada –como lo es toda práctica discursiva que intente desgastar tanto al todo como al Uno.

  Desgastar el valor fetichizante del diagnóstico no significa desconocerlo ni desestimarlo, sino servirse de él, pero únicamente en los términos que eventualmente nos convengan para una orientación clínica: los modos de presentación de la estructura y las condiciones de analizabilidad.

  Reducir la impronta fetichizante del diagnóstico supone rehusarse a ofrecerlo como un signo segregativo que barra con las dimensiones del sujeto y que alimente una cadena productiva en la cual el padecimiento subjetivo se expolie –se borre de la cuenta y que, por el residuo de lo observable –la “medicina de la evidencia” se lo transforme en mercancía.



[1] La clínica toma arraigo en el síntoma, lo que no anda; pero esto no implica que lo que no anda configure una patología. La promovida resilencia es el contraejemplo más patente.

[2] Freud S. Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci.

[3] Freud S. El Fetichismo. 1927. El desplazamiento de Glanze (brillo, en alemán) a glance (mirada, en inglés)

[4] Freud S. ídem. “Los otros no disciernen la significación del fetiche, y por eso no se lo prohíben; es accesible con facilidad, y resulta cómodo obtener la satisfacción ligada con él.”

[5] Freud S. ídem. “Otra variante, pero que al mismo tiempo constituiría un paralelo del fetichismo en la psicología de los pueblos, sería la costumbre de los chinos de mutilar primero el pie femenino para luego venerar a lo mutilado como a un fetiche.”

[6] Rancière J. El Desacuerdo. Nueva Visión. Bs. As. 1996.

[7] Freud S. Tres ensayos… “El anudamiento con lo normal es procurado por la sobrestimación del objeto sexual, que es psicológicamente necesaria; es inevitable que ella invada todo lo conectado con el objeto por asociación. Por tanto, cierto grado de este tipo de fetichismo pertenece regularmente al amor normal…”

[8] Este error de cuenta se vislumbra con la mayor pertinencia en el fetichismo de la mercancía, como enseguida examinaremos.

[9] Resulta al menos sugerente que la inversión de las letras del DSM sean las iniciales de un conocido emporio norteamericano de productos farmacéuticos –Merck Sharp y Dohme: MSD- fusionado con ese nombre en 1953.

[10] Tómese nota para esto que los sistemas de salud llamados “prepagos” no aceptan para un reintegro de honorarios un recibo en el que no conste un diagnóstico nomenclado.

[11] La traducción la tomo de Actualidad del fetichismo de la mercancía. Topía Editorial, BsAs 2013.

[12] Donde la “conciencia de clase” se torna insuficiente para desandar el camino de la fetichización.

[13] El complejo del semejante tal como lo propone Freud en el Proyecto… sugiere este montaje del objeto entre su parte fija –no predicable- y su parte variable –predicable, realizable. Freud S. Proyecto… Parte I, Memoria y juicio: “De tal manera, el complejo del semejante se divide en dos porciones, una de las cuales da la impresión de ser una estructura constante que persiste coherente como una cosa, mientras que la otra puede ser comprendida por medio de la actividad de la memoria, es decir, reducida a una información sobre el propio cuerpo del sujeto.”

[14] Lacan J. Seminario XI. Clase del 15 de abril de 1964.

[15] Freud S. Lecciones introductorias al Psicoanálisis, Lección I, 1915. “La conversación que constituye el tratamiento psicoanalítico es absolutamente secreta y no tolera la presencia de una tercera persona… El paciente enmudecerá en el momento en que al lado del médico surja una tercera persona indiferente.”

[16] Freud S. Análisis profano. Parte I. 1926. “…la «situación analítica» no tolera la presencia de un tercero. Por otro lado, las distintas sesiones de un tratamiento alcanzan valores muy diferentes, y un tal espectador imperito, que llegara a presenciar una sesión cualquiera, no recibiría impresión alguna ajustada, correría el peligro de no comprender de lo que se trataba entre el analítico y el paciente o se aburriría.”

[17] Lacan J. La dirección de la cura y los principios de su poder. ¿Quién analiza hoy?

[18] Lacan J. Apertura de la Sección Clínica en Vincennes, 1977. “¿Qué es la clínica psicoanalítica? No es complicado. Tiene una base – Es lo que se dice en un psicoanálisis”.

[19] Tenenbaum E. ¿Qué hay de nuevo, viejo? En http://quesedigateoria.blogspot.com.ar/

[20] Lacan J. Radiofonía y televisión. “…que el sujeto, por la transferencia, es supuesto al saber en que consiste como sujeto del inconsciente y que es eso que es transferido al analista, es decir ese saber en tanto que él no piensa, ni calcula, ni juzga, sin dejar de comportar efecto de trabajo”.

[21] No es sino en el decir del analizante que dichos efectos pueden leerse.


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