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La juventud deglutida06/05/2016- Por Diana Sahovaler de Litvinoff - Realizar Consulta

¿Qué otra escena hay tras la escena del ideal de juventud? Los jóvenes impulsan el mercado y a su vez son manejados por él. La forma de anular a la juventud es “deglutirla”, se la convierte en un objeto de consumo, en un objeto de culto. Se le vacía su significado, su cuestionamiento, su rebeldía, sus innovaciones y se da lugar a un producto estético asociado a la fiesta, al hedonismo. La fuerza de esta imagen se impone como ideal para dejar de lado, en la oscuridad, a otra concepción de juventud: la que mira con ojos críticos, la que denuncia, la que propone cambios profundos. Todos podemos ser jóvenes. Salvo ellos, los jóvenes, que deberán buscar caminos alternativos y creativos para recuperar “el divino tesoro”.
“Juventud divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!” se lamentaba Rubén Darío en su “Canción de Otoño en Primavera”. Desde Fausto hasta los actuales cultores del gym por citar solo dos extremos, la búsqueda del “secreto de la juventud” ha intentado detener esta partida. Pero, ¿de qué juventud hablamos? La del amor, la carne firme, las ilusiones… Se ha transformado en imperativo de nuestra época el mantener la juventud del cuerpo: la moda, las cirugías estéticas, la actividad física, los tratamientos revitalizadores; amén de la copia del lenguaje o adoptar actitudes despreocupadas. Ya no se trata de añorar el pasado o soñar pactos mágicos con el demonio. La juventud se ve plasmada en carne viva, los resultados, si bien no cumplen con todos los anhelos, están a la vista; las madres se hermanan con sus hijas y los padres con sus hijos. El aumento de la expectativa de vida prolonga también la de seguir en la competencia sexual y ocupacional.
Podríamos preguntarnos por qué la juventud, si bien apreciada desde siempre, adopta ahora características de ideal a lograr; a despecho de otros ideales como madurez, sabiduría, experiencia, autoridad, vigentes en tiempos cercanos. ¿Qué otra escena hay tras la escena del ideal de juventud? (Lewi N. 2015) No en todos los casos este período vital se considera deseable: “la edad del pavo”, el “adolecer”, “el imberbe”, la descalificación del que aún no se ha instalado en la vida adulta, ha ocupado muchas veces el escenario dando lugar a la naturalidad con que se les prescribía no hablar ante los “mayores” o pedir permiso y disculpas por su movimiento, siempre irritante o inadecuado…
Los años ‘60 vieron surgir un fenómeno inédito. Los tres días de paz, amor y música que enarboló el festival de Woodstock, marcó a toda una generación. Estos valores se plasmaron en fenómenos culturales, literarios, cinematográficos, políticos. Se libera el cuerpo y la posibilidad de elegir pareja de acuerdo a la afinidad personal. La moda cambió radicalmente. Barthes (2003) estudia el fenómeno de la vestimenta como relación entre el sujeto y su cuerpo que intenta dar cuenta del “ser”: “el vestido es un campo semiológico privilegiado, es un hecho social que tiene función significante y la ropa, más informal, corta, florida y transparente que surge en ese período es una moda sin “ataduras” donde el cuerpo aparece siempre próximo, familiar y seductor, fácil y honesto”. Agrega el autor “... estaba apareciendo algo nuevo en nuestra sociedad que los nuevos modistos trataron de traducir, de codificar, nació una clase nueva que los sociólogos no habían previsto: la juventud”.
Esta generación adquiere un protagonismo novedoso que la convierte, al mismo tiempo, en factor de cambio y agente consumista. Como pocas veces antes, se habla de paz, amor, compromiso, solidaridad. Se valora la expresión, pero por sobre todo se elogia la libertad. El “amor libre”, la legalización de la droga y la emancipación de las conciencias, fueron proclamas defendidas por los hippies en conjunción con una ideología antibelicista. Desde el ámbito intelectual el “mayo francés” dejó su impronta estudiantil. Estos fenómenos tenían su concordancia con otros movimientos juveniles del planeta. Resulta una convergencia siniestra que, justamente en esta época, aparecieran los primeros casos de una enfermedad infecto contagiosa, luego conocida como síndrome de inmuno deficiencia adquirida, el SIDA. La aparición de una afección mortal que se vinculó desde un comienzo a sexo, droga, promiscuidad y perversión, fue la forma en que pareció materializarse un castigo imaginario por un supuesto descontrol o exceso, reeditando la interpretación de tiempos pretéritos. En consonancia a un concepto de Eric Laurent (1999) puede leerse tendenciosamente “como un retorno del Superyó que sigue al período permisivo precedente”.
Un largo camino de lucha a favor de una mayor liberación del cuerpo en concordancia con factores propios de la modernidad, chocaron contra un peligro que obligaba nuevamente a la restricción, el temor y la desconfianza con respecto al otro. Lo mismo y a otro nivel, ocurriría con los ideales de justicia social y de mayores oportunidades de movilidad social, que se estrellaron contra los regímenes antidemocráticos de varios países del mundo en los años 70.
La época del desarrollo del SIDA es también la de la gestación de las dictaduras militares en Latinoamérica que imponen el “toque de queda” y otra versión de la “asepsia” en la prohibición de agruparse y manifestarse. Se anulan las libertades individuales y la figura del desaparecido, del torturado al que se lo reduce a la máxima vulnerabilidad, es el que carga con la “culpa” de haber transgredido.
En otros lugares del globo, estos ideales caen tras ideas eficientistas; la respuesta autoritaria es sustituida por la descalificación y por la propuesta pragmática a todo lo que se ve como un discurso idealista. Se fomenta entonces el individualismo producido por el miedo: “no te juntes, no te agrupes”. La desilusión, el miedo y el silencio obligado de los padres transmitidos a sus vástagos dieron lugar a una generación en parte apática, sin ideales, con fobias y poco erotismo. El choque con los peligros de muerte o descalificación acarreados por el SIDA y el autoritarismo, tendió un manto de miedo y silencio cuyas consecuencias fueron heredadas por las siguientes generaciones en formas poco estudiadas aún.
En este siglo XXI, la propuesta creciente a nivel social de darse “todos los gustos”, la exaltación del deseo y del exhibicionismo, parece echar por tierra las antiguas prohibiciones. Sin embargo se adivina tras ello, una estrategia de la represión que adopta nuevas máscaras cuando los deseos (siempre inquietantes y difíciles de satisfacer) son sustituidos por objetos de consumo cambiado entonces erotismo por bienes que se pueden adquirir; las proclamas de “libertad” son manejadas desde los estudios de marketing.[1] Además de que el empuje al goce constituye un exceso no tolerable afectivamente para todos, con lo que, lejos de provocarse descontrol, se termina dando lugar a diversas fobias defensivas.
La llamada revolución tecnológica ha asistido a la ubicación de la computadora en un lugar impensado: la tarea de restablecer el lazo social, evidenciando que el deseo de conexión buscar sortear los obstáculos del mensaje de “peligroso y contagioso” con que habían sido calificados los grupos. Se democratiza la información y nuevamente la juventud vuelve a tomar protagonismo por lo natural que le resulta el manejo de la cibernética con la que ha nacido o crecido, dándole oportunidad de volcar la creatividad en un ámbito que tiene que ver con la democratización de la información, el acortamiento de distancias témporo-espaciales, la difusión de ideas o de vínculos afectivos de todo tipo y signo. El joven, a la inversa de lo que sucede en otras situaciones, resulta “consultado” por el adulto. Los juegos cibernéticos sustituyen diferencias basadas en la fuerza por otras asentadas en la inteligencia, la conexión, la rapidez de reacción. En este sentido, la prohibición o limitación del uso de la computadora puede muchas veces transformarse, tras la justificación del cuidado, en extorsión, en el modo en que el adulto expresa su poder para “volver a tomar las riendas”.
Los jóvenes impulsan el mercado y a su vez son manejados por él; se ha recalcado a través de distintos medios de comunicación masiva la “chatura del chat” y criticado los vínculos virtuales a los que se intenta mostrar como carentes de “realidad”. Pero a través de las distintas redes sociales circula no solo la banalidad o las posibilidades de bullying u otro tipo de violencias; poco se habla de que los jóvenes intercambian poesías propias o ajenas, se recomiendan libros, música y videos, se apoyan en momentos de angustia, planifican encuentros, debaten acerca de lo que les sucede en su vida y de lo que ocurre en el entorno social, dan sus opiniones filosóficas. Los jóvenes, solos o agrupados, expresando opiniones, despiertan el mismo miedo atávico dirigido a lo que escapa de control, a lo que se opone al statu quo imperante. Es así que desde distintas publicaciones masivas, radio, televisión, en noticieros o audiciones formadoras de opinión, se viene desarrollando un ataque sistemático estigmatizando la juventud en forma directa o solapada. Se corre el riesgo de un progresivo giro hacia ver al joven como alguien que se mete en problemas, un rebelde, y considerar que su ansia de libertad y diferenciación con respecto a la familia pueda resultar peligroso para la sociedad.[2]
Pero tal vez este ataque directo no sea el más efectivo. Existe otra forma amasada desde tiempo atrás; la forma de anular a la juventud es “deglutirla”, se la convierte en un objeto de consumo, en un objeto de culto. La juventud se presenta como una imagen envidiable de belleza y delgadez, una cáscara vacía. Se le vacía su significado, su cuestionamiento, su rebeldía, sus innovaciones y se da lugar a un producto estético asociado a la fiesta, al hedonismo. La fuerza de esta imagen se impone como ideal para dejar de lado, en la oscuridad, a otra concepción de juventud: la que mira con ojos críticos, la que denuncia, la que propone cambios profundos. Todos queremos y todos podemos ser jóvenes. Salvo ellos, los jóvenes, que deberán buscar caminos alternativos y creativos para recuperar “el divino tesoro”.
Bibliografía
Barthes R. (2003) “El sistema de la moda y otros escritos”. Paidós Ibérica S. A.
Comunicación 135 España 2003
Laurent E. (1999) “Psicoanálisis y Salud Mental. El psicoanalista, en el ámbito de las Instituciones de Salud Mental y sus reglas”. Vertex n° 26
Lewi N. (2015) Intervención en Symposium APA 2015, Taller “El cuerpo y la cultura Web” Cord. Orsi L.
Meccia E. (2015) “¿Progresista yo?” Página 12 Nov. 2015
Pini G. (2011) Investigación, Capítulo Infancia Universidad Austral Bs. As. 2011
[1] Pier Paolo Pasolini (citado por Meccia E. 2015) analizando un fenómeno que se gestaba ya en su tiempo, habla de la libertad sexual como imposición: “tanta libertad sexual no ha sido deseada ni conquistada desde abajo sino que ha sido más bien concedida desde arriba a través de una falsa concesión del poder consumista y hedonista”.
2 Una investigación realizada por la Asociación Civil de Periodismo Social y la Universidad Austral (2011) muestra cómo se fomenta el miedo al joven: la mayoría de las noticias en la televisión asocia a niños y adolescente a hechos violentos. Pini G., Psicoanalista del Fuero de Responsabilidad Juvenil bonaerense dice que “la imagen del joven es la de alguien a quien hay que enderezar, se retorna a un discurso antiguo y represivo... La idea es que hay que vigilar y castigar...”
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