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La obsesiva: una mujer freudiana

10/06/2017- Por Santiago Thompson y Paula Kah - Realizar Consulta

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El presente trabajo procura hacer una relectura de la semblanza freudiana de la posición femenina –objeto de crítica dentro y fuera del ámbito psicoanalítico–. Suponemos que la misma recobra su valor a condición de limitarla a un tipo clínico específico. Retomaremos para comenzar nuestro recorrido los desarrollos propuestos en la conferencia de Freud dedicada a la feminidad.

 

 

 

                                

                                     "La gallina ciega" de Antonio Berni (collage)

 

 

“eso no va con usted, usted es una excepción,
 pues en este punto concreto
 es usted más masculina que femenina”

                                                                         Sigmund Freud

 

 

 

La mujer freudiana

 

 

  Para poder aproximarnos a la pregunta sobre ¿Qué es la mujer para Freud? –es decir, cuales son las configuraciones de la mujer que propone– hay que indagar cómo es que a partir de la disposición bisexual infantil emerge la posición femenina. En este punto es interesante resaltar que cuando Freud hace referencia a la evolución sexual femenina lo hace en términos de “esperanza” (hoffnung, término que también desliza “espera”, “expectativa” y “confianza”).

 

  Esperanza de que la constitución resista a la función y que los “virajes” se hayan “cumplido o iniciado antes de la pubertad” (Freud 1932b, 3167). Para poder dar cuenta de la evolución sexual femenina, Freud acude a la estrategia del “paralelismo” haciéndonos notar rápidamente que hay dos cuestiones (hausaufgabe; tareas, deberes) que guardan exclusividad para las mujeres: las operaciones de trasmutación clítoris-vagina y madre-padre-elección definitiva de objeto.

 

  Asimismo señala que la constitución somática genital y sus diferencias observables acarrean a su vez impactos en los bordes, los instintos, las pulsiones: “la niña es menos agresiva y obstinada y se basta menos a sí misma; parece tener más necesidad de ternura, y ser, por tanto, más dependiente y dócil” (Freud 1932b, 3167). No tarda en hacernos notar que la docilidad se encuentra íntimamente relacionada con los regalos que la niña le dispensa a sus cuidadores y que la retención de este preciado obsequio es la primera cesión que la vida pulsional se deja arrancar.

 

  El clítoris se constituye como la zona erógena en un primer momento, hasta que la feminidad recae sobre él, cediendo su significación a la vagina. La relación amorosa con la madre debe perecer para darle entrada a la vinculación de la niña con el padre. Para conceder esta intromisión la niña se apoya en el odio y la hostilidad –marcas afectivas perentorias de los vínculos entre las madres y las hijas, pues es claro que allí no se sustituye nada, apenas se sostiene el “apartamiento”–. La niña ama odiando a su madre, y la alternancia y dominio, fluctúan hacia la búsqueda de la resolución “o-diosa”, pues el hambre es inagotable y la pérdida del pecho materno es un dolor que no se pacifica jamás (cf. Freud 1932b, 3170).

  

  En la vida adulta de la mujer encontramos a veces que el anhelo de poseer un pene se conserva en la vida intrapsíquica intacto y muchas de las actividades profesionales que desarrollara la mujer son producto de la expresión sublimada de tal anhelo.

 

  Revelar la castración es un punto clave que marca el desarrollo y la evolución de la niña. De esta revelación se deducen tres destinos posibles: la Inhibición sexual o neurosis, el complejo de masculinidad (transformación del carácter) y la feminidad.

 

  La envidia del pene echa a perder el goce y, como consecuencia, la niña renuncia a la actividad masturbatoria del clítoris y rechaza el amor a la madre. La madre sepulta buena parte de los impulsos sexuales que se manifiestan en la pequeña.

 

  La madre fálica era objeto de amor de la niña, solo saber que a ella también le falta es motivo suficiente para suscitar el “alejamiento”. La degradación de lo fálico como atributo de la madre es lo que a fuerza de hostilidad se ha logrado instaurar, “la castración”. La hostilidad le permite hacerse un nudo masculino y atarse a un padre. Para el falo, por el falo y desde el falo son las posiciones femeninas por excelencia. Lugares desde donde la niña enuncia y actúa.

 

  El complejo de masculinidad femenino halla su fundamento en la revuelta y la rebeldía de la niña, que la ubica fogoneando su actividad. Se identifica a la madre fálica o al padre. Y no logra germinar en ella la pasividad necesaria para realizar la maniobra que la posicionara en vistas al padre. Pero también este es el camino necesario que transitan todas las niñas, inclusive aquellas que evolucionan hacia una feminidad normal: el desarrollo de la feminidad es sensible a las perturbaciones que le inflige la prehistórica masculinidad a las fijaciones pre-edípicas.

 

  Quizá sea esta condición (las alternancias de fijaciones masculinas y femeninas) más la manifestación bisexual femenina lo que tiende a la construcción de una posición enigmática en la mujer según la perspectiva del hombre.

 

  El amor femenino, anudado a la madre, no puede menos que carecer de justicia. La elaboración de la justicia es hija de la envidia tan cultivada en la vida anímica femenina. Y por este motivo para Freud atribuye a las mujeres un sentido de justicia laxo y débil. La feminidad destina un abono al narcisismo lo cual la lleva a perseguir la ganancia de ser amada. Ve realizada en su belleza una reparación por ese don no otorgado.

 

  El pudor se constituye como el operador que cubre lo que a la niña no se le ha dado. Es así que los progresos culturales que le han sido reconocidos, como la técnica del tejido y el hilado, son puestos por la mujer al servicio de la “construcción” y el “armado” de una trama o una trenza. Ambas otorgan sentido y textura allí donde en el origen habito la falta. En la trenza se materializa la falta pues no hace más que indicar que allí solo hemos de encontrar un sustituto.

 

 

La obsesión femenina

 

  La histeria se caracteriza por sostener la pregunta por "qué es ser una mujer", mientras que en el obsesivo la pregunta recae sobre la existencia. En la obsesión femenina es notable la ausencia de una pregunta cernible al mismo nivel. En este aspecto, se aproxima a la certeza psicótica. Y se diferencia de ella por su estricta adherencia a la lógica fálica. Es por ello una certeza medida. Mediada por el falo. Esa estricta adherencia deviene una ley que deja de lado, en ocasiones, al otro.

 

  La presencia del otro, cuando este se manifiesta en su alteridad, es el dotante de las manifestaciones sintomáticas de la obsesiva. Elegir para el varón siempre implica una pérdida. De esa pérdida se defiende enfermando –elige no elegir con el recurso a la neurosis–.Es la elección de una mujer, y sus consecuencias, lo que atraviesa el caso paradigmático del hombre de las ratas. El obsesivo varón con cada elección, se castra. La obsesiva construye sobre lo que no tiene con cada elección.

 

  La posición sexuada se imbrica con el tipo clínico. Podemos entender la neurosis obsesiva en el varón como una construcción edificada alrededor de los problemas que supone sostener una posición viril. El temor a perderlo condiciona todas las defensas del sujeto en la neurosis obsesiva. El obsesivo es, dentro los tipos clínicos, aquel que se caracteriza por sostener contra viento y marea la impostura masculina, y, por lo tanto, aquel que se defiende de la caída de tal semblante con el recurso de las defensas neuróticas.

 

  Si pensamos la obsesión, entonces, en función de sostener una posición viril ¿Cómo entender la neurosis obsesiva del lado de la mujer? Freud define a la feminidad en función del no tener: “quizá debiéramos ver en este deseo del pene, más bien, un deseo femenino por excelencia” (cf. Freud 1932a, 119). El falocentrismo que Freud sostuvo en su lectura de la feminidad ha sido ampliamente criticado, dentro y fuera de la comunidad analítica. Entendemos que no debe ser desechado, sino restringido a un tipo clínico específico: la neurosis obsesiva.

 

  Mientras la salida masculina implica la destrucción, el sepultamiento, del complejo de Edipo y la edificación de un severo superyó, la salida edípica de la mujer es descripta por Freud en términos de construcción y deconstrucción. No se resigna a la madre –como en el caso del varón– por temor a perder, sino que –como en una suerte de progresión– la niña avanza, suma, mediante el pasaje de la madre al padre. Esta forma de construcción signa la posición de la obsesiva, e incluso sus síntomas.

 

  La salida edípica que Freud ubica como heterosexual implica una desconstrucción y una construcción de equivalencias simbólicas. No se trata de una salida por el lado de la histeria más ligada quizás “complejo de masculinidad”, en cuanto ella “hace el hombre” ni la salida homosexual que converge en la misma vía. Tampoco una posición femenina tal como Lacan la conceptualiza sobre el final de su enseñanza una mujer no-toda tomada por el falo, donde el goce suplementario, femenino brilla como lo propio de la feminidad.

 

  Se trata de una posición femenina que es la contraparte de la neurosis obsesiva masculina. Si la última se enfrenta con el problema de tener y temer perderlo, la segunda realiza operaciones simbólicas, deconstruye y construye, en función de la aceptación “pacífica” de no tener. Este, cual pieza faltante de un juego, dinamiza una serie de ecuaciones simbólicas, que implican una progresiva construcción.

 

  El narcicismo femenino forma parte de tales ecuaciones. Si “para la mujer la necesidad de ser amada es más intensa que la de amar” (Freud 1932a, 122), en la obsesiva el “ser amada” toma un sesgo narcisista mientras que la histérica pone el acento sobre el hecho de ser deseada, de causar el deseo, con todo el correlato de intrigar sobre la vida amorosa en el que se interesa–. Intrigas de las cuales se aparta la obsesiva.

 

  La función de la otra mujer en la histérica da cuenta más bien de una X respecto de la feminidad. X ausente en la obsesiva, que se basta con la consistencia que le otorga el "ser amada". Podemos ubicar a la obsesiva como aquella mujer que no se pierde en las intrigas de la vida amorosa. La hostilidad, los celos y la envidia no aparecen acentuadas. Las intrigas del amor desarman, porque siembran la pasión. La obsesiva, muchas veces sin grandes pasiones, sin embargo, arma.

 

  Resaltamos supra el lugar conferido por Freud a la trenza: “La naturaleza misma habría suministrado a la mujer el modelo para tal imitación, haciendo que al alcanzar la sujeto la madurez sexual crezca la vegetación pilosa que oculta sus genitales” (Freud 1932b, 3176). La trenza imita al falo, poniendo orden en el enjambre femenino. El saber popular aquí viene en nuestro auxilio: “Un pelo tira más que una yunta de bueyes” solemos decir, dándole valor fálico a lo que en principio, señalaría el lugar de la castración. A su vez, la obsesiva es aquella que trenza, teje y construye, apartada de la erótica de la insatisfacción.

 

  Asimismo, en la constitución familiar ubica al marido en serie con los hijos: como parte de un armado. Freud en tal sentido señala que “el matrimonio mismo no está asegurado hasta que la mujer haya conseguido hacer de su marido también su hijo, y actuar la madre respecto de él” (Freud 1932a, 124). La pareja queda ubicada, en esta perspectiva, como parte del tejido de la obsesiva.

 

  Otra de las características de la mujer destacada por Freud es una relación compleja con lo que se suele considerar como “actividad”. Es a condición de sostener un semblante de pasividad que la actividad de la obsesiva tiene lugar en ciertos lugares. Todo lo contrario a la histérica, que vive por momentos en una suerte de acting continuo: una mostración que hace galas de actividad –aún no haciendo mucho–.

 

  Si nos guiamos por las hipótesis presentadas, resta preguntarnos a esta altura ¿Ante que encrucijada se precipita la formación de síntomas? Freud, en sus conferencias de introducción al psicoanálisis, aborda dos conocidos casos de neurosis obsesiva femenina, con claras manifestaciones sintomáticas: “la señora de la mancha en el mantel” y “la dama de los relojes” (cf. Freud 1917).

 

  En ambos casos se observa como el síntoma obsesivo se precipita ante aquellos momentos donde el otro se rebela de algún modo a entrar en el armado que la mujer le propone: con una inhibición en un caso, poniendo en peligro la homeostasis familiar en el otro. El síntoma procura restituir al otro en su función: en un caso, se trata de sostener al marido en su función viril. En el otro, se trata de mantener el orden familiar, que los padres no traigan más hijos al mundo.

 

  Es notable como en ambos casos, lo que el síntoma obsesivo regula es la vida sexual del entorno. Podemos incluso leer por este sesgo la hipocondría frecuente a observar en las obsesivas contemporáneas respecto de las enfermedades de transmisión sexual. El síntoma obsesivo ordena la vida de su entorno, procurando darle una común medida. Procura que todo marche domesticando, vía sintomática, lo insondable del deseo del partenaire.

 

 

Bibliografía

 

Freud, S. (1917) “Teoría general de las neurosis-Lección XVI. Psicoanálisis y Psiquiatría” En Obras Completas, Vol. 2. Madrid: Biblioteca Nueva, pp.2273-2293, 1996.

Freud, S. (1932a) “33ª Conferencia. La feminidad. En Obras Completas, Vol. XXII. Buenos Aires: Amorrortu Editores, pp. 104-125, 1984.

Freud, S. (1932b) “Lección XXXIII. La Feminidad. En Obras Completas, Vol. 3. Madrid: Biblioteca Nueva, 3164-3178, 1996.


 


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