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“La voz humana (en el teléfono): escucha psicoanalítica en emergencia con víctimas de violencia familiar”.

26/06/2013- Por Eva Giberti - Realizar Consulta

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En la clínica la palabra es la herramienta primordial de la que se vale el analista, siendo la voz lo que circula y da sentido a esa palabra. En nuestra labor cotidiana no sólo la palabra es con lo que contamos, sino que al estar privados del contacto directo con la víctima, es la voz nuestra única y primordial herramienta. Es así como cobra mayor fuerza la materialidad de dicha voz… Con nuestra intervención apuntamos a la posibilidad de introducir una diferencia, para que la víctima pueda comenzar a correrse del lugar en el que está siendo objeto de la violencia del otro. Valga entonces este escrito trabajado por el equipo consignado al pie, como introducción y fiel reflejo de las implicancias de esta magnífica labor.

 

 

 Introducción

 Quien llama por teléfono en busca de auxilio a un Centro de Llamadas, reconocido históricamente como “el 137”, desde donde se decidirá el envío de un Equipo de acompañamiento para una víctima de violencia familiar, arrastra consigo un suma doliente de sufrimientos, golpes y otras desdichas.

Su compañero, su otro pretendidamente amoroso, que debería significar una experiencia de satisfacción se le niega como aquél que ella conoció como su objeto de amor. Quizás se atreva a asumirlo como perdido.

Freud hablaba de Versagung que no equivale a frustración sino a pacto roto o promesa anulada por otro simbólico. Lo cual está anudado memoriosamente en cada persona a la deseperación y dependencia del bebé que se expresa gimiendo.

  El llamado es llorar reclamando a quien Freud llamaba el asistente. Es un tipo de llamado que depende de los significantes del otro. Ese otro que es un lugar desde donde atienden, es el lugar del Código donde se descifra el llamado. Entonces, la necesidad de quien llama se licua sustityéndose por la demanda.

  Ese Gran Otro resumido en quienes atienden el teléfono también son aquello que representan el Código de un Ministerio de Justicia. Son la ley, el que (quienes) pone a la vista cómo y dónde se produjo la ruptura del pacto entre esa mujer y su compañero. Lo pone a la vista al escucharlo y responderlo, supongamos que por primera vez. Ese Gran Otro lo constituyen quienes escuchan desde un saber escuchar, son los que ponen en juego la demanda de quien llama, una demanda de amor. Por eso importa tanto la voz de quien escucha porque quien escucha se esta escuchando a si misma antes de responder. Escucha su voz que escucha. Ambas partes se hablan en recíproca ausencia, pero en un extremo hay una otra y la que llama sabe que va a escuchar una voz.

  Entre dos cuerpos se crea un espacio social donde funcionan dos órdenes heterogénos que son los que no pueden superponerse que son voz y mirada ausente. La persona que llama nunca verá a la que escucha. Así como la voz no puede ser representada sino representa a quien habla según sea esa voz que escucha en silencio, esperando el sollozo y la palabra desde el otro lado.

La escucha demanda una atención propia, ajena a la mirada de la operadora que no puede mirar a quien le habla, y es ese déficit de quien escucha, que no solo debe imaginar sino adjudicarle existencia simbólica a esa otra que llama, inaugura la víctima. Las operadoras tienen que esperar que hable, se ofrezca aportando o frustrando y lograr establecer un discurso con ese cuerpo ausente de presencia pero al mismo tiempo sabiendo que allí –distante e invisible– hay una mujer que demanda auxilio. Alguien que por lo menos verbalice: “vengan a ayudarme”.

El patriarcado y la misoginia en el horizonte de estas escenas.

 La víctima pone en juego su anterior necesidad, ahora deseo, de insertar a ese Gran Otro en el trabajo de escucharla. Ella espera el amor de la profesional y allí reside el trueque mediante las voces, que no las palabras. Porque significan más que el pedido de ayuda verbalizado porque la acompañan gemidos y a veces un telón de fondo con otros sonidos que provienen del lugar desde donde la víctima llama. Y porque ese Gran Otro que es el Código que no puede escuchar en cambio si puede –mediatizado por las profesionales– atender el llamado, el sonido del teléfono que es anterior a la palabra. Ese sonido, la voz telefónica es el que era necesario escuchar por ambas partes. Lo que escucha no está colmado nunca porque el timbrar del aparato es una baliza sonora y luminosa que alerta peligro, advirtiendo a quien esta a su lado. Por su parte la víctima que no sabe a quien espera, espera no obstante una voz con relieve de palabra que descifre lo que ella se atrevió a reclamar.

                                                 Eva Giberti

 

 

  Formulación de la tarea, a cargo de operadoras/es del equipo

  En 1918, en “Los caminos de la terapia psicoanalítica”, Freud vislumbraba la necesidad de extender a las clases menos favorecidas los beneficios de la terapia analítica, e incluso señalaba que el Estado debía tomar a su cargo la obligación de crear instituciones gratuitas para tal fin. Dejaba a los analistas el trabajo de adaptar la técnica a las nuevas condiciones, y hablaba de “mezclar el oro puro del psicoanálisis con el cobre de la sugestión directa”, tal como para el tratamiento de las neurosis de guerra podría hacerse utilización de la hipnosis, en pos de su concreción.

  Partiendo de aquí, un salto directo nos lleva a pensar el lugar de los profesionales formados en psicoanálisis insertos en dispositivos diferentes de aquellos donde se pone en práctica “el oro puro”. Diferente, no sólo por una cuestión de “extender los beneficios del psicoanálisis al pueblo” como decía Freud, sino fundamentalmente por ser otro su objetivo primordial.

 

  En esta misma línea, es Lacan, en “Función y campo de la palabra”, quien refuerza la importancia de que los analistas puedan responder con su práctica a las necesidades de la época y dice: “mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”.

  Eric Laurent habla de la actual diversificación y aplicación del psicoanálisis “a toda clase de patologías que antes no encajaban en el método general” y que en la actualidad configuran justamente “una parte importante de aplicación”. Sostiene que “el trabajo de los analistas ha sido el de inventar maneras de responder a todas estas transformaciones”. Y recuerda la variedad de problemáticas a las que nos enfrentamos que “no llegan al diván”.

  Frente a quienes piensan que el psicoanálisis “no sirve” en problemas como la violencia o las adicciones, recuerda que los sujetos con estas problemáticas “necesitan un tipo de lugar para acogerlos, para atender las necesidades que tienen, pero esto también es parte de la aplicación del psicoanálisis. Si no se olvida que, cualquiera sea el modo de asistencia, hay una necesidad de lazo social, de palabra, para reintroducir a estos sujetos…”.

  No duda en afirmar que más allá que para los analistas, el concepto de utilidad deba ser manejado con cautela, “hay una utilidad social del psicoanálisis en la variedad de sus aplicaciones…”. (Laurent, 2005).

Asimismo, es indiscutible como el Estado en la actualidad ha pasado a tomar intervención en asuntos privados, familiares, ante la evidencia de la falta de un Otro regulador. Así es como, sin ese Otro garante que intercedía en la seguridad e integridad de las personas, la legislación del Estado surge como una suplencia de dichas garantías. En consecuencia, aparecen dadas las condiciones para la creación de diferentes dispositivos asistenciales que generan respuestas a las problemáticas planteadas.

En la actualidad, los profesionales de distintas áreas nos enfrentamos a nuevos desafíos que nos interpelan y nos hacen repensar las estructuras con las que operamos.

 

  El Estado Nacional, en los últimos tiempos, se ha visto convocado a responder a problemáticas vinculadas con la violencia familiar y la violencia de género, y en esta vía, a propiciar la creación de un dispositivo nuevo para la atención de víctimas de violencia familiar. Es así como en el año 2006, en el marco de la Resolución Nº 314/2006, es creado el Programa “Las Víctimas Contra Las Violencias” siendo su creadora y Coordinadora la Dra. Eva Giberti. Largo ha sido el recorrido del Programa y hoy en día se encuentra enmarcado dentro del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.

 

  Desde la Línea 137 se asiste a las víctimas en forma telefónica las 24 horas los 365 días del año. La creación de una línea gratuita para acompañar a víctimas de violencia familiar en situaciones de urgencia y emergencia[1], implica una oferta de escucha y verbalización dirigida para generar una acción.

  La persona que llama es escuchada e informada telefónicamente. En ocasiones, puede recibir en un tiempo posterior el asesoramiento legal de las abogadas del Programa o bien, en las emergencias y/o urgencias recibirá la asistencia de un Equipo Móvil de Profesionales en función de la evaluación realizada por el/la profesional que atendió la llamada. Una de las particularidades que distingue a este Programa, es la asistencia directa, inmediata y domiciliaria de un equipo profesional.

Si bien los/las profesionales nos servimos de la escucha, es necesario destacar que la misma se da en un encuadre que tiene identidad propia. No obstante desde donde nos posicionemos, determinará la dirección de la intervención, lo que implica que nuestras acciones se circunscriban dentro de la ética del psicoanálisis. En toda intervención, las/los profesionales de la Línea sostenemos la abstinencia, en cuanto a la introducción de argumentos moralizantes, prejuicios o discriminación. Abordamos la singularidad de cada llamado evitando una respuesta desde la contratransferencia[2].

  En cada llamado frente a las situaciones de violencia, ofrecemos un lugar de escucha y no damos una respuesta burocrática. Ya que, para nosotr@s cada situación es única y, sin desconocer las generalidades que caracterizan a las víctimas de violencia familiar, rescatamos la singularidad de cada llamado. Sin bien el Programa tiene lineamientos generales, que se apoyan en fundamentos teóricos e ideológicos, no existe un protocolo de intervención ni de respuesta.

  El acto de marcar el 1 el 3 y el 7 en una situación de violencia familiar, ofrece a las víctimas una salida de la escena violenta en la que se encuentran. Que haya ahí un otro que escuche, ofrece la posibilidad de transformar el grito en llamado, convocando a poner palabras y poder verbalizar el hecho, muchas veces, traumático.

  Nuestra tarea no podría ser reemplazada por la de un/a operador/a telefónico. Cada víctima que nos llama nos plantea un desafío, que impone el desarrollo de la creatividad y la invención, pero a su vez, ese desafío puede ser leído como tal porque hay allí un profesional entrenado.

  La voz humana que responde desde la Línea instaura un primer momento de acompañamiento a la persona victimizada. La escucha y las preguntas dirigidas son una invitación a que pueda construir un relato y una trama, propiciando un ordenamiento que incluya su nombre, dirección y las circunstancias que han llevado a la ruptura del equilibrio y la posterior demanda a la Línea, “así es como la urgencia comienza a hacerse propia”.

  La distancia que supone la comunicación telefónica, impone que la modulación de la voz cree un clima acogedor y de cercanía, alentando la instalación de una transferencia que no se dirija a la persona del profesional que atiende la llamada, sino a la Línea 137, en tanto vía ofrecida por una institución del Estado para acompañar a las víctimas de violencia familiar.

 

  Otro punto importante aplicable justamente a nuestra tarea, es evitar lo que en nuestro caso podríamos llamar “el vicio de la interpretación”, pues la intervención telefónica es un contexto inadecuado para ella. Bleger enfatizaba dos cuestiones al respecto que resultan muy claras: “toda interpretación fuera de contexto y de timming resulta una agresión”, y que parte de la formación del Psicólogo consiste también en aprender a callar. Y como "regla de oro" (si las hay), que tanto más es necesario callarse, cuanto mayor sea la compulsión a interpretar. El qué se dice, cuándo se dice, dependerá también de una evaluación profesional.

  En la clínica la palabra es la herramienta primordial de la que se vale el analista, siendo la voz lo que circula y da sentido a esa palabra. En nuestra labor cotidiana no sólo la palabra es con lo que contamos, sino que al estar privados del contacto directo con la víctima, es la voz nuestra única y primordial herramienta. Es así como cobra mayor fuerza la materialidad de dicha voz. Su dimensión la ubicamos en el acento, en la entonación, en el timbre; es lo que va a dar sentido a las palabras que se pronuncian, una palabra cualquiera puede cambiar su significado según el tono que se emplee. Nuestra atención funciona en cada llamado con una escucha que abarca diferentes planos. Por un lado, esta lo enunciado, lo relatado por la víctima, y por el otro, el lugar desde dónde se posiciona la víctima frente a lo que le ocurre, quedando esto último en el plano de la enunciación.

  Cuando recibimos una llamada, lo que hacemos es configurar una escena a partir de la polifonía de lo oído. Dicha escena se estructura no sólo por los dichos de la víctima, sino también, con lo que surge por fuera de su relato. A saber: otras presencias, silencios, sonidos ambientes, voces que se escuchan como fondo o como acompañamiento y una serie de elementos sugeridos que dicen más de lo que la víctima cree decir.

Son muchas las intervenciones en las que debemos validar los dichos de las víctimas señalando su concordancia con su juicio de realidad que ha sido minado por el agresor, sancionando como violencias los hechos aleatorios que nos refieren, y alentándolas para que ejerzan su derecho como ciudadanas, de reclamar a la Justicia y al Estado acciones tendientes a su protección.

  Con nuestra intervención apuntamos a la posibilidad de introducir una diferencia, para que la víctima pueda comenzar a correrse del lugar en el que está siendo objeto de la violencia del otro. En este sentido nuestras intervenciones apuntarán a que la persona que llama pueda empezar a recuperar parte de esa subjetividad que ha sido saqueada. Se apuesta a que se produzca un movimiento, buscando nuevos modos de producción simbólica que posibiliten la transformación de dichos aspectos y abran nuevas posibilidades de vida.

 

 

Nota: el presente escrito introducido por nuestra columnista Eva Giberti, como la ardua labor que da sustento a estos párrafos, están desarrollados por el siguiente equipo…

 

   Victoria Engel

              Marcela Giandonotto

              Agustín Petroni

              Sandra Rochel

              María Victoria Servidio

              Mariana Villa

   

Con la coordinación de Alicia Arakelian

 

Se trata de una actividad del Programa Las Víctimas Contra las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación creado en el año 2006.

El call center actúa conjuntamente con el Equipo Móvil que acompaña a víctimas de violencia familiar. A partir del llamado telefónico se busca a las personas afectadas en sus domicilios -o en el sitio en el que se hubieren refugiado- y se las traslada al hospital o a realizar la denuncia correspondiente.

 

 

Bibliografía

Bleger, J. (1985). La entrevista psicológica. Buenos Aires: Nueva Visión.

Freud, S. (1974). Los caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas, tomo VII, traducción de López – Ballesteros y de Torres, L., (pp. 2462). Madrid: Biblioteca Nueva.

Lacan, J. (2012). Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI.

Laplanche, J. y Pontalis, J. (1998). Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

Laurent, E. (2005, febrero 19). La nueva mirada social de Lacan. Clarin.com [En línea], Español. Disponible: http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2005/02/19/u-924574.htm [2012, julio 16].

Loschi, A. (2009). El laberinto de la voz. La peste de Tebas, (pp. 31–37)

Sotelo, I. (2009). ¿Qué hace un psicoanalista en la urgencia?. En Sotelo, I. (Comp.). Perspectiva de la clínica de la urgencia, (pp. 27). Buenos Aires: Grama Editorial.

 


 

 

 



[1] Entendiendo por Urgencia: todo aquello que no admite postergación; y por Emergencia: aquello que queda luego de la catástrofe o desastre, de lo que está fuera de control.

[2] Tomando lo trabajado por Daniel Lagache en el Diccionario de psicoanálisis: “…reducir todo lo posible las manifestaciones mediante el análisis personal”.

 


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