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Locura negacionista: ¿anticuerpos o cuerpos anti todo?22/04/2021- Por Sergio Zabalza - Realizar Consulta
Ha quedado demostrado que la salud de la persona depende de su semejante, evidencia intolerable para el ideario neoliberal que hace del individuo el norte de su prédica aberrante: esa suerte de empuje a la satisfacción inmediata cuyo poder abreva de las instancias más primarias y narcisistas del sujeto… La angustia no encuentra vías de tramitación por medio de la palabra. Cuestión que supone un muy preciso tipo de violencia…
Ilustración de Horacio Fontova*
La pandemia suscitada por la irrupción del SARS-CoV-2 sobre la faz de la tierra ha provocado un drástico cambio en los hábitos y modos de vida de las personas: desde el tapabocas que acompaña nuestra vestimenta hasta el uso de la vía remota como modo imprescindible de comunicación, una larga serie de alteraciones se imponen en la experiencia cotidiana del ser hablante.
Lejos estamos de abarcar las consecuencias de este fenómeno que, globalización mediante, ha hecho de una peste el rasgo común del planeta entero. Lo cierto es que, como pocas otras veces, ha quedado demostrado que la salud de la persona depende de su semejante, evidencia intolerable para el ideario neoliberal que hace del individuo el norte de su prédica aberrante: esa suerte de empuje a la satisfacción inmediata cuyo poder abreva de las instancias más primarias y narcisistas del sujeto.
Desde este punto de vista, no llama la atención las manifestaciones que a lo largo y ancho del planeta se suscitan contra las más elementales y necesarias normas sanitarias: desde las manifestaciones anti-cuarentena hasta las campañas anti vacunas ‒pasando por las políticas negacionistas adoptadas por países como Brasil o, en su momento los Estados Unidos de Trump‒, un cúmulo de violencias y dislates se ponen en juego a despecho del dolor que las muertes acumulan cualquiera sea la geografía o ámbito que se trate.
En este escenario, el actual desacato –o “desobediencia civil” tal como lo llaman en la Casa Rosada‒ por parte del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires respecto de las medidas para detener la segunda ola del virus, constituye un patético y demencial ejemplo.
Si –tal como Lacan señala‒ la angustia es el único afecto que no engaña, toda nuestra pregunta es cuál es el destino de la angustia en estos cuerpos anti que –por oposición a los anti cuerpos necesarios para combatir el virus‒ parecen no registrar el peligro en ciernes. Aquí algunas consideraciones:
La tragedia que no cesa de no escribirse
El paisaje de la angustia en la experiencia humana cambia según las épocas y los lugares. Esa garra que aprieta el pecho toma siempre elementos del discurso circulante, significantes, gestos, colores y aromas que constituyen la trama fantasmática por donde una comunidad arrastra su devenir.
Sin embargo, pareciera que el empobrecimiento simbólico que distingue a nuestra época hace que la angustia no encuentre vías de tramitación por medio de la palabra. Cuestión que supone un muy preciso tipo de violencia.
Jacques Lacan escribió “La agresividad en psicoanálisis” en 1948, entre el horror de la Segunda Guerra y el optimismo que le sucedió. Allí Lacan bascula, vacila, entre dos dimensiones de la agresividad. Una a la que llama narcisista y otra para la cual, a medida que el texto progresa, queda simplemente el título de agresividad.
La primera da cuenta del encono, violencia, agresión, que tiene el reconocimiento del Otro como premisa principal para conformar el propio cuerpo. Por el contrario, la agresividad a secas remite a un estadio lógicamente anterior de la constitución subjetiva: el del cuerpo fragmentado.
Nuestra subjetividad no viene dada desde el nacimiento, y se requiere un largo y delicado proceso para conformar ese cuerpo que tan naturalmente portamos. Pareciera ser entonces que estas primeras décadas del siglo nos encuentran en el pasaje de aquel narcisismo, que todavía conserva visos de humanidad, a la agresividad propia del cuerpo fragmentado, donde la satisfacción de los cuerpos se maneja por muy diferentes vías. Es la agresividad en su punto más desnudo y radical, allí donde la tragedia no cesa de no escribirse.
De hecho encontramos que en estos cuerpos anti no hay un llamado al Otro, la angustia se traduce en un pasaje al acto masivo, un fuera de la escena institucional: marchas anti cuarentena, cacerolazos, campañas anti-vacunas que ahora desembocan en este flagrante desacato o desobediencia por parte de quienes administran la Ciudad.
Cuerpos hablantes que claman libertad mientras sus propios muertos se acumulan en los cementerios. En este agravio a la institucionalidad no sólo cuenta la figura del Jefe de Gobierno –cuyo cálculo no es otro que un eventual rédito político la angustia no encuentre vías de tramitación por medio de la palabra. Cuestión que supone un muy preciso tipo de violencia sino la de aquellos que acompañan esta demencial canallada a pesar del peligro que tal proceder comporta para su propia salud.
La locura negacionista del Yo
Alguien podría concluir en que se trata de un discurso en sintonía con el propio del sujeto psicótico. Pero no es el caso. Desde nuestra perspectiva, aquí concurre un muy especial tipo de locura cuya emergencia no se compadece con el cuadro mórbido de la esquizofrenia o la paranoia, sino con una muy específica posición subjetiva afín a “la ley del corazón” que Hegel supo acuñar y que Jacques Lacan ilustra en su texto Acerca de la causalidad psíquica:
“… el loco quiere imponer la ley de su corazón a lo que se le presenta como el desorden del mundo, empresa ‘insensata’ (…) por el hecho de que el sujeto no reconoce en el desorden del mundo la manifestación misma de su ser actual (…) Su ser se halla, por tanto, encerrado en un círculo, salvo en el momento de romperlo mediante alguna violencia en la que, al asestar su golpe contra lo que se le presenta como el desorden, se golpea a sí mismo por vía de rebote social”[1].
De esta forma el encierro al que la infatuación del Yo lleva al sujeto (que no es el de ninguna cuarentena), no tiene otra salida que la violencia propia de la horda o el discurso disparados de los medios y la oposición que hoy pide lo que ayer detestaba. No por nada, agrega Lacan que:
“… la locura. Lejos, pues, de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento”[2].
Toda una situación de la cual, por supuesto, toma provecho el poder económico que hoy rige en nuestro país. No por nada el lema que convocó a los dueños de la Argentina durante el coloquio de Idea de hace poco menos de dos años rezaba: “Soy Yo y es ahora”.
A manera de breve conclusión
Ahora bien ¿Qué hacer para no tentarnos por esta oscura tendencia narcisista que nos habita? Por empezar dejar en claro que, en cualquier caso, no hay libertad sin responsabilidad. Ese límite que impone el respeto al Otro nos permite apropiarnos de nuestras decisiones sin la necesidad de recurrir a la violencia para salir del encierro al que nos condena la infatuación del Yo.
Como muestra allí está el individualismo al que la locura generalizada del neoliberalismo nos pretende llevar sin que importen cuántas muertes quedan en el camino. Sin embargo, la locura que nos habita tiene mejores destinos que la infatuación del ego.
En efecto, están los sueños, las fantasías, el arte, la imaginación y la política, todos espacios subjetivos que permiten el advenimiento de lo nuevo, allí donde por fin descubrimos que lo más íntimo de nuestro cuerpo hablante jamás habitó en otro lugar más que en el Otro.
Arte*: para la revista Expreso imaginario Nº 2 de setiembre de 1976
Horacio González Fontova fue un humorista, cantautor, actor, dibujante y escritor argentino.
[1] Jacques Lacan, Acerca de la causalidad psíquica, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1998, p. 162.
[2] Jacques Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, p. 166.
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