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Perspectivas críticas en torno a la psicología del desarrollo: La subjetividad infantil y lo social

15/07/2021- Por Sebastián Soto-Lafoy - Realizar Consulta

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En este escrito se abordarán algunas de las críticas a las lecturas biologicistas y familiaristas del desarrollo y el lugar que ocupa el campo social. La psicología del desarrollo o psicología evolutiva es una rama de la psicología conocida por sus teorizaciones e investigaciones en el ámbito de las transformaciones de la subjetividad humana a lo largo del ciclo vital, principalmente durante la niñez y adolescencia, y elide el alcance de otros abordajes centrales. ¿Cómo introducir otras miradas que permitan ubicar las condiciones de producción de la subjetividad infantil de una manera situada, contextual e histórica, considerando las relaciones de poder que estructuran la sociedad y, por sobre todo, la articulación indispensable entre lo singular y lo colectivo?

 

                                                     

                                 Dibujo de una niña... en contexto*

 

 

 

  La psicología del desarrollo o psicología evolutiva es una rama de la psicología conocida por sus teorizaciones e investigaciones en el ámbito de las transformaciones de la subjetividad humana a lo largo del ciclo vital, principalmente durante la niñez y adolescencia.

 

  Si bien a pesar del reconocimiento y validación que goza a nivel general en los círculos académicos, medios de comunicación masivos, instituciones educativas, hospitalarias, benéficas, esto no quiere decir que haya estado exenta de críticas y cuestionamientos, en lo que respecta a como concibe la configuración de la subjetividad infantil.

 

  Una de las críticas a la psicología del desarrollo más reconocidas es la psicóloga británica Erica Burman (1998). En su texto La Deconstrucción de la Psicología Evolutiva la autora realiza un análisis histórico-político sobre los orígenes de la psicología evolutiva.

 

  Entre los fundamentos epistemológicos que la sustentan fuertemente en un inicio están los estudios darwinistas de lo infantil. En esa época, las representaciones del bebé eran de un cuerpo biológico separado de su ambiente familiar y social. O, en otras palabras, separado de la cultura, de la “civilización”. Así, se le ubica del lado de la naturaleza, en contraposición al mundo adulto ubicado del lado de la cultura.

 

  La niña era equiparada al salvaje, al primitivo, por lo que era un sujeto a socializar y educar en función de integrarla a la sociedad civilizada, y de alcanzar una supuesta maduración ya en la edad adulta. Esta representación de la infancia contribuyó a sostener una idea del desarrollo lineal asociada a la adquisición de ciertas competencias, habilidades, funciones, en la medida que se van superando ciertas etapas hasta alcanzar el punto culmine que sería la adultez.

 

  Esta concepción del desarrollo necesariamente está anclada a la lógica occidental binaria que se expresa en la idea de niño/adulto, naturaleza/cultura, emoción/razón. Se piensa de esta manera el desarrollo como una suerte de pasaje del niño/a-salvaje-emocional al adulto-civilizado-racional.

 

  Si bien esta noción darwinista de lo infantil es añeja en términos históricos, no por eso no ha influenciado los posteriores debates e investigaciones en la psicología evolutiva. Las discusiones científicas y filosóficas en torno a lo hereditario y lo ambiental, lo cognitivo y lo afectivo, lo normal y lo anormal, marcaron la pauta durante varias décadas –y lo siguen haciendo en la actualidad– en lo que respecta a las distintas conceptualizaciones del desarrollo subjetivo durante los primeros años de vida del niño/a.

 

  En líneas generales, la versión clásica y dominante de esta psicología, de corte positivista-darwinista, concibe al desarrollo en términos lineales, progresivos y homeostáticos. El tiempo en ese sentido es pensado en términos objetivos y cronológicos. La adquisición de ciertas funciones (cognitivas, motoras, lingüísticas, afectivas) operan en correlación con la edad.

 

  De esta manera se establece una normalidad homogeneizante de la temporalidad vital, en desmedro del tiempo subjetivo (inconsciente). Aclarar que si bien los cambios de comportamiento en el transcurso del tiempo tienen un carácter particular, indispensablemente el registro de lo singular entra en juego, el cual puede no coincidir con la edad cronológica.

 

  A esto se le suma una perspectiva biologicista e individualista que deja en un segundo plano las condicionantes sociales, políticas, económicas y culturales en la conformación de la subjetividad. “Lo social”, acorde a Burman, se reduce a lo interpersonal y a la comunicación que se establece entre él bebé y la madre, desconociendo las relaciones de poder que estructuran tanto a nivel macro como micro la sociedad, siendo la concepción de la misma, para la psicología evolutiva, un conjunto homogéneo, estable e inmune a cualquier tipo de conflicto.

 

  Así, el desarrollo subjetivo infantil se piensa en términos individuales, abstractos y familiaristas, apareciendo el contexto socio-histórico y político como una suerte de “telón de fondo” ambiental, como una decoración que incide superficialmente en la relación en entre el/la niño/a y el Otro de los primeros cuidados.

 

  Para Adolfo Perinat (1981), la tradición clásica de la psicología evolutiva (estadounidense-positivista) concibe al desarrollo, en tanto cambio o movimiento progresivo lineal hacia un final pre-establecido (la adultez), restringido a lo netamente biológico. El acento entonces está puesto en el crecimiento físico (talla, peso, cerebro, órganos) y en la maduración (cambios cualitativos, como del cerebro y el SNC).

 

  Esta noción del desarrollo va ligada a un correlato etario, siendo la edad un criterio de exigencia y normalidad. De esta manera, tal como señalábamos anteriormente, se impone un tiempo lineal cronológico, en desmedro de un tiempo subjetivo lógico.

 

  Esta mirada suele acarrear discursos patologizadores y medicalizadores de la subjetividad infantil, ya que al establecerse un patrón normativo del desarrollo, cualquier tipo de manifestación de una/a niño/a que se escape de esa norma, se les adjudica, de manera automática y lineal, una patología orgánica.

 

  Acorde a Alfredo Jerusalinsky (1988), los representantes de las funciones del sujeto que se van organizando como sistemas (motor, perceptivo, fonatorio, adaptativo, etc.) a lo largo del desarrollo, adquieren su especificidad a partir de la dimensión psíquica que se las confiere, y no únicamente a partir de los mecanismos físicos-biológicos. En palabras del autor:

 

“esta dimensión psíquica, si bien parte de los mecanismos físico-biológicos de que el organismo sea capaz, reconociendo en estos mecanismos cierta condición de limite en tanto imposibilidad, retorna sobre ellos llegando a modificar hasta su propia mecánica” (Jerusalinsky, pág. 24, 1988).  

 

  Así, el desarrollo no depende únicamente del orden neurofisiológico, ya que hay una dimensión psíquica que lo altera. Lo psíquico y lo biológico no pueden pensarse como cuestiones separadas.

 

  Desde un punto de vista psicoanalítico, esa dimensión psíquica está dada por el Otro de los primeros cuidados, el cual, desde el lugar de la función materna[1], puede llegar a garantizar las condiciones mínimas para la constitución subjetiva del infans, permitiéndole devenir un sujeto. Es por eso, que para el psicoanálisis, no existe un sujeto desde los orígenes.

 

  Estas condiciones mínimas tienen que ver el abordaje de los estímulos internos del recién nacido, un ser en una situacion de desamparo estructural, significando las vivencias de placer y displacer que no puede nominar y representar en un primer momento.  

 

  Si esa operación, cargada de afectos amorosos y tiernos, pero no por eso exenta de equívocos y fallas, continúa en los primeros años de vida, y el/la niño/a llega a metabolizar, representar, elaborar esa oferta de sentidos, de significantes, va a poder construir sus propias significaciones. De esta manera, a partir de la adquisición del lenguaje el/la niño/a comenzará a ser su propio intérprete de sus vivencias y afectos.

 

  Estamos hablando entonces de un cuerpo organizado por las marcas simbólicas ofrecidas por otro, y no simplemente por las funciones musculares o fisiológicas. El lugar del Otro de los primeros cuidados en ese vínculo con el sujeto infantil no es solo la satisfacción de necesidades básicas, sino que el de acoger, interpretar y transmitir ciertos sentidos a las vivencias que no puede identificar en un primer momento[2].

 

  Volviendo a la crítica de Erica Burman respecto a la atribución de lo social en la psicología evolutiva, el cual es reducido a lo interpersonal a partir de la relación madre-hija, da cuenta de cómo la investigación en este ámbito está atravesada por supuestos ideológicos que conciben de una determinada manera la estructura familiar, la esfera doméstica y la pública.

 

  Ampliando la reflexión en este punto, esta concepción armoniosa y uniforme de las relaciones interpersonales, que deja por fuera las relaciones sociales estructurales, reproduce un modelo liberal de sociedad que concibe la interacción social desde un enfoque individualista y atomista. Desde este paradigma, entonces, lo social es conceptualizado de manera abstracta, genérica y descontextualizada[3].

 

  ¿Cómo pensar entonces “lo social” de una manera situada, local contextual? ¿Cómo pensar más allá de los binarismos de lo social y lo familiar? ¿Cómo pensar la constitución de la subjetividad infantil no reducida a las coordenadas familiaristas?

 

  Sin pretender dar respuestas únicas y absolutas, me parece que no se puede sostener una lógica de oposición binaria de lo familiar/privado y lo social/público. O dicho de otra manera, de situar el espacio familiar como un espacio inmune y ajeno al campo social, vale decir, las ideologías, los acontecimientos colectivos, la historia social, las luchas políticas.

 

  Esto porque el discurso parental no es “puro” ni “auténtico”, está atravesado por la época y el territorio en el que habita. Hay una intersección entre lo social y lo familiar que no se reduce a lo interpersonal y lo comunicacional. No es que lo primero actúa como una “influencia externa” sobre lo segundo, ambos son campos de producción de subjetividades que se conectan entre sí, y que además están atravesados por conflictos y fuerzas en pugna, como por ejemplo la lucha de clases.

 

  Entonces, considerando lo hasta aquí expuesto:

 

¿Es posible plantear un desarrollo lineal, progresivo y homeostático de la subjetividad infantil, en el que lo social es reducido al armónico ámbito familiar, en el caso de niños y niñas mapuches que en el Wallmapu sufren constantemente la violencia estatal-policial, en los niños y niñas que viven en hogares residenciales del SENAME, con toda la violencia institucional que eso implica, en las niñas y adolescentes de sectores populares que son embarazadas producto de violaciones, en niños y niñas que viven en contextos de precariedad material y desigualdad social?

 

¿Se puede sostener que esas realidades operan como “influencias externas” en la constitución de la subjetividad, siendo la trama familiar el eje central y privilegiado de análisis?

 

  Estos son solo algunos ejemplos localizados en el caso del territorio chileno y mapuche, que nos permiten problematizar una visión universalista, a-histórica y a-cultural de las condiciones de producción de la subjetividad infantil, introduciendo ciertas variables de clase social, géneros y sexualidades, etnia, entre otros.

 

  Para finalizar, cabe reflexionar como introducir otras miradas que permitan ubicar las condiciones de producción de la subjetividad infantil de una manera situada, contextual e histórica, considerando las relaciones de poder que estructuran la sociedad y, por sobre todo, la articulación indispensable entre lo singular y lo colectivo.

 

 

Arte*: dibujo de una niña de 7 años en México (2020). Tomado de: https://www.zonadocs.mx/2020/04/29/el-mundo-que-las-ninas-y-los-ninos-imaginan-despues-de-la-pandemia-aqui-sus-dibujos-e-historias/

 

 

Referencias bibliográficas

 

-Burman, Erica. La deconstrucción de la psicología evolutiva. Visor Dis., S.A, Madrid, 1998.

-Perinat, Adolfo. Psicología del desarrollo y psicología del ciclo vital. Un intento de integración a debate. Cuadernos de Psicología, II, 107-123, 1981.

-Jerusalinsky, Alfredo. Psicoanálisis en problemas del desarrollo infantil. Edición Nueva Visión, Buenos Aires, 2005.



[1] Dicha función no está asegurada por el lazo biológico ni por el sexo/genero de quien lo encarna, sino por el posicionamiento subjetivo respecto al trato con el/la bebé. Sin embargo, a pesar de que en la tradición psicoanalítica al referirse a las funciones paterna y materna como funciones simbólicas, y que no tienen que ver con el sexo biológico ni con el género de esas personas, en la práctica, la mayoría de los y las psicoanalistas en la actualidad continúan asociando la función materna con la madre-mujer y la función paterna con el padre-varón. Cabe problematizar en ese sentido la mirada binaria de la sexualidad y el género en la teoría psicoanalítica tradicional.

[2] Ahora bien, cierto psicoanálisis infantil, al igual que la psicología del desarrollo dominante, ha caído, en ocasiones, en el reduccionismo de pensar la constitución de la subjetividad infantil únicamente partir de la relación dual madre-niño, tendiendo por tanto a una visión psicologizadora y familiarista de la subjetividad. Solo por mencionarlo, los filósofos francés Deleuze y Guattari en su libro El AntiEdipo plantean esta crítica al psicoanálisis sobre el reduccionismo familiarista-edípica de la subjetividad, acotada a la tríada papá-mamá-yo, en desmedro de las coordenadas sociales, históricas, políticas y culturales. Para los autores, uno de las limitaciones de Freud fue la de traducir, en la clínica psicoanalítica, los distintos elementos del campo socio-histórico en clave familiarista, individualizando de esa manera el padecimiento psíquico, siendo un producto del círculo íntimo, privado, de las relaciones edípicas.

 

[3] En este punto se torna pertinente problematizar como las relaciones adultos/as-niños/as están atravesadas por el adultocentrismo, en tanto sistema de dominación sociocultural, y sobre todo como algunos discursos y prácticas “psi” (especialmente la versión más conservadora de la psicología del desarrollo) reproducen lógicas adultocéntricas, dejando al niño/a en un lugar de objeto, pero que se camuflan con un lenguaje psicológico que le otorga una supuesta objetividad y cientificidad desideologizada. 

 

 


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