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Política y Juego

15/07/2019- Por Germán Spangenberg - Realizar Consulta

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Podemos conceptualizar “el jugar” como una práctica social. Dado que está articulado a un espacio marginal a la demanda y respecto de la cual un niño se instituye como sujeto en un orden social determinado… La sociedad capitalista actual, su forma de multiplicar y distribuir los objetos de goce, es decir, la forma en que estructura las relaciones humanas, conlleva individualismo y segregación. Por algún motivo parece obviarse la relación entre la emergencia de una suerte de “autismo de la vida cotidiana” y las estructuras sociales; como si los pequeños actos íntimos como el jugar no estuvieran influenciados por la cultura y viceversa.

 

                  

                                     Foto de QSnoticias.mx*

 

 

¿Cómo podrían estar relacionados “el jugar” y la política? Desde el comienzo se nos presenta como cosas o de niños o de adultos. El jugar da placer, divierte y es algo íntimo o privado; la política por el contrario es complicada, genera habitualmente discusiones y problemas y refiere sin duda a la esfera pública. ¿Por qué entonces nos proponemos dilucidar una estrecha relación entre ambos? Podría decirse, sin faltar a la verdad, que ambas tienen aspectos universales. Se dice que todos llevamos un niño juguetón dentro. Así como también se dice que de alguna manera “todo es político”. ¿Querríamos decir acaso que hay algo de juego en lo político y/o algo de político en el jugar? Dejemos abiertos los interrogantes por el momento.

 

 

Perspectiva histórica

 

  Si hablamos de jugar referimos a los niños y la infancia y es un hecho que la emergencia en la historia del “niño”[1] es fechable. Si bien ya en la Edad media aparecen registros sobre la infancia no es hasta la modernidad donde se pone de manifiesto la profunda importancia de la infancia y la necesidad de saber al respecto. La Modernidad cuidó del niño al darle derechos y reconocerlo. Al mismo tiempo desplegó un aparato científico específico para estudiarlo.

 

  El jugar es la actividad infantil por antonomasia esto es obvio para cualquiera. Las múltiples disciplinas que aborda la niñez rescatan el jugar como una actividad de vital importancia pero poco se sabe a nivel general de por qué los niños juegan. Simplemente, es lo que hacen.

 

  La ciencia, es decir, el discurso moderno que garantiza y distribuye la veracidad y efectividad de los saberes, se ha preocupado por el tema. La medicina rescata el impacto positivo en el desarrollo del jugar así como la psicología en el aspecto social del mismo. Pero ¿es el jugar una actividad natural? ¿Cómo decir que no ante algo tan evidente? ¿Qué consecuencias habría si pensamos el jugar como algo “no natural”?

 

 

Psicología e instituciones

 

  En una breve y aguda nota periodística titulada “lo bebes saben jugar”[2] escrita por Ricardo Rodulfo ‒uno de los psicólogos clínicos más reconocidos de nuestro país‒ dice:

 

“Jugar no es un hecho entre tantos otros: es el hecho capital de la existencia psíquica en su emerger. Es la manera originaria de subjetivarse: mucho antes de poder decir ‘yo’, el bebé se subjetiva cuando agarra algo con decisión, para jugar con eso”.

 

  En la textualidad de la nota se observan algunos entrecomillados muy sugerentes especialmente sobre la palabra “saber”. El detalle crucial del escrito es la articulación de una frase típica en los adultos al referirse a algunas conductas de los niños. La frase en cuestión es, “hace lo que quiere”. Esta frase se enuncia generalmente apuntando a cierta desobediencia de los niños y con tono de queja por parte de los adultos. Debe interpretarse, por lo tanto, como un “no hace lo que debe”. Ahora bien, ese “deber” no es posible aprehenderlo sino es por medio de un requerimiento del adulto hacia el niño.

 

  Para facilitar la comprensión: cuando (en general) una madre dice “anda a bañarte” lo hace pensando en que la higiene es algo que debe hacerse sin necesidad de justificación. Sin embargo, a oídos del niño que no sabe nada de tal “deber”, esto solo la puede entenderse como que la madre es quien quiere que se bañe. A este hecho discursivo lo llamamos “demanda”.

 

  De modo tal que los ideales sociales llegan al niño por medio de la demanda agenciada por los cuidadores. La educación ya sea escolar o familiar tiene su principio y fin en hacer que un niño consienta a las demandas sociales como “saluda”, “vestite bien”, “lee”, “escribi”, “sentate bien”, “quedate quieto”, “hace silencio cuando hablan los adultos”, etc.

 

  Aun cuando todas estas demandas estén bien fundamentadas en el orden social y se crea en la necesidad del niño de ajustarse a ellas para vivir en sociedad no es posible suponer que el niño conozca su origen y fin; por lo tanto no dejara de vivirlo y aprenderlo como un pedido de alguien, en general padres y maestros.

 

 

El jugar: “lo que nadie quiere”

 

Nuestro sabio autor, al proseguir la nota, nos enseña que jugar es hacer lo que “nadie quiere”. De esta forma jugar y demanda quedan articuladas y diferenciadas. El jugar como actividad infantil, íntima y placentera se desarrollara al margen de lo que los adultos quieran ‒que no es más que la incorporación y complimiento que las pautas del orden moral social‒. Siguiendo esta línea no es necesario “saber” jugar sino que a partir de diferenciarse de la demanda se abrirá el espacio lúdico como campo de posibilidades.

 

  Esta reflexión nos lleva a pensar que “el jugar” es subversivo respecto del orden social o al menos marginal. Ya que su existencia se despliega en una dialéctica diferenciadora respecto de la demanda. Si esto fuese así se produciría una especie de paradoja.

 

  Por un lado el jugar es de vital importancia para el desarrollo físico, psíquico y social del niño y por el otro lado podemos ver que el espacio de juego es lo que NO es requerimiento o demanda de orden social. Esta irreductible tensión es la que da carácter político al juego y a la infancia. Ya que la constitución del sujeto se produce en y por esa tensión.

 

 

Los juguetes, objetos del mundo

 

  Ahora bien, el jugar no solo es una acción motriz sino que involucra objetos. Esta es otra obviedad a desandar. Desde la perspectiva histórica, en la modernidad, surge el juguete que no es más que la institucionalización objetal del jugar. El juguete tiene una historia también, lo cual, hace evidente su carácter político ya que emerge en un tipo de organización social determinada.

 

  Para tomar perspectiva y depurar la obviedad hagamos un ejercicio introspectivo y pensemos la relación de nuestro abuelos y sus juguetes, la nuestra propia y la de los niños actuales. Creo que en la mayoría de los casos coincidiremos en la observación de la proliferación y complejidad de los juguetes con el paso del tiempo.

 

  ¿Por qué sería necesario que haya más juguetes en la vida de los niños?

Ninguna, ya que no es una necesidad del jugar, sino una característica del jugar como practica social en un régimen productivo. Esto explicaría la incorporación de tecnología en los juguetes así como también la masividad de juguetes que tienen los niños actuales.

 

  No es un factor natural sino cultural. Por ello, las personas mayores refieren con amor uno o dos juguetes que los acompañaron en su infancia. Hecho que se perderá en el futuro porque ¿quién puede extrañar lo efímero?

 

  Donald Winnicott eminente psiquiatra y psicoanalista infantil presenta en su libro “Realidad y Juego”[3] el famoso objeto transicional que tanto ha servido a la psicología, educación y crianza. Este objeto transicional se puede pensar como un objeto concreto, en el sentido lato del término objeto. Sin embargo, en psicología la palabra objeto remite a otra cosa.

 

  El objeto es una entidad psíquica por lo tanto libidinal que es posible articular a objetos concretos. El objeto transicional demuestra como en el jugar como acción espontanea se realiza en esa “tensión” que referimos anteriormente. Por ello, “transicional” y “tensión” son análogas si consideramos que una refiere a un psicologismo y la otra a una cuestión política.

 

  Del hacer sobre este objeto transicional resulta la construcción de la realidad en equilibrio con el espacio interno. El aspecto material del objeto transicional descripto por Winnicott es una “mantita” o “trapito” o “pedacito de tela” etc.… nótese que no es un juguete ni un objeto de valor social (ni económico). Por otro lado es un objeto que debe durar en el tiempo para cumplir su función.

 

  Cuando decimos durar queremos diferenciarlo de una moda o de la obsolescencia tecnológica. Nos referimos más bien a que debe resistir a los embates de la rudimentaria manipulación de un niño para poder acompañarlo en la construcción de su aparato psíquico o de su subjetividad si se prefiere.

 

 

Política del jugar y lazos sociales

 

¿Qué consecuencias tendrían la manipulación de celulares, tablets y consolas por parte de los niños, aun a edades muy tempranas?

El filosofo Byung Chul Han en La agonía del eros[4] desarrolla su preocupación por la decadencia de los lazos sociales en el contexto neoliberal como forma de organización social. Una de las tantas características que definen esta época según el autor es “el goce de lo nuevo”. Es evidente que esta característica del goce implica fugacidad.

 

  Algo es nuevo hasta que se entra en contacto con ello. Una vez manipulado, una vez alterado su estado de exposición para entrar en una dinámica que económicamente se caracteriza como “consumo” y no como “propiedad”[5]; ese objeto pierde el brillo de la novedad y ya no puedo gozar de él. La necesidad de lo nuevo nos conduce a la lógica de lo efímero y ella a la ciada de los lazos.

 

  Este preocupante análisis hecha luz sobre una “nueva tendencia” entre los niños. Esta expresión intenta demostrar como en nuestros modismos habita la lógica que el filósofo denuncia. Podríamos ensayar otro decir: existe en la actualidad una práctica social de los niños que consiste en no sacar a los “juguetes” de sus “cajas” para que no dejen de ser coleccionables según dicen algunos de ellos.

 

  Es evidente que los niños no pueden dar cuenta de por qué hacen lo que hacen. No hay ninguna lógica que imponga para “lo coleccionable” lo sagrado del packaging. Lo evidente es que los niños posmodernos no juegan, consumen. El jugar, como el hacer sobre el objeto que soporta la construcción de la subjetividad, queda detenido como defensa ante lo efímero. Se intenta prolongar en la fascinación, el instante del gozo.

 

  Si la cultura instituye las condiciones de goce en la novedad, la obsolescencia intrínseca al objeto de origen social, se traduce en sufrimiento. El impasse al que son llevados los sujetos en edades tempranas implica sacrificar las tendencias lúdicas y detener los procesos de subjetivación. Se impone detener el hacer para evitar la ruptura de goce que impone la fugacidad.

 

 

Conclusiones

 

  Llegado este punto podemos conceptualizar “el jugar” como una práctica social. Dado que está articulado a un espacio marginal a la demanda y respecto de la cual un niño se instituye como sujeto en un orden social determinado. El último eslabón en nuestro análisis pone de relieve la dimensión de los lazos sociales de esta práctica.

 

  El desplazamiento de las prácticas modernas (entre ellas el jugar) fundadas en el Estado por parte del mercado son las causas de estas transformaciones cuya consecuencia es la ruptura de los lazos.

 

  El niño moderno fijaba su goce a los objetos marginales a la demanda. Los sujetos posmodernos, si es que así se los puede llamar, quedan expuestos al “infierno de lo igual” según el filosofo. Entendiendo por esto un estado que no ha podido articularse a una dialéctica de la diferencia.

 

  Por lo tanto, la alteridad como registro que permite construir una interioridad y una identidad, queda imposibilitada. De allí la irrupción de la violencia o la abulia en la infancia. Del otro lado, la desorientación de los adultos así como la desidia de las políticas terminan promoviendo la patologización de la infancia cuyas cifras crecientes, transversales en cuanto a clases sociales e inexplicables por otro aspecto que no sea el político parecen dejarnos pasmados, inmóviles o reaccionarios.

 

  La sociedad capitalista actual, su forma de multiplicar y distribuir los objetos de goce, es decir, la forma en que estructura las relaciones humanas conlleva individualismo y segregación. Por algún motivo parece obviarse la relación entre la emergencia de una suerte de “autismo de la vida cotidiana” y las estructuras sociales; como si los pequeños actos íntimos como el jugar no estuvieran influenciados por la cultura y viceversa.

 

 

Imagen*: tomada del sitio mexicano https://qsnoticias.mx/impartiran-materias-de-educacion-financiera-en-primaria-y-secundaria/



[1] Podemos hablar de “niño” en tanto estatus jurídico y no como en ser biológico.

[2] https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/subnotas/9-65074-2013-09-19.html

[3] Realidad y Juego. Winnicott, D. W. Gesida. 1971. Barcelona, España. Este título sirvió de inspiración a nuestras intenciones de quitarle al “juego” el psicologismo que implica el término “realidad” y darle estatus de práctica social para revelar la dimensión política que entraña.

[4] La agonía del eros. Byung Chul Han. Herder.2014. Barcelona, España.

[5] Recordemos que Winnicott caracterizó al objeto transicional como “la primera posesión”, idea que no podría ser entendida fuera de una cultura basada en la propiedad privada.


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