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¿Por qué la paz? Relectura del texto freudiano

12/06/2016- Por Mirta Goldstein - Realizar Consulta

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El comediógrafo Plauto, dijo en Asinaria: “lobo es el hombre para el hombre cuando desconoce quién es el otro”. ¿Cómo lidiamos en lo social con este desconocimiento? ¿Podemos superar el mito del amo y el esclavo? Este mito resuelve el “o yo o tu” de la infinitud de la lucha a muerte, con la dialéctica “yo no soy sin ti”, o sea, dejando sin autonomía a dominador y dominado porque no hay amo sin esclavo como no hay Dios sin creyente (Borges); en esta salida sin salida hay dos condenados a la repetición... la circularidad paradojal de la repetición: lo simbólico también es guerrero, lo simbólico no es confiable pues engaña, el significante puede estar en guerra con otro significante y también enloquecer... Pretendo desmontar la fantasía de que la paz es lo originario y debemos nostálgicamente volver a su paraíso o a la fantasía de un Nirvana. Se trata de que construimos el mundo real, simbólico e imaginario con lo inmundo.

 

 

 

                        

 

  

 

"Freud nos había dejado el siglo XX con 'el malestar en la civilización'.  ¿Quizás el siglo XXI nos lleve a hablar más bien de la 'civilización y su trauma?'"

                                   "El revés del trauma", Éric Laurent

 

Hace un mes se dijo acá que la guerra es síntoma y que es inevitable. Acuerdo con que es inevitable pero el síntoma ya es metáfora de la guerra, por ello para mí la guerra es: “el trauma primordial que se repite en lo real (sucesos bélicos, hechos de lesa humanidad) o en transfiguraciones (imaginario-simbólicas) relativamente pacificadas en lo individual y en lo social.” (Goldstein, M.). Si alguna vez se desgasta lo que en esa repetición se juega, solo el futuro podrá decirlo.

Entiendo que la guerra no es solo la contienda entre dos ejércitos, ni consecuencia del odio y los intereses del capitalismo y los imperios, sino una lógica de acción que se halla en los fundamentos de la subjetividad y una escritura inconsciente en el sujeto.

La cultura recubre el pecado original de la lucha a muerte con el otro, simulando el deseo de exterminio; por eso Freud dice que a la fuerza se le opone la fuerza. Acostumbrados a pensar en términos de guerra o paz, olvidamos que experimentamos tiempos de pacificación y de conciliación entre dos guerras o traumas.

La primera teoría freudiana del trauma lo consideraba un estado, lo sucedido como hecho estático y exterior ubicado parasitariamente en el interior de lo simbólico. Luego el trauma pasó a constituirse, segunda teoría, en una fantasía o imaginario en el interior de lo simbólico. La resignificación introducida por la retroacción ya es proceso y tiempo de elaboración del sujeto, a pesar de lo cual no deja de constituir una inscripción violenta pues su basamento es la guerra intrapsíquica entre sometimiento y dominación, autonomía y dependencia, inclusión y extranjerización.

Lacan también desdobla el trauma entre trauma por la entrada en el lenguaje y lo traumático dentro del lenguaje como repetición. ¿Qué se repite?: a mi entender la guerra originante con el padre, mito influido, a veces en exceso, por el del Amo y el Esclavo (Hegel).

Para el Mito de la Creación la primera guerra es entre Dios y el Caos ¿o acaso pensamos que el caos no resistió a Dios o no seguirá pulsando como lo real conmoviendo lo dado?

El segundo tiempo del trauma es la insurrección femenina de la Eva que desafía la orden divina pues en ella la palabra despierta el deseo histérico de saber, deseo que la rebaja a una mujer cualquiera. El anhelo de que lo imposible cobre existencia, por ejemplo: Dios, el Caos y La Mujer sin deseo, conduce al hombre a repetir el trauma originario: la guerra, exaltada por las psicosis colectivas provenientes de la sumisión a algún discurso colocado en el lugar del Bien Supremo, Amo de la Ley que pretende uniformar lo disyunto.

Mientras el monoteísmo adora un Dios cuestionado y castrado y a una mujer deseante, las ortodoxias que lo atraviesan quieren restituir a un Amo Absoluto (imposible) y a la Madre Virginal del paraíso.

Freud, en la misma línea que Hegel, le responde a Einstein, que vencedor y vencido estarán unidos sin salida por la tensión entre el anhelo de venganza por la sumisión, y la fuerza necesaria del dominador para usufructuar los cuerpos esclavizados o sometidos. Circularidad paradojal entre el deseo de liberación y la dominación que resiste a apaciguarse o sucumbir, circularidad que muestra que lo que late, lo latente, es la guerra sea que se presente en el campo de batalla o en la fábrica.

Entre los dos tiempos de la guerra, la cultura ha naturalizado la paz. La paz, lamentablemente, no es innata ni natural sino una conquista fallida atravesada por la guerra de clases, de razas, de religiones, etc.

Aristóteles decía que el hombre es bestia o Dios fuera de la sociedad, único lugar de sobrevivencia. Hoy le podemos responder a Aristóteles que si bien la comunidad es lazo, no por ello deja de constituir una guerra encubierta. Basta recordar la guerra fría que desembocó en el armamentismo más exótico y la persecución y censura más extremas en ambos lados (Macartismo y Gulags).

En los análisis, vemos como es posible que el sujeto modifique posiciones fantasmáticas deconstruyendo la creencia en la bondad suprema del Otro, instalando lo que denomino: la duda benéfica (no sintomática) que lo protege cuando la guerra adquiere el ropaje de una paz simulada (en la familia, la escuela, la oficina) y lo ayuda a salir de la posición victimizada o demasiado triunfalista.

El comediógrafo latino Plauto, precursor de Shakespeare, Moliere, Hobbes y Freud, entre otros, dijo en su obra Asinaria: “lobo es el hombre para el hombre cuando desconoce quién es el otro”.

¿Cómo lidiamos en lo social con este desconocimiento? ¿Podemos superar el mito del amo y el esclavo? Este mito resuelve el “o yo o tu” de la infinitud de la lucha a muerte, con la dialéctica “yo no soy sin ti”, o sea, dejando sin autonomía a dominador y dominado porque no hay amo sin esclavo como no hay Dios sin creyente (Borges); en esta salida sin salida hay dos condenados a la repetición: los que creen encarnar al Amo Supremo Bien (los tiranos) y los que creen encarnar al creyente en el Supremo Bien (las masas).

Para que la dupla dominado-dominador se consolide y produzca efectos de terror, deben confluir por lo menos dos factores: la incredulidad del sometido en la mala fe del dominante (el hombre es bueno por naturaleza) y la credulidad del dominante en la impotencia del victimizado (nadie puede superar la posición de víctima), dos formas de creencia concordantes y complementarias que encontramos firmemente arraigadas en los destinos tanto familiares como de los pueblos.

Pasar del no soy sin ti (Hegel y Freud), al “yo y tú” fase en la cual han decaído los deseos de exterminio y venganza, ya es una operación relativa a la Ley Simbólica, a la castración del Otro. Pero nuevamente aparece la trampa traumatizante de la circularidad paradojal de la repetición: lo simbólico también es guerrero, lo simbólico no es confiable pues engaña, el significante puede estar en guerra con otro significante y también enloquecer, basta escuchar el discurso de Donald Trump.

La creencia desmedida en que la Ley Simbólica es el Supremo Bien, conduce a los conservadorismos más extremos, por ejemplo, cumplir los mandamientos al extremo de no vivir salvo para el rezo, el ritual o la ceremonia por el goce de que un Amo Goce.

Lo colectivo protege de las psicosis en tanto representa la inclusión del individuo en el “para todos”, en lo común, o sea, la alienación a lo simbólico del lenguaje, pero esta inclusión trae ventajas y desventajas. Veamos algunos ejemplos desde lo social.

Tardíamente incluida en el Derecho Internacional, la denominación de genocidio, necesaria para regular los crímenes de lesa humanidad, deja fuera, debido a la generalización, el cuerpo por cuerpo, el uno por uno. La lógica de lo simbólico colectivo identifica identidades (juicios de existencia), pero se pierde en esa nominación lo que hace a lo particularmente singular de cada sujeto: cuerpo y nombre, sus atributos.  

Otro ejemplo. Si en los atentados en Bruselas hubo 49 o 50 muertes, o si en la Shoá se exterminaron 6.000.000 de judíos o 5.900.000, ¿qué diferencia significativa hay? No la hay porque los cuerpos son contados como cadáveres.

Por este motivo así como para el sujeto es necesaria la alienación al lenguaje, primera operación del trauma, y la separación del Otro y su castración, segunda operatoria, también en lo social hay necesidad de operaciones que restauren lo singular perdido en la memoria colectiva y desarmen la censura y el negacionismo de la historia. Esto último ocurre cuando en la marcha "Ni una Menos" (en Argentina) se arrían los rostros de las mujeres asesinadas, cuando las abuelas restituyen a un nieto y lo cuentan como uno más recuperado o cuando un sobreviviente da su testimonio; estos actos rescatan al sujeto del sin nombre, ni cuerpo, ni historia.

Para reforzar la idea de que la guerra es un trauma primordial de la civilización y que las distintas versiones del padre lo recubren, quiero resaltar las siguientes aporías: si la alienación al lenguaje inscribe una pérdida y una ganancia, si la inscripción del fantasma en el sujeto conduce a posiciones sacrificiales pero fundamentalmente le da marco a los juicios de existencia y atribución (Behajung), si la Ley de la Palabra rescata al sujeto de lo común al incorporarlo a la lógica de lo particular y lo singular pero a la vez la palabra entraña el malentendido que conduce a las sofisticaciones de las guerras reales e imaginarias muchas veces vehiculizadas por discursos extremistas, si el S2 (el saber) le da existencia al S1 Amo solo para ocupar su lugar como sucesor en la cadena no sin agresividad ni violencia, y si la pulsión de muerte se articula al símbolo porque éste mata la cosa, entonces ¿con qué estamos en guerra?

Estamos en guerra con nuestra propia condición de seres hablantes; entrar en el lenguaje es traumático y ese estado-tiempo se repite y se manifiesta a través de acciones de crueldad y violencia como fantasma persecutorio, el fantasma no garantiza seguridad (aunque salgamos a las calles a pedir por ella) sino solamente estabilidad neurótica, y la palabra no cesa de mentir, seducir y engañar, entonces, lamento decirles, la paz no se consigue por la evolución de la cultura, la educación, el Derecho o la ONU (idealizados por Freud-Einstein, humanistas, pacifistas, evolucionistas), sino reconociendo a la guerra como un Real traumático que al no desgastarse no deja de reclamar por más víctimas.

Estamos esperanzados en que si no se la puede evitar, la guerra se dé sin muertos ni sacrificados (Aleman); pienso que ello dejaría nuestras conciencias en paz, pero no erradicaríamos la guerra como trauma ni alcanzaríamos la paz perpetua (Kant).

No pretendo hacer un planteo nihilista sino desmontar la fantasía de que la paz es lo originario y debemos nostálgicamente volver a su paraíso o a la fantasía de un Nirvana. No se trata del retrato pacifista de un bebe sonriendo en la cuna, ni de la figuración beatífica de los dioses en los templos, sino que construimos el mundo real, simbólico e imaginario con lo inmundo. Lo in-mundo, lo que ya está en el mundo como aberrante, abyecto y escatológico, deviene en tragedia humana cuando el ser hablante desconoce a ese otro que es su mismísima estructura subjetiva y entonces se lanza al pasaje al acto de lo cruel: la crudeza de lo absurdo cuando la repetición del trauma no ha marcado una diferencia.

Cuando los sujetos y los colectivos no pueden dudar, corroborar, separarse, cambiar y continuar, están más vulnerables a ser masificados y usados. Es en este sentido que el psicoanálisis se opone al fanatismo.

La guerra, en el sentido real y metafórico que le estoy dando, es un trauma de la civilización. Ni los derechos humanos, ni las leyes internacionales, ni los ideales sociales han podido acotarla. Esto no nos exime de luchar contra los dioses oscuros, por el contario, lo social es una construcción colectiva que a veces, como la torre de Babel, es derribada. En síntesis, si la guerra como lo real “no cesa de no inscribirse como otra cosa, o sea, presentando una alternativa superadora que la civilización llegue a asumir simbólicamente como propia”, entonces, ¿por qué esperamos con insistente esperanza, la paz? Dejo abierta la pregunta. Gracias.

 

 

Nota: Texto leído el 7 de junio en la Asociación Psicoanalítica Argentina (mesa sobre Trauma y lazo social).


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