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Prescribir sin proscribir17/03/2004- Por Ricardo Rodulfo - Realizar Consulta
La responsabilidad por el ejercicio de la psicoterapia está enteramente (casi) en manos de cada uno: es un asunto de ética personal, de responsabilidad individual. Hay que terminar con el psicoanálisis fuera de toda ley, hay que castigar la inescrupulosidad y la omnipotencia sin lesionar la creatividad del espacio psicoterapéutico en nuestro país. ¿Qué aspectos debiera tener en cuenta una legislación pertinente y adecuada al hecho de la notable vitalidad del espacio psicoterapéutico en nuestro medio?
I Un comentario a “Psicoanálisis: ¿con ley propia?” de Alfredo
Kraut[1].
Voy a seguir
el recorrido del artículo citado, aprovechándome de sus cualidades -bien
apreciables- y de sus omisiones.
Para hacerlo,
empezaremos con dos observaciones de contexto, ausentes en el trabajo de
referencia:
1)
El problema del que se trata tiene su lugar en
una realidad muy específica: el extraordinario desarrollo y penetración en la
cotidianeidad de la psicoterapia más o menos psicoanalítica –los bordes son muy
confusos– en la ciudad de Buenos Aires, el Gran Buenos Aires y otros centros
urbanos de nuestro país.
No se
trata sólo de considerar la diversidad y riqueza de la producción teórica
(probablemente sin par en el resto del mundo, además de lo “exportado” a países
como Brasil, México y España); me interesa sobre todo destacar el hecho de
aquella enorme difusión y penetración, el grado en que forma parte de la vida
corriente demandar ayuda psicológica, incluso en gente de escasos recursos, y/o
mostrarse muy sensibles a su oferta; la cantidad de personas que “se analizan”
(sin que eso designe con precisión la posición o filiación teórica del
terapeuta, que puede no tener nada que ver con el psicoanálisis strictu sensu), la cantidad de familias
que consultan por sus hijos, por las suyas o instados por la escuela; la
habitualidad con que en esta se orienta a los padres hacia, por lo menos, un
psicodiagnóstico, hechos todos estos para nada comunes, por ejemplo, en
ilustres lugares del “primer mundo”, incluida en ellos Viena, la “cuna” del
psicoanálisis. Y algo parecido cabe decir de la propagación mediática, mala o
buena. Las raíces más profundas de esta “popularidad” tan específica de
nosotros son oscuras; en la década del 80, Diego García Reinoso -uno de los
grandes representantes de aquella diversidad y riqueza, un psicoanalista de
vanguardia en muchos aspectos- especulaba sobre su posible relación con una
identidad del “argentino” aún muy en pañales, incierta y poco estabilizada. Lo
cierto es que, aún en los –diversos- tiempos más críticos de nuestro país, le
ha sido posible a la gente recurrir “al psicólogo” -nombre que a veces designa
a un psicoanalista o psicoterapeuta en esa dirección, otras a un profesional
con un horizonte teórico bien distinto (gestáltico, conductista, cognitivo,
etc.), y otras no se sabe bien qué- en forma gratuita o por honorarios
inimaginables en otros lugares del mundo. Por todo esto, el problema a examinar
debe inscribirse en el interior de
estos hechos, casi como una de esas “crisis de crecimiento” y no admite sin
tendenciosidad ser aislado de ellos.
2)
El otro hecho de que tal pujante desarrollo
cuya primera explosión se localiza hace unos cuarenta y tantos años, atraviesa
dos largos períodos particularmente nefastos del país: la dictadura de Onganía
y la mucho peor del 76, de las que sabemos bien su hostilidad visceral hacia la
psicoterapia como experiencia humana.
Me interesa
detenerme en algo que no he leído a menudo: la paradójica coexistencia de, por
una parte, prácticas escalonadas entre lo autoritario y lo terrorífico,
prácticas que como mínimo prohibían, proscribían, segregaban, excluían, y de la
otra una cotidianeidad escindida de ellas, piloteada como de costumbre por
renegaciones protectoras (pero con su costado nocivo), donde la psicoterapia se
siguió haciendo y creciendo, pero en condiciones significativamente anómicas,
favorecedoras del clásico argentino “viva la pepa” (“ya sé que hay que
analizarse para atender pacientes, pero yo nunca me analicé y los atiendo
igual”, etc., etc.) La también
creciente explotación estatal, cuyo paradigma es la insólita figura del trabajo
ad honorem -sin el cual se detendría
o se complicaría gravemente el engranaje hospitalario y universitario-, hoy
naturalizada perversamente, ha contribuído largamente a dicha anomia, al
convertirse en una máquina de pauperizar profesionales. Y, hay que decirlo
también, ulteriores prácticas pretendidamente “democráticas”, como el ingreso
irrestricto a la universidad, a horcajadas del cual, desafortunadamente,
“estudiar Psicología” se puso de moda y se masivizó muy por encima de sus
recursos, contribuyendo muchísimo al agravamiento y a la cronificación de esa
anomia en todo lo que hace al ejercicio de la(s) psicoterapia(s).
¿Cómo hacer
para, trabajando gratis o por honorarios exiguos que son otra forma de
explotación y hasta de auto-explotación, para analizarse, supervisar, estudiar,
armarse una biblioteca, si además nadie vigila en serio que yo haga todas estas
cosas?
Esta
coexistencia arraigada, donde por un lado se persigue, se proscribe, se margina
o se desvaloriza a alguien y por el otro sottovoce
puede hacer cualquier cosa, no es ninguna sorpresa ni ninguna novedad.
La Ley Seca
no hizo que se bebiera menos en Estados Unidos, pero sí hizo que muchísima
gente bebiera alcohol de pésima calidad, sin elementales garantías para su
salud... y su paladar. La penalización del aborto siempre ha convivido con la
proliferación -tolerada- de intervenciones peligrosas e irresponsables. El
despotismo no se opone más que en su contenido manifiesto al peor laissez-faire: hay entre ellos una
complicidad irreductible. Por eso mismo, tantos años de autoritarismo en
nuestro país no han logrado ni que nuestros compatriotas puedan respetar un
semáforo. Dictadura es desorden.
El núcleo de verdad
Desgranados
estos elementos para contextuar, cabe apreciar, reconocer y no soltar el núcleo
de verdad que Kraut enuncia claramente en cuanto a lo que Baltasar Garzón llama
un “espacio sin derecho”, en este caso en lo concerniente a la práctica de la
psicoterapia entre nosotros. Con algunos aditamentos:
a)
en su descripción de la desprotección en que
se encuentra el ciudadano, Kraut es piadoso o no se ha acercado lo suficiente a
cómo realmente funcionan las cosas. Quizá, entre otras razones, porque parece
preocuparle más la cuestión de si la formación que ofrecen instituciones
privadas (como la APA, la EOL, etc.) alcanza, que lo que sucede con la ninguna formación, algo harto más grave
y acuciante. Podría, de lo contrario, abundar en la descripción de aspectos
sumamente indeseables: tropezar con psicoterapeutas (amparados o no en el
significante “psicoanálisis”) insuficientemente formados o aformados o
deformados, y sin plantearse al respecto mayores problemas, no es una
excepción, forma parte de lo cotidiano y por múltiples razones, que van desde
la “chantada” pura y simple hasta el dogmatismo fundamentalista (colegas
versados -o amaestrados- en un solo autor).
Me interesa especialmente subrayar el caso de colegas que viven de su
trabajo sin invertir prácticamente nada en él. El resultado puede imaginarse. Y
no es un peligro futuro. Ni reciente;
b)
acaso por algún efecto de solidaridad
inconsciente entre las dos profesiones más ligadas al motivo de “M’hijo el
doctor”, Kraut –y es esta la única articulación endeble de su trabajo- respeta
y practica lo que a nivel de texto, por lo menos, resulta ingenuo -un corte
opositivo entre médicos y psicólogos que está muy alejado de la realidad: en lo
que concierne a los “males del alma”, estamos tan desprotegidos ante los unos
como ante los otros- sin olvidar a colegas de psicopedagogía que se lanzan a
hacer “análisis” y etcéteras sin formación específica alguna-; el verdadero y
crudo problema es que alguien recibido de médico o de psicólogo o de ......
(llénese lo que corresponde) pueda largarse a atender pacientes sin ninguna
preparación especial y sin el control de nadie. Los médicos aportan aspectos
específicos a este punto prescribiendo a menudo psicofármacos sin conocimiento
psiquiátrico alguno o aventurándose en un terreno para el que vienen
singularmente mal preparados, el de la psicoterapia, a favor o en contra de
ella, (cuando profesan una psiquiatría reduccionista que pretende solucionar
cualquier cosa con medicación), además de creerse autorizados por su título a
diversos experimentos psicoterapéuticos. En esto hay que andar con más cuidado
que el que pone Kraut para, apoyándose en las indiscutibles falencias que él
expone, no hacer el juego a los intereses reaccionarios de siempre, que siguen
soñando con una subordinación total del psicólogo (y de cualquier otro
profesional que ingrese en “su” territorio). Por eso, desde el principio me he
referido a “psicoterapia”, quien sea la practique, como a “psicoterapeuta”,
cual fuere su procedencia universitaria. Al común poco puede servirle de
consuelo que una intervención iatrogénica o crasamente ignorante provenga de
alguien con diploma de médico y no de psicólogo. Y me estoy refiriendo a
situaciones donde un niño pasa años decisivos mal o no diagnosticado y por
tanto maltratado, peloteado él con su familia entre un pediatra que minimiza lo
que no sabe, un neurólogo omnipotente que no escucha a nadie, un psicólogo que
aporta su propia unilateralidad y su endémica falta de sentido práctico, etc.
etc. (hay en estas situaciones todavía lugar para más: fonoaudiólogos,
psicopedagogos, etc.)
La figura de
la “mala praxis”, el abyecto negocio que genera, y su pronosticable expansión,
bien lejos está de aportar algún remedio, no siendo sino el retorno en boomerang de aquella anomia
estructural, con el peligroso aditamento de “beneficios secundarios” para los
perjudicados y/o sus familias. Siguiendo esta línea, dejo entreabierta la
cuestión -sin ocuparme de ella- de que en no pocos casos el ciudadano común se
hace cómplice de un sistema que lo daña cuando, como sucede a menudo, la única
variable que verdaderamente toma en cuenta es no pagar o pagar lo menos
posible). En situaciones semejantes, podemos a veces enterarnos de que los
profesionales involucrados no habían ni siquiera leído superficialmente textos
fundamentales para la comprensión del caso (al que tampoco supervisaron), a lo
mejor porque leían poco, o porque ese libro no era, por ejemplo, “lacaniano”.
Lo cierto es que entre nosotros la responsabilidad por el ejercicio de la
psicoterapia está enteramente (casi) en manos de cada uno: es un asunto de
ética personal, de responsabilidad individual. Por eso es que también hay
tantos colegas que, aún viéndose en figurillas por lo que es ser un
“profesional de la salud” en Argentina, se esfuerzan, se capacitan
incesantemente y despliegan sus más hermosas cualidades humanas en la práctica
clínica. Pero es up to them, no
encuentro expresión más ajustada para decirlo.
Pero no
quiero que se me pierda o se diluya la situación de base, la que justifica todo
este argumento en su plenitud, pues es esencial identificarla bien y no
soltarla: sale un médico o un psicólogo (o un ..., potencialmente hay ‘n’ términos) de la Facultad y “con lo
puesto” se pone a hacer psicoterapia, sin estudiar, sin analizarse, sin
supervisar. Y nadie le dice nada.
Es, como otras especificidades más alentadoras que he
señalado, una situación muy “argentina”. ¿Quién paga los gastos?
c)
por cómo ha venido siendo la historia hasta
aquí, Kraut se ocupa predominantemente del psicoanálisis, además de del
psicólogo. También aquí hay una captación acertada en cuanto a las pretensiones
de extraterritorialidad del psicoanalista (vale la pena repasar lo que Freud
decía de la extraterritorialidad y de sus consecuencias), pero eso no debe
hacer olvidar de las otras “cien” psicoterapias que pululan en nuestro país.
Tampoco aquí conviene avalar un “corte” que oponga el psicoanálisis a la
psiquiatría o a lo que sea. Estamos en un terreno donde la invención de
oposiciones falsea la problemática y su tratamiento.
¿Soluciones?
En lo que al
psicoanálisis respecta, además, hay otro rasgo de contexto que aún falta
considerar: el desarrollo, atípico, de una carrera, -desde 1985 Facultad-, de
Psicología (en Buenos Aires) tan marcada por lo psicoanalítico (aunque no sin graves distorsiones en cuanto a
reflejar la diversidad real del psicoanálisis) en conjunción con la crisis de
1970 que terminó con el “monopolio” que la APA ejercía en cuanto a legitimar a
alguien como psicoanalista, tuvieron un sinfín de consecuencias, muchas de
ellas sumamente positivas en todo lo que concierne a la creatividad y a la
libertad de pensamiento.
En este
texto, debo ceñirme a quizá la más problemática: la demoledora, y justa,
crítica que los mismos analistas disidentes (pensemos en Gilou García Reinoso o
en Rafael Paz) hicieron a los procedimientos -ya mucho antes denunciados por
Jacques Lacan como puro ritual vacío- de formación, en particular al análisis
didáctico, llevó, si no a la desaparición, al quiebre de la hegemonía de estas
prácticas. Solo que esto no fue
reemplazado por nada. Se pasó de una cierta disciplina rígida, falocéntrica
y autoritaria al reino del “hágalo usted mismo”, que pronto, en un lugar como
la Argentina, debía desembocar en una “interpretación” muy facilista y cómoda
del “autorizarse a sí mismo”. La invención lacaniana del pase a la que Kraut hace referencia, no parece haber sido una
alternativa confiable (en primer término, al mismo Lacan, que disolvió su
propia Escuela invocando motivos parecidos a los que le habían llevado a
enfrentarse con la IPA en la década del 50). ¿Qué tenemos entonces? Uno no
puede reemplazar algo con nada, salvo abdicando de cualquier cuidado y
responsabilidad, por los pacientes y por los colegas jóvenes. Para colmo, en el
interín, la Facultad de Psicología nunca superó del todo lo que como carrera la
ponía siempre al borde de carrera menor: al día de hoy el esfuerzo que tiene
que hacer alguien para que le den el diploma de médico, de biólogo o de ingeniero
-así vaya a ser mediocre o inepto- es incomparablemente mayor que el que tiene
que hacer para recibirse de psicólogo, lo cual no ha dejado de fomentar la
explosión demográfica de esa Facultad.
Más allá de
colegiaciones aún pendientes, más allá de una legislación Accoyer a nuestra
medida, más allá de tantas cosas o pendientes o hambrientas de rectificación,
consiste y resiste un núcleo de la cuestión cuya insolubilidad nadie puede
jactarse de resolver (pero que un problema presente aspectos insolubles no es
una habilitación para desresponsabilizarse de él y justificarse el no hacer
nada.
La formación de psicoterapeutas y el
control no policíaco de su funcionamiento y de su ética plantea un conflicto
permanente y solo puede transcurrir en conflicto permanente. Y esto excede
las fronteras de la psicoterapia psicoanalítica, en cualquier caso se encuentra
uno con que, sin cierto trabajo regular y sistemático sobre sí, nadie puede
devenir un terapeuta confiable. ¿Pero acaso podría el Estado prescribir, por
ejemplo, alguna forma de “análisis” o de terapia obligatoria para los
terapeutas? Es obvio que esto abriría paso a una burocratización infernal, que
mataría por la letra el espíritu de cualquier encuentro-investigación
terapéutico. Por lo tanto, esto el Estado debe confiarlo a diversas
asociaciones profesionales como las ya existentes -pues no se trata de volver a
dejar el asunto ‘a la marchanta’-. Pero de lo estatal si puede provenir cierta
presión “normalizadora” que disuada de lo que actualmente tiende a ser como
“optativo” para el psicoterapeuta.
Pero no hay
manera de llegar, como bien lo ha dicho Roudinesco al riesgo cero. Las leyes es
muy poco lo que pueden garantizar, ¡sólo que ese poco lo necesitamos!, y no hay
manera de prevenir los efectos bienpensantes y mediocrizantes de instituciones
formadoras como las psicoanalíticas u otras, aunque no dé lo mismo ni sean
todas iguales (al respecto, que sean los que más insisten con las referencias a
“la Ley” quienes más frontalmente se oponen a legislar alguna cosa de la
psicoterapia, es desopilantemente irónico y nos recuerda el jocoso comentario
de Derrida: que al psicoanálisis nunca le iba a advenir el psicoanálisis).
Y aún resta
un punto extremadamente delicado, y que nos devuelve al comienzo de este
trabajo: hay que terminar con el psicoanálisis fuera de toda ley, con el
“espacio sin derecho” en que se encuentra todo ciudadano argentino apenas
consulta a un psicoterapeuta, hay que castigar la inescrupulosidad y la
omnipotencia sin lesionar la creatividad
del espacio psicoterapéutico en nuestro país. Sobre todo hay que temer los
efectos devastadores de una doble burocracia conjugada y sin respeto por las
paradojas.
Lo que al
respecto viene insinuándose en la Facultad de Psicología puede servir de
advertencia: no es la primera ocasión en que una práctica política típicamente
“criolla” se blanquea con formalismo burocrático; se diría que es una
complicidad natural, apenas el malestar político se hace lo suficientemente
sofisticado como para ir más allá de un funcionamiento bananero. En esta alianza, la creatividad está precluida. Y su
retorno es visto con más que recelo. Tenemos que preservar la creatividad
potencial de los aspirantes y practicantes de la psicoterapia, tanto
psicoanalítica como de otro pensamiento, tanto en médicos como en psicólogos,
psicopedagogos y cualquier otro profesional que se sienta convocado por la
tarea psicoterapéutica. No hay que caer en lo que Gabriel Marcol objetaba, de
poner en el haber de uno lo que se encontraba en el debe del otro y suponer
ingenuamente así que un colega burocratizado es más confiable que un ‘chanta’.
II
Prescripciones no sistemáticas
¿Qué aspectos
debiera tener en cuenta una legislación pertinente y adecuada al hecho de la
notable vitalidad del espacio psicoterapéutico en nuestro medio?:
1)
Antes que nada, renunciar a la “comodidad” de
regalarle a los médicos una supuesta mayor capacitación que está bien lejos de
ser real y partir del presupuesto más prudente de que nadie sale hoy de Facultad alguna -postgrados incluidos- autorizado
por su formación para trabajar como psicoterapeuta de la escuela o corriente
que fuere. A partir de esta aserción, deben medirse los pasos indispensables
para tal capacitación.
2)
Por una vez, habría que citar a Freud
responsablemente y no por políticas de escuela o transferencia mal analizada y
tomar en serio el programa que propone en ‘El análisis profano’, con las
actualizaciones del caso, (neurociencias, nueva psicología del desarrollo,
semiótica, teoría de la música, etc.) y además para todos los aspirantes a psicoterapeutas, no solo los que abrazan el
psicoanálisis como su referencia princeps. Pues, como lo señala muy agudamente
Daniel Stern (La constelación maternal, Paidos, 1996) ha llegado la hora de
inventariar, estudiar y tener en cuenta las invariantes del trabajo psicoterapéutico, en lugar de dejarse
encerrar en el contenido manifiesto de las diversas teorías y oponerlas unas a
otras en una ronda improductiva.
3)
Ninguna Facultad puede tomar a su cargo la
necesidad de que sus estudiantes se analicen pero sí puede y debería machacar
sobre el carácter absolutamente prioritario de dicho requisito, cuya necesidad
el psicoanálisis descubrió, pero que
desborda sus fronteras, el que antes que nada una psicoterapia es una
experiencia humana singular, y que por eso no puede simplemente aprenderse
desde afuera. La legislación también debería velar sobre este aspecto, que el
“discurso universitario” tiende con facilidad a olvidar. (Esto requiriría,
claro, de una enseñanza de la mediana que no empezara por precluir la
subjetividad y de una enseñanza de la psicología menos esquizofrénica en cuanto
a la fragmentación abrumadora de escuelas y subescuelas que acaba por aturdir
al estudiante y estimula “fugas a la cordura” bajo la forma de adhesiones
teóricas prematuras y mutiladoras).
4)
*. Tal ley debe implementar para todo el país
una Carrera de Especialización en Psicoterapias, abierta a graduados de
Psicología, (licenciaturas), Medicina, Ciencias de la Educación y
Psicopedagogía (licenciaturas), y vigente para toda la diversidad de corrientes
teóricas, empezando por la psicoanalítica, vale decir neutralizando el doble
eje oposicional que discrimina profesiones y teorías. Tal carrera podría
culminar, a semejanza de lo que ocurre en otras desde hace tiempo, en un múltiple-choice de 300 preguntas,
además de entrevistas y otras prácticas evaluativas, y solo después de su
aprobación los colegas estarían legalmente habilitados para trabajar como
psicoterapeutas. (La apertura a Ciencias de la Educación y a Psicopedagogía
-también vigente en países como Austria, por ejemplo – tiende a superar esa
compulsiva tendencia a hacer activamente lo que se sufrió en posición pasiva
que ya viene tentando a los psicólogos: cerrarse corporativamente y maltratar
con exclusiones a los colegas que vienen de otros campos, tendencia que asoma
claramente en algunas políticas propuestas por la mayoría del claustro de
graduados en la Facultad de Psicología, por ejemplo, un poco a la manera en que
un negro goza verdugueando a un hispano en los Estados Unidos).
Esta
regulación legal no debe interferir las prácticas de formación específicas de
cada institución. Viene a suplementarlas y no a suplirlas. Por otra parte, en
nuestra concepción, tal Carrera de Especialización dispondría de varios lugares
donde realizarse: Facultad de Psicología y de Medicina, Colegios respectivos,
Instituciones no gubernamentales reconocidas y de prestigio (en el caso del
psicoanálisis, por ejemplo, APA, APDEBA, EOL, EFBA, etc. etc.), siendo el
examen final propuesto supra la
instancia de desemboque unificadora.
“Porque
ningún grupo puede aislarse del sistema legal y de sus reglas jurídicas. Si así
lo hiciera, los psicoanalistas (los psicoterapeutas, diría yo) serían
ciudadanos justificados para autodesjuridizarse y para funcionar en las
fronteras de lo legal.”
[1] Alfredo Kraut – Diario Clarín (edición del 12 de febrero de 2004) sección: opinión. www.clarin.com.ar
* [Este punto y los siguientes me fueron sugeridos por Marisa Rodulfo (comunicación personal)]
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