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Prince y Tom Petty: la punta del iceberg

29/01/2018- Por Alberto Santiere - Realizar Consulta

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Lo desesperante del dolor alienta modalidades de consumo prefijadas por el mercado de fármacos. La ingesta masiva de opiáceos tiene consecuencias en el lazo social. Doscientas mil víctimas fatales en EEUU. Las modalidades adictivas inciden en la subjetividad contemporánea, restan alcance a las palabras y profundizan lo sintomático de un consumidor sin defensa. Vivimos un tiempo que cronifica para garantizar la duración del cliente, mientras genera un imaginario poderoso de que no medicar cuestiona al saber…

 

 

 

         

 

 

Una conocida frase alusiva a las catástrofes viales señala: “Si se puede evitar, no es un accidente”. Hay fenómenos sociales que lejos de prevenirse, son consecuencia directa de políticas de Estado o de “insalud” pública que entrañan la carencia de regulación ante la venta indiscriminada de fármacos, y… “¡que parezca un accidente!”

 

El mundo del espectáculo es caja de resonancia de las corrientes imperantes en modalidades dañinas de consumo, por la notoriedad que adquieren ciertos exponentes famosos y las identificaciones masivas en juego.

 

“Tom Petty murió por una sobredosis accidental de opiáceos”, según la autopsia y tal señala la prensa mundial.[1]

Sus familiares indicaron que, entre otras sustancias, el músico tomaba fentanilo (Fentanyl), un potente opiáceo que también estuvo detrás del fallecimiento de Prince. Este analgésico es entre 80 y 100 veces más fuerte que la morfina… de acuerdo con el informe de 2015 sobre narcóticos de la DEA.

 

Este analgésico es entre 80 y 100 veces más potente que la morfina y entre 25 y 40 veces más fuerte que la heroína, de acuerdo con el informe de 2015 sobre narcóticos de la Agencia Antidrogas Estadounidense (DEA)”.

 

Apagar el dolor a cualquier precio puede resultar muy caro.

 

 

Cuerpo y dolor

 

¿Se imaginan un cuerpo sin registro de dolor? Su grado de exposición a lesiones, quemaduras y peligros en general sería exponencial. El dolor no es una falla del sistema, es un factor preventivo de la fisiología y la supervivencia de todo organismo.

 

Pero el cuerpo está atravesado por el lenguaje y la cultura desde antes de existir, y el dolor supone un umbral subjetivo que no siempre se corresponde con lo que un médico especialista observa el radiografías, resonancias o tomografías. Dos personas con idéntico diagnóstico por imágenes pueden padecer el dolor con intensidades disímiles.

 

No representa poca cosa que las significaciones posibles de la palabra “dolor” aludan a estados entrelazados que pueden retroalimentarse: el padecimiento físico y la pesadumbre, dolor y duelo –o negación del mismo–, pérdida de objeto y cuerpo dañado, dolencia y aflicción, lesión y pena, etc.

 

El umbral del dolor varía en función de factores orgánicos, históricos, transgeneracionales, identificatorios, traumáticos, inherentes a la posición subjetiva, etc. En ocasiones el dolor es un grito sin palabras que golpea hacia dentro. Tantas veces el dolor de existir adquiere figurabilidad desde un órgano, una zona, la musculatura, las articulaciones, las lesiones, etc.

 

Tantas veces la palabra en análisis conmueve la posición sufriente, aunque claro está, los tiempos de la analgesia no se pueden demorar. Así como la angustia es posibilidad en psicoanálisis, jamás será un objetivo instrumental profundizarla al extremo. Con desborde angustiante o desborde de dolor, la palabra se ahoga. Y por supuesto hay formulaciones que auxilian si se aplican criteriosamente.

 

 

Psicoanálisis y dolor

 

Freud reveló el posible estatuto sintomático del dolor. Desde el tratamiento de la histeria, recaló en la cuestión de la verdad, de lo no dicho, del deseo y de lo inconsciente. Intentaba en-causar el abordaje ante lo que se ofrecía desde el discurso histérico y el padecimiento, como un bocadillo para la ciencia médica desprovisto de afección o expresión psíquica alguna. La queja portaba a la enfermedad como algo plenamente objetivable.

 

Recordemos los inicios de sus desarrollos al respecto en Elisabeth von R. cuando tomaba como punto de partida: “ese dolor despertado. Cuándo ella enmudecía, pero todavía acusaba dolores, yo sabía que no lo había dicho todo y la instaba a continuar la confesión hasta que el dolor fuera removido por la palabra. Solo entonces le despertaba un nuevo recuerdo”[2]. Es decir, apostaba a la cadena asociativa en los albores de la clínica y a la idea de una satisfacción sustitutiva de una pulsión reprimida.

 

El cuerpo atravesado por el significante deviene en erógeno. Y un cuerpo simbólico en su topología es superficie para la inscripción significante y sintomática.

Lacan desarrolla asimismo la cuestión del goce, que resulta importante en relación a la modalidad con la cual se “encarnan” los significantes, con diferencias sustanciales de un sujeto a otro.

 

Es que para el psicoanálisis está en juego la subjetividad, también en el dolor, y la palabra tiene siempre algo por decir.

La medicina limitada a la aplicación de técnicas o fármacos deja fuera cualquier implicancia singular, distintiva, tal vez determinante. La idea mecanicista del cuerpo, nos habla de un cuerpo sin sujeto y del dolor como sola falla a mitigar o corregir. ¿Qué fenómenos de consumo alienta la concepción de un dolor sin sujeto?

 

 

Dolor y cultura

 

El dolor y el sufrimiento llevan la impronta de los discursos que “hablan” a los conglomerados humanos. Desde el “parirás con dolor” bíblico, al “Primero hay que saber sufrir…” del tango. Mandato-destino que sugiere que hay que pagar.

 

O la cultura actual que impone la eliminación total de lo imperfecto, del dolor, las fobias, las pausas, sin interrogar ni trabajar las causas. Equilibrar el desequilibrio supone la norma (que cambia según los parámetros de la superproducción y la expansión del comercio, por ejemplo de fármacos).

 

Partamos del criterio importante que representa aliviar una de las más insoportables formas del dolor: el dolor “del” cuerpo. De la ayuda de analgésicos, de drogas sofisticadas, remedios naturistas, acupuntura, masajes, bloqueos y demás sustancias o prácticas terapéuticas.

 

Partamos también de la incidencia de las directivas-neotendencias de mercado que moldean el cómo atacar el problema, generando conductas, impulsos y compulsiones, que muchas veces se inician en el laboratorio, continúan en la propaganda, recalan en la receta y concluyen en una automedicación sin frenos.

 

Los médicos, a su vez, suelen ser víctimas presionadas por directrices corporativas, por manuales que acomodan diagnósticos a química, y en la mayoría de los casos por la convicción del consultante de que lo realmente efectivo es la ingesta de sustancias. Son situaciones que enfrentan a demandas permanentes, generan mucho stress laboral, y el temor a no estar a cubierto si empeora el paciente y no fue medicado. Se ha generado un imaginario poderoso de que no medicar cuestiona al saber.

 

En ocasiones, se idean diagnósticos artificiales para implementar drogas ya existentes. Recordado es el caso de León Eisenberg, quién confesara tiempo antes de morir que su “descubrimiento” el TDAH, aplicado para la medicación de millones de niños inquietos, era una enfermedad ficticia de la que convenció a la opinión médica y a particulares.

 

Es decir, hablamos de una cultura de mercado que precisa compulsión, identificación al producto, y de adhesión-adicción al mismo. Si es desde la infancia, cuánto mejor.

 

 

Los opiáceos

 

Con la prescripción de opiáceos para combatir el dolor, se ha desatado en Estados Unidos una carrera indetenible hacia el consumo con consecuencia inmensas en términos de Salud Pública, presupuesto, neoadicciones masivas,… y vidas.

Cultura de obturar la falta bajo gobierno de la inmediatez y de la pantalla. Paradigma de consumir para vivir. Tener para ser. “Ser” un diagnóstico. Anestesiar para no sufrir.

 

La fotógrafa norteamericana Nan Goldin, relatando el periplo para revertir su adicción a los opiáceos, desenmascara al aparato comercial inductor.

En marzo de 2017 fue dada de alta en un centro de rehabilitación de Massachusetts y comenzó a investigar las causas y los efectos de la epidemia de opiáceos que actualmente registra Estados Unidos, con unas 200.000 víctimas mortales[3]

 

Tras consumir solo la dosis recetada de “oxicodona”, en 2014, se volvió adicta a esa medicación. Cuando los médicos se negaron a seguir suministrándosela, comenzó a comprarla en el mercado negro. “Mi dealer venía a casa las 24 horas del día, los siete días de la semana. Fui uno de sus mejores clientes"…

 

Miles de sujetos se flagelan para volver a obtener recetas con justificativo médico, mas el mercado paralelo desplaza en importancia a otras drogas y causa estragos.

 

 

El mercado es el opio de los pueblos

 

Para el mercado, si la palabra no estandariza, sobra, y quién falta es el sujeto. Y así es más sencillo. El mercado necesita un cuerpo descontextuado, ahistórico, programable, medicable. El dolor es la ocasión para barrer el malestar con química. La cronificación diagnóstica asegura la duración del cliente. Es de cuarto orden si cuesta la vida. Daños colaterales. Es la lógica que potencia lo urgente, y que impotentiza finalmente al sujeto.

 

La primera “Guerra del Opio” (1839 a 1842), fue una avanzada violenta de Inglaterra para obligar a China a ingresar toneladas de opio cultivadas bajo control de la Compañía Británica de las Indias Orientales para equilibrar su balanza comercial a como diera lugar. Ya el mercado legal era calamitoso décadas antes (el emperador Daoguang había prohibido la venta de opio en 1829 dada la inmensa cantidad de adictos).

 

Hoy los “hijos” de Inglaterra –basicamente en EEUU– son inducidos por el mercado a “balancear” siempre para arriba las finanzas descomunales de laboratorios.

 

Eliminar el dolor a cualquier precio resulta caro.

 

El dolor en el lazo social es de difícil remedio, los “dolores de conciencia” se lavan con filantropía (tal señala Nan Goldin en la citada nota).

 

Si el sujeto se cae de la palabra, a pesar de las bondades de amplios desarrollos de la farmacopea favorables a la cura de enfermedades, estará en juego cada vez más el destino de la singularidad. Y en cyber épocas donde la ficción parece copiar a la realidad, se actualizan los debates bioéticos. Algo anda muy mal en esta humanidad que –entre otras complejidades– viabiliza una nueva guerra del opio… en el interior de los cuerpos.

 

La regulación y los controles de Comités de Bioética interdisciplinarios, del Estado, Asociaciones de Profesionales, etc., parecen ser lo único urgente en tiempos de capitalismo salvaje. Si el mercado regulase todo, parte del juego sería sin dudas la patologización de lo normal, la profundización de lo adictivo, y la portación de categorías diagnósticas como forma de identidad.

 

 

Tom Petty cantaba en “Aprendiendo a volar”:


“… Estoy aprendiendo a volar, pero no tengo alas.
Bajar es lo más difícil.
Pues los buenos viejos tiempos no pueden volver.
Y las rocas pueden derretirse y el mar puede quemar.

Estoy aprendiendo a volar, pero no tengo alas.
Bajar es lo más difícil…”

 

 



[1] http://www.abc.es/cultura/abci-petty-murio-sobredosis-accidental-opiaceos-segun-autopsia-201801200244_noticia.html

[2] Freud, Sigmund. “Estudios sobre la histeria”. Obras Completas. Amorrortu

[3] https://www.lanacion.com.ar/2102946-la-fotografa-nan-goldin-torna-su-adiccion-a-las-drogas-en-denuncia


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