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Psicoanálisis y sexualidad contemporánea. Interrogantes y reformulaciones teóricas13/10/2015- Por Juan Eduardo Tesone - Realizar Consulta

La comunidad psicoanalítica no está al margen de teorizar según los prejuicios de la sociedad. Así como las leyes conllevan un retraso respecto a las costumbres, es posible que la teoría psicoanalítica, salvo excepciones, conlleve un retraso en su teorización. Que la sexualidad actual, en su diversidad, cuestiona al modelo normativo de la pareja heterosexual, es bien conocido. Y al mismo tiempo, cuestiona la esencialidad de lo masculino y lo femenino Esto plantea a la sociedad y al psicoanálisis en particular, nuevos interrogantes.
En 1898, en «La sexualidad en la etiología de la neurosis», Freud escribe: «Uno averigua toda clase de cosas sobre la vida sexual de los seres humanos, a punto de poder llenar un libro entero, útil e instructivo. Pero también aprende a lamentar, en todo sentido, que hoy la ciencia de lo sexual se siga considerando vergonzosa. Siendo las desviaciones más pequeñas respecto de una vita sexualis normal demasiado frecuentes para que pudiera atribuir un valor a su descubrimiento, sólo se habrá de considerar esclarecedora una anormalidad grave y prolongada en la vida sexual de los pacientes neuróticos.»
Como lo subraya Jacques André en Vita Sexualis, la frase no tiene simplemente un siglo de existencia, tiene también un perfume a desactualizado. En la época del reality show y de bailando por un sueño, lo vergonzoso no es más que un lejano recuerdo. El psicoanálisis es el producto de una época que histerisó la sexualidad, nosotros somos contemporáneos de un tiempo que la exhibe.
¿Qué es lo que permanece de las bases sobre las cuales se fundaron nuestras prácticas y nuestras teorías sobre la sexualidad y la identidad sexual? ¿Cómo diferenciar la sexualidad actual de aquella de siempre? ¿Existe una subjetividad contemporánea desde la sexuación actual? Siguiendo a Jacques André, me parece interesante seguir una doble pista: la temporal, sujeta a variaciones históricas y culturales, de la a-temporal, la de las encrucijadas inconscientes.
Las cosas serían evidentemente más simples si se pudiera describir la vida sexual a partir de una ineluctable atracción de un sexo por el otro, subraya Jacques André. Lejos estamos de dicha simpleza, la diversidad de elecciones de objeto, la contingencia del objeto, está a la vista para desmistificarlo. Lo que Freud inventa y constituye el meollo de la experiencia analítica, la sexualidad infantil, no es una sexualidad preliminar que se resolvería en la sexualidad genital- y la palabra genital, utilizada para describirla, advierte Jacques André- no es para nada satisfactoria. La sexualidad infantil «no es más que un primer tiempo, el esbozo prematuro; no es una sexualidad inmadura sino una sexualidad otra, nunca «asimilada», simpre extranjera, inquietante y apasionante. La sexualidad genital tiene un objetivo, la infantil es polimorfa: desea sin saber lo que quiere, es la sexualidad sin fin». Lo sexual no es el único objeto del análisis, pero es su objeto constante: desde Freud es uno de los dos polos de la vida psíquica.
Perdiendo su meta instintual, la sexualidad humana, es decir la pulsión, se corrió de su objetivo social desde la perspectiva de la reproducción en beneficio del deseo. Por otro lado, las posibilidades de fecundación por fuera de lo sexual introdujeron una gama de posibilidades de reproducción hasta ahora inéditas para la especie. No sólo no se necesita del llamado «otro sexo» para fecundar, ni siquiera se necesita de un otro. La probeta es suficiente. Fecundación asistida, vientres de alquiler, donación de esperma o de óvulos que multiplican concepciones, embriones congelados que se pueden reactivar luego de otra generación. La noción de incesto se diluye. Se puede entender que para la sociedad pueda ser una amenaza que cuestiona su principio de organización y que requiera mecanismos de regulación (prohibiciones y obligaciones en el marco de un ordenamiento simbólico)
La llamada liberación sexual, ¿produjo menos neurosis como lo pensaba Freud? El imperativo superyoico no desapareció, tan sólo cambió de registro: del no gozarás victoriano de la época de Freud, se pasó a deberás gozar, sé feliz, exigencia quizá aun más cruel que la primera, dado que se lo plantea como si fuera alcanzable.
Las modificaciones de la vida sexual, generan nuevas formas de queja, nuevas formas conflictuales en la vida psíquica. Por ejemplo, de la virginidad como valor se pasó en un siglo a la virginidad como un problema.
Independientemente de las formas que pueda adquirir la sexualidad de las subjetividades actuales, las mismas no garantizan una mayor libertad psíquica. Por el contrario, una mayor libertad de expresión de la sexualidad genera a la vez espanto y fascinación.
El sexo y el espanto es precisamente el título de un ensayo de Pascal Quignard.(me resulta más interesante la idea de espanto que de pánico). Asociar el sexo al espanto parece tener reminiscencias victorianas, dado que la sexualidad contemporánea parece a-conflictiva, si la comparamos con la victoriana. ¿Y sin embargo, no sería válido pensar que actualmente el sexo produce espanto, y no solo en los detractores de sexualidades disidentes, sino en los mismos militantes de dichas sexualidades? Quizá se exhiba la sexualidad para paliar a la angustia que sigue produciendo la incompletud. Todo cuadro, decía Caravaggio, y por extensión toda imágen agrego, renvía a
La sexualidad oscila entre los polos de espanto y fascinación, encontrando en su recorrido todos los matices. Asistimos en nuestra época a una vasta paleta de subjetividades que expresan la sexualidad de manera muy diferente. Esto no es nuevo. Ni los griegos ni los romanos distinguieron homosexualidad y hetererosexualidad. Solo distinguieron actividad y pasividad desde una perspectiva falocéntrica. En el decir de Pascal Quignard los romanos oponían el falo a todos los orificios.
Desde Freud aprendimos que actividad es sinónimo de masculinidad y pasividad de feminidad. Pero ¿qué es femenino, qué es masculino? ¿No responde a la idea de un esencialismo femenino opuesto a su par masculino? Leticia Glocer-Fiorini justamente, en su libro «Lo femenino y el pensamiento complejo», cuestiona la binaridad simple entre lo masculino y lo femenino y se interroga sobre la misma. Fuera de los preceptos culturales de lo femenino y lo masculino, ¿qué decimos cuando decimos masculino y femenino más allá de la actividad y pasividad?
Lacan tuvo el mérito de hablar de sexuación y de posiciones masculina o femenina, independientemente del sexo anatómico, pero en su célebre fórmula de la sexuación, da por entendido que ya sabemos lo que corresponde a una u otra posición. Si bien hace la diferencia entre el tener y el ser, diferente para cada sexo, para Lacan, el falo es el símbolo del deseo para los dos sexos.[1]
Los intercambios sexuales fueron socialmente reglamentados como un precepto de la vida familiar desde el Renacimiento, impuesta por la religión para preservar la institución familiar. No siempre fue así. En todo caso las motivaciones no siempre fueron las mismas y puede sorprender como se reguló la sexualidad en otras épocas.
La palabra romana que designa el matrimonio, concierne sólo la mujer. Bajo su forma latina (matrimonium) habla del devenir-madre de la mujer, transformándose en matrona, en «matrimonio». El casamiento romano es una «societas», una asociación de procreación.
La castidad, es la integralidad de la «casta», es decir de aquellas que portan el embrión, el cual proviene exclusivamente, en el imaginario de los romanos, del esperma. Nada es menos casto que esta forma de castidad. La mujer no se supone que es casta por que es fiel. Para los romanos es casta pues permanece intacta respecto a su linaje. Debe tan sólo permancer casta en lo que respecta a su procreación. Por ejemplo, Julia, esposa de Agripa, frente al comentario que sus tres hijos se parecían a su padre, responde: «Sólo recibo pasajeros cuando estoy ya embarazada». Para los romanos, el placer no tiene porqué ser fiel en sí mismo, tan sólo se exige para asegurar la fidelidad de la procreación, la certeza de la filiación, la fidelidad a la casta.
Que la sexualidad actual, en su diversidad, cuestiona al modelo normativo de la pareja heterosexual, es bien conocido. Y al mismo tiempo, cuestiona la esencialidad de lo masculino y lo femenino Esto plantea a la sociedad y al psicoanálisis en particular, nuevos interrogantes. Freud salió por la tangente al describir la bisexualidad psíquica, constitutiva de cada sujeto. Pero las neo-sexualidades, como las llama Joyce Mc Dougall, en las cuales lo masculino y lo femenino no aparecen francamente diferenciadas, el cuestionamiento del binarismo simple, la sexualidad trans y el conglomerado de la sexualidad queer que cuestiona la noción de género y de identidad sexual estable, no pueden más ser consideradas como marginales, y si lo fueran, ha sido siempre desde la marginalidad que se cuestiona y hace avanzar a la teoría. Asistimos a una nueva clínica que plantea nuevos interrogantes.
No se nos escapa que conjuntamente con la cada vez más difundida perspectiva de la identidad sexual como construcción social y subjetiva, coexiste un resurgimiento de las teorías lombrosianas que modernizadas, cambiaron los estigmas anatómicos que determinarían destinos, por los estigmas llamados genéticos, fachada de una ideología discriminante, que busca certezas allí donde persiste lo equívoco. Se pasó de la morfología de la implantación de las orejas del «criminal nato» (quien no recuerda la leyenda de «El petiso orejudo») a los cromosomas, o a alguna patita renga de los mismos. La eterna discusión entre lo innato y lo adquirido matiene su vigencia. Y no es indiferente, dado que determina políticas muy diferentes con enormes consecuencias sociales.
La comunidad psicoanalítica no está al margen de teorizar según los prejuicios de la sociedad. Así como las leyes conllevan un retraso respecto a las costumbres, es posible que la teoría psicoanalítica, salvo excepciones, conlleve un retraso en su teorización. Freud modificó su teoría cada vez que se confrontó a escollos de la clínica. Creo que urge revisitar la teoría a partir de las nuevas subjetividades contemporáneas, de una nueva clínica, que cuestionan las nociones de género y de identidad inmanente, donde la sexualidad es considerada no sólo la resultante de una singular alquimia, algo que ya Freud había subrayado, sino también la de una subjetividad cuyas identificaciones son múltiples y oscilantes.
[1] La identificación masculina se resuelve a partir de la castración que niega ser el falo, por identificación paterna que implica tener. La solución de la castración para el hombre no es sin el tener. Esto significa que al mismo tiempo lo tiene y no lo tiene. Esto evoca también lo que no es a condición de tenerlo, un ser que se define a partir del modelo del significante paterno. La posición de la mujer es de ser sin tenerlo, lo que implica una castración en el discurso. Implica una falta a nivel del tener y un ser que no se funda sobre el tener et no depende de esto. Se trata para el hombre de tener el falo con el fin de estar en la posición de darlo, y para la mujer de ser sin tenerlo con el fin de desearlo. La construcción de posiciones sexuadas no lleva a que la función fálica sea un factor de conjunción sexual, sino un tercer término. El falo significante es el factor con el cual cada una de las posiciones tiene una relación sin que comunique con el otro.
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