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Reflexiones psicoanalíticas sobre el Padre y el poder25/01/2012- Por José E. Milmaniene - Realizar Consulta

Una clínica de lo social debe considerar la severa crisis de autoridad actual, dado que la función paterna opera fallidamente y no consigue por ende transmitir el Nombre que es soporte del registro simbólico: se trata de “un padre sin nombre” (Zafiropoulos, 2006, pp.20-21), “que genera el desmoronamiento del lazo social, y en un mundo sin límites ni sanciones no impera sino la perversión generalizada, la violencia segregativa y las psicosis colectiva”... Cuando acontece una deficitaria consolidación del sistema normativo por la defección estructural de la autoridad paterna, se pueden producir restituciones autoritarias extremas que entronizan a líderes mesiánicos y autocráticos, que imponen sus caprichos en lugar de la Ley simbólica, tal como aconteció en la oscura noche del nazismo
La lectura psicoanalítica de la génesis del orden normativo socio-simbólico supone el pasaje de una primitiva organización tribal gobernada por el mítico padre de la horda primitiva −que impone el dominio de su goce ilimitado− al sistema signado por la figura del Padre Muerto, que porta la Ley simbólica transgeneracional.
La legalidad cultural se asienta sobre la interdicción del incesto y la prohibición del parricidio, fundamentos últimos del tránsito del orden pulsional al régimen discursivo.
La cultura se instala pues con el advenimiento de los Mandamientos bíblicos, que portan el mensaje de la Ley, los que son expresión de la referencia simbólica absoluta −Nombre del Nombre innombrable− e imponen la superación de toda simbiosis incestuosa con la imago materna originaria, a la que se intenta vulnerar a través del robo y del asesinato.
De modo que las masas embrutecidas, conformadas por subjetividades acéfalas e inmersas en la agresividad especular, la violencia y el pánico disgregante, entran en el régimen pacificado de intercambios simbólicos en el mismo acto en que emerge la figura del Padre Muerto, que obliga a la sumisión constituyente a la Ley. La abolición de la figura del padre simbólico o sus subrogados, implica la desorganización de la estructura social; se desmorona la arquitectura libidinal que soporta y articula los vínculos grupales y marca la distancia entre Uno y Otro, y emerge finalmente el pánico disolvente de todo lazo social, caos que suele derivar en recomposiciones autoritarias.
La pérdida de la cabeza del general en el drama de Friedrich Hebbel citado por Freud da cuenta de lo dicho: sin la figura del jefe, conductor o líder que encarna el rol paterno, se cae en la anomia y la indiscriminación, y por ende en el colapso del sistema.
La condición necesaria para una adecuada organización social e individual reside en el eficaz ejercicio de la autoridad paterna, que permita enfrentar con angustia y sin pánico los peligros de la realidad.
Cuando acontece una deficitaria consolidación del sistema normativo por la defección estructural de la autoridad paterna, se pueden producir restituciones autoritarias extremas que entronizan a líderes mesiánicos y autocráticos, que imponen sus caprichos en lugar de la Ley simbólica, tal como aconteció en la oscura noche del nazismo.
En tal sentido la megalomanía delirante del Führer Adolf Hitler lo llevó a ocupar el lugar vacío de la referencia simbólica absoluta, y a desplazar a la Figura de la Muerte como amo absoluto, atrevimiento omnipotente que no podía no desembocar en la más absoluta hegemonía de la pulsión de muerte. El Padre autoritario, ávido de inmortalidad, intentó reinar sobre la Muerte como acontecimiento inherente a la vida, y reemplazarla por la muerte procurada por actos criminales sobre millones de inocentes (Milmaniene 2004, pp. 58-62).
El autoritarismo resulta la consecuencia de la ineficacia de la autoridad para imponer el necesario orden que separa lo prohibido de lo permitido, y entonces el caos y la anomia tienden a ser restituidos por los límites excesivos que instalan figuras paternas castradoras, que devalúan la trascendencia de la Ley en aras de normas infiltradas de obscenos suplementos superyoicos.
El psicoanálisis ha demostrado que se prefiere el sometimiento sacrificial masoquista a la figura del Padre autoritario, dado que la orfandad que deriva de la ausencia del Padre de la Ley, sume a las masas en el territorio de goce, signado por la agresividad especular, la violencia forclusiva y la confusión de lugares, que preanuncian la disolución del entramado social con la consiguiente abolición subjetiva.
Los regímenes asentados en la autoridad tradicional, si bien castran al sujeto y lo someten a un sistema de dominio represivo, lo suelen preservar paradójicamente en su estructura libidinal, dado que permiten al menos la posibilidad de (re)subjetivación a través de la rebeldía contra la autoridad paterna y la transformación creativa de la realidad.
Por el contrario los sistemas que pregonan las “pedagogías libertarias” −caracterizadas por la caída absoluta de la autoridad represiva− generan paradójicamente prohibiciones aún más severas, las que debilitan finalmente la estructura simbólica.
Así describe Zizek (2008, pp.100-101) la trampa que encubre la extrema permisividad educativa, que en lugar de ordenar cumplir con la obligación de visitar a la abuela enferma −como ejemplo metafórico de todo deber ético para con la viuda, el huérfano y el enfermo− dejan librada a la “libre” elección del niño la opción de hacerlo o no: “[…]debajo de la apariencia de una libre elección, hay una demanda más opresiva aun que la formulada por el padre autoritario clásico, esto es, una orden implícita no sólo de visitar a la abuela, sino de hacerlo voluntariamente, por su decisión propia. En esto consiste la obscenidad de la demanda del superyó, en una libre elección falsa que priva al niño de su libertad interior, y le dicta no sólo lo que tiene que hacer, sino lo que tiene que querer hacer”.
He tomado este ejemplo dado que resulta paradigmático de un orden social, que asentado en la permisividad absoluta, resulta la contrapartida especular anómica del orden autoritario: en ambos sistemas el sujeto pierde su libertad, dado que si bien en este último se debe obedecer los mandatos, en el otro se naufraga en la confusión propia de los dobles mensajes parentales, que al carecer de referencias éticas explícitas, generan culpa por los excesos de goce que propician.
Resulta pues difícil arribar a una lograda estabilización de los sistemas sociosimbólicos, caracterizados por el respeto a la Ley, la igualdad de derechos de las minorías, la dignidad de las jerarquías simbólicas y el cuidado responsable por las diferencias sexuales, generacionales y étnicas.
Se observa en consecuencia una oscilación constante entre los regímenes autoritarios y los sistemas “atonales” según la acertada expresión de Badiou, a los que Zizek define como aquellos (2009, p.48): “que carecen de la intervención de un ‘significante amo’ que imponga un orden de sentido en la confusa multiplicidad de la realidad”.
Se entiende pues que sin un significante primordial que ordene la multiplicidad de opciones, se carece de la posibilidad de tomar decisiones, las que finalmente no se basan en otras razones que no sean las del amo.
La decisión por si o por no supone un gesto radical por parte de la autoridad, que si bien puede ponderar la multiplicidad de opciones, debe derivar, tal como expresa Zizek (2009, p. 49) en: “Este gesto decisivo que nunca puede basarse en razones es el del amo”. Y más adelante agrega: “Una característica básica de nuestro mundo posmoderno es lo que intenta hacer de esta actividad estructurante del significante-amo: la complejidad del mundo necesita ser afirmada incondicionalmente. Cada significante-amo que implique imponer algo de orden debe ser deconstruido, dispersado […] El excelente ejemplo de Badiou de un mundo ‘atonal’ se corresponde con la visión políticamente correcta de la sexualidad tal y como la promueven los estudios de género, con su obsesivo rechazo de la lógica binaria: éste es un mundo lleno de matices con múltiples prácticas sexuales que no tolera ninguna decisión, ningún ejemplo de la dualidad, ningún valor en el sentido nietzscheano fuerte del término”.
Se trata pues de un “deseo generalizado de atonía” como expresión extrema del rechazo a la Ley simbólica, con la correlativa entronización de la pasividad contemplativa y el ataque a la lógica binaria asentada en el eje Falo-castración.
Ninguna decisión es posible pues en un mundo donde reina el relativismo ético signado por la religión del desencanto y el ocaso de los ideales, que suele derivar reactivamente en posturas fundamentalistas y dogmáticas.
Los sujetos inmersos en la confusión de valores, carecen de la posibilidad de comprometerse en la toma de decisiones responsables, dado que no existe ningún orden simbólico hegemónico, que permita ponerse en situación en relación a un eje claro de referencias éticas, basadas en las leyes fundacionales de la cultura.
Si bien no se debe desconocer en todo análisis la complejidad del mundo ni los matices de la realidad, la deconstrucción y la disolución de las diferencias binarias esenciales de masculinidad y feminidad, de permitido y prohibido, y de salud y enfermedad, suelen estar al servicio de legitimar las políticas de goce, que persiguen instalar la transgresión como norma así como exaltar la mismidad del narcisismo (Milmaniene, 2010).
La apuesta del acto decidido, en función de la transformación creativa de la realidad, es reemplazada pues por el “todo vale” de las certezas perversas, y la rebeldía al orden normativo basado en la Ley simbólica de la castración, no persigue inconscientemente más que exacerbar las vertientes sádico-punitivas de la autoridad.
Las figuras paternas narcisistas e inconsistentes, incapaces de sostener frente a los hijos el límite virtuoso, necesario para que estos puedan superar el caos pulsional y subjetivarse en el campo de principio del placer y la ética que le es inherente, son correlativas de sistemas socio culturales que se pueden caracterizar siguiendo a Massimo Recalcati (2011, p.14) como “sultanatos postideológicos de tipo perverso, versiones cínico-materialistas del goce”.
Tal como nos lo recuerda Recalcati, la evaporación de la figura del Padre de la Ley, deriva en su versión degradada llamada “papi” por las jóvenes “papi-girls”. Este padre fallido en el ejercicio de su función, propicia y convalida la total disolución de los límites éticos, autoriza la transgresión de las normas, entroniza el goce fetichístico del cuerpo de la mujer cosificada, y exalta la confrontación ostentosa con las instituciones jurídicas, médicas y educativas.
El régimen edípico de la Ley de la prohibición del incesto es reemplazado pues por el ejercicio de un poder ilimitado por parte de hombres que exhiben un Yo omnipotente, que reivindican la impunidad, el valor del dinero “fácil” y el desprecio por la Verdad en nombre de discursos maníacos y seductores.
Se ve como el estatuto profundo del poder asentado en la Ley del Padre es reemplazado pues por versiones actualizadas de líderes autoritarios y demagógicos, que se solazan con el ejercicio de la promiscuidad sin culpa y un exhibicionismo impúdico de sus transgresiones impunes. Esta versión perversa del padre −que se solaza en el goce− despierta la aprobación de las masas que admiran la arrogancia narcisista inherente a todo desenfreno pulsional.
Veamos ahora algunos modos paradigmáticos de organización del poder en relación a las figuras del padre.
A. El poder tradicional basado en lo que Zizek llama “mística de la institución” (1998, p.324-325). Se trata de la autoridad que funda su poder en su autoridad simbólica, es decir su prestigio obedece a que se inviste con las insignias y porta los emblemas del poder. Cuando los sujetos que encarnan la figura de la Ley no están a la altura de su función y se debilitan o claudican en el ejercicio de su rol, suelen ser desplazados por líderes autoritarios o mesiánicos, garantes del poder totalitario, siempre preferible a la orfandad del Padre de la Ley, que sumerge a la masa en la angustia y el pánico propio de todo sistema sin conducción ni liderazgo que garantice su cohesión y su permanencia grupal. El poder totalitario desarticula la Ley del deseo y genera por ende un sistema opresivo, fundado en el poder disciplinario y el terror.
B. La autoridad cínico-manipulativa se asienta en impostores que utilizan el poder que le confiere su lugar simbólico para manipular a las masas al servicio de su narcisismo patológico y/o sus intereses de poder y/o apetencias económicas. El cínico no confía finalmente en la eficacia de las ficciones simbólicas y sólo cree en lo Real del Goce, que siempre impresiona al Otro, dado que despierta los núcleos de goce perverso que todos albergamos.
C. La autoridad simbólica es la que se funda en el Padre de la Ley, que no se erige como ideal normativo, ni como garante de mandatos rígidos de imposible cumplimiento. Se trata del Padre que transmite la experiencia de su propio límite y de su encuentro con la falta, que custodia las preguntas sobre el misterio de la muerte y el enigma del amor, y que da testimonio de su propia relación con el deseo. En suma: es aquel que da cuenta del gesto ético de hacerse responsable por sus actos, para que así finalmente el hijo pueda articular su propio deseo con la Ley (Milmaniene, 2008 pp.47-75).
Una clínica de lo social debe considerar la severa crisis de autoridad actual, dado que la función paterna opera fallidamente y no consigue por ende transmitir el Nombre que es soporte del registro simbólico: se trata de “un padre sin nombre” (Zafiropoulos, 2006, pp.20-21), “que genera el desmoronamiento del lazo social, y en un mundo sin límites ni sanciones no impera sino la perversión generalizada, la violencia segregativa y las psicosis colectiva”.
Bibliografía
Recalcati, Massimo: Cosa resta del padre?, Milano, Raffaello Cortina Editore, 2011.
Milmaniene, José: Clínica de la diferencia, Bs. As., Biblos 2010.
Milmaniene, José: La ética del sujeto, Bs. As., Biblos 2008.
Milmaniene, José: “Figuras del Otro”, en Leticia Glocer Fiorini (comp.), El Otro en la trama intersubjetiva, Bs. As., Lugar, 2004.
Zafiropoulos, Marcos: “Para una clínica freudiana de la violencia. La ignorancia de lo sociológico como sin salida psicoanalítica”, en Paul –Laurent Assoun y Marcos Zafiropoulos (dir.) Lógicas del síntoma Lógica pluridisciplinaria. Bs. As., Nueva Visión, 2006.
Zizek, Slavoj: Porque no saben lo que hacen, Bs.As., Paidós, 1998.
Zizek, Slavoj: Cómo leer a Lacan, Bs. As., Paidós, 2008.
Zizek, Slavoj: Sobre la violencia, Bs. As., Paidós 2009.
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