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El acting out: siendo niños aún

08/04/2018- Por Justo José Lo Cane - Realizar Consulta

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Mucho se dice acerca de los adolescentes. Mucho se habla en las escuelas de lo que no funciona: entre los adultos, con los profesionales, reuniones con padres. Charlas individuales y grupales con los adolescentes. Frases que circulan, sentidos comunes, prejuicios, moralizaciones. Este escrito nos hace pensar en el estatuto de la palabra. Escuchar es necesario para encontrarnos con la palabra como discurso.

 

 

                         

 

                                           “Flux” de Carl Krull*

 

 

  El psicoanálisis, ¿Se puede en un colegio? El espacio es acotado. Las intervenciones dentro de una institución educativa suelen encontrarse con un tope o cierto límite, determinado no sólo por las circunstancias de cada estudiante, el equipo de docentes o autoridades, sino, además, por una cuestión de infraestructura.

 

  Se espera que los sujetos vayan al colegio a estudiar y específicamente, a terminar el secundario. No por eso, la entrevista con los estudiantes debe llevarse adelante para cumplir con el rol, de manera burocrática. Tampoco es suficiente decir que se tiene un límite o que el espacio y el tiempo son acotados. Eso tampoco alcanza, no consuela. Al menos, a todos no.

 

  La mayoría de los estudiantes llegan porque en otras instituciones las puertas se cerraron. Las historias van desde la no renovación de matrícula, por la “mala conducta”, a la insistencia de las repitencias, que puede ser también, la fenomenología de aquello que insiste en seguir no funcionando.

 

  Si una puerta esta medio entre abierta, es un montón y quizás, eso si alcanza. Estar ahí, puede ser suficiente para hacer de ese momento, el momento justo y necesario: medio, entre, abre. Escuchar, en este caso, podría ser eso: ofrecer un espacio donde “entras de una manera, pero te vas pensando, distinto”, como una vez refirió un alumno respecto de una reunión con un tutor y el psicólogo del colegio.

 

  Le sirvió, dijo tiempo después y se puede entender que, dentro de un colegio, uno puede estar al servicio de eso. Ofrecer algo distinto, dentro de lo que se viene repitiendo.

 

  La mayoría de los estudiantes dicen que “cayeron acá”, cuando comentan cómo llegaron al colegio. La caída refiere a la escena del pasaje por el secundario: terminar en tiempo y forma, y en 5 años. De eso se cayeron, llegan ya caídos.

 

  Duermen en clase, no hacen nada, nada les interesa, están recaídos y no se sabe cómo ayudarlos. Ellos tampoco, son los primeros en no saberlo y muchas frases que se dicen durante las entrevistas con los alumnos, estos, ya las escucharon varias veces. El casete no sirve, por ende, es preferible callar, pero en silencio, para que surja, aparezca, aflore lo distinto a cambio de una decadencia eterna.

 

  Lo distinto no es lo desconocido por el sujeto, sino que, de ese supuesto desconocido dicho, que se repite como un casete, se puede hacer un dicho nuevo. Porque en este sentido, debe tenerse en claro una cosa, ricoteramente hablando: la dicha (lo dicho), no es una cosa alegre y a su vez, la verdad, no es toda dicha.

 

  El pasaje de estar caído no es por las vías del levantarse, ya que una vez arriba, la caída vuelve a ofrecerse como alternativa, o no se pueden levantar, por el miedo que se tiene de volver a caer.

 

  En otras palabras, no darse cuenta de lo que se dice es quedar metido adentro de lo que se cuenta. Demasiado metido, demasiado adentro, demasiado niño. Si bien se los llama adolescentes, todavía son niños, considerando, como plantea Hugo Dvoskin en “Pasiones en tiempos de Cine”, que un niño es aquel que padece la imposibilidad de contarse uno fuera de sí; ser hijo supone el quehacer que le permita sustraerse a esa mirada que es la función materna, restándose de la cuenta, para poder perder esa mirada.

 

  Hacerse otro, en lugar de hacerse encima, hacerse cortes en los brazos, hacerse el otro, hacerse mierda por el reviente, que se esconde detrás del “estoy probando” o “lo tengo controlado” -referencia a esa etapa donde el control de esfínteres no necesariamente garantiza que uno no pueda, justamente, hacerse mierda, a pesar de la ilusión de control[1]- o hacerse, siendo aquel que puede duplicarse en la posición del que cuenta y del contado.

 

  Del yo soy contado a me di cuenta[2], que es un pasaje posible de lo incestuoso -estar demasiado metido- a la salida simbólica, de ser un niño caído a ser un dichoso, o del pasaje al acto y los actings outs al acto. En un colegio, algo se puede, ya que lo que se escucha son las rendijas de esas cuentas que no estarían cerrando, para salir pensando, distinto, sin dejar de ser él mismo. ¿Qué se hace? O, ¿cómo es posible?

 

  Bueno, las cuentas no cierran, ¿y?

 

  L es alumno del último año. Ya repitió una vez en el colegio. En total, es la tercera, contando las dos veces anteriores en otros colegios. Hoy tiene 4 materias a marzo directo y 3 a diciembre, más dos previas. Hoy refiere al tiempo de la entrevista que a continuación se describe.

 

  Hoy, es también referencia a que puede que se haya dado cuenta de algo, sustrayéndose de esa posición donde no hay posibilidad para las alternativas. El momento de la entrevista, en presencia de la tutora del curso y la madre de L, es a dos meses de terminar las clases.

 

  La madre de L comienza la entrevista diciendo: “lo mismo de siempre” y considera que, a diferencia del año pasado, como el último año no se puede repetir, ya no hay manera de engancharlo. L lo único que hace es ir al gimnasio, lo que le interesa. Le comenta a la madre que el año que viene quiere tomarse un año sabático. También comenta que este año, el ultimo “no repito, pero tampoco término”; a una tía le dice que tiene miedo de crecer, que crecer es una cagada y que, en definitiva, no quiere crecer. 

 

  ¿Hay padre? La madre de L trabaja de lunes a viernes, 10 horas por día. El padre tiene un restorán, que abrió hace 2 años. Las conversaciones de L con el padre, van por el terreno de los momentos: “es momento que te consigas una novia, hijo”, “al restorán no le está yendo bien, por el momento del país”, “en este momento, llegó a pagar las cuentas, arañando”, “en este momento, me está yendo mal”.

 

  Momentos que se repiten, que hacen que L diga: “Mi viejo es un pobre tipo al que siempre le va mal”. Cuando dice los dichos del padre durante la entrevista, empieza la interpelación: al menos el restorán anda, las cuentas siempre se pagan arañando, porque uno eligió tener esas cuentas que pagar y de pronto interrumpe: “encima la novia de mi viejo es profesional, estudio una carrera universitaria y no ejerce, no hace nada, no colabora”. Entonces, hay que ver en qué momento tener novia o ver con quién uno se pone de novio.

 

  Las causas del miedo aparecen a partir de lo que L dice que le dice el padre: “me decís lo que tengo que hacer, pero prefiero no seguir tus pasos”. A L le interesa ganar dinero, vivir bien, “como a todo el mundo”. Si en los relatos del padre, se lee entre líneas cierta cuestión vinculada a la impotencia -el país, la novia, el restorán, las cuentas, no poder con todo eso-, L va al gimnasio, a ver si ahí se encuentra con algo de vigor, fuerza, potencia.

 

  La fobia a crecer es una expresión de que todavía no aparecieron las maneras, algo que ponga un término a aquello que se repite en el colegio: “me da paja, no tengo tiempo, no tengo ganas, para qué”, no hay causa, no hay fin. Durante la entrevista, se le vuelve a ofrecer a L que participe del taller de orientación vocacional. En su momento, había dicho que no, porque era al pedo, no tenía sentido, no era el momento.

 

  Ahora, hoy, elige hacerlo porque no es una fobia, sino el miedo a encontrarse con algo desconocido, lo ominoso, lo familiar que se repite o los fallidos intentos que L observa y que no alcanzan, porque no quiere llegar arañando.

 

  Si hay intención de esfuerzo, de fuerza y de vigor, que esté dispuesto a someterse a una batería de test que tienen como objetivo la orientación vocacional, es porque hoy, aparece la pregunta por la vocación, aparece la pregunta por el qué voy a hacer, en lugar de quedarse metido en las respuestas que aparecen en ese entorno.

 

  Novia, físico, gimnasio a cambio de poder dedicarse a una profesión, que es la misma critica que le hace a la novia del padre. En otras palabras, un saber hacer con eso.

 

  Ofrecer algo distinto, que no es desconocido por el sujeto y que le permite decirse nuevo. Tener fuerza de carácter; un resto, para no arañar. Que no sea “siempre lo mismo”, como los dichos de la madre y que pueda orientarse a lo distinto: un dichoso orientado, con textura.   

 

 

Nota*: Imagen obtenida en… http://www.formatartspace.dk/?attachment_id=6440

Carl Krull. Flux, 2017 (Artista Danés contemporáneo nacido en 1975)

 

  

Nota 2: el material desarrollado, respeta la lógica de los casos, pero porta las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y reserva correspondientes a cada abordaje clínico.



[1] O también “Mamá, me hago mierda”. Quedar regalados, hechos mierda, fisuras.

[2] La otra opción, como posición del “me hice o me hago solo”, es la expresión del parricidio. Soy un sin-padre, un sin ley. Un sentido único, un re-re-sentido.

 


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