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La cruel promesa neoliberal

29/06/2021- Por Facundo Schink - Realizar Consulta

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En este breve escrito, su autor analiza las exigencias de una maquinaria que impulsa a ser felices y productivos, aun frente a las condiciones complejas con que nos confronta la pandemia. Se trata de asumir una máscara, sin espacio para el sufrimiento. El tejido social se quiebra ante este imperativo individualista, que no sabe de lo común. El esfuerzo y la recompensa: siempre el mismo espejismo.

 

                  

  Escena de “The Wall” film de Pink Floyd (1982) dirigida por el director y productor Alan Parker

 

 

 

  Hoy en día, debemos ser felices. No solo es una obligación sino también una exigencia impuesta por un sistema que promete dar los medios para que cada persona logre su felicidad a través de su propio poder individual. Ser parte significa mostrarse feliz, hoy los niños y niñas deben mostrar constantemente que lo son porque eso supone, para las familias, cumplir con los ideales del que la época propone.

 

  ¿Pero, qué ocurre cuando no se alcanzan estos ideales en un sistema que transmite terror por la exclusión?

 

  El difícil momento que atravesamos nos exige a todos los seres humanos re-adaptar nuestras vidas. En un contexto imposible, debemos ocultar nuestras ansiedades y angustias para seguir cumpliendo con la expectativa de felicidad, dado que, si bien el mundo se encuentra en pausa, la lógica neoliberal no se detiene: no admite un sujeto que dé lugar a la infelicidad.

 

  Los adultos nos hemos visto obligados a digitalizar nuestra profesión para no quedar excluidos de un sistema que castiga y patologiza la improductividad. La ansiedad, la depresión y el pánico son las máscaras visibles en el consultorio de aquellos seres cuyas vidas se encuentran cada día más precarizadas.

 

  Excede a todo debate ideológico escuchar en el léxico colectivo palabras tales como “vago, ñoqui, parásito, vividor del Estado” siempre enunciadas de forma despectiva y cuyo único fin es dañar al otro.

        

  La lógica neoliberal desmerece y omite que en todo reclamo, protesta, marcha, huelga o paro ‒ya sea por comida, un sueldo digno o vacunas‒ subyace lo mismo: el reconocimiento y por sobre todo la dignidad.

 

  Como sociedad nos encontramos fragmentados, no aceptamos al semejante y hemos perdido la capacidad de solidaridad colectiva, el reclamo del otro no nos interesa, tampoco si gana acorde a la responsabilidad que su labor conlleva. No empatizar, no tolerar que el otro se queje o reclame sus derechos es ser funcional a este mecanismo que tiene como máxima que cada quien debe lograr ser feliz con sus propios recursos.

 

  La escuela no queda por fuera de este conflicto ideológico, se puede ver con claridad en la tensión entre lo público vs lo privado. Pareciera ser que la escuela pública, con sus guardapolvos blancos intenta resistir, como puede, a la lógica empresarial que al convertir la educación en un servicio ofrece un producto que lo público, por causas que le exceden, no puede igualar.

 

  La pandemia profundiza la desigualdad. Las diferencias se hacen presentes. Queda en evidencia la grieta que hay entre aquellos niñxs con posibilidad de acceder a la virtualidad frente a aquellos niñxs que no, quedando excluidos de la escuela por no tener garantizado el acceso a una computadora.

 

  La realidad es cruda, ir al colegio con ventilación cruzada es un sufrimiento para quienes no pueden acceder a un abrigo. Frente a este abandono, la estrategia del neoliberalismo es no dar respuesta, dado que abrigar a un alumnx representaría una pérdida. Entonces la responsabilidad recae en las familias, martirizadas por un engranaje que con crueldad sugiere que si no pueden abrigar a unx hijx es porque “no han trabajado lo suficiente”.

 

  Lo mismo ocurre con aquellas subjetividades emergentes dentro del aula: los padres y madres “hicieron algo mal” y para que este niñx pueda ser incluido dentro del dispositivo áulico, deberá adquirir una nueva condición “especial”. Es así como surgen los “Oposicionistas, los TEA, los TDAH”, diagnósticos que se alinean perfectamente al sistema imperante, aniquilando la particularidad del sujeto y ofreciendo pastillas. Privatizando, también, el sufrimiento de los padres.

 

  No ser parte implica un golpe a una corta edad, categorizado como fracaso. La medicalización de la infancia es la cruel promesa que el neoliberalismo le hace a esas familias: su hijx no será excluido. Ofrece un niño “normal y feliz”, pero al costo de sacrificar la infancia.

 

  La infancia está hecha de experiencias. Recorridos variables y diversos. Entonces, no se trata de suponer e idealizar que hay una única forma de atravesarla. Las infancias son todas diferentes según las posibilidades del niñx, las condiciones, los otros con quien se encuentre y su forma de transitar la escuela y otras instituciones.

 

  Quedan responder los interrogantes: ¿Por qué las escuelas no siempre pueden preservar lo singular de todos lxs niñxs que pasan por ella? ¿Qué resistencias se presentan frente a las distintas subjetividades que allí emergen? En cualquier caso, las respuestas culpabilizadoras y estigmatizantes no parecen ser la respuesta.

 

 

Bibliografía

 

-Bleichmar, Silvia; (2008). Violencia social - Violencia escolar. Sobre la puesta de límites y la construcción de legalidades. Buenos Aires. Noveduc.

 

-Untoiglich Gisela; (2020). Las promesas incumplidas de la inclusión. Prácticas desobedientes. Buenos aires. Noveduc.

 

 

 

 


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