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Ser trabajador/a de la educación y morir en el intento

03/08/2018- Por Natalia Ledesma - Realizar Consulta

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La escuela pública está de luto, la tragedia que se llevó a dos trabajadores de la educación, ha producido una tristeza enorme en toda la comunidad. En tiempos difíciles, esta terrible noticia nos lleva a la reflexión. Transitar el luto, sin perdernos en la soledad. Quedarnos con la transmisión. Continuar con lo que nos toca…

 

 

 

            

                     Sandra Calamano                          Rubén Rodríguez

 

 

 

  Hoy, en una escuela primaria del gran Buenos Aires murieron la vice directora del establecimiento y un auxiliar, producto de la explosión producida por una pérdida de gas que había sido informada seis veces ante el consejo escolar correspondiente[1].

 

  El responsable del mencionado consejo brindó como excusa ante la negligencia, el hecho de que “no hay presupuesto para el mantenimiento necesario de la infraestructura escolar”, como si el presupuesto dependiera de un factor azaroso y no de una decisión política.   

 

  La escuela estalla. Resiste como puede. Pero no nos olvidemos de algo: no se trata de voluntarismo. La escuela resiste porque es una construcción colectiva. Pero hoy a lo colectivo se lo califica de “mafia” cuando intenta defenderse con medidas de fuerza ante la baja de salarios y las pésimas condiciones edilicias, o se lo acusa de tener de rehenes a los chicos.

 

  De la misma manera y con la misma ligereza, los comunicadores mediáticos piden mesura y que no se “politice la desgracia”. Porque al parecer la desgracia no tiene responsables. Vendrían a ser esas cosas del destino.

 

  Hoy se habla de una “educación que apunte a la excelencia”, desanudándola de la política. Dependería exclusivamente de “el esfuerzo de cada uno de nosotros”.

 

  El discurso técnico actual, con su burocracia, cuantifica los fenómenos. Mediante el slogan de la modernización, deshace las estructuras que permiten que la escuela se sostenga. Medir el desempeño, exigir puntaje en la capacitación, optimizar los recursos, demandar eficacia, eficiencia: cuantificar los fenómenos que forman parte de la realidad de la escuela.

 

  El fin es obvio. Recortar, achicar, desatender. En ese discurso técnico no hay contexto. No hay sentido de lo colectivo. Pero, sobre todo, no hay humanidad. Es la escuela deshumanizada.

 

  Apenas ocurrió la noticia empezaron a circular palabras de quienes conocieron a Sandra, una persona amorosa, copada, comprometida. Una referente de compromiso, militancia. Verdadero ejemplo de trabajo, lucha y docencia.

 

  “Tenemos un derecho y los estamos ejerciendo”, dice Sandra en un video del 2016 que se viralizó, en el marco de la movilización para exigir la defensa del Programa de Orquestas y Coros infantiles y juveniles para el Bicentenario. Este programa fue un paradigma de educación inclusiva. Abriendo el acceso a la formación musical de calidad para niños y jóvenes de sectores populares.

 

  Para que la escuela pública y el derecho a la educación sean posibles es preciso un Estado que crea en la escuela, y que crea en lo común.

 

  Se habla de “cada uno”, se alude a “el granito de arena”. Esta lectura individual nos hace culpables de lo que sufrimos, responsables de lo que falta.  

 

  Escuela inclusiva, pluralidad, democratización, diversidad, son términos presentes en la normativa actual sobre educación. Todos estos términos tienen que ver con lo común. ¿Pero cómo armar vínculos, formar grupos, generar espacios de pertenencia -funciones de la escuela- en tiempos de individualismo, de ruptura del lazo social, de cuestionamiento a las instituciones? Es un trabajo arduo, cotidiano, sostenido. Es el desafío real.

 

  No se trata de ser mártires. De morir en el intento. Sino todo lo contrario: generar las condiciones para un estado de bienestar colectivo, que  aporte al bien común.

 

  La época, en general, y el panorama político actual en particular, instalan un mecanismo de inculpación individualista, que interpreta el sufrimiento como destino personal. Los sujetos quedan desnudos frente a un absurdo oasis: el imperativo de felicidad.

 

  Allí nos llevará el propio esfuerzo, el propio mérito, el camino de la privación, la culpa por no ser felices conduce a más necesidad de privación. Este círculo de sumisión, esta cabeza agachada de una sociedad infantilizada, este arrasamiento subjetivo barre cualquier posicionamiento político y apertura al otro. Las personas como Sandra desmienten este panorama gris.

 

  Si no hay colectivo, hay desamparo. Sin instituciones que regulen la vida en sociedad ¿Qué nos queda? Reino de la agresividad, envidia y división. Nunca más vigente la tesis freudiana: al desamparo se responde con cultura.

 

  Por eso es preciso resistir y organizarse más que nunca. Sostener el sentido de la escuela como armado con otros. Reafirmarla como lugar de pertenencia, haciendo de las aulas una experiencia de inclusión real.

 

  Para que la escuela no estalle.

 

 

 



[1] El 2 de agosto de 2018, en Moreno, Provincia de Buenos Aires, Argentina, la vicedirectora de la escuela 49 y un auxiliar murieron luego de la explosión de una garrafa de gas que funcionaba precariamente como calefacción. El hecho se  produjo minutos antes de que los alumnos comenzaran a llegar al lugar. Los padres y docentes relataron al periodismo que la pérdida de gas ya había sido denunciada en seis oportunidades sin ser solucionada.

 

 


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