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Entrevista a Alfredo Jerusalinsky

25/05/2014- Por Viviana Kahn - Realizar Consulta

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Una entrevista que, a modo de viaje, nos permite ir contemplando los derroteros de un psicoanalista llevado al exilio, sus búsquedas y sus hallazgos, las puertas que se le abrieron y aquellas que él mismo fundó y franqueó. Su ejercicio del debate, la exigencia de rigor y una fuerte participación en equipos interdisciplinarios fueron pilares a la hora de desplegar las contribuciones del Psicoanálisis en la difícil práctica clínica con niños con problemas graves, hasta el punto de hacerlas entrar en ámbitos como la política y la Salud Pública. Es allí, donde propone, como proyecto de ley, un instrumento cimentado sobre bases psicoanalíticas en un intento de recuperar al Sujeto expulsado del discurso médico.

 

 

Contribuciones del Psicoanálisis a la Salud Pública

 

 

 

- ¿En qué circunstancias migró usted a Brasil?

 

- En inicios de 1977, cuando la represión de la dictadura militar conducida por Videla desplegó sus acciones más sanguinarias –lo que le costó la vida a varios de mis compañeros dentro y fuera de la Universidad– me vi obligado a dejar la Argentina. Fui un inmigrante ilegal en Brasil durante los primeros cuatro años. Llegué a recibir una intimación de la Policía Federal Brasilera para dejar el país en una semana. Como no tenía pasaporte (ni podría obtenerlo) mi destino sería la repatriación, lo que tornaría, como mínimo, improbable mi sobrevivencia. La intervención de instituciones y colegas de investigación y atención en el área de la salud y de la educación a los cuales yo estaba ligado, y también la ayuda de un ministro brasilero sensible a esas circunstancias, me permitieron regularizar mi situación. En 2014 se cumplieron 37 años de mi llegada a Brasil.

 

- ¿Qué lo llevó a ese destino en particular?

 

- En la Argentina, por entonces, me desempeñaba como docente ayudante en la cátedra de Sara Pain y como Jefe de Trabajos Prácticos en la de Emilia Ferreiro cumpliendo también otras actividades en la Universidad de Buenos Aires, cargos de los que fui cesanteado –como ocurriera con la mayoría de los docentes universitarios– por la intervención militar. Al mismo tiempo trabajaba en el Servicio de Neurología Infantil del Hospital Gutiérrez (por entonces el hospital de niños de más alta complejidad en la ciudad de Buenos Aires) con la Dra. Lydia Coriat, fundadora, junto al Dr. Antonio Lefevre (neurologista brasileiro), de la neuropediatría en Latinoamérica. Por tales motivos había sido invitado algunas veces a dictar seminarios y conferencias en las ciudades de San Paulo y de Porto Alegre sobre intervenciones psicoanalíticas y educacionales en niños severamente perjudicados. A su vez, en mi papel de instructor de residentes del Hospital Gutiérrez en el área de maduración, desarrollo psicológico y constitución psíquica, trabé amistad con el médico brasilero –entonces residente de ese hospital– Dr. Paulo Cézar Brandão que estaba cursando la especialidad en desarrollo infantil en la Argentina. Al saber de mi situación me ofreció refugio en su casa en Porto Alegre y junto con él fundamos el Centro Dra. Lydia Coriat (fallecida en 1981) de esa ciudad. Además, mi dominio de la psicología genética me valió el ser invitado a participar en GEEMPA (Grupo de Estudo do Ensino das Matemáticas de Porto Alegre liderado por la actual diputada federal Esther Grossi) donde, poco después me hice cargo de la dirección de una investigación sobre la enseñanza y la adquisición de la escritura que duró cuatro años. Fue curioso porque oficialmente yo era el director de una investigación financiada por el CNPq y la Secretaría de Educación del Estado de Río Grande do Sul, pero oficialmente yo no estaba en el país. Eso fue posible gracias a la calidez y solidaridad con que fui recibido en la comunidad profesional en Brasil al mismo tiempo que demuestra que el pensamiento es capaz de vencer fronteras.

 

- ¿Puede contarnos cómo fue su inserción como psicoanalista dentro de la comunidad brasilera?

 

- Uno de mis primeros gestos fue dirigirme a las librerías de la ciudad y preguntar cuáles textos de Lacan estaban disponibles en portugués. Para mi sorpresa nadie lo conocía ni por el nombre. Posteriormente supe que ya existía el seminario XI “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” como la primera publicación de Lacan en portugués, lengua a la cual había sido traducido por Jaques Laberge, destacado psicoanalista de Quebec que se radicara en Recife (Pernambuco). Pero ese libro no estaba disponible ni era conocido en Porto Alegre ciertamente por el efecto indirecto de censura provocado por la opción kleiniana totalmente unívoca de la Sociedade Brasileira de Psicanalíse (IPA) local. Esta Sociedad (SPPA - IPA), que en aquella época era totalmente hegemónica, ejercía por entonces un rígido control de la circulación del psicoanálisis restringiendo su divulgación y, consecuentemente, también la extensión de su implementación clínica y social. Solamente tenían acceso a la formación médicos psiquiatras, lo que causó que un buen número de médicos que no habían elegido ser psiquiatras fuesen a formarse en la Argentina, en la APA, donde hasta entonces se exigía solamente la condición médica. Fueron precisamente esos jóvenes psicoanalistas brasileros formados en la Argentina, sumados a un numeroso conjunto de psicólogos estudiosos del psicoanálisis (la Sociedad de Psicología local había comenzado a invitar a nuestro querido colega Roberto Harari para dictar seminarios de Freud y Lacan) y un pequeño núcleo del Círculo Brasilero de Psicoanálisis (seguidores de Igor Caruso) los que me abrieron puertas para la práctica del psicoanálisis en la ciudad a la que acababa de llegar. Un psicoanalista vienés, el Dr. Siegfried Kronfeld, que había huido de Austria durante la Segunda Guerra Mundial, me abrió generosamente su enorme y maravillosa biblioteca de psicoanálisis ya que yo había llegado acompañado apenas por los tres volúmenes de las Obras Completas de Sigmund Freud editados en 1948 por López Ballesteros. Siendo mi mayor experiencia clínica con niños con problemas graves (psicóticos, autistas, portadores de síndromes genéticos o de problemas neurológicos), médicos, psicólogos y educadores locales rápidamente me convocaron a formar parte de sus filas en equipos interdisciplinarios de atención social y de formación de profesionales. En esos equipos pude continuar desplegando las contribuciones del psicoanálisis en esa difícil práctica clínica.

 

-  ¿Cómo fueron los primeros tiempos?

 

- Los miembros de la SPPA-IPA no estaban autorizados a enseñar cualquier cosa vinculada con el psicoanálisis fuera de los límites de su institución, lo que se contraponía a una intensa demanda de disponer de los conocimientos y principios psicoanalíticos para su inserción en la clínica de la salud mental y para que su práctica se extendiese al campo del discurso social y de la praxis cultural. Fue en esa brecha que encontró su lugar mi ofrecimiento de formar grupos para leer Freud y Lacan siguiendo el programa y el modelo que había aprendido con Oscar Massotta y Raúl Sciarreta. Rápidamente se reunieron más de 100 psicólogos, médicos, filósofos, literatos, estudiantes deseosos de aprender lo que del inconsciente el psicoanálisis había descubierto y demostrado en sus –en aquel momento– 80 años de existencia. Lo sorprendente fue que hasta el año de 1989 en que fundamos la Associação Psicanalítica de Porto Alegre (APPOA) ese número reunido en grupos de estudio y lectura se renovó año tras año mientras al mismo tiempo crecían y se fundaban nuevos agrupamientos psicoanalíticos con diversidad de orientaciones. Se ganaba con eso el imprescindible ejercicio del debate y la exigencia de un rigor determinado por las consecuencias de una praxis diciendo “no” a cualquier complicidad sostenida en un incierto consenso.

 

- ¿Qué puntos de confluencia y divergencia encuentra entre la clínica psicoanalítica en Brasil y en Argentina?

 

- Sabemos que la posición del inconsciente está marcada por el imperativo que, bajo la forma de un Otro, la cultura, a través del discurso, impone. Esto es algo común al sujeto de cualquier geografía. Pero justamente por el hecho de ser la cultura la que establece la red en la que el sujeto tiene que decidir su singular representación, ella también incide imponiendo repeticiones que hacen diferencia de grupo a grupo, tribu a tribu, etnia a etnia, nación a nación, lengua a lengua. Es un lugar común afirmar que Brasil es un país más bien maníaco que contrasta con la melancolía Argentina, samba y tango lo demuestran. Pero como toda cultura tiene sus momentos de fiesta y su corazón perdido, ahí está la chacarera para demostrar que el espíritu argentino no sólo es triste y, del otro lado, los brasileros transitan por la letanía en los senderos de la bossa nova o en los versos de Fernando Pessoa. Sin embargo esas no son las principales diferencias. Brasil es un raro caso de politeísmo exitoso mientras que la Argentina –como todos los países oriundos de la colonización española– es absolutamente monoteísta. En Brasil conviven etnias y minorías nacionales que tienen grandes diferencias entre sí y que conservan sus trazos culturales originarios. En cambio, la Argentina se caracteriza por una población mucho más homogénea y europeizada que lo que demuestran los otros países de América. Un psicoanalista, por ello, se confronta, en Brasil, con formas sintomáticas que son raras o inexistentes en la Argentina y también con una mayor diversidad discursiva.

 

- Usted dirigió la investigación que dio lugar a la formulación de un proyecto de ley, que, de ser aprobado, tornaría obligatoria, en Brasil, la aplicación del protocolo de detección temprana de riesgos psíquicos para el desarrollo infantil, en todos los niños brasileros de 0 a 18 meses. ¿Cómo surgió la idea?

 

- Ese proyecto (PLS 451 de 2011) ya fue aprobado de forma unánime por el Senado Nacional y actualmente se encuentra a consideración de la Cámara de Diputados. Sólo después de su aprobación por esta instancia y refrendado por la Presidenta de la Nación entraría en vigor. En Brasil, existe una “Cartilha de saúde da criança”, pequeño manual de orientación pediátrica que prescribe los procedimientos, referencias y parámetros para la prevención y el acompañamiento del desarrollo de los niños durante el primer año y medio de vida. Pero en esas prescripciones nada había respecto a los procesos de constitución del sujeto psíquico, y decimos que nada había porque un primer efecto de la investigación citada ha sido que se incorporaron a esa cartilla tres pequeños ítems que refieren condiciones psíquicas de los bebés. Hoy en día sabemos que el desarrollo infantil es una resultante compleja de la intersección entre los factores biológicos (genéticos, neurológicos y metabólicos) y los procesos psíquicos. Esa intersección es especialmente sensible en los tres primeros años de vida y sobre todo durante los primeros 18 meses. Además está comprobado y es consenso mundial que cuando hay fallas en esos procesos la intervención temprana tiene una eficacia mucho mayor que cuando se interviene más allá de esas edades. Por eso ya no es coherente que se preste atención solamente a los factores biológicos y se omita evaluar la marcha de los procesos constituyentes del psiquismo. Habida cuenta que sobre estos se han acumulado, en más de 100 años de psicoanálisis, conocimientos más que suficientes para establecer un adecuado monitoreo paralelo y simultáneo al que ya hace varias décadas se realiza y se considera obligatorio en los procesos biológico-madurativos durante la primera infancia. Se trataba, entonces, de crear un instrumento que, inspirado en las contribuciones psicoanalíticas, permitiese a los pediatras y cuidadores primarios detectar fallas en manifestaciones nodales de la relación del niño con el “otro”. Lo colocamos aquí entre comillas porque se trata del modo en que el pequeño interioriza lo que ese otro le impone y al mismo tiempo le ofrece, y no meramente del otro exterior que suele ser objeto de la puericultura. Se trata no de prescribir un comportamiento adecuado sino de detectar si lo que está ocurriendo en la relación madre-hijo viabiliza la instalación de un sujeto o si la ausencia de las operaciones necesarias para ello coloca en riesgo esa instalación. El término "instalación" no es usual pero si evocamos la resonancia que ha adquirido en el arte contemporáneo aparece muy adecuado para denominar un proceso (el de la inscripción de un sujeto) que, aunque inacabado, contiene las llaves de una lectura que precisa ser realizada por otro y no por su autor. Crear un instrumento apto para ser usado durante la consulta pediátrica sin demasiada extensión temporal y fácil de transmitir, de modo que pudiese ser incorporado a la práctica habitual sin exigir cambios ni ampliaciones de presupuesto ni de la planta hospitalaria. Aplicable, entonces, al conjunto de la población infantil. Una contribución del psicoanálisis al campo de la salud mental (véase el deseo de Sigmund Freud en el Congreso Internacional de Psicoanálisis en Budapest en 1919) sin distinción de status económico y anticipándose al momento en que el niño podría correr serio riesgo de ser capturado en cualquier tendencia innecesariamente medicalizante. Tal nuestra pretensión inicial que, además, exigía la verificación de la validez de los indicadores elegidos porque estábamos, y aún estamos, un poco cansados de que se insista en esa pavada de que el psicoanálisis no ofrece pruebas de lo que sostiene cuando, en realidad, es la vida misma la que ofrece pruebas de lo que el psicoanálisis apenas se dispone a transcribir. Los psicoanalistas no pasamos de mansos escribas que colocamos en letras lo que la vida de las personas nos dicta. Lo extraño es que a algunos eso aún les parece poca ciencia.

 

- ¿Cómo fue el proceso de entrada de esta herramienta en el ámbito político?

 

- Conversando con una destacada pediatra fuertemente ligada al Ministerio de Salud, Dra. Josenilda Braun, fue que, durante el año 1999, surgieron estas ideas. Contando con la iniciativa de la profesora del Instituto de Psicología de la Universidad de San Paulo, Dra. Cristina Kupfer, se formó un pequeño grupo interdisciplinario inicial que enseguida se amplió a 25 colegas psicoanalistas de diversas regiones del país para responder a lo que ya se había constituido como una demanda del Ministerio de Salud. Ese grupo de conducción, al que cupo construir todo el proyecto, contó con la coordinación nacional de Cristina Kupfer, quien tuvo la generosidad de nombrarme Director Científico del conjunto de la investigación. Detectar riesgo tempranamente cabía muy bien en las preocupaciones oficiales por expandir las políticas públicas de prevención, especialmente en la infancia. Por ello, y por la consistencia del anteproyecto presentado, se logró el apoyo de la FUSP (Fundación de la Universidad de San Paulo), del CNPq (Conselho Nacional de Pesquisa), del Instituto de Psicología de la USP, de instituciones de larga tradición y experiencia en el campo de la estimulación, la detección y las intervenciones tempranas, tales como el Centro Dra. Lydia Coriat de Porto Alegre, el CPPL (Centro de Pesquisa, Psicanálise e Linguagem, de Recife), Lugar de Vida-EscolaTerapêutica da USP, y de los hospitales públicos y puestos de salud (11 en total) en las diez capitales brasileras en que la investigación se desarrolló. Una vez concluida la investigación, el protocolo validado junto a un conjunto de 18 síntomas conclusivos –que se manifiestan durante el cuarto año de vida cuando el riesgo psíquico permanece– fue presentado en diversas reuniones científicas y académicas, así como debidamente aprobado por el CNPq y la FUSP.

Tomé, entonces, la iniciativa de proponer un proyecto de ley que llevase ese instrumento a un uso generalizado y no meramente a un uso casual que, de hecho, enseguida de validado comenzó a ocurrir: a los pocos meses ya eran más de 60 las instituciones clínicas que pasaron a utilizarlo en diversas regiones del país. La Senadora del Congreso Nacional Angela Portela (PT del Estado de Roraima) se dispuso a formular el proyecto en términos jurídicos y, contando con la aprobación de las Comisiones de Salud (la relatora fue la Senadora Nacional Marta Suplicy), de Derechos Humanos y de Asuntos Sociales, disponiendo del apoyo de la Secretaría de Derechos Humanos de la Presidencia de la Nación, el 14 de setiembre de 2013 tuvo sanción favorable por unanimidad en el Senado Nacional.

 

- ¿De qué manera se produjo la interlocución con otros discursos, tales como el jurídico o el de la medicina, por tomar solo dos ejemplos?

 

- La investigación exigió la participación de 250 investigadores residentes en las diez ciudades participantes. De ellos 92 fueron pediatras, cerca de 100 psicoanalistas, un pequeño grupo de psiquiatras, el equipo de metodólogos de la Facultad Paulista de Medicina, un conjunto de estudiantes de psicología y de post graduación que cumplieron el papel de monitores, también fueron consultados sociólogos en el campo de la epidemiología. Para confrontar la validez de los indicadores de riesgo para la incidencia del psiquismo en el desarrollo infantil (IRDI) se evaluó a los niños considerados en riesgo en la detección inicial mediante un instrumento de referencia psicoanalítica (AP3 –Avaliação Psicanalítica dos 3 anos) construido ad hoc, comparando los resultados de esa evaluación con la aplicación de un protocolo de observación psiquiátrica de uso consensual en esa edad. Los pediatras más jóvenes se mostraron más reticentes que los de mayor experiencia. Eso parece indicar un aumento de las tendencias mecanicistas y reduccionistas, cosa que ocurre no sólo en la medicina sino también en la psicología actual.

 

- ¿Considera que la voz del psicoanálisis es escuchada dentro de la política pública en Salud Mental?

 

- Con la intervención del psicoanálisis desde inicio de siglo hasta la década del '70 en el campo de la salud mental disminuyó a un tercio la población internada, contribuyó fuertemente a detener la masacre lobotómica (32.000 lobotomias en EEUU y Europa en la década de 1930), limitó significativamente el uso del electroshock y humanizó marcadamente la posición social y el tratamiento de los enfermos mentales, haciendo retroceder fuertemente la línea de frontera entre lo normal y lo patológico. A pesar de ello, el surgimiento de lo que podríamos llamar quimiopsiquiatría a partir de los años '80, en alianza con la presión expansiva de la industria farmacológica y con el auge de los sistemas psicopatológicos clasificatorios destinados a facilitar tanto la administración como el control y no la comprensión ni el conocimiento de las enfermedades mentales, dieron como resultado el resurgimiento de la resistencia contra el psicoanálisis -que en realidad hoy es una resistencia al sujeto del inconsciente porque éste escapa al control de los sistemas corporativos- y la recaptura de vastas extensiones de la población dentro del territorio de lo que hoy se redefine como “trastornados”. Las políticas públicas de Salud Mental en todos los países sufren la incidencia de la globalización liderada por los EEUU de América identificándose con las posiciones de la American Psyquiatric Asociation, (autora de los DSM del I al V) y, por esa vía, padecen del mismo “trastorno”.

 

- ¿Piensa que será posible la inclusión del protocolo aquí en Argentina?

 

- El contenido del protocolo es ciertamente compatible en la medida en que es indudable la analogía de nuestros países en lo que concierne a los cuidados primarios en la infancia. Sin embargo me inclino por la prudencia de validarlo localmente, contrariamente a lo que se ha hecho con la aplicación de tests americanos como el Bayley, el M-CHAT o la escala ABA, destinados a medir funciones psicológicas (no a detectar estructuras psíquicas) o comportamientos. Ya está en marcha un proyecto de validación del IRDI en el Instituto de la Facultad de Psicología de la UBA, proyecto en el que yo participo junto a FEPI (Fundación para el Estudio de los Problemas de la Infancia – Centro Dra. Lydia Coriat) y que está a cargo de la profesora Norma Brunner.

 

- Teniendo en cuenta que el DSM se administra con intención nominativa, considerando el problema como trastorno a ser eliminado ¿Cómo pensaron el protocolo de indicadores de riesgo psíquico en el desarrollo?

 

- Lo pensamos a la inversa. Los indicadores son operaciones en la relación madre-hijo o cuidador-niño que es necesario que ocurran. Es su ausencia lo que indica el riesgo. Dicho de otra manera, el clínico es inducido a buscar el indicador de salud y no el de enfermedad, tampoco una medida que sitúe al niño en una escala de valor, y mucho menos que pronostique un diagnóstico. Cuando los indicadores son recortados para detectar enfermedad lo que suele producirse es una falsa epidemia; plena demostración de ello son los efectos producidos por el DSM IV (el V seguramente será aún peor) en lo que concierne a las falsas epidemias de autismo, bipolaridad, TDAH, depresión.

 

- ¿Qué particularidades tiene dicho protocolo respecto al DSM?

 

- El IRDI no es clasificatorio. La ausencia de una operación necesaria en la construcción del sujeto psíquico no informa ni las razones de su falla ni el modo de resolverla. Por lo tanto sólo levanta un interrogante que debe ser respondido por el niño y su madre.

 

- En los tiempos previos al psicoanálisis, la dimensión del sujeto en el discurso médico estaba excluida y fue eso mismo aquello que llamó al desarrollo de nuestra práctica. Hoy en día, en tiempos del DSM, parece retornar algo de la exclusión del sujeto ¿considera que los analistas tenemos alguna responsabilidad en este cambio?

 

- La primera parte de su pregunta fue respondida más arriba. Respecto a la segunda, los médicos y los psicólogos clínicos responden genéricamente a la vocación de curar. Esta palabra no tiene la misma extensión simbólica en psicoanálisis. Podríamos decir que el psicoanalista responde más al imperativo de saber que al imperativo de “curar” y, desde ese punto de vista no tendría la obligación de “curar” en el sentido médico. Sin embargo, me parece necesario puntuar que si bien el psicoanalista no tiene la obligación de curar al que no está enfermo o sea cuando se trata de la elaboración de un conflicto cuya estructura todos compartimos sí la tiene cuando es demandado a intervenir en un caso de enfermedad –o sea cuando el daño en la estructura psíquica entorpece el acto de vivir. Es una tarea interdisciplinaria establecer la frontera entre lo normal y lo patológico, tarea en la que cabe al psicoanalista el decisivo papel de demostrar la lectura del fantasma inconsciente que determina al sujeto anudando un cierto modo de funcionar a su cuerpo, porque es en esa costura que podemos aproximarnos a esclarecer el límite entre lo normal y lo patológico y no en la invención de categorías clasificatorias o mediante reduccionismos mecanicistas.

 

- ¿Qué preguntas debemos formularnos los psicoanalistas en relación a los distintos discursos “psi” que hoy están en boga?

 

- Los comportamientos existen y constituyen un campo válido de observación de hábitos y costumbres pero el comportamentalismo, por el hecho mismo de reducirse a la colección o modificación de estos, resulta incapaz de descifrar y comprender sus razones y su significación. Así, interviene sólo sobre el epifenómeno y no sobre su estructura ni su causa (vale en este punto comentar que resulta extraño que un procedimiento que no opera sobre la causa sea considerado científico). Por eso, al intentar suprimir o modificar comportamientos corre el riesgo de anular algo esencial para ese sujeto, justificando su imposición en el simple hecho de que tal o cual comportamiento o tal o cual raciocinio no corresponda a la tabla oficial de “normalidad”. Por agregado, la terapia cognitivo-comportamental borra al sujeto de esos comportamientos ya que lo ignora y excluye por completo de las decisiones sobre su praxis. Es natural que la práctica médica o la psicología funcionalista encuentren gran facilidad en ponerse de acuerdo con ese modo de ver las cosas porque, en suma, es el modo que les es propio, o sea, decidir el acto clínico sin consultar a ese otro que, en tanto paciente, es precisamente el sujeto que soportará los efectos de esa intervención. Lo que ocurre es que el hígado o el metabolismo no obedecen a los mismos principios que el odio, el amor, los compromisos, la reciprocidad, el cuidado, el deseo, la demanda, la angustia, la frustración, el duelo, la resignación, la simpatía, el horror, lo siniestro, el placer, la compulsión, la preferencia, la elección, la pasión, la ternura, la representación, las identificaciones, la atracción sexual, la seducción, la envidia, la culpa, los celos, el enojo, el saber, la ignorancia, la sorpresa, el ocio, la fiaca, la felicidad, la amargura, la ausencia,el desprecio, la valorización, la recordación, el olvido, el extrañamiento, el terror, la placidez, etc. Y todos estos no son comportamientos, siendo que de ellos o su falta la gente se puede, también, enfermar psíquicamente y, dependiendo de su intensidad y prolongación también pueden determinar que el cuerpo se enferme. Que el lenguaje los determine no quiere decir que basta con hablar. Hay que saber lo que se dice. Quien sabe es el sujeto del inconsciente, que no se “comporta” pero da señales, signos y letras que –para quien no se engolosina con la evidencia superficial de los comportamientos– se tornan legibles con la condición de que se haya escuchado el argumento que las inspira, o sea, la vida y la historia del sujeto al que pertenecen.

Del otro lado, reducir el funcionamiento mental al neurometabolismo no sólo es una posición anticientífica –en la medida en que ignora activamente innúmeras variables intervinientes en el fenómeno– sino también una encubierta maniobra contra la cultura: que Guernica requirió neurotransmisión para ser pintada es cierto, pero también es cierto que requirió el impacto sobre la sensibilidad representacional de Picasso causado por el sanguinario bombardeo de las fuerzas de Franco contra las fuerzas republicanas y la población española.

Por el lado de la psicología genética o la funcionalista, si bien es cierto que la lógica de lo real forma parte del psiquismo ella es incapaz de comprender el deseo del sujeto ni la lógica que de ese deseo deriva. Así, saber que la rueda facilita un desplazamiento físico no constituye el chofer que decide para donde ella rodará. Cuando hay una falla, las consecuencias son muy diferentes si ella está en la cuadratura de la rueda o en la inexistencia o fragilidad del chofer, o en ambas. Así, por ejemplo, podríamos decir que el autismo es una rueda redonda pero sin chofer. Esos son los problemas que el menú psi contemporáneo nos presenta a los psicoanalistas.

 

 

Alfredo Jerusalinsky

Es Licenciado en Psicología de la Universidad de Buenos Aires, con Maestría en Psicología Clínica (PUCRS).

Es Psicoanalista Miembro de la Association Lacaniènne Internationale.y de la Asociación Psicoanalítica de Porto Alegre. Doctor en Psicología en Educación y Desarrollo Humano (USP).

Presidente Honorario de FEPI (Fundación para el Estudio de los Problemas de la Infancia de la República Argentina), desde 2006 hasta la actualidad.

Profesor invitado del Instituto de Psicología Pos Graduação de la Universidad de São Paulo y del posgrado de la Universidad Nacional de Buenos Aires

Se desempeñó como Coordinador Científico de la Investigación de “Indicadores de Riesgo en el Desarrollo Infantil” (Ministerio de Salud, CNPQ, FAPESP, USP) del 2000 al 2009.

Es Director del Centro de Clínica Interdisciplinaria de la Infancia y Adolescencia “Dra. Lydia Coriat” de Porto Alegre, RS Brasil, desde 1978 hasta la actualidad. Y asesor de Clínica e Investigación del IPREDE (Instituto de Prevención del Desarrollo y de la Desnutrición Infantil – Fortaleza, Ceará, Brasil –, desde 2012 hasta la actualidad)

 

Autor, entre otros libros de:

“Psicanálise do Autismo”. São Paulo: Instituto Langage, 2012.

“O Livro Negro da Psicopatologia Contemporânea”. (Alfredo Jerusalinsky e Silvia Fendrik org.) São Paulo: Via Lettera, 2011.

“Para compreender a criança: chaves psicanaliticas”. São Paulo: Instituto Langage, 2011.

“Saber Falar” Como se adquire a língua. Rio de Janeiro: Vozes, 2008.

“Quem fala na língua? Sobre as psicopatologias da fala” (org. Ângela Vorcaro). Salvador Bahia: Ágalma, 2004.

Psicanálise e Desenvolvimento Infantil. 1ª Edição (1989) Editora Artes Médicas, Porto Alegre, e 2ª edição corrigida e ampliada (1998), Editora Artes e Ofícios, Porto Alegre. (Atualmente se encontra na 6ta. Edição).

 

 

 


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