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Entrevista a Hugo Vezzetti09/09/2004- Por Emilia Cueto - Realizar Consulta

El comienzo de lo que podría ser una implantación extensa del psicoanálisis en el mundo se da a partir de los años 20, no antes. El tema de la sexualidad es un tema que interesa, y ahí, aparecen relaciones con Freud. Yo creo que el núcleo sexológico ha sido predominante en la recepción popular, no así en la recepción médica. En esta última, ha sido más preponderante el núcleo que tenía que ver con Freud como alguien que alimentaba un campo, que también era novedoso para la psiquiatría, que era el campo de la psicoterapia. La idea que empieza a imponerse ya en los años ‘30 de que la psiquiatría no puede prescindir de ciertas herramientas de trabajo en el campo psicoterapéutico.
-Ud. es profesor titular de la cátedra I de Historia de la Psicología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. ¿Cuál es la posición de los alumnos ante la historia?
-No es fácil de responder. Habría que consultarlos a ellos. Nosotros nos encontramos con posiciones más o menos típicas. Evidentemente, hay un sector importante de alumnos a los cuales la historia no les importa demasiado. En la medida en que tienen ya más o menos definida una orientación en la que quieren formarse en Psicología, que en general, está en relación a la búsqueda de una formación psicoanalítica y, por lo tanto, están más orientados a lo que podrían ser las certezas de las posiciones psicoanalíticas presentes, más que a interrogarse sobre los debates, las transformaciones y los cambios históricos. Pero al mismo tiempo siempre hay un núcleo que se interesa por el tipo de orientación que proponemos, más bien abierta, pluralista y, también, tratando de mostrar que la historia es una suerte de preventivo contra cualquier dogmatismo, porque cuando uno toma con un suficiente lapso de tiempo las transformaciones de las convicciones, las certezas, las seguridades en cuanto a teorías, conceptos, métodos, se da cuenta que nada puede darse por definitivo. En general, se podría decir, que nuestra materia no es de las que provoca indiferencia. Hay quienes se interesan mucho, se comprometen, y quienes no, incluso me da la impresión que les molesta en la medida en que es una materia un tanto exigente, por lo menos en términos de lectura.
-También, dirige el Programa de Estudios Históricos de Psicología en la Argentina, que tiene sede en la Dirección de Investigaciones de la Facultad de Psicología, ¿Qué proyectos se están desarrollando actualmente?
-Hay un proyecto marco, que es un proyecto U.B.A.-C.yT. (Universidad de Buenos Aires), que yo dirijo y en el que participan becarios y doctorandos, que en general, casi en su totalidad, forman parte del elenco de la cátedra, también. Ese proyecto tiene un marco más general que es la constitución de un campo de la psicología en la Argentina como ámbito teórico-disciplinario, como campo profesional y en sus relaciones con el terreno intelectual. Dentro de ese proyecto marco se inscriben distintos capítulos, que son los que van trabajando los diferentes integrantes del equipo de investigación. Se trata de combinar la necesidad de una indagación más general con trabajos de investigación más acotados que, al mismo tiempo, responden a los intereses de los integrantes del equipo. Un primer capítulo está más bien orientado a los comienzos de la enseñanza de la Psicología –principios del siglo XX– y los cruces con otros saberes y con otros dispositivos disciplinarios, en particular, la criminología, la educación, la medicina. El centro es lo que se enseña en la Facultad de Filosofía y Letras en aquel momento, en la materia correspondiente a Psicología, una psicología que ya no solamente es de enseñanza, que no está únicamente organizada como corpus de enseñanza universitaria, sino que está ligada a cierto tipo de prácticas, aunque no está a cargo de un psicólogo, porque no existen psicólogos. Sí, hay cierto tipo de prácticas en relación a lo que son particularmente los campos clínico, pedagógico, criminológico. Ese es un primer capítulo, que está a cargo de una doctoranda que está por terminar y defender su tesis de doctorado, que es Ana María Talak.
Un segundo capítulo arranca un poco más tarde, ya hacia los comienzos de las carreras de Psicología, es decir, finales de los años ‘50, hacia los ‘60. Trabaja sobre autores y corrientes dominantes en la enseñanza, en el discurso, y particularmente en el cruce entre Psicología y Psicoanálisis. Este proyecto, está a cargo de un doctorando, que es Alejandro Dagfal –él está haciendo su doctorado en París, en la Sorbonne– quien ha trabajado muy particularmente –justamente por eso está haciendo su doctorado allá– sobre la influencia de las corrientes francesas en la constitución de un primer discurso de la Psicología. Y allí aparecen autores que aquí han quedado –en las modas actuales del psicoanálisis– totalmente descartados, como Daniel Lagache, por ejemplo. La importancia y la relación de Lagache con cierto modo de recepción del kleinismo en Argentina que tiene una referencia francesa, aunque en general, no se reconoce.
Después, hay un tercer capítulo, que estoy iniciando yo, alrededor del cruce de la psicología con lo que puede ser el discurso de la salud mental. El nacimiento de la salud mental como movimiento y como discurso en la posguerra –digamos en los años ‘40– y el impacto muy fuerte que tienen ciertos modelos provenientes, sobre todo, de la Psiquiatría Social norteamericana. Ahí lo que se ve es que hay cierto desarrollo de la psicología que no se entiende, sobre todo en relación al campo de la salud mental, si no se lo ve en el marco de una historia de la Psiquiatría, de las disciplinas psiquiátricas, y de los modos como se produce una transformación fundamental en los Estados Unidos, en la posguerra, en los años ‘40, que rompe absolutamente con los modelos psiquiátricos institucionales para orientarse hacia formas preventivas, hacia formas sociales. Allí se arman toda una serie de debates, que son más teóricos, en los cuales se incorpora cierta versión del psicoanálisis. Y que son, también, más político-ideológicos. Esa Psiquiatría Social necesariamente tiene que confrontarse con una visión de la sociedad, los cambios que acontecen en la sociedad, y por lo tanto, ahí hay un debate alrededor de ciertas visiones de reformismo social. Esto permite ver, en una escala más larga, debates que, después, aparecen el la Argentina, a finales de los ‘50, por ejemplo, a raíz del primer libro de José Bleger, Psicoanálisis y dialéctica materialista. Los temas del psicoanálisis y el marxismo, tienen que ver, entonces, con una discusión de izquierda sobre la psicología y el psicoanálisis, pero que tiene como marco no la práctica clínica tradicional, sino esta prolongación hacia la sociedad, esa constitución de un saber sobre la sociedad. Es ahí donde está planteado el debate y no en lo que podría ser la práctica individual del psicoanálisis.
Luego, hay un pequeño capítulo que está desarrollando Florencia Macchioli, es un tema con el que ella comienza ahora un estudio de doctorado sobre la historia de los discursos, de los modelos y de las técnicas familiares a la Argentina, esto es algo que siempre se ha señalado como muy característico del psicoanálisis argentino, y de la psicología en general, en los años ‘60. Se puede ver, como arranca un poco antes, incluso, en las modalidades del psicoanálisis de niños en la Argentina. Tienen un peso muy fuerte los modelos familiares, una especie de reorientación familiarista del psicoanálisis.
Cynthia Acuña tiene un proyecto de doctorado, con una beca además de doctorado, sobre la recepción del estructuralismo en la Argentina, que llega hasta la admisión del primer Lacan. En general, hemos tratado de buscar temas que dan cuenta de momentos de transformación del campo.
Justamente, el momento del estructuralismo tiene esa característica alrededor de alguna figura, particularmente Oscar Massota, pero no solo él, también, Verón. Se produce un momento de cambio que, además, ilumina algo que a nosotros nos interesa y es que se trata de una historia que necesariamente cruza el discurso de la psicología, el psicoanálisis y las ciencias sociales, la filosofía y, en determinado momento también, el discurso más político en la medida en que son los años en los que, también, sobre esos mismos autores y sobre esas mismas orientaciones conceptuales se plantean, discusiones de naturaleza política alrededor del marxismo, lecturas y aplicaciones del marxismo.
El otro proyecto de doctorado, también con una beca de doctorado, es de Marcela Borinsky y apunta más a cierta zona que va entre la profesionalización de la psicología –o sea los años ‘60, los primeros psicólogos, los temas, objetos, prácticas, que caracterizan esa primera organización profesional– y lo que se podría decir la construcción social y cultural de ciertos objetos. Ella ha tomado, particularmente, al niño: la psicología, psicoanálisis del niño y la construcción del niño como objeto de saber y como objeto de intervención, en lo cual se ha visto obligada a trabajar también ciertas zonas de la divulgación de la psicología. Cómo se puede ver, aborda la constitución de ciertos objetos para la práctica de los psicólogos y los psicoanalistas, ya no sólo desde el punto de vista de lo que serían los discursos formativos de los profesionales, sino los discursos generadores de cierto tipo de demanda en la sociedad, en la cultura.
Y finalmente, hay un último tema que llega más hacia los años ‘70 desde el momento de mayor debate, mayor radicalización política, ideológica, de la psicología, del psicoanálisis y que gira alrededor de los conflictos, de las discusiones que rodean el surgimiento de una nueva izquierda en la Argentina. Desde lo que se ha trabajado e investigado en algunos medios y, últimamente, se viene investigando mucho en el marco de lo que sería Historia de las ideas sociales y políticas en la Argentina, puesto en correlación con los debates que se producen en el interior del campo psi.
Eso es más o menos una idea de un conjunto de trabajos que no alcanzan, todavía, a armar una exploración sistemática, pero me parece que apuntan a algunos núcleos bastante significativos de lo que sería un poco investigar nuestro presente, porque finalmente, uno con la historia también procura, o centralmente procura, obtener un saber sobre el presente.
-¿De que manera a partir de la historia se investiga el presente?
-De algún modo, es dar cuenta de ciertas raíces de aquello que somos, de aquello que hoy es y hoy constituye cierto marco para el saber y las prácticas de la psicología y del psicoanálisis. Esa relación con las instituciones; con cierta conformación cultural de sus objetos; esa relación con zonas del campo cultural, intelectual, que es lo que a nosotros nos atrae y es por eso que, en general, no hacemos historias cerradas sobre la propia disciplina. Habitualmente, nuestros enfoques nos llevan a poner la historia del psicoanálisis o la historia de la psicología en diálogo y en relación con otras historias sobre la sociedad, la cultura argentina de estos períodos. Y es por eso, que nuestra interlocución, nuestras discusiones también se dan con quienes están trabajando sobre la Argentina desde la historia literaria, la historia social, la historia de la ciudad, la historia del arte, en definitiva, creo que esa es la trama que nos interesa, de algún modo, mantener y recorrer.
-La facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires ha sido criticada de ser “demasiado psicoanalítica”, ¿Cuál es su perspectiva?
-En principio, la mirada de un historiador es la mirada que trata de explicar lo existente más que pelearse con lo existente. Efectivamente, que la facultad es muy psicoanalítica, no me cabe ninguna duda. Sin embargo, el tema es más bien entender por qué en primer lugar, y en segundo lugar, tratar que, admitiendo esa orientación, no hay carrera de Psicología en el mundo que no tenga una orientación. De lo que se trata es que una orientación no se constituya en una especie de cepo dogmático que impide establecer diálogo y relaciones con otras maneras de pensar los temas y los problemas de la psicología. Quiero decir que mi preocupación no sería tanto por la orientación psicoanalítica, sino quizás, en algún momento, por interrogar acerca de los riesgos de dogmatismo que eso encierra, sobre todo, cierta modalidad de psicoanálisis más contemporáneo, más cerrado sobre cierta ortodoxia psicoanalítica.
Si uno lo mira desde el punto de vista histórico, esto no fue así desde el comienzo, no es que estaba como predestinada esta carrera a eso. Se puede observar cómo en los años ‘50, principio de los años ‘60, había distintas corrientes, orientaciones. Y si esto ocurrió así, ha sido, en principio, por las condiciones que llevaron a que algunos psicoanalistas muy destacados tuvieran un papel central en la orientación de la formación. Pienso en el caso de Bleger, pero uno puede pensar, también, en Pichon Rivière. Aunque Pichon Rivière nunca fue profesor en la facultad, marcó para los años ‘60 un cierto paradigma y un psicoanálisis abierto, ecléctico, que se podía poner en relación con otras orientaciones, de hecho, él ha hablado de psicología social más que de psicoanálisis. Y pienso en Bleger, en la medida en fue el gran legitimador y organizador de una enseñanza del psicoanálisis dentro de la facultad, más allá de que después los discípulos de Bleger se hayan orientado en una dirección que no era la que él personalmente indicaba o prefería. Ahora, al lado de eso, de lo que significó, en todo caso, el éxito relativo de estas figuras –mencioné solo las principales– que fueron capaces de traducir un psicoanálisis, de hacer una suerte de implantación del psicoanálisis en la formación en psicología; hay que decir también que lo otro, lo que podrían haber sido otras orientaciones, tienen mucho ahí. Son las orientaciones que, en general, han estado sostenidas en los modelos experimentales, desde la psicología experimental al conductismo, de los modelos más apegados a lo que sería el paradigma de las ciencias naturales. Pero esos otros modelos no llegaron nunca a implantarse suficientemente, porque al mismo tiempo, tampoco hubo figuras destacadas. Si caviláramos, ¿quiénes fueron las figuras destacadas? Incluso, hablando de orientaciones en psicología que llegaron a la Argentina mucho antes, investigaciones en psicología experimental y en esa relación entre psicología experimental y fisiología nerviosa que se hicieron en la Argentina desde los años ‘20 o ‘30.
En la enseñanza de la psicología, antes de la existencia de la carrera, un profesor como Enrique Mouchet estuvo desde el año veintipico hasta el cuarenta y tres, quiere decir que estuvo veinte años en su cátedra de Psicología Experimental, sin embargo no formó un solo discípulo conocido. Es cierto, no era una carrera, no se formaban psicólogos, se formaban pedagogos, filósofos, pero de cualquier manera, alrededor de esa cátedra, que también enseñaba psicopatología –porque Mouchet era médico, era psiquiatra– que enseñaba psicología experimental y que alimentaba las investigaciones de un instituto de psicología experimental, la impresión que uno tiene es que era un lugar de enseñanza y de ilustración de lo que podía ser la psicología experimental, pero no de investigación. Para plantear, aunque sea inicialmente, el problema de la hegemonía del psicoanálisis, hay que ver también qué es lo que dejó de desarrollarse en otras orientaciones, en la medida en que ninguna orientación se desarrolla si no hay actores significativos que la pongan en marcha.
-Dentro de sus investigaciones le ha dedicado gran importancia al desarrollo del psicoanálisis en el período que va desde 1910 a 1940, previo a la formación de la A.P.A. ¿Se podría decir que la influencia que la práctica de José Ingenieros tenía en el ámbito médico e intelectual demoró la inserción del psicoanálisis a nivel académico en Buenos Aires?
-Yo no diría eso. En principio, para hablar sobre los procesos de implantación del psicoanálisis, hay que ver de qué modo se han dado esos procesos en el mundo. Hay que colocar el caso argentino en relación con otros casos. En general, el psicoanálisis se ha implantado en el mundo occidental allí donde ha encontrado grupos, sectores, que se han apropiado de él. Y eso ha sucedido, fundamentalmente, en dos ámbitos. Uno es el ámbito médico. En lo referente al desarrollo del psicoanálisis médico, el caso motor es el de Estados Unidos, llegó un momento en que ya es casi indiferenciable el ser psiquiatra de ser psicoanalista. Son psiquiatras los que se apropian del psicoanálisis y lo desarrollan, lo implantan y hacen una difusión extraordinaria. La otra esfera de recepción es el ámbito más intelectual, cultural, dado que Freud siempre tuvo ese doble público, esa doble apelación. Apelaba a los médicos y, de hecho, fueron mayoritariamente médicos sus discípulos y quienes le dieron al psicoanálisis una orientación hacia las prácticas terapéuticas, pero al mismo tiempo, siempre tuvo ese núcleo de intelectuales interesados en el psicoanálisis, ya en vida de Freud, el caso de Stefan Zweig, de Thomas Mann.
El comienzo de lo que podría ser una implantación extensa del psicoanálisis en el mundo se da a partir de los años 20, no antes. El caso de Francia es muy conocido cuando el psicoanálisis, incluso aun después de los años ‘20, tiene un desarrollo muy limitado. El caso de los Estados Unidos comienza, quizás, un poco antes, pero el gran desarrollo se produce allí un poco después. Por lo tanto, tampoco era posible esperar que el psicoanálisis tuviera un arraigo muy fuerte en la Argentina, porque no lo había tenido en ningún lugar en esos años. Ingenieros murió en 1925. Por lo tanto, sería difícil esperar que el psicoanálisis pudiera haber encontrado condiciones más favorables en Buenos Aires que las que pudo haber encontrado en París o en Nueva York en esa época.
La segunda cosa es lo que yo he visto en mis investigaciones, lo que está en mis trabajos. Efectivamente, lo que predomina es una recepción muy reducida, pero que se produce, sobre todo, ya hacia los años ‘30 en el ámbito médico, en relación con los temas de la sexualidad y la psicoterapia. Sexología y psicoterapia son los dos rubros en que Freud puede ser leído y aplicado por estos médicos, pero al mismo tiempo, hay algunos escritores y algunas figuras del campo literario que se interesan por Freud, quien ya en los años ‘30, es una figura intelectual de su tiempo. Cuando Freud, en 1936 cumple 80 años se genera una celebración mundial, y se puede ver que en nuestro país la revista Sur saca algo con respecto a ese homenaje. En esa oportunidad es indicado como alguien que ha sido capaz de señalar ciertos temas que interesan a la opinión ilustrada de su tiempo.
Entonces, el caso de Ingenieros, es paradójico, porque se podría decir que, evidentemente, tenía una posición contraria al psicoanálisis, por lo poco que podía opinar. En su trabajo sobre la histeria, él tenía una relación con la tradición francesa de Charcot a Janet, por lo tanto, en esa línea, no podía incorporar fácilmente las investigaciones freudianas, sobre todo, en relación al tema de la sexualidad. Pero al mismo tiempo, yo digo en mi libro que cumple un papel de un facilitador inadvertido, porque más allá de cual fuera su posición frente al psicoanálisis, lo que sí está claro es que él es uno de los pocos que trabaja seriamente, ya desde comienzos de siglo, el tema de la histeria y de la neurosis; por lo tanto, aparece como alguien que legitima un campo de estudio de la neurosis y la psicoterapia. Él mismo era un terapeuta, y hay algunas descripciones de lo que hacía en su consultorio en momentos en que, en general, los psiquiatras no tenían su consultorio, tenían su lugar en el hospicio. Por lo tanto, Ingenieros contribuye a la imagen de un psiquiatra moderno que atiende en su consultorio y que atiende neuróticos, más allá de que no lo hiciera freudianamente.
-Diría que eso fue constituyendo una imagen en el imaginario social.
-Claro, de algún modo, un surco por el cual el psicoanálisis puede ingresar. En segundo lugar, se ocupa de los temas de la sexualidad. Tiene algunos textos que no han sido publicados en libros, sino que están en las revistas médicas, que son los que yo trabajé, sobre sexología. Por supuesto, no dice una palabra de Freud, pero de cualquier manera, legitima que hay un asunto que es el tema sexológico, que es legítimo y que debe ser abiertamente tratado, y lo trata muy francamente. Incluso, en alguno de sus trabajos se ocupa de la cuestión de los sueños, aunque no discute a Freud, pero discute, sí, alguna de las orientaciones en relación a lo que podría ser una psicología de sueños. Quiere decir que uno podría colocar en Ingenieros un papel modernizador del campo psiquiátrico. Yo diría del campo psíquico, porque en realidad, Ingenieros no era propiamente un psiquiatra, y eso los psiquiatras se lo hacían notar. ¿Por qué? Porque no tenía una experiencia firme en el hospital psiquiátrico y para la idea psiquiátrica de esa época, uno era psiquiatra cuando estaba trabajando y cuando acumulaba una experiencia de trabajo en el hospital psiquiátrico. Ese era el lugar en el que se conformaba una identidad y una experiencia de formación. En cambio, Ingenieros había hecho su experiencia en el ámbito criminológico, en esa institución criminológica que dependía un poco de la Facultad y de la policía. Era una especie de instituto de observación de presuntos alienados, pero que estaba mucho más ligado a lo que aparecía como patología en la ciudad, a los problemas de desajustes y delitos en la ciudad, no internados. Y después, su amplia experiencia en la práctica privada. Es un modernizador. Primero en cuanto al rol de un psiquiatra que puede aparecer, centralmente, como un psicoterapeuta que no requiere del modelo de la internación como indicación central de su práctica terapéutica, y segundo, que es capaz de poner en circulación estos temas, los temas de la sexualidad, de la neurosis.
Ingenieros murió a los 49 años, si hubiera vivido veinte o treinta años más, no se descarta que hubiera podido tener una actitud más abierta hacia el psicoanálisis. De ninguna manera, se puede uno quedar con la imagen un poco simplificada de Ingenieros positivista, porque ya en los años ‘20 cuando él escribe ese texto sobre filosofía, Proposiciones para una filosofía del porvenir, ya ahí se ve a un Ingenieros que está tratando de romper con el positivismo.
-Respecto de la divulgación del psicoanálisis entre una de las figuras que destaca se encuentra el nombre de Alberto Hidalgo quien a través del seudónimo del Dr. Gómez Nerea realizó una profusa difusión de Freud. Así en el libro Freud y el chiste equívoco de Editorial Tor, año 1939, dice –en lo que sería una suerte de prólogo–: “Es de impostergable urgencia una vulgarización de Freud. La dificultad acaso provenga de que su obra es muy extensa”. ¿Cuáles fueron a su criterio las condiciones que hicieron propicia la circulación de Freud en la sociedad porteña?
-Ese en un tema realmente muy interesante. En principio, hay que, nuevamente, ponerlo en el contexto de lo que han sido los procesos de difusión y de extensión del psicoanálisis en el mundo, porque no es que el psicoanálisis se difunde sólo en la Argentina. El caso del psicoanálisis en Estados Unidos es muy característico en ese sentido. Hay un período en el que ciertas ideas del freudismo alcanzan al gran público. Esto quiere decir que encuentran sus mediadores: periodistas, médicos ligados a esa tradición del higienismo médico que escribe para el público más amplio. Entonces, esas son las condiciones que crean la imagen de Freud como un autor fundamental del mundo contemporáneo ya en los años ‘30. Yo destaco en mis investigaciones el papel que cumple, por ejemplo, la biografía que escribe Stefan Zweig, que es una biografía que realiza cuando Freud todavía vive. Él la publica en los años ‘30. Hay una idea de que Freud es un autor moderno y que si uno quiere ser moderno, tiene que conocerlo. Eso es un poco algo que se puede encontrar en los modos de difusión –yo prefiero hablar de freudismo–, porque muestra al psicoanálisis como institución, como práctica.
Si se busca la vía de la divulgación del freudismo –que es lo que hice en algunos de los capítulos de mi libro–, que no es la vía médica, tampoco, la vía estrictamente de la literatura o de los intelectuales reconocidos, sino que es la vía de esa producción que alcanza a un público masivo, hay que referirse a las ediciones de Tor o de Claridad. Incluso, volviendo a Ingenieros se puede encontrar que, en esas ediciones, se publicaban sus trabajos sobre el amor, sobre el sueño, y comienzan a publicarse algunos textos sexológicos, que ahí, sí, ya mencionan a Freud. Y en determinado momento, se publica la serie de Gómez Nerea, a la que Ud. hace alusión, la de los años ‘30. Se puede proponer que entre ese personaje de ficción, ese psicoanalista médico, ese médico formado en el psicoanálisis, ficticio, que es Gómez Nerea y el modelo de lo que Ingenieros proponía como un nuevo psiquiatra de consultorio, etcétera, hay una cierta línea de continuidad.
-En Aventuras de Freud en el país de los argentinos señala que en nuestro país el freudismo es anterior al psicoanálisis. Entendiendo al psicoanálisis ligado a ciertas condiciones institucionales establecidas por su creador, como miembro de un movimiento, y en este sentido solo habría psicoanálisis a partir de la A.P.A.
-Exactamente. Ahora bien, ¿por qué el freudismo encuentra un público? Yo creo que es un problema donde se verifica por qué no se puede hacer una historia del psicoanálisis o del freudismo si uno solamente mira lo que podrían ser las fuentes correspondientes a los que escriben sobre Freud. Porque no se puede entender eso si uno no advierte qué clase de sociedad y qué clase de cultura se estaba conformando en la Argentina en los años ‘20. Lo que hay que registrar allí es que la primera condición para que se constituya muy ampliamente un público para estos temas, es que haya un público. Parece una perogrullada, pero es así. Que haya un público quiere decir que haya una sociedad suficientemente moderna, alfabetizada y con vehículos de transmisión, es decir, periódicos, revistas, editoriales en condiciones de, en parte, construir y, en parte, alimentar un público. Ahí hay que tomar en cuenta las investigaciones que se han hecho para constatar que, efectivamente, los años ‘20 fueron años de un extenso desarrollo modernizador en la sociedad. Hablo sobre todo de Buenos Aires, pero también de aquellos núcleos del interior que están fuertemente conectados con la cultura de Buenos Aires, tal el caso de Córdoba, Rosario y las grandes ciudades. Esto es una primera cuestión: existe un proceso de modernización y existe un público crecientemente abierto, interesado en lo que pueden ser ciertos temas que forman parte de la agenda, del horizonte de las cuestiones contemporáneas. Entre ellos, cómo no iba a estar la sexualidad, porque ahí empiezan a ver cómo se lee a Freud, para qué, en relación a qué cuestiones. La sexualidad es una, centralmente. Otra cuestión en la que aparece el freudismo, de algún modo involucrado, tiene que ver con el asunto de las relaciones familiares y, sobre todo, de las relaciones materno-filiales, la educación de los niños, los temas de la adolescencia. Otro punto tiene que ver con los temas de lo que pueden ser ciertos trastornos y problemas que forman parte de las sociedades contemporáneas, que aparecen, entonces, como sociedades más inquietas, más agitadas, menos aplacadas que las sociedades tradicionales. Surge la idea de un cambio en la sociedad, en la moral. En el marco de esta idea de una sociedad y de una cultura en transformación, aparece el lugar de la mujer y los cambios en la situación de la mujer. Entonces, es eso lo que uno puede ver con una mirada más amplia sobre zonas de la cultura intelectual, incluso, de la cultura popular en esos años.
Para poner un ejemplo. La Editorial Claridad era una editorial de izquierda que publicaba a la izquierda en un sentido muy amplio, que iba desde el anarquismo, el socialismo hasta el comunismo. O sea, que no tenía una relación directa con los partidos de izquierda, pero trataba de alimentar un espacio cultural, intelectual de la izquierda. Y la Editorial Claridad no sólo crea una colección sexológica, sino que están los testimonios de Zamora –que fue el creador de la editorial– que revelan que la editorial se mantenía con lo que vendía esa colección. Quiere decir que vendía más la colección sexológica que los trabajos de Juan B. Justo o las traducciones de Marx. Ahora, no hay que especular demasiado para darse cuenta por qué a la gente le podía interesar más leer sobre sexología que leer El capital. En la medida en que se piensa en una sociedad –sobre todo, hablo de la porteña, insisto– que empieza a pensarse y a constituirse como una sociedad en transformación, abierta a los nuevos temas. El tema de la sexualidad es un tema que interesa, y ahí, aparecen relaciones con Freud. Yo creo que el núcleo sexológico ha sido predominante en la recepción popular, no así en la recepción médica. En esta última, ha sido más preponderante el núcleo que tenía que ver con Freud como alguien que alimentaba un campo, que también era novedoso para la psiquiatría, que era el campo de la psicoterapia. La idea que empieza a imponerse ya en los años ‘30 de que la psiquiatría no puede prescindir de ciertas herramientas de trabajo en el campo psicoterapéutico.
-¿Vale decir que en el campo médico lo que ha prevalecido es el interés por el método?
-Efectivamente, aunque también se admite que Freud dice cosas que tienen que ser reconocidas y entendidas en relación con la sexualidad y la importancia de la sexualidad, pero lo fundamental es que lo que se recoge de Freud es la idea de que hay ahí algo que puede incorporarse al arsenal de los procedimientos psicoterapéuticos. Pero en el caso de la recepción popular, es el saber sobre la sexología y sobre ese dominio que siempre tiene algo de misterioso. Y también, un poco sobre el sueño. Es lo que yo trabajo cuando veo la presencia de Freud en el diario más popular, que era el diario Crítica, que si bien es una presencia breve, porque es un período nada más en el que eso se mantiene, lo llamativo es que ahí el público responde. Y el público responde a la invitación a enviar su propio sueño para que sea interpretado por alguien que firma Freudiano y que no hemos podido averiguar quién era. No lo hemos podido corroborar, el caso de Hidalgo si fue corroborado, hubo quienes lo conocieron, es posterior. En el caso de Crítica no, porque incluso, no fue en el momento de Crítica que todavía hay más testigos. Es muy curioso en realidad. El diario Crítica fue clausurado por la dictadura de Uriburu, a pesar de que Botana, el creador y el director de Crítica, había sido uno de los que habían encabezado la ofensiva contra HipólitoYrigoyen y había generado todas las condiciones para el golpe. Pero, después que se produjo el golpe, surgieron desinteligencias. La cuestión es que Crítica tiene un papel más opositor frente al gobierno militar de Uriburu y, entonces, Uriburu no solo lo obliga a cerrarlo, sino que le hacen saber a Botana que lo van a detener, por lo tanto, este se va al Uruguay. Y el diario sigue saliendo bajo otro nombre que es Jornada. Durante un período cambia de nombre, pero todo lo demás es exactamente igual, de modo que todo el mundo se da cuenta de que el diario es el mismo. Es en ese momento que no está Botana y que el diario se llama Jornada, que aparece el consultorio freudiano. Cuando Botana vuelve, lo suprime. Es evidente que no tenía mayor interés en el psicoanálisis.
La gran historiadora del diario Crítica es Sylvia Saítta, quien publicó hace un par de años, un libro que se llama Regueros de tinta sobre este diario, y ella no pudo investigar. Yo debo admitir que tampoco me esmeré, pero quizás, pueda haber todavía –aunque es raro– algún sobreviviente de esos años. Estamos hablando de hace más de 70 años. Quizás, pueda saberse en algún momento, pero no hay que esperar ninguna revelación sorprendente, del tipo de la de Hidalgo, que sí fue un descubrimiento asombroso, porque además, escribió diez tomos y era un hombre de una cultura impresionante. En el caso de Crítica, hay que pensar que ahí había algún periodista enterado, que leía y que usaba un poco su imaginación y que escribía más brevemente.
-Las primeras lecturas que se hicieron de Freud, en Argentina, fueron en francés. ¿Esto marcó alguna consecuencia en ese primer tiempo inaugural?
-Yo creo que sí, porque lo que uno ve en un primer momento, y sobre todo me refiero a la recepción médica, es que aparecen las mismas reservas que surgen en Francia. La recepción francesa del psicoanálisis fue muy reticente en la medida en que la psiquiatría, la psicología francesa estaba dominada por la orientación de Janet. Además, en el medio, hubo una guerra que también cumplió su papel. La primera guerra tuvo una incidencia fenomenal en términos de cortar relaciones de lo que sería la cultura de habla francesa y la cultura de habla alemana. Y hubo muy pocos casos, uno fue el caso de Romain Rolland, no casualmente, interlocutor de Freud en la discusión sobre El porvenir de una ilusión. Porque Romain Rolland se va de Francia. De algún modo, abandona su propio país para no verse arrastrado por la ola del nacionalismo y del patriotismo francés. Y es declarado traidor. Se va a Suiza, que es un país neutral, después, desde allí, sí, puede mantener su relación con amigos alemanes o por lo menos, del lado enemigo. Pero para los franceses que quedan en Francia, no sólo eso está impedido, está cortado por la guerra, sino que además, la ola de patriotismo alimenta toda clase de fantasmas en términos de la oposición y la enemistad ya no sólo militar, sino cultural e intelectual. Se habla de ciencia alemana o cosa por el estilo. Cuesta mucho recomponer, después de la guerra –ya estamos hablando de los años ‘20–, la relación en todos los terrenos. Porque por supuesto, exactamente lo mismo pasa del lado alemán. Incluso, uno lo puede ver en la carta de Freud, como él mismo en determinado momento, muy al comienzo, se ve inflamado de patriotismo y piensa que la guerra va a terminar muy rápidamente. Pero claro, sus hijos estaban peleando en los ejércitos del imperio central, por lo tanto, podía entenderse que tuviera esa disposición a pensar que la guerra iba a ser rápidamente ganada por Alemania y Austria.
Entonces, en el caso francés, existe esa fractura generada por la guerra y existe, por otra parte, la resistencia muy fuerte que opone una organización de la psiquiatría, una institución psiquiátrica muy fuerte y muy arraigada en Francia, cosa que no sucede en Estados Unidos. Por eso, el psicoanálisis encuentra condiciones de recepción mucho más abierta en los Estados Unidos, porque no hay un aparato, un dispositivo psiquiátrico, fuertemente instalado que le haga resistencia.
En la medida en que la psiquiatría argentina ha seguido todos esos años –yo diría desde su constitución a fines del siglo XIX– muy vigorosamente las tradiciones francesas –y además era muy habitual que los psiquiatras fueran a formarse o pasaran períodos de formación en Francia–, es evidente que la misma posición del psicoanálisis que imperaba en Francia dominó acá. Uno lo puede ver en los trabajos de Ponce cuando escribe esa especie de sátira irreverente contra Freud. En realidad, lo hace desde París reproduciendo las cosas que ve y, por supuesto, las cosas que los psiquiatras parisinos piensan del psicoanálisis. Así que, efectivamente, eso tiene un peso en esos años. Y lo vuelve a tener en años posteriores en lo que pueden ser las distintas posiciones más favorables o más desfavorables frente a Freud. Me refiero siempre al período previo a la creación de la Asociación Psicoanalítica, quiere decir que hay una triangulación por la que las ideas y las orientaciones provienen de una relación que pasa por París. Eso me parece que es bastante característico.
-En referencia a las traducciones hay una cita suya en el Diccionario de Psicoanálisis de Roudinesco y Plon referida a la traducción que realizara el argentino Ludovico Rosenthal de la obra de Freud en el año 1942 por iniciativa de la A.P.A., allí dice: “que proyectaba un volumen suplementario que nunca se publicó y que iba a incluir un diccionario de psicoanálisis y una biografía sucinta agregada al índice temático de veintidos tomos”. ¿Cuál fue el destino de esos textos?
-En realidad, la traducción de Ludovico Rosenthal no es a pedido de la APA, es a pedido de Santiago Rueda. Ahí hay un tema que es muy fundamental para entender los procesos de difusión y de implantación del psicoanálisis, que es el papel que cumplen los editores. Esto es extraordinario. Sea en la divulgación popular, como es el caso de la Editorial Tor –Torrendell era el dueño– que no tenía el menor interés en el psicoanálisis, simplemente, lo que les interesaba era vender. El hecho mismo de que él aceptara la propuesta, o incluso, no está claro si no fue él quien tuvo la idea de que sobre eso se iba a vender y buscó quien pudiera escribirlo, pero aun cuando no haya sido de él la idea, sino de Hidalgo, de cualquier manera, mantuvo esa empresa durante bastante tiempo y lo hizo cuando no había ninguna institución atrás que garantizara nada. Efectivamente, fue un buen negocio. Ese artículo que cita Roudinesco es algo que salió publicado en francés. En una obra colectiva sobre las ediciones de Freud, yo escribí sobre las publicaciones de Freud en castellano. Entonces, hay una primera iniciativa, que no sé si ya no incluye algo de Rosenthal en los años ‘40. Hay que tener en cuenta que la traducción de Freud al castellano se hace en los años ‘20. Comienza en ese período por Biblioteca Nueva y López Ballesteros. Pero, la guerra civil española es la que genera condiciones desfavorables para que esa traducción se complete, por una parte, o sea que no siguen traduciéndose los textos que faltaban, y en segundo lugar, aun lo que ya estaba traducido, tampoco se reedita. De modo que hay una primera iniciativa antes de Rueda, de una editorial que no recuerdo en este momento el nombre, pero está en mi artículo, que evidentemente, se da cuenta de que las obras completas de Freud no están porque no se reeditan, incluso, las que ya se habían publicado en España, y las reedita. Allí hay una intervención de Ludovico Rosenthal. Me da la impresión de que participa en alguno de los textos que comienza a agregar. Y después, sí, Santiago Rueda termina de publicar el último tomo en los años ‘50 y pico, saca una edición de veintidós tomos, que son los que todavía se pueden conseguir. La iniciativa es de Santiago Rueda, que era un editor español extraordinario, de los que habían llegado a la Argentina emigrados durante la guerra civil. El editó la primera traducción de Ulises en español, para poner un ejemplo. Era un editor que podía colocar a Freud en el marco de un catálogo que estaba repleto de autores importantes y contemporáneos en el campo, sobre todo, de la literatura.
Y Rosenthal es alguien que muestra que es posible leer a Freud en alemán –él, obviamente, lo lee en alemán– y hace una labor notable. Estos ya no eran los tomos de la Editorial Tor que tenían el valor de un café con leche, estos eran libros de otro precio y, por lo tanto, para otro público. Además, no tenían el estilo ni la escritura que el doctor Gómez Nerea le imprimía para que pudieran estar al alcance de todo el mundo, sino que era la reproducción rigurosa de los textos de Freud tal como hoy se pueden leer en las ediciones que existen. Por lo tanto, suponía un público más culto, más ilustrado. Esa empresa se hace a lo largo de unos cuantos años, y los libros salen y se venden. Es decir, que ahí la función del editor es fundamental. Y el trabajo de Rosenthal es extraordinario. Yo digo en mi artículo que en el momento en que se consuma la edición de Freud de Santiago Rueda, es la más completa que existe. La Standard Edition no se había terminado, esto va a ocurrir hacia los años ‘60 que es la edición que se puede considerar canónica de las obras de Freud. Y por supuesto, no existía una edición integral de Freud en alemán. Después de todo lo que había ocurrido, en particular con la guerra, las versiones de Freud en alemán no habían sido completadas, ni organizadas en forma integral. Es en Buenos Aires, donde las condiciones muy particulares de producción y recepción intelectual de esos años, hacen posible la edición, más completa hasta ese momento. Incluso, Rosenthal va dando cuenta de los modos como él consigue algunos trabajos de Freud que habían sido publicados en revistas y que no estaban volcados en libros, todavía, y no tenía la edición inglesa para cotejar como se ha hecho después. Por lo tanto, tenía que ir incorporando algunos textos dispersos de Freud para completar ese tomo que faltaba, que era prácticamente un tercio de la obra de Freud. Es lo que después, cuando se completa la edición de Biblioteca Nueva, en los años 60’, aparece como un tercer tomo, dado que la primera edición era en dos tomos y alcanzaba hasta los años veintitantos. Para ese tercer tomo, reproduce la traducción de Ludovico Rosenthal, pero sin decir que es de él, sino que aparece un traductor y se apropia de la traducción Rosenthal, que había sido anterior. Eso es algo que nunca terminé de entender, por qué no hubo ningún tipo de denuncia sobre esta situación. Aparentemente, la Asociación Psicoanalítica no quiso, porque Ludovico Rosenthal nunca fue admitido como miembro. No sé cual fue la razón. Él quería ser candidato, pero no fue admitido, a pesar de lo cual, siempre fue un colaborador de la Revista de Psicoanálisis. Él publica, comenta libros y algún artículo, en general siempre sobre la obra de Freud, que conocía mejor que nadie. También es posible, que hubiera una situación irregular en términos de derechos. Quizás, Santiago Rueda no tenía los derechos sobre la obra de Freud que tradujo, y por lo tanto, se apropiaron de la traducción sobre la base de que nadie podía iniciarles algún tipo de acción legal.
-Pero digamos que este trabajo inicial de Ludovico Rosenthal, lejos de quedar en el olvido, siguió circulando sólo que bajo otro nombre.
-Así es. Después, Biblioteca Nueva sacó esa edición en varios tomos, que ya no es la primera en tres tomos, en papel Biblia. Y por lo que yo vi, es la misma traducción. Lo que puede ser es que haya cambiado el ordenamiento. Aparece un doctor Ardid Rey, que nunca pude averiguar si existe o si es un seudónimo. Incluso, había quien jugaba con los términos y decía “el ardid del rey”. Pero si ustedes ven esos últimos tomos figuran como traducidos por alguien que, en realidad, no hizo más que apropiarse. Esto ya había sido señalado por un indagador, estudioso de la obra de Freud, y sobre todo, de las ediciones de Freud en la Asociación Psicoanalítica que se llamaba Harrington. Publicaba unas fichas, unos cuadernillos que eran muy útiles en aquel momento, –no existían las ventajas que ahora hay con las obras completas, sobre todo, las obras digitales– con todos los cotejos de las distintas ediciones de Freud, incluso, las distintas en castellano, y la Standard Edition. Y allí estaba ya señalado, porque obviamente, al hacer ese cotejo se había dado cuenta de que era la misma traducción.
-¿Qué estatuto han tenido los aportes de los primeros psicoanalistas argentinos? Por ejemplo Betty Garma en una entrevista me relataba las contribuciones que Arminda Aberatury y ella realizaron en psicoporfilaxis quirúrgica, –campo que no había sido abordado en otro lugar del mundo–; los trabajos de Garma en relación con psicosomática; los aportes de Pichón Riviere.
-En principio, tengo una visión que no es la de un psicoanalista más interiorizado de la repercusiones de obras y autores en el marco de lo que podría ser la propia Asociación Psicoanalítica, por eso es que mi visión seguramente va a ser distinta de la que podía tener en ese momento Betty Garma. Por lo tanto, en mi trabajo siempre me he colocado en un punto de indagación de la relación del psicoanálisis con otras zonas de la cultura intelectual o de lo que podrían ser las disciplinas médicas o sociales. Por eso es que para mí las figuras que quedan más resaltadas son las que han tenido un papel en esa relación hacia fuera del campo estrictamente psicoanalítico.
Uno es el caso de Pichón Riviere, que sin duda podría decir que dominó una etapa de la difusión del psicoanálisis, de la lectura del psicoanálisis. Además tuvo un papel muy fuerte en algo que es bastante característico de los desarrollos del psicoanálisis en la Argentina, que es la relación con el movimiento y el espacio de la psiquiatría pública, es decir esa presencia del psicoanálisis en los servicios públicos, en la salud mental. Desde luego también, la construcción de un saber sobre la sociedad y los grupos, que lo llevó a Pichón a ocuparse y a intervenir sobre temas de actualidad, lo que figura en las notas que escribía junto a Ana Quiroga en la revista Primera Plana. Por ejemplo, psicología de la vida cotidiana. En el caso de Marie Langer, lo que me interesó a mi muy particularmente es el libro Maternidad y sexo, que es un libro muy temprano, que fue publicado en 1951-52, bajo el primer peronismo. Allí anuncia, inaugura algo que va a tener un fuerte impacto –creo que muy prematuramente, incluso en relación con otras metrópolis occidentales–, en una reconsideración de la problemática del conflicto psíquico asociado a las funciones reproductivas materna: embarazo, parto, etc. Algo que comienza a incorporarse anticipadamente en la Argentina, por lo menos en Buenos Aires a los servicios de obstetricia y que hoy está ampliamente instalado y admitido. De modo, que a mi me interesó en el caso de Marie Langer la forma en que ella fue capaz casi de construir, constituir un espacio de indagación y de aplicación psicoanalítica en relación a una problemática de interés público; un poco como lo de Pichón en relación con la psiquiatría en las instituciones. Ahí hay un punto muy interesante y no suficientemente reconocido, porque en general creo que se lee mal, o se lee a la luz de lo que fueron sus compromisos posteriores, entonces se quieren encontrar allí posiciones feministas de izquierda que no existen. No es un libro ni feminista, ni de izquierda. Incluso es un libro muy tradicional en un punto, en el modo en como destaca la función materna como central en la realización femenina, al extremo de admitir la existencia de un instinto materno, cosa que freudianamente sería más que complicado. Ahí se entiende porque Marie Langer trabaja estos temas con Celes Cárcamo que era el católico del grupo, o podría representar el enfoque más conservador del psicoanálisis frente a la visión más laica y progresista que encarnaban Arnaldo Rascovsky y Enrique Pichón Riviere. Esto no quiere decir que se trate de lo único rescatable de la obra de Marie Langer y que esto explica lo que viene después. Lo que me interesó destacar es como constituye un espacio de expansión del psicoanálisis hacia cuestiones de interés público. El otro es Rascovsky que a su manera lo hace en relación con la pediatría. Es evidente que la pediatría después de Rascovsky, del psicoanálisis y de los desarrollos del psicoanálisis de niños –particularmente el modo en que él piensa la cuestión del niño de la medicina, que no es el niño del psicoanálisis–, también es algo que merece ser considerado. Después Bleger, su impacto ha sido innegable en la posibilidad de establecer un cruce enteramente novedoso con la psicología. La idea de constituir un modelo teórico para la psicología, alrededor de eso que trabaja en la psicología de la conducta que es un cruce entre psicoanálisis, psicología gestáltica, psicología concreta en el sentido de Politzer, psicología marxista, fenomenología, psicoanálisis operativo, tal como lo planteaba Pichón Riviere. Esa especie de combinación ecléctica de orientaciones que intenta constituir un esbozo de un sistema teórico para la psicología. Asímismo, desde lo que podría ser más el quehacer del psicólogo, desde la perspectiva del modelo profesional, sus trabajos sobre psicohigiene. Por la idea de la psicohigiene como práctica específica, constituye autor que me ha interesado en su iniciativa. Creo que al igual que Pichón y en relación con él –dado que en gran medida continúa con su inspiración– ha dejado huellas en la psicología, aun cuando los psicólogos no lo reconozcan. Recuerdo una experiencia interesante, en San Pablo participando en unas jornadas un psicólogo brasileño me contaba, que en una oportunidad estando en Buenos Aires lo habían invitado a una entidad psicoanalítica, para hablar sobre su práctica –él venía desarrollando un trabajo muy importante con chicos de la calle de San Pablo– y que cuando terminó de transmitir su experiencia le preguntaron cual era su inspiración. Lo que le llamaba la atención era que en Buenos Aires le preguntaran por su inspiración, siendo que eran Pichón Riviere y Bleger. El me contaba esto como un indicador del modo en que en las instituciones psicoanalíticas en general se había olvidado la enseñanza de estos autores. A lo cual, inmediatamente le dije que había otra vuelta que se le podía dar a la historia: ¿por qué crees que una institución psicoanalítica te invita a hablar sobre niños de la calle, suponés que en una institución psicoanalítica norteamericana te hubieran invitado a hablar sobre este tema?, ¿las instituciones psicoanalíticas en el mundo se interesan en estas problemáticas? El hecho mismo que lo hayan invitado, es decir que hayan considerado que era importante tomar un tema del psicoanálisis en relación con una temática pública es una herencia de Pichón Riviere aunque no sepan de donde viene, y es la herencia de Bleger. Es decir que las herencias psicoanaliticamente se llevan más allá de lo que uno puede admitir explícita y concientemente. Lo mismo se puede decir de ciertas presencias y problemas que aparecen en la muy extensa incorporación de psicólogos, psicoanalistas en hospitales públicos. Probablemente no lo sepan, o incluso estén intentando implementar modelos teóricos muy diferentes. Pero lo que ha dado una legitimidad a la idea que el psicoanálisis puede instalarse en el lugar público y hacerse cargo de las demandas, dificultades y tensiones –ya que siempre hay una tensión, un debate acerca de que se puede hacer, si se puede hacer, si es psicoanálisis o no lo es–, es una herencia de lo que Pichón llamaba el psicoanálisis operativo. Hay que mirar la cuestión del impacto, ya que la pregunta tenía que ver con eso, de un modo más articulado. Efectivamente, desde el punto de vista de lo que podría ser la capacidad para suscitar debates y cuestiones conceptuales, uno tiene la impresión, de que eso está agotado. El caso de Pichón es muy claro, estas escuelas que han querido construir una ortodoxia pichoniana no hacen más que repetirse a si mismas. Por lo tanto, no se observa mucha productividad conceptual en el terreno de lo que podría ser fundar o proyectar una enseñanza. Sin embargo, se pueden encontrar ciertas huellas o efectos que operan más subterráneamente, sobre todo en relación a dar legitimidad a esta presencia pública del psicoanálisis.
-Ud. que ha sido consultado como fuente por Elizabeth Roudinesco ¿comparte el criterio de hacer inferencias en cuanto a la obra de un autor a partir de su biografía?
-Mantengo una relación de amistad con Elízabeth hace años, de manera que aprecio lo que ella hace. Esto que Ud. menciona aparece sobre todo en la biografía de Lacan. No así en la obra anterior, la cual es una labor extraordinaria de historia intelectual del psicoanálsis en un cruce con la historia de la cultura francesa de todo el siglo XX prácticamente. No es lo que yo hago, casi no trabajo elementos biográficos, no quiero decir que nunca, pero no es mi orientación. Suelo trabajar más sobre lo que serían las ideas. Mi trabajo es más bien el de establecer relaciones entre ideas, pensamiento y posición intelectual. Al mismo tiempo, si me pongo en la posición de quien escribe biografías me doy cuenta que necesariamente un biógrafo tiene que hacer algún tipo de inferencias. Luego, que las haga bien o mal es otra cuestión. Es algo que deberá ser en todo caso objeto de debate por parte de lo que siempre se abre frente a cualquier obra, entre la comunidad de los que están en condiciones de opinar. Defiendo en ese sentido un margen de libertad por parte del historiador y del biógrafo. Como siempre esto tiene los límites de una ética que debe juzgarse en cada caso, como se juzga una ética en general. He leído esa biografía y no me parece que haya objeciones de tipo ético para hacer, hay cosas que son discutibles, pero no por el hecho de introducirse en elementos de la vida privada. Una figura que acepta una colocación como es el caso de Lacan, tiene que admitirse que está abierta para estos procesos, como lo es en el caso de Freud. En este caso la interminable producción de investigaciones e interpretaciones que ligan la vida a la obra de Freud no pueden ser objetadas por anticipado. En todo caso depende de que se discuta en cada situación que es lo que pudo hacerse. Lo que surgió en el caso de la biografía de Lacan no fue una discusión entre historiadores, si no que fue una disputa con la familia de Lacan. Si los historiadores debieran rendir cuentas a los familiares de aquellos de los que se ocupan, la historia tendría un límite muy grueso para avanzar.
En nombre de elSigma le agradezco que nos haya dado la posibilidad de recorrer, a través de sus palabras y del conocimiento que tiene del tema por haberlo investigado largamente, una parte de la historia del psicoanálisis que frecuentemente queda olvidada, hasta desconocida, y que remite a las particularidades de nuestros orígenes y la posibilidad de reconocer las deudas, también con quienes han laborado de este lado del Atlántico.
Profesor de la Universidad de Buenos Aires e Investigador del CONICET. Fue interventor y Decano normalizador de la Facultad de Psicología de la UBA durante la transición democrática, entre 1984 y 1986.
Integra el Comité de Dirección de Punto de Vista. Ha participado en diversas actividades de enseñanza, investigación e intercambio en las Universidades de Boston, Maryland y Georgetown, en Estados Unidos, en el Centro de Derechos Humanos de la Universidad de Postdam (Alemania) y en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de Paris.
Ha publicado, entre otros trabajos, La locura en la Argentina (1983), Freud en Buenos Aires (1989) y Aventuras de Freud en el país de los argentinos (1996). Sobre memoria social y derechos humanos ha publicado, entre otros, “Memoria” (en La Argentina en el siglo XX, 1999) y Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina (2002).
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