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Entrevista a Silvia Wainsztein

21/05/2013- Por Emilia Cueto - Realizar Consulta

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El “tercer despertar sexual” es una noción a la que arriba Silvia Wainsztein a partir del análisis con pacientes que atraviesan la “edad media” de la vida, invención que sitúa en relación a la sexualidad pero también a la sublimación de la pulsión de muerte. Estos desarrollos advienen después de un intenso y extenso recorrido por la teoría y la práctica con adolescentes, que se inicia en los años 70 –época en la cual este período de la vida era poco abordado por el psicoanálisis– y que continúa con una lectura surcada por los avatares de nuestro tiempo. De parte de ese camino da cuenta esta entrevista, como así también de sus comienzos junto a Oscar Masotta, su primer maestro, e Isidoro Vegh.

 

 

 

 

- Usted rescata a Oscar Masotta como su primer maestro, ¿qué de su enseñanza hizo traza en usted?

 

- Oscar Masotta fue mi primer maestro, porque me encontré con alguien que transmitía la obra de Freud de un modo insólito para mi. Luego supe de su lectura de los Escritos de Lacan, que me dieron una respuesta a ese modo de transmisión.

Tuve la suerte de ser su discípula apenas me había recibido en la Facultad de Psicología en el año 1970. En Argentina, a fines de la década de los ‘60 la práctica del Psicoanálisis y los textos teóricos estaban referidos a una gran psicoanalista como fue Melanie Klein, quien según los analistas de esa época había superado al gran maestro que había sido Freud. Oscar Masotta me enseñó a leer a Freud a la letra, lectura cuyo impacto perdura hasta hoy. El primer texto que abordamos fue “Más allá del principio del placer”, con lo cual la pulsión de muerte como fundamento del sujeto del inconsciente revirtió lo que había aprendido hasta entonces. Al poco tiempo empecé con él un grupo de estudios “de Lacan” -desconocido para mi y para mis coetáneos -, y ya con el primer texto que trabajamos,” La carta robada”, la traza quedó marcada como un real que inscribe un antes y un después en mi recorrido como analista, como así también en mi transcurrir por la vida. Tampoco puedo olvidar la escena en la que reunía a sus alumnos: un ambiente cargado de gatos que caminaban por nuestras faldas, la infaltable botella de whisky en la mesita ratona y el aire enrarecido por el humo de los cigarrillos. Todo ello también transmitía un clima descontracturado y descontextualizado de las escenas tan solemnes que investían a la mayoría de los analistas.

El otro hito fundamental está referido a mi entrada en la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Al momento de su fundación, Oscar Masotta nos invitó a los que integrábamos uno de sus grupos de estudio a entrar a la Escuela. Nos puso una condición: debíamos presentar un escrito para ser expuesto en el pequeño círculo que la constituía en esa época.

Es decir que el escrito pasó a tener valor de acto, cual rito de iniciación, como modo de pertenencia a una comunidad de analistas. No cumplía con ninguna regla de estandarización, tan común en las instituciones de aquella época.

Me enseñó a pensar, a articular conceptos que la lectura del Freud “cronológico”, me impedía. Y por sobre todas las cosas, a perderle el miedo al dogmatismo y a las ideas consagradas. Su relación con el arte en la época del Happening, se filtraba en su enseñanza tan creativa por cierto. Fue mi primer maestro pero no el único. Fue el primero de una serie que continua hasta la actualidad, sobre todo con algunos analistas con quienes intercambiamos nuestros interrogantes tanto de la clínica como de la teoría que nos implica.

 

- Por otra parte destaca a Isidoro Vegh como el primero en acompañarla a articular la teoría lacaniana con su práctica como analista. ¿Qué de aquel encuentro significó un sendero personal?

 

- El espacio en el que Isidoro Vegh me acompañó a realizar dicha articulación, fue el análisis de control.

Es que en los ‘70, nos analizábamos con analistas que eran de APA o de alguna institución derivada de aquella, y como dije anteriormente, la impronta que cundió en nuestro país fue la de la escuela kleiniana. Me daba cuenta que la teoría iba por un lado y la clínica por otro. Esta discordancia empezó a afectar mi propia práctica y a cuestionarme acerca de la transferencia, el fin de análisis, la interpretación, el número de sesiones, la duración de las mismas y el detonante fue la pregunta acerca de la interpretación por la vía del significante. Cabe aclarar que contábamos con pocos seminarios de Lacan y la primera edición de los “Escritos”. Me sorprendió la escucha de Isidoro Vegh cada vez que llevaba el material de mis pacientes. Empezaba a reconocer en sus intervenciones las diferencias con la clínica que hasta entonces me resultaba conocida.

Por ejemplo, qué quería decir interpretar desde la transferencia y no la transferencia. Se ocupaba de mi posición como analista y no tanto del material clínico que exponía. Me orientó en la escucha del significante, su relación con la letra y por lo tanto a que me despreocupara por el sentido, por el diagnóstico y por el juvenil furor curandi que me obsesionaba.

Fue mi primer maestro por su incidencia en mi práctica como analista que cambió radicalmente desde aquel encuentro. Encuentro que tuve la fortuna de recibir en los primeros tiempos de mi formación. Me alentó en la exploración de territorios que eran de mi interés y me trasmitió su entusiasmo por otras disciplinas como la lingüística, la lógica, la topología.

 

- Su interés por la adolescencia y los adolescentes data de finales de la década del ’70. ¿Cómo surgen sus estudios y reflexiones sobre este período de la vida poco abordado por el psicoanálisis de aquellos tiempos?

 

- Fueron varios años de estudios y reflexiones que despertaron mi interés por la adolescencia a partir del análisis con pacientes adultos. Los síntomas, e inhibiciones en los encuentros amorosos, sexuales, los vínculos con el otro social, con hijos adolescentes en algunos casos, estaban referidos no tanto a la primera infancia (sin dejar de tenerla en cuenta, por supuesto), sino a cómo fue atravesada la adolescencia. La relectura del texto de Freud “Metamorfosis de la Pubertad” y algunas clases sueltas que circulaban en Buenos Aires del Seminario Aún de Lacan, me llevaron junto a mi amigo, colega y co autor del libro Adolescencia. Una lectura psicoanalítica,  Enrique Millán, a postular la tesis que desarrollamos en los diferentes capítulos del libro. La pubertad como posición del sujeto en la estructura, porque es el tiempo del sellado del fantasma cuya condición es del orden de lo necesario, donde la relación entre el sujeto y el objeto que lo causa es exquisitamente singular.

Hablar de adolescencia en la época de los ‘70 en la parroquia lacaniana tenía tufillo a herejía. Se trataba de los comienzos del lacanismo en nuestra geografía, y la garantía de pertenencia era ser más papistas que el papa. Esto es, que se repetía sin cesar, que para el psicoanálisis sólo hay sujeto y además no hay tiempo cronológico. Pero el análisis con adolescentes requería del analista intervenciones específicas que había que fundamentar con rigor para no salirse del dogma. Fue una apuesta atrevida pero interesante por sus efectos. La adolescencia dejó su estatuto de psicología evolutiva como único modo de abordaje de la misma.

Debo confesar que mi interés por trabajar con los adolescentes tiene sus raíces en mi interés por el Psicoanálisis. A mis quince años sabía que quería ser psicoanalista. El azar me llevó a la lectura de algunos textos de Freud que sencillamente me fascinaron. Tres años después viajando por la España franquista compré clandestinamente los dos tomos de la obra de Freud, de la edición de López Ballesteros. En esa época estaba prohibida la venta de los mismos.

 

- En Adolescencia. Una lectura psicoanalítica destaca las resistencias presentes en padres y analistas. En relación a quienes conducen estas curas, ¿cuáles son las resistencias más frecuentes y qué efectos producen?

 

- Es una pregunta que el analista que trabaja con adolescentes debe tener presente durante el transcurso de una cura. Su complejidad merece desarrollar todo un seminario. Voy a señalar algunos hitos que no abarcan la totalidad del problema. Como sabemos, la transferencia no es sin la resistencia cuya función hace obstáculo y al mismo tiempo es motor del avance de un análisis.

Hay razones específicas de las resistencias presentes en padres y analistas cuando de adolescentes se trata. Los primeros, porque cuando acceden a “entregar” a su hijo a un analista es porque ya no pueden lidiar más con él. Demandan ayuda al analista para conservar cierta homeostasis que la irrupción de un adolescente se encarga de quebrar. Pero puede resultar que el paciente adolescente, logre formular una demanda de análisis que no coincida necesariamente con el pedido de sus padres. El choque con otra versión puede generar la mayor de las resistencias que, por mi experiencia, requiere del analista maniobras tales como por ejemplo, incluir a los padres en la escena de la transferencia bajo la forma puntual que requiere cada situación en particular.

Inferimos de este pequeño ejemplo, que la resistencia del analista se manifiesta cuando se identifica o con los padres o con el paciente. De resultas de lo cual su posibilidad de intervenir se encuentra restringida.

Otra manifestación de la resistencia del analista es la del “lacaniano”, que no admite la especificidad del análisis con estos pacientes y por sostener el dogma de la teoría insiste en ignorarla. Claro que el adolescente es un sujeto, pero no es un niño, no es un adulto.

Los efectos que produce este tipo de resistencia son de los más variados.

El más habitual es la interrupción del tratamiento por parte de los padres y cuando estos le insisten a sus hijos que tienen que analizarse, son ellos los que los interrumpen después de darles el gusto de ir a alguna que otra entrevista.

 

- ¿Qué derivas se pueden situar en los adolescentes a partir de los cambios producidos en la familia en las últimas décadas?

 

- El tiempo de la adolescencia es un tiempo de deriva por el estallido que produce la discordia entre el cuerpo real y la imagen del mismo que el espejo devuelve, confirmada en la mirada de los otros. Esta mirada es inquietante para el adolescente. Las formas de las familias han cambiado en las últimas décadas. Estos cambios pueden incidir a favor o en contra según los sujetos que las componen. Hay familias de las que se dicen “normales”, “bien constituidas”, donde ocurren fenómenos extremos tales como relaciones incestuosas entre padres e hijos, entre hermanos, entre abuelos y nietos, cuya apariencia jamás haría sospechar este tipo de relaciones. Por otra parte, la posibilidad que tiene una mujer de engendrar un hijo cuyo donante de espermatozoides es anónimo, las parejas del mismo sexo que tienen hijos por adopción, por vientres alquilados y por tantos otros métodos que la ciencia moderna oferta, intentan restituir las formas de la familia cuyos efectos son impredecibles. Estas nuevas formas familiares nos exceden a veces en nuestro propio imaginario, por lo cual los analistas debemos estar advertidos de los prejuicios que nos habitan y aceptar que estas novedades no las comprendemos, las rechazamos o en el mejor de los casos nos atrevemos con ellas.

 

  - ¿Qué consecuencias produce en la subjetividad la “volatilidad” de la función Nombre del Padre que, tal cual usted señala, acompaña estos tiempos?

 

- Esta pregunta se articula con la anterior en la medida que éste es el núcleo fundamental que incide en la deriva de los adolescentes.

Cabe señalar que para el psicoanálisis el padre es una función que alguien encarna y que puede ser o no el padre biológico. Pero lo mas importante es cómo el Otro primordial, el que ejerce la función materna, lo trasmite a su hijo. Eso depende de cómo está inscripta en ella dicha función. ¿Cómo se manifiesta la volatilidad del Nombre del Padre (escrito de este modo habla de la función)? No autorizándose frente a un hijo adolescente ya sea por tenerle miedo, para no parecer autoritario, para no parecer impotente, para hacerse el comprensivo y entonces muchos padres y madres se hacen amigos de sus hijos, se “apendejan” como decimos en nuestra jerga, usan la jerga típica adolescente de cada época o los ignoran sosteniendo que se tienen que arreglar solitos.

Este pantallazo de fenómenos que dan cuenta de la volatilidad del Nombre del Padre, lejos de orientar a los hijos en la travesía por la  adolescencia, los confunde de tal modo que nos encontramos con conductas bizarras que reclaman ser acogidas por alguien que encarne la ley. A veces esa deriva encuentra tope en los juzgados de menores, como si el juez hiciera suplencia del Nombre del Padre.

 

- A fines de la década del ’60 Lacan planteó que la sexualidad había perdido algo del goce clandestino y transgresivo. A más de cuarenta años de esa formulación ¿qué piensa usted al respecto?

 

- Cuando la sexualidad pierde algo del goce clandestino y transgresivo lo que pierde es la gracia del mismo. El destape sexual que se produjo a partir de los 60 confundió la represión de la sexualidad con la represión del inconsciente. La represión para el sujeto del inconsciente es fundante de la estructura. El término en su sentido común tiene otras connotaciones ligadas en algunos casos a la censura, a la prohibición de ciertas manifestaciones públicas y de otra índole. Cuando el goce de la sexualidad se hace público, lo que oculta es la inhibición del amor. El amor está devaluado en nuestra cultura y la insistencia en gozar del sexo tiene la coloratura del superyo que ordena gozar. El goce de la sexualidad es privado, por la singularidad del mismo en cada sujeto que lo ejerce. Es pertinente recordar el aforismo de Lacan que dice que “sólo el amor permite al goce condescender al deseo”.

 

- ¿De qué manera esto incide en los adolescentes y en su despertar sexual?

 

- Recuerdo que en los años ‘70, una joven que estaba en análisis conmigo le hacia creer a su madre que ya tenia relaciones sexuales haciéndole ver que tomaba anticonceptivos. La madre pertenecía a un grupo hippie cuyo lema era “paz y amor”. De amor no había nada. Si, de hacer el amor con el que venga y si era entre varios al mismo tiempo mejor. En ese contexto fue concebida esta joven. Que ella tomara anticonceptivos mataba dos pájaros de un tiro: le aseguraba a la madre que ella iba a tener un hijo con “alguien”, y que acataba el mandato materno del goce sexual público. Atesoraba en privado y en el ámbito del análisis el secreto de su virginidad.

 

- Teniendo en cuenta la influencia de la cultura en la adolescencia y las transformaciones sustanciales que se produjeron en los vínculos en pocos años ¿se pueden avizorar cuáles serán las tendencias posibles que modifiquen nuevamente esta etapa da la vida?

 

- Para mi es una pregunta difícil de responder porque no puedo hacer futurología. Puedo decir que la adolescencia en su esencia no cambia más allá de la cultura y de la época. Por eso hablo de la adolescencia como posición del sujeto en la estructura. Lo que cambian son las vestiduras que resultan de la influencia de la cultura y la época. Respecto a los vínculos también padecen de la volatilidad que señalamos antes respecto al Nombre del Padre. Volatilidad que notamos en los encuentros eróticos entre los jóvenes. En ocasiones, este tipo de vínculo se desplaza hacia el grupo de amigos que pasa a tener prioridad absoluta. La presencia del semejante se hace imprescindible y funciona de antídoto frente a la volatilidad de la cual hablamos. Nos encontramos también con jóvenes que frente a la carencia de normas recurren a la religión, a sectas de diferente índole, a movimientos ideológicos, etc, donde obtienen respuestas cuyas normas los estabilizan provisoriamente.

 

- Usted conoce de cerca a la sociedad española, ¿qué cambios podría situar en la juventud a partir de una desocupación que no tiene precedentes en ese país?

 

- Los cambios que he notado en la sociedad española pasan por el desplazamiento geográfico de los jóvenes, que por pertenecer España a la Unión Europea, tienen facilitado el traspaso de las fronteras. Lo que es lamentable es el tipo de inserción laboral a la que acceden. Conozco jóvenes que han tenido una excelente formación en la universidad con post grado incluido, y que a la hora de conseguir un trabajo en otros países éste no condice para nada con la formación que obtuvieron. Los que se quedan en España ni siquiera pasaron por el desempleo, no pueden acceder a un primer trabajo que los inserte en el campo laboral. Viven con sus padres, con sus abuelos y los que pueden, hacen “changas”. En lo político, los jóvenes españoles no se sienten representados por los partidos tradicionales, y sus demandas tampoco son atendidas. Que el paro, como allí se le llama al desempleo, afecte fundamentalmente a los jóvenes expresa también la falta de atención a sus problemas más acuciantes lo cual refuerza la deriva típica de cualquier adolescente.

 

- En la introducción de Los tres tiempos del despertar sexual señala que la práctica del psicoanálisis con analizantes que atraviesan la “edad media” de la vida la condujo al hallazgo de lo que llama “tercer despertar sexual”. ¿Qué entiende por tercer despertar sexual y como arribó a ese descubrimiento?

 

- El tercer despertar sexual es una invención que se me ocurrió a partir del análisis con pacientes que atraviesan la “edad media” de la vida, y que no debe confundirse con la llamada “tercera edad”, que el discurso común nombra tomando en cuenta exclusivamente la cronología. Las condiciones de posibilidad de dicho despertar están determinadas por la muerte que se imaginariza en el horizonte. Hay un límite real cuya retroacción temporal puede adormecer al sujeto o mantenerlo despierto como sujeto deseante.

El tercer despertar es en relación a la sexualidad pero también a la sublimación de la pulsión, de la pulsión de muerte. Me encontré con analizantes que retomaron proyectos largamente postergados a lo largo de su vida, y que los llevaron a cabo con una intensidad poco usual y sorpresiva para ellos y para los otros de sus lazos sociales. La equivalencia entre la enfermedad por la edad, la vejez y la muerte debe ser interrogada por el analista teniendo en cuenta que siempre se trata del cuerpo sexuado para el ser parlante.

Después de largos años de darle vueltas al tema me atreví finalmente, primero a presentarlo en unas jornadas de la EFBA y ahora a publicarlo en el libro que usted menciona. Descubrirlo y nombrarlo como tercer despertar fue un hallazgo que no tenía en el menú de la teoría psicoanalítica. No tiene el carácter de la función ordinal de las matemáticas pero si la lógica modal.

 

- En referencia a esto último agrega que “su función –la del tercer despertar– no es del orden de la estructura del sujeto” y que por eso lo plantea desde la modalidad lógica de lo contingente. ¿Cuál sería su función?

 

- La modalidad lógica de lo contingente, es la del no todo cuya expresión retórica dice que puede darse o no darse. El tercer despertar no define la estructura del sujeto, es decir, que no es del orden de lo necesario como si lo son el primer y el segundo despertar. Los encuentros azarosos funcionan en ocasiones como contingencias sin solución de continuidad que producen vacilaciones en la consistencia de fantasmas ligados a la vejez, la enfermedad y la muerte. Tiempo fecundo en un análisis para intervenir en la construcción de un nuevo fantasma, que promueva en el sujeto un deseo renovado. Para su eficacia se juega el deseo del analista en tanto función, que apueste al sujeto del deseo que será posible si se reanuda el sintagma freudiano “sexualidad y muerte”.

 

- ¿Cómo se relaciona con el primer y el segundo despertar sexual?

 

- Lo diría de este modo: el primer despertar que corresponde al tiempo de la infancia, culmina como decía Freud en el orden fálico. No es una etapa, es un recorrido por el drama edípico de cada sujeto, por el montaje pulsional entre las distintas especies de objetos del cuerpo; y entonces la lógica fálica que implica la ley, el deseo, es el resultado de haber sido libidinizado el cuerpo de un niño por el deseo del Otro.

El segundo despertar pone a prueba los títulos en el bolsillo que se inscribieron en el primero. Es el tiempo de prevalencia del objeto que situado en el fantasma será causa del deseo en el abordaje sexual y social con el semejante.

Ambos son del orden de lo necesario en la estructuración del sujeto.

La relación que tiene el tercer despertar con el primero y el segundo, es que tanto el Falo como el objeto tienden al estallido, por la crisis narcisista que se juega en el tiempo que nombro como el de la “edad media”. El desfallecimiento fálico se manifiesta en la mujer en su cuerpo y en el varón en su órgano. Esta caída del lugar fálico arrastra consigo el objeto que había funcionado como causa del deseo en la salida del segundo despertar.

 

- ¿Cuáles son las manifestaciones que, de forma más frecuente, ha encontrado en la clínica a partir de las dificultades en este despertar?

 

- Hay diferencias entre los hombres y las mujeres. Lo específico en las mujeres es el fin de la concepción y los cambios hormonales de la menopausia, que son instrumentados en ocasiones para justificar la renuncia al erotismo, confundiendo así el fin de la concepción con el fin de la sexualidad. El duelo por la pérdida de la fertilidad en las mujeres requiere de su elaboración. Cuando la mujer siente como pérdida sus encantos, el brillo fálico de su cuerpo frente a la mirada de los hombres, el verdadero duelo por la pérdida de la fertilidad se desplaza a la imagen del cuerpo, con su consecuente quebradura narcisista. La respuesta es el ofrecimiento del cuerpo a la enfermedad o a la frecuente visita a los quirófanos de la medicina estética.

El varón, teme por su órgano. Los síntomas de disfunción del mismo, son experimentados como signos de alguna enfermedad: la próstata, la hipertensión, la hipotensión, la diabetes y tantas otras. Sabemos que para el varón preocupado por su órgano, éste siempre es un obstáculo o la amenaza de un obstáculo que condiciona su goce fálico. Pero en la llamada “edad crítica”, como decía Freud, el argumento se sostiene en la enfermedad y en la vejez. Es cuando la sexualidad queda ensombrecida por al muerte, es cuando se renuncia a la misma para conservar la vida.

Señalo de este modo un tanto general, las dificultades que nos presentan estos pacientes y que nos desafían a apostar a la creación de un tercer despertar.

 

- En el libro anteriormente citado señala que lo que tienen en común el tercer despertar sexual y la pubertad es lo concerniente a la imagen del cuerpo como condición para el encuentro con el partenaire del otro sexo. Y agrega: “de hecho es el cuerpo la objeción fundamental para evitar el encuentro”. En la actualidad, una cultura donde la imagen prima y donde son habituales las cirugías rejuvenecedoras ¿se ve facilitada esa imagen del cuerpo necesaria para el encuentro con el otro? ¿Esto incide en el tercer despertar sexual y de ser así de qué manera?

 

- Es cierto que el cuerpo siempre funciona como objeción argumental en el encuentro con el partenaire, tanto en el segundo como en el tercer despertar.

Pero tenemos que diferenciar los argumentos en un caso y en el otro.

En la pubertad, la crisis de la imagen del cuerpo es porque los caracteres sexuales secundarios son experimentados como cuerpos extraños. Es por eso tan habitual el fenómeno de la comparación. En los varones dicha comparación pasa por la medida del órgano, por la estatura, por el manejo de los elementos electrónicos (en esta época), por la inteligencia, por la audacia, por la valentía, por la actividad deportiva, por la capacidad de seducción, etc. En las mujeres por el tamaño de los pechos, por la piel, por el pelo, por la ropa, por cuánto “levante” tienen y otras comparaciones varias. Son modos de subjetivar e incorporar lo que el espejo les devuelve de la imagen del propio cuerpo. Si bien las comparaciones con los pares del mimo sexo tienen esta función en el encuentro sexual y/o amoroso, con el partenaire actúan como objeciones. En apariencia son estéticas, pero sabemos que tienen toda su relación con el narcicismo que por cierto está en crisis y que requiere de la función de homeostasis que el fantasma provee.

Esta crisis forma parte del tercer despertar pero el cuerpo o la imagen del cuerpo está afectada de otros argumentos que ya he señalado en la respuesta anterior. Cuando la imagen del cuerpo entra en crisis, el problema no pasa por recurrir o no al quirófano reparador, sino por reencontrar una nueva investidura libidinal sin la cual el encuentro erótico con el otro es imposible. Una cosa es ir al encuentro amoroso desde el cuerpo pulsional, libidinal, y otra, si el abordaje es desde el cuerpo narcisista. Las operaciones estéticas pueden resolver el narcicismo arrugado, pero no resuelven el deseo que despierta un cuerpo libidinizado.

 

- Siguiendo a Freud ubica al dolor como una pseudopulsión por cuanto no es efecto de la represión, en consonancia con lo cual propone “intervenciones en lo real de la transferencia, ya que la interpretación no surte ningún efecto de corte”. Luego señala a la perentoriedad como un punto de conexión entre el dolor y la ansiedad, presente por ejemplo en las adicciones. ¿Se podría pensar a las adicciones como pseudopulsión?

 

- Vale aclarar que una cosa son las adicciones y otra el consumo de diversas sustancias. En las adicciones, la pulsión no opera desde la eficacia del goce. Es que el objeto perdido que motoriza el campo pulsional, tiene valor de existencia certera. De ahí, que el adicto recurre al montaje de la escena donde su cuerpo pasa a ser ese objeto perdido que suple la falta fundante que Freud llamó Das Ding. La perentoriedad surge cuando la droga es o un remedio o un tóxico y el cuerpo es un organismo. Por eso creo que el dolor y la adicción comparten esta posición del sujeto atrapado por la pseudo pulsión. Las neurosis actuales también tienen toda su relación con la perentoriedad. Es la irrupción de la angustia sin elaboración psíquica. Se manifiesta por la vía de la cara real del goce del síntoma. El problema para el analista es que el síntoma no aparece en su vertiente simbólica como enigma a descifrar. De ahí que la interpretación no tenga ninguna eficacia.

En las adicciones el duelo por la pérdida del primer objeto de satisfacción es un dolor continuo que como éste, es aplacado por la sustancia como analgésico.

 

-En nombre de elSigma le agradezco la posibilidad que nos ha brindado para conocer, aunque sea someramente, parte de sus inicios, sus interrogantes de aquellos tiempos que siguen teniendo vigencia y algunas aproximaciones a sus desarrollos más actuales.

 

 

Silvia Wainsztein, psicoanalista es miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires desde su fundación. Ejerce su práctica en la ciudad de Buenos Aires. Ha colaborado en varios números de los “Cuadernos Sigmund Freud”. Presentó numerosos trabajos en congresos nacionales e internacionales que pueden consultarse en la página Web de la EFBA.

Es co autora del libro Los discursos y la cura junto a I. Vegh, S. Amigo, A. Flesler y A. Meghdessian, Editorial ACME y de Adolescencia. Una lectura psicoanalítica, en co autoria con E. Millán, Editorial El Megáfono. Autora del libro Los tres tiempos del despertar sexual, Editorial Letra Viva, 2013.

 


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