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Cuando el cuerpo no aguanta todo (Prosiguiendo la discusión acerca del “fenómeno psicosomático”)

10/04/2019- Por Leonardo Leibson - Realizar Consulta

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Hablar de “psicosomática” hace a un campo complejo y heterogéneo, con más sombras que luces. Resulta de gran interés clínico, a condición de no quedarnos demasiado aferrados a la medicalización del término, ni tampoco a su psicologización. Este texto propone considerar a la psicosomática como un modo de decir que bordea un cuerpo afectado de manera particular, aún cuando tome la apariencia de que ese decir queda eclipsado por la afectación del cuerpo. Poder considerar los modos de la transferencia, la resistencia y la interpretación serán, cuando no, la clave para su abordaje.

 

 

 

                             

 

                                Escultura en madera de Roberto Aizenberg*

 

 

1. ¿De qué hablamos cuando hablamos de “fenómeno psicosomático”? Que el uso haya generalizado este término no delimita sus alcances. Tal vez la mejor definición que conozco la escuché de labios de un analizante que lo planteó como que “el cuerpo, llegado el caso, no aguanta todo”.

 

  Me parece acertada porque articula la presencia de un cuerpo que encuentra un límite en la enfermedad, pero entendiendo que no es sólo una limitación funcional sino algo que señala que se ha entrado en una zona diferente, que ha ocurrido la ruptura de un supuesto equilibrio, que hay algo que ya no puede desconocerse.

 

  Aún así, esa señal requiere un trabajo y una puesta en forma para que pueda abrirse al juego de la transferencia y posibilitar que surja una intervención que recorte y haga caer un sentido demasiado pesado que se ha concentrado en ese evento clínico, caída que podría ejercer influjos sobre la enfermedad. Pero llegar a esto tiene ciertas particularidades que hacen a cómo concebimos este campo de problemas que llamamos psicosomática. Intentaremos cernir este campo.

 

  En primer término, se trata de eso: de un campo de fenómenos. No es una “estructura”, ni una “patología” ni un “trastorno”. Se trata de un campo discursivo determinado por dos elementos fundamentales que son (por orden de aparición): hay una enfermedad que afecta al cuerpo en el sentido médico y un decir acerca de esa enfermedad con ciertas caracterísiticas.

 

  Lo característico de ese decir es su homología con el decir médico que Lacan define en “Psicoanálisis y Medicina”. Un modo de decir que desconoce la estructura de la demanda (o sea, la ley del significante, la dimensión del malentendido y del equívoco) así como la dimensión gozante del cuerpo (lo que del cuerpo va más allá de lo imaginario).

 

  Estas caracterísitcas no son exclusivas de los profesionales médicos, se trata de una modalidad discursiva y es en tanto tal que nos interesa clínicamente. Nuevamente: no se trata de un déficit ni de un trastorno, es un modo de decir. O sea, un ordenamiento del discurso que, mediante ciertas operaciones e intervenciones, podrá mutar en otras formas discursivas.

 

  ¿Cuál es ese ordenamiento? Se trata, en sus modos de presentación, de cierto uso de la idea de causalidad, combinado con una pretensión de univocidad, uso de la analogía, no implicación subjetiva o personal en relación al padecimiento. Se trata de alguien que habla acerca de lo que pasa con las palabras que el discurso médico le ha dis-puesto (apelando, especialmente, a los estudios complementarios exhibidos como pruebas irrefutables e inequívocas).

 

  Alguien, incluso, que puede o no conectar eso que le ocurre con algún dato de su historia reciente o remota pero que, si lo hace, no va mucho más allá de la conexión entre dos datos que no abren una esquizia subjetiva, sin hacerse preguntas acerca de esto.

La posición enunciativa y el modo de decir son tan determinantes para definir este campo como el hecho de que una enfermedad médica esté presente.

 

 

2. Nótese que no estamos poniendo en primer término algún tipo de supuesta relación causal entre algún proceso psíquico o afectivo y la aparición de la enfermedad orgánica. De todos modos no descartamos esta hipótesis, pero consideramos que no es la cuestión determinante.

 

  Por otra parte, no creemos que sea conveniente definir este campo por ubicar el simple hecho de que haya manifestaciones somáticas a las que se les pueda encontrar un correlato psíquico. Por varias razones:

 

a) Es bastante obvio que siempre podremos encontrar un correlato psíquico para cualquier padecimiento somático. Esto tiene tal amplitud y universalidad que impide ubicar un campo específico de problemas clínicos. Por algo Freud advierte de los engaños a que nos conduce apelar al “paralelismo psicofísico”. Es como afirmar que todos somos parientes por descender de algún ancestro primitivo común.

 

b) Además, los trastornos que afectan al cuerpo pueden ser de índoles muy variadas pero hay algo que resulta decisivo: poder distinguir, en particular, aquellos trastornos que actúan como si la anatomía no existiese (Freud) de los que sí respetan la anatomía y fisiología.

 

  Esto es, por un lado, los síntomas de las estructuras neuróticas y psicóticas (paradigmáticamente, pero no exclusivamente, los síntomas conversivos histéricos y las formas delirantes de la hipocondría psicótica). Lo que caracteriza a estos síntomas es su estructura metafórica (como dice Lacan: “no es una metáfora decir que el síntoma es una metáfora”), lo cual supone la posibilidad de lectura y desciframiento a partir del propio texto del síntoma. O sea, de la existencia real o potencial del orden del malentendido allí[1].

 

  Por otro lado, nos enfrentamos con los fenómenos que muestran un cuerpo que no es metafórico en su afección, por objetiva y por remitir a un diagnóstico médico específico. Allí, en principio, nada nos autoriza a sobreimponer una lectura que atribuya sentido a esa afección. Hacerlo supone un abuso de poder y una falta técnica fundamental. Porque imponer significaciones sin considerar las asociaciones de quien consulta es como interpretar un sueño al modo de los onirocríticos de la Antigüedad.

 

c) La hipótesis de que lo psicosomático consiste en que hay una causa psíquica para un efecto somático es endeble y a la vez también demasiado generalizable. No existen demostraciones clínicas (ni del lado de la psicopatología ni tampoco desde el campo médico) más allá de ciertas cuestiones que por su poca especificidad relativizan su utilidad, aunque brinden un fundamento para pensar la constitución de este campo[2]. Además, nos enfrenta al problema siempre candente del lugar que en psicoanálisis podemos otorgar a la función de la causa.

 

d) Finalmente, no nos parece conveniente definir lo psicosomático a partir de categorías y diagnósticos médicos. Por un lado, no hay ninguna lista precisa ni concluyente porque según los criterios y las épocas se incluyen o excluyen distintas enfermedades allí. La imprecisión y diversidad terminan resultando apabullantes y desalentadoras.

 

  Pero, sobre todo, porque lo que nos importa como analistas es interrogarnos acerca de los modos de la constitución subjetiva a partir de ciertas presentaciones sintomáticas y sus correspondientes modos de decir y no en un diagnóstico basado en la pura descripción objetiva puesta en correlación con un listado de denominaciones. Esto nos aleja de la operación analítica y su experiencia.

 

 

3. Un modo que proponemos para nombrar y desplegar este campo es que podemos hablar de las “enfermedades de cuerpo presente”. Está claro que también es un modo de decir o de tratar de decir algo acerca de las situaciones clínicas donde quien consulta parece no tener mucho para decir al tiempo que lo que se presenta en un primer plano, que ocupa casi todo el cuadro, es su cuerpo, o más precisamente esa zona de su cuerpo alterado y sufriente que parece hablar por sí misma a través de la terminología y aparatología médicas[3].

 

  Se oponen a aquellas otras situaciones clínicas donde si bien quien consulta puede hacer referencia a algo que sucede con su cuerpo, eso da lugar, más o menos rápidamente, a que la presencia de ese cuerpo se vaya desdibujando en un decir que remite a otros decires.

 

  No se trata allí de la aparición de una significación sino a la posibilidad de poner en juego, a partir de la implementación de una escena transferencial, el juego de lenguaje en el que consiste la asociación libre y la escucha analítica −que implican la dimensión del equívoco y el malentendido así como los deslizamientos y anudamientos metonímicos y metafóricos−, juego que llevará a la producción de puntos de corte y escansión (función de la interpretación) donde algo del sujeto puede contarse allí.

 

  Este juego no es impracticable en las “enfermedades de cuerpo presente”, pero en estas situaciones requiere de “un esfuerzo más”, de un modo peculiar de ponerse en acto el deseo y la función del analista. Volveremos sobre esto.

 

 

4. Además, se destaca el hecho de que las “enfermedades de cuerpo presente” se presentan como enfermedades sin historia. No tanto porque no haya datos histórico biográficos sino porque no aparece, al menos de entrada, la posibilidad para quien habla, de tejer una historia con lo que va surgiendo en esos datos.

 

  Una historia en el sentido de que vaya tramando una narración mediante la cual quien la narra se haga sujeto, sujeto que se pueda encontrar en esa historia, contar-se con una cuenta que lo descuenta y le da la posibilidad de experimentar que se hace sujeto en esa partición.

 

 

5. Proponemos también pensar estas cuestiones clínicas cruzándolas por ejemplo, con los siguientes elementos:

 

a. La categoría freudiana de las neurosis actuales[4], no sólo como un cuadro clínico en sí mismo cuyo distingo con las neurosis de transferencia Freud creía que era necesario mantener. Lo que nos interesa especialmente es su articulación con la idea de que el síntoma neurótico (y también, a su modo, el psicótico) se construye como una perla: capas de algo (texto, en el caso del síntoma) alrededor de un elemento heterogéneo: el grano de arena de neurosis actual (neurastenia, neurosis de angustia o hipocondría). Donde las neurosis actuales implican un modo de quedar afectado el sujeto por la sexualidad en el que no interviene la posibilidad de la palabra como revestimiento.

 

  La hipótesis freudiana es que la “insuficiencia psíquica” o la imposibilidad del yo para colocar las cargas libidinales está en el basamento de estas neurosis actuales abre la perspectiva para pensar que esta insuficiencia o imposiblidad no resulta de una cuestión estructural sino de algo contingente, coyunturas de los modos de funcionamiento de “lo psíquico” en cada cual y en determinados momentos. Su hipótesis es que cuando esto no ocurre (lo cual no es equivalente al mecanismo de la represión y los efectos del retorno de lo reprimido) la libido se descarga como angustia y sus equivalentes somáticos[5].

 

b. Nos parece que esta línea de pensamiento se articula con la hipótesis que propone Lacan de considerar al fenómeno psicosomático (fps) en relación a la noción de holofrase. Entendiendo a ésta como, justamente, ese modo de funcionamiento del lenguaje que excluye o rechaza el equívoco, el malentendido, la posibilidad de lo metafórico.

 

  La holofrase implica a un par de significantes, S1 y S2, no se trata de un significante ni aislado ni suelto sino de un par ordenado donde ha colapsado el intervalo.

Esto es clave para pensar la cuestión “técnica” en relación a este campo de eventos clínicos. Porque lo que reinstala el intervalo es función del deseo del analista.

 

  Se trata allí del sujeto que advendrá, de cómo y cuál lugar ocupará, dónde se hará advertir a partir de su desvanecimiento. Esto nos aparta de modos de plantear la cuestión como ausencia o carencia subjetiva, etcétera.

 

 

6. Hay un desconocimiento por parte del decir médico de dos cuestiones: la estructura de la demanda (lo que implica la ley del significante que es la ley del malentendido) y la dimensión gozante del cuerpo (es decir, el hecho de que el cuerpo médicodesconoce y rechaza que hay un cuerpo erógeno con su propia dinámica y su propia lógica, que no siguen las que la medicina sostiene para el cuerpo entendido como una máquina homeostática).

 

  Lo interesante es constatar que este modo discursivo (porque lo “médico” a fin de cuentas se trata de eso: no de un diploma universitario sino de un modo del decir) no es exclusivo de los médicos y que puede articularse a lo que citábamos acerca de la holofrase.

 

  Nuestra hipótesis es que cuando alguien queda tomado por ese discurso en un contexto de lazos libidinales, su cuerpo será el escenario del desacople que la ausencia de malentendido promueve. Una foma de manifestarse ese desacople es que el cuerpo se hace presente, pero no sin señalar que algo de la función de la palabra se ha ausentado peligrosamente.

 

  Podríamos añadir varias referencias teóricas para pensar el fps, por ejemplo aquellas que aparecen cuando Lacan, en la “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, afirma que el fps es un hecho de escritura, de algo que se escribe aunque no sepamos leerlo.

 

 

7. Por el momento, a modo de conclusión, querríamos cernir una cuestión: el modo de (no) decir que es el emblema invisible (más bien, poco audible) de estas “enfermedades de cuerpo presente” nos da la clave de lo que el encuentro con un analista puede generar.

 

  Tomemos un contra-ejemplo. Si el “psi”emprende la tarea de dar significación a las manifestaciones somáticas, −lo que suele tomar la pendiente de alguna forma de analogía o alegoría (por ejemplo, el asmático y su asfixia angustiada a partir de una madre que lo ajusta demasiado… o de aquella que no le brinda atención)−, esa vertiente suele resultar estéril cuando no implica algún tipo de agravamiento de la enfermedad. Atribuir tal inanidad a la “resistencia” o a la “pobreza simbólica” del paciente no es más que desentenderse por parte de quien podría ocupar el lugar de analista.

 

  En otra pendiente, podemos pensar que lo escrito en el fenómeno psicosomático, que Lacan justamente compara con los jeroglíficos, requiere de un esfuerzo de lectura. Esa lectura no es objetiva sino que se da en transferencia, es decir, se da en el juego escénico de la transferencia que el deseo del analista engendra y soporta. “Deseo de máxima diferencia” que nos habilita a no dejarnos engañar por algo que “no dice nada”.

 

  Más bien nos conduce por la pendiente de inventar la ficción que haga escena donde no la hay (porque en verdad no la hay… hasta que se produce; la escena, como el sujeto, siempre es supuesta). En ese “esfuerzo de creación”, la envoltura formal del síntoma se revela al constituirse en el diálogo analítico. No hay ni síntoma ni fenómeno que sean objetivos.

 

  Así, la experiencia nos muestra cómo la desimplicación del “paciente” con respecto a lo que ocurre en su cuerpo puede modular a que se pregunte por lo que le ocurre con su cuerpo. Esto ya comporta una modificación del campo y hace al devenir del sujeto con su enfermedad, de maneras diversas.

 

  No necesitamos ninguna hipótesis causal de antemano para poner en juego el campo del lenguaje y la función de la palabra a propósito de las vicisitudes de un cuerpo erógeno. Lo que no podemos es perder de vista la especificidad de la función del analista y las cuestiones que su discurso pone en juego en el entrecruzamiento con las otras formas discursivas.

 

  O sea, de que el cuerpo es un hecho de discurso que, por ello, queda afectado por los movimientos de lo que es significante (que debe tomarse como distinto del signo y también del significado/sentido) y de lo que el significante no reconoce más que por su límite.

 

 

Nota: el presente escrito ha formado parte del ejemplar de la revista Imago Agenda de la Editorial Letra Viva Nº 205 - Otoño 2019 (“Fenómenos Psicosomáticos”). Buenos Aires. Argentina

 

 

Imagen*:

 

http://www.ruthbenzacar.com/artistas/roberto-aizenberg/#lg=1&slide=13

 

“Estatua Nº 2 en madera pintada” (1,70, 53 y 42 cms.)

Roberto Aizenberg, nació en Federal, provincia de Entre Ríos, el 22 de agosto de 1928. Muere el 16 de febrero de 1996, en la Ciudad de Buenos Aires. Fue discípulo de Antonio Berni y Juan Batlle Planas.

Sus exposiciones más relevantes fueron en el Centro de Artes Visuales del Instituto Torcuato Di Tella, en 1969. Hanover Gallery, Londres y Suiza, en 1972. Galería del Naviglio, Milán, en 1982. CDS Gallery, Nueva York, en 1992. Museo Nacional de Estocolmo, en 1989.

 

 

 



[1] Seguramente muchos dirán que los síntomas de la psicosis no tienen esta característica metafórica en su decir. El debate es amplio y extenso pero, por ahora, podemos alegar que la metáfora delirante, nuclear en la hipocondría y en otras alteraciones psicóticas del cuerpo, no deja de ser un modo de lo metafórico y que señala cierto juego de lenguaje que no podría no incluir, bajo algunos aspectos, al equívoco.

[2] Son altamente instructivas e interesantes algunos desarrollos de la PNIE al respecto, así como de otras ramas especialmente de la investigación médica.

[3] Si bien en esta ocasión nos referimos especialmente a los denominados fenómenos psicosomáticos, creemos que esta expresión puede aplicarse a otras situaciones clínicas donde la localización del cuerpo y la función del lenguaje se plantean de este modo. Nos referimos, especialmente, a los así llamados “trastornos de la alimentación” o de los temas que implican consumos de sustancias. No estamos proponiendo una homogeneidad entre estos campos de problemas sino de algo que parecen tener en común y que hace a las dificultades y posibilidades de su abordaje.

[4] Para un desarrollo de este punto, remito al texto “Los dos cuerpos de Freud” en Leibson, L. (2018) La Máquina Imperfecta, Buenos Aires, Letra Viva, 2018.

[5] No nos basta esto para equiparar los fenómenos somáticos de las “Neurosis de Angustia” con los efectos psicosomáticos en tanto tales. Pero creemos que dan un fundamento para considerar ciertas características discursivas de estos últimos. Por esto nos parece importante ubicar este campo en relación a los dos elementos que propusimos: la alteración somática que respeta la anatomía y un modo de decir donde la dimensión metafórica/equívoca/malentendida parece excluida o rechazada.

 


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