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Acerca de la dimensión de la causa y las magnitudes negativas

27/07/2021- Por Juanjo García - Realizar Consulta

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El texto aborda una referencia poco explorada en Lacan: “Ensayo para introducir las magnitudes negativas en la filosofía” de Kant. Explorando dicho texto procura esclarecer el paso dado en su Seminario 11 acerca de la noción de causa y sus implicancias en la noción de inconsciente.

 

               

                                                     “LaKant”

 

 

 

  El inicio mismo del Seminario “Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis” está signado por el significante “excomunión”. La evidente connotación religiosa de tal término apunta a la interpretación que el propio Lacan dio a las circunstancias que precedieron sus primeras clases. Estas no hicieron otra cosa que abrir el interrogante sobre el punto en que el Psicoanálisis mismo se habría acercado a la religión.

 

  En ese contexto se abre la cuestión de la incidencia del deseo de Freud en dicho destino. El pretendido acercamiento del Psicoanálisis a la ciencia no deja de auspiciar, a su vez, sus dificultades. La ciencia profesa la fe de la objetividad. En su credo el sujeto está excluido de todo resultado en la investigación. Por el contrario la evocación de la alquimia y la necesidad del alma pura de sus practicantes permiten situar el valor de la posición del sujeto en los resultados. Tal es el problema que se plantea para el Psicoanálisis.

 

  Las consecuencias del deseo freudiano en el curso que tomó su invención, testifican acerca de los influjos del deseo en los resultados del investigador. La propia aspiración de Lacan en dirección de la ciencia, sirviéndose del estructuralismo, queda involucrada. La complejidad de la problemática esbozada conduce a la discusión sobre ley y causa.

 

  Cuestionando por qué no se han introducido conceptos nuevos en Psicoanálisis después de Freud, Lacan realiza su doble jugada. A la par que anuncia el abordaje de los cuatro conceptos fundamentales –inconsciente, repetición, transferencia y pulsión–, anticipa que “al meollo del asunto” lo llamará “el rechazo al concepto” [Lacan, J., 1987, p. 26]. En esas páginas Lacan introduce conceptos propios: los conceptos de sujeto y real, e inicia un itinerario que implica repensar y resituar nociones centrales de su enseñanza.

 

 

De las leyes del significante a la causa

 

  En la clase del 22 de enero de 1964 Lacan comienza abordando la noción de inconsciente partiendo de su definición según la cual está estructurado como un lenguaje. En primera instancia lo ubica en relación a la antropología y la lingüística. Aludiendo el texto de Lévi-Strauss, Pensamiento salvaje, ubica su enseñanza desde la antropología. Ciertas relaciones, particularmente las de parentesco, preceden al sujeto. Cuando adviene este, se encuentra con relaciones prohibidas y permitidas que preexisten. En esa dirección, el inconsciente implica significantes, palabras, reglas, órdenes que anteceden al sujeto mismo.

 

Lo importante, para nosotros, consiste en que vemos aquí el nivel donde -antes de toda formación del sujeto, de un sujeto que piensa, que se sitúa- eso cuenta, es contado, y en esa cuenta, el que cuenta ya está en ella. Sólo después el sujeto tiene que reconocerse allí, reconocerse como contante” [Lacan, J., 1987, p. 28].

 

  Contado por el Otro, el sujeto es uno entre otros. Pero a partir de allí, desde su posición de enunciación, es contador. La condición del sujeto implica que está al mismo tiempo afuera y adentro. Tal es la condición que afecta también al sujeto en el campo de la ciencia. No puede evitar estar implicado en aquello que aspira conocer ubicándose fuera. Tal problemática no deja de estar presente en el trazado que intentará Lacan para el Psicoanálisis indagando la función de la causa.

La referencia a la lingüística para introducir el inconsciente se hace ineludible:

 

En nuestros días, en el tiempo histórico de formación de una ciencia, que podemos calificar de humana pero que hay, que distinguir claramente de toda psicosociología, a saber, la lingüística, cuyo modelo es el juego combinatorio que opera en la espontaneidad, por completo solo, de una manera presubjetiva, es esta estructura la que confiere su estatuto al inconsciente. Es ella, en cualquier caso, la que nos asegura que bajo el término de inconsciente hay algo cualificable, accesible y objetivable” [Lacan, J., 1987, pp. 28 - 29].

 

  El juego combinatorio ofrece el modelo de una cadena de significantes que se combinan siguiendo ciertas leyes. “La instancia de la letra…” nos presentaba dos maneras que tienen los significantes de articularse entre sí: se combinan o se sustituyen. Introduce así los dos mecanismos que Freud menciona a propósito del proceso primario, la condensación y desplazamiento, es decir, la metáfora y la metonimia.

 

  Tanto la referencia a la antropología como a la lingüística evocan la articulación de la noción de inconsciente elaborada por Lacan en los tiempos del escrito de Lacan sobre “La carta robada” o “La cosa freudiana”. Allí la apuesta se ubicaba fuertemente en relación a las leyes de la cadena significante.

 

  En el escrito sobre el cuento de Poe señala en la primera página que “es la ley propia de esta cadena [significante] lo que rige los efectos psicoanalíticos determinantes para el sujeto” [Lacan 2009, p.23].

En “La cosa freudiana, o el sentido del retorno a Freud en psicoanálisis” retoma la emergencia de leyes a partir de los resultados aleatorios que derivan del lanzamiento de una moneda:

 

Para tocar la naturaleza de la memoria simbólica basta con haber estudiado una vez, como yo lo hice hacer en mi seminario, la secuencia simbólica más simple, la de una serie lineal de signos que connotan la alternativa de la presencia o de la ausencia, habiendo escogido cada una al azar, ya se proceda bajo un modo puro o impuro. Apórtese entonces a esta secuencia la elaboración más simple, la de anotar en ella las secuencias ternarias en una nueva serie, y se verán aparecer leyes sintácticas que imponen a cada término de ésta ciertas exclusiones de posibilidad hasta que se levanten las compensaciones que exigen sus antecedentes” [Lacan, J, 2009, p. 406].

 

  Estas leyes que emanan de un azar que se juega en cara o cruz, a partir de introducir una pequeña regla, agrupando la notación de resultados en ternas, impiden que ciertas combinaciones aparezcan después de otra. A partir de que empiezan a combinarse de una determinada manera, lo que era aleatorio, deja de serlo, brotan leyes que determinan que ciertas letras surjan y que otras queden imposibilitadas. En el mismo texto agrega a continuación:

 

Fue el corazón de esta determinación de la ley simbólica lo que Freud alcanzó de buenas a primeras con su descubrimiento, pues en este inconsciente del que nos dice con insistencia que no tiene nada que ver con todo lo que había sido designado con ese nombre hasta entonces, reconoció la instancia de las leyes en que se fundan la alianza y el parentesco, instalando en ellas desde la Traumdeutung el complejo de Edipo como su motivación central” [Lacan, J, 2009, p. 407].

 

  Lacan destaca en este escrito de 1955 la aprehensión de parte de Freud de la determinación de la ley simbólica y subraya que en el descubrimiento de su noción de inconsciente el haber reconocido las leyes de parentesco expuestas luego por Lévi-Strauss.

 

  Casi una década después Lacan opone a la determinación de la ley una noción que ya había examinado, en relación al objeto, en su seminario sobre la angustia. Si una ciencia tiene leyes, al hablar del inconsciente, Lacan hará referencia a la causa en contrapunto con estas.

 

La causa se distingue de lo que hay de determinante en una cadena, o dicho de otro modo, de la ley [Lacan, J., 1987, p. 29].

 

  Allí donde había insistido en la cadena de significantes, ahora introduce la función de causa precisamente como algo que escapa al significante. Remite al ensayo sobre las magnitudes negativas de Kant y señala:

 

“… en el Ensayo sobre las magnitudes negativas de Kant, podemos percatarnos de la precisión con que se discierne la hiancia que, desde siempre, presenta la función de la causa a toda aprehensión conceptual. En ese ensayo se dice más o menos que es éste un concepto, a fin de cuentas, inanalizable —imposible de comprender mediante la razón— en la medida en que la regla de la razón, la Vernunftsregel, es siempre alguna Vergleichung, algún equivalente, y que en la función de la causa siempre queda esencialmente cierta hiancia[Lacan, J., 1987, p. 29].

 

  ¿Qué lo lleva a Lacan a citar un texto de Kant de su época pre – crítica? ¿Por qué vuelve al filósofo de quien un año atrás había afirmado que estaba “repleto de causalidad”? [Lacan, J., 2006, p. 233]

 

 

El Ensayo para introducir las magnitudes negativas en la filosofía

 

  El “Ensayo para introducir las magnitudes negativas en la filosofía” es un trabajo elaborado por Kant en 1763.  Escrito dieciocho años antes que la Crítica de la Razón Pura, integra sus Opúsculos de filosofía natural. Parte del interrogante acerca de si la filosofía podrá servirse de algunas de las proposiciones de la Matemática.

 

  El trasfondo supone una contraposición entre la seguridad que ofrece esta y el carácter abstracto y resbaladizo de la primera. Kant aborda el concepto de magnitudes negativas e ilustra su aplicación en distintos campos, para finalmente explorar algunas consecuencias en relación a la noción de causalidad. Allí localiza ciertos puntos de imposibilidad que orientan hacia algunos de sus desarrollos de su obra más célebre.

 

  Con la denominación “magnitudes negativas” se alude a una expresión matemática que hace referencia a los números positivos y negativos, en cuanto precedidos de los signos (+) y (–). Estos signos no indican una realidad y su negación, puesto que la negación matemática es el cero. Indican, por el contrario, la oposición de dos cantidades o magnitudes, ambas positivas, de acuerdo con la regla de que las cantidades del mismo signo se suman y las de signo contrario se restan.

 

“Las magnitudes negativas no son negaciones de magnitudes…, sino algo realmente positivo en sí mismo, sólo que opuesto a otro” [Kant, 1992, p. 120].

 

 

Las magnitudes negativas. Distinción entre oposición lógica y real

 

  En el capítulo destinado a explicar el concepto de magnitudes negativas, Kant distingue diferentes sentidos que adopta la negación y que derivan en dos modos distintos de oposición. Por un lado hallamos la oposición lógica, es decir, la contradicción. Por otro, identificamos la oposición real que supone contrariedad pero no contradicción. Las magnitudes negativas hacen referencia a este último tipo.

 

“La contradicción, oposición lógica, consiste en que de la misma cosa se afirma y se niega algo a la vez. La consecuencia de esta conexión lógica es absolutamente nada (nihil negativum, irrepraesentabile), como declara el principio de contradicción” [Kant, 1992, p. 122].

 

  Afirmar el movimiento de un cuerpo es algo pensable, como lo es negarlo. Pero afirmar al mismo tiempo y en el mismo sentido que ese cuerpo se mueve y no se mueve, es imposible e impensable. La oposición real implica dos propiedades o predicados contrarios en un mismo sujeto.

 

  El resultado del conflicto o equilibrio entre dos fuerzas o principios reales es cero. Sin embargo se trata de un cero relativo. En tanto no supone una contradicción, es posible y pensable. Una fuerza que mueve a un cuerpo hacia un lado y otra fuerza que lo empuja en sentido contrario, tienen como consecuencia, factible y representable, el reposo del objeto.

 

“La repugnancia real se apoya también en una relación de oposición entre dos predicados de una y la misma cosa; pero ésta es de un tipo totalmente distinto. No es negado por uno de ellos lo que es afirmado por el otro, ya que esto es imposible, sino que ambos predicados, A y B, son afirmativos. Y, como de cada uno por separado deberían seguirse las consecuencias a y b, de la unión de ambos en un mismo sujeto no se sigue ni lo uno ni lo otro, de suerte que la consecuencia es cero” [Kant, 1992, p. 123].

 

  Para hacer referencia a la oposición real los matemáticos se sirven de los signos (+) y (–).  Cuando se presentan signos iguales, las cosas significadas deben ser sumadas; en cambio, en la medida en que son distintos se produce una sustracción. Con estos dos signos se distinguen las magnitudes opuestas entre sí, es decir, que se restan total o parcialmente una de otra.  

 

“De ahí surge el concepto matemático de las magnitudes negativas. Una magnitud es negativa en relación a otra en la medida en que no puede ser captada junto con ella más que mediante la oposición, es decir, en cuanto que la una quita a la otra una cantidad igual a ella” [Kant, 1992, p. 125].

 

  El término “negativo” no indica ninguna condición propia de la cosa sino una oposición a otra que se designa con el signo positivo, con el único fin de considerarlas mutuamente contrapuestas.

Reiteradas veces Kant se ocupa de señalar que el carácter negativo sólo se refiere a esta condición relativa de oposición, tratándose, en tal sentido, de predicados positivos que se contraponen.

 

  Esta insistencia se vincula a las dos reglas fundamentales que se cumplen en relación con la oposición real.

 

  Por un lado:

 

la repugnancia real sólo tiene lugar en la medida en que dos cosas como fundamentos (Gründen) positivos, anulan la una la consecuencia (Folge) de la otra… Sea la fuerza motriz un fundamento positivo: sólo existe un antagonismo real en la medida en que (ella y) otra fuerza motriz opuesta, en conexión con ella, se suprimen (mutuamente) las consecuencias” [Kant, 1992, p. 128].

 

  Por otro lado, si hay un fundamento positivo cuya consecuencia es cero, necesariamente hay una oposición real, es decir, está contrapuesta a otro fundamento positivo que es negativo respecto al primero.

 

  Kant distinguirá a la negación que resulta de una oposición real, llamándola privación (privatio), respecto de la que no surge de una repugnancia real, denominada carencia (defectus, absentia). Este último caso no exige ningún fundamento positivo, sino la ausencia del mismo. En tal sentido, el reposo de un cuerpo puede ser resultado de una negación del movimiento, sin la intervención de ninguna fuerza motriz, o ser una privación donde hay una fuerza motriz, cuya consecuencia, es decir, el movimiento, es suprimido por una fuerza opuesta. El mundo es esencialmente oposición y conflicto…

 

“Es principalmente en este conflicto de causas reales y opuestas en lo que consiste la perfección del mundo en general, del mismo modo que es totalmente evidente que la parte material del mismo se mantiene, en su desarrollo reglado, simplemente en virtud de la lucha de fuerzas” [Kant, 1992, p. 156].

 

  El texto recorrerá tales relaciones de oposición en el ámbito de la aritmética, para luego hacerlo en el de la cinemática, la estática, la termodinámica, la economía, la ética y, por último, el campo de los deseos y las representaciones.

Kant se pregunta particularmente en relación con las representaciones, cómo “aquello que ya es, deja de ser” [Kant, 1992, p. 144].

 

  Si existe una representación y luego deja de existir, la resultante es cero con respecto a la precedente. En concordancia con la segunda regla de la oposición antes mencionada, si una representación desaparece “se requiere un principio tan real para suprimir algo positivo que existe, como para producirlo, si no existe” [Kant, 1992, p. 145]. Para suprimir un pensamiento se requiere una actividad real y positiva. Debe existir…

 

“un verdadero obrar y actuar, que se opone a aquella acción con la que se hace clara la representación, y que, mediante la conexión con ella, da origen al cero o a la falta de representaciones claras. Porque, por el contrario, si fuera simplemente una negación o carencia, no exigiría para ello el mínimo empleo de una fuerzas, como tampoco se necesita fuerza alguna para que yo no sepa algo, porque nunca hubo motivo para ello” [Kant, 1992, pp. 145 -146].

 

  Esta “fuerza” que suprime representaciones y tendencias puede no ser consiente.  Aludiendo a esto, Kant resume:

 

“Y así, hay que juzgar que el juego de las representaciones y, en general, de todas las actividades de nuestra alma, en cuanto que sus consecuencias, después de haber sido reales, desaparecen de nuevo, presuponen acciones contrapuestas, una de las cuales es la negativa de la otra, de acuerdo con ciertos principios que nosotros hemos aducido, aun cuando no siempre la experiencia interna pueda informarnos de ellos” [Kant, 1992, p. 146].

 

 

El fundamento imposible

 

  Todo el texto hace referencia a las fuerzas, acciones o principios y sus correspondientes consecuencias, tanto en la emergencia de algo, por ejemplo una representación en el plano psíquico, como en su supresión. Todas las descripciones, argumentaciones y ejemplificaciones suponen la noción de causalidad como condición ineludible. No obstante, si el juego de causas puede encontrar en la matemática una explicación racional acerca de su funcionamiento, en el plano real no puede hallar en la razón y en la lógica un fundamento.

 

  La noción de magnitudes negativas permite describir cómo operan las causas en el plano de lo fáctico, pero desde las primeras definiciones todo el edificio argumentativo se sostiene en una clara distinción entre dicho plano, que Kant llama real, y el ámbito de la lógica. A partir de este último no puede otorgársele fundamentación y garantía de necesidad a la noción de causalidad en la dimensión fáctica.

 

  Hay un abismo insalvable entre la dimensión lógica y la dimensión real. De esa grieta deriva inexorablemente una hiancia irremediable entre el principio, la fuerza, es decir, la causa, y la correlativa consecuencia. La sombra de los cuestionamientos radicales de Hume sobre las nociones de sustancia y causalidad, tan caras a la tradición racionalista, se hace presente.

 

  La relación causal es esencialmente una relación de conexión necesaria. Que A se considera causa de B exige que de la primera derive necesariamente la segunda. Si de la primera sólo eventualmente surge la otra, nada garantizaría que se trata efectivamente de una relación causal.

Para el empirista, no se podía percibir dicha conexión por la vía de los sentidos ni se la podía justificar racionalmente pues no hay necesidad lógica entre lo que se identifica como principio y lo que se menta como consecuencia. Dicha crítica retorna en las últimas páginas del escrito sobre las magnitudes negativas.

 

  Kant va a examinar, en el campo de la lógica, sucesivamente cómo, a partir de los principios de identidad y (no) contradicción, en función de ciertos principios se desprenden necesariamente determinadas consecuencias. Tal conexión necesaria resulta imposible de verificar entre principios y consecuencias del ámbito de lo real.

Si analizo el concepto de un principio puedo extraer, a partir de ese análisis, una serie de consecuencias lógicas.

 

“Yo comprendo muy bien cómo se puede poner según la regla de la identidad, una consecuencia en virtud de un principio, puesto que mediante el análisis de los conceptos se descubre que aquella está comprendida en éste… y yo puedo comprender fácilmente esta conexión del principio con la consecuencia, porque la consecuencia se identifica realmente con un concepto parcial del principio” [Kant, I., 1992, pp. 161 – 162].

 

  Esto sólo atañe al análisis del concepto de un principio de acuerdo a la regla de identidad, pero no implica que pueda trasladarse a la relación fáctica entre un hecho, entendido como causa, y otro hecho, señalado como consecuencia.

 

“Cómo, en cambio, algo se deriva de algo distinto, pero no según la identidad, es algo que me gustaría mucho que me aclararan. Llamo a la primera clase de principio el principio lógico, porque su relación a la consecuencia puede ser captada lógicamente, es decir, claramente según la regla de la identidad. En cambio, al principio de la segunda clase lo llamo principio real, porque, aunque esa relación pertenece sin duda a mis conceptos verdaderos, su naturaleza no puede ser definitiva de modo alguno mediante un juicio” [Kant, I., 1992, pp. 161 – 162].

 

  Mientras que en el principio lógico podemos establecer un juicio donde el predicado está contenido implícitamente en el concepto del sujeto, no puede establecerse un juicio de estas características en el caso de los principios reales. De allí que Kant, en referencia a estos y su relación con las consecuencias, formule la pregunta en los siguientes términos “¿cómo puedo yo entender que, porque algo es, algo distinto (también) es?” [Kant, 1992, p. 162].

 

  El análisis del concepto de voluntad divina no incluye bajo ningún punto de vista la existencia del mundo. La creación del mundo por parte de Dios no puede fundarse lógicamente en virtud de la identidad. Así como Dios y la existencia del mundo son distintos, también lo son el movimiento de un cuerpo y el desplazamiento de otro que se sigue del primero.

 

El principio real no es nunca un principio lógico, y la lluvia no es puesta por el viento según la regla de la identidad. La distinción, arriba expuesta por nosotros, de la oposición lógica y real, es paralela a la ahora contemplada del principio lógico y real” [Kant, 1992, p. 163].

 

  Una diferenciación equivalente realizará a partir del principio de contradicción. Un predicado que se opone al concepto del sujeto al que se enlaza se elimina por contradecir dicho concepto. La infinitud del concepto de Dios elimina de él el predicado “mortalidad”, por la contradicción que implica. No obstante, que el movimiento de un cuerpo sea suprimido por el de otro cuerpo no funda en una contradicción lógica.

 

“Averígüese ahora si se puede reconocer y hacer reconocer la oposición real: cómo, porque algo es, es suprimido algo distinto, y si se puede decir algo más que lo que yo he dicho, a saber, simplemente que esto no sucede según el principio de contradicción” [Kant, I., 1992, p. 164].

 

  El recorrido del texto, que parte de la premisa de diferenciar la oposición lógica, contradicción, y oposición real, contrariedad, culmina señalando el límite preciso demarcado por una imposibilidad:

 

“Con esto se descubre que la relación de un principio real a algo que por él es puesto o suprimido, no puede ser expresada mediante un juicio, sino simplemente mediante un concepto” [Kant, I., 1992, p. 164].

 

  Descomponer por análisis el concepto de un principio real en conceptos más simples, no permitirá conocer más que estos conceptos simples e irreductibles, sin encontrar entre estos últimos la consecuencia que se le atribuye. Puedo acceder al concepto del principio, y analizarlo, así como puedo acceder al concepto del que se supone que es su resultado, y también analizarlo. Pero no puedo articularlos en un juicio que haga necesaria la relación causal del primero con el segundo. La cadena muestra un corte radical entre un elemento y otro, y esa brecha no puede ser eliminada.

 

  En su itinerario, el texto llega a un resultado categórico. Kant parte de la distinción entre oposiciones lógicas y reales. De allí deriva la contraposición entre causas lógicas que preservan la condición de necesarias, donde operan los principios de identidad y contradicción, que las garantizarían; y las causas reales sobre las cuales pesa el interrogante acerca de cómo se producen. Estas, si bien no van en contra de la razón, tampoco encuentran fundamento en ella.

 

  Pone el foco en el hiato que Hume anticipó para poner en jaque a la metafísica racionalista de la época, pero con consecuencias para la ciencia misma. La verificación de la relación causa-efecto, desde la experiencia o desde la razón haría posible el pasaje de lo singular a lo universal. Si en un caso particular se pudiera verificar la relación causal, en tanto esta es siempre necesaria, se podría garantizar el paso a lo universal de dicha relación causal.

 

  La imposibilidad de verificarla es lo que abre una brecha entre el uno por uno y el para todos. La experiencia siempre es particular y contingente. De ella sólo pueden extraerse juicios sintéticos. Pero entonces, ¿Cómo se alcanzan los juicios universales y necesarios si no son analíticos? Sólo es posible un salto, un truco, un artificio. Kant resolverá esa hiancia en la Crítica de la Razón Pura con el artilugio de los juicios sintéticos a priori.

 

  La paradoja del texto sobre las magnitudes negativas es que, mientras se inicia valorando el uso de ciertas proposiciones matemáticas en el ámbito de la filosofía, el punto al que llega es a la imposibilidad de darle un fundamento lógico a la noción que es pilar de la filosofía y elemento central en la ciencia.

 

  Desde el principio de identidad no se puede fundar la generación de algo como si se tratara de un juicio analítico. Tampoco el principio de contradicción puede dar razón de que algo sea suprimido. La causa real es inaprensible. Hay un abismo insalvable entre lo universal de la lógica y la dimensión de la existencia. Entre el principio y la consecuencia hay un hiato imposible de reducir, y la noción de causalidad, piedra angular de la metafísica y la ciencia, queda reducida a un vacío.

 

 

Inconsciente y causa

 

  Lacan es preciso en los señalamientos que realiza sobre el texto del filósofo de Königsberg. En el Ensayo sobre las magnitudes negativas Kant desnuda la imposibilidad de aprehender conceptualmente la función de la causa. Mientras la ley se configura bajo la forma del encadenamiento, de la combinatoria de significantes, la causa se ubica del lado “de lo que cojea”.

 

  El inconsciente pensado otrora en función de las coordenadas de la metáfora y la metonimia, de lo determinante la cadena, de la ley, ahora es mentado haciéndose presente justamente donde la cadena falla, donde el mecanismo tropieza y se abre el hiato de la causa. En esta, “siempre hay algo anticonceptual, indefinido[Lacan, J., 1987, p. 30].

 

  Si el concepto reúne lo múltiple, el análisis de la multiplicidad que entraña permite identificar los elementos que lo componen. De allí que es, “a fin de cuentas, inanalizable —imposible de comprender mediante la razón” [Lacan, J., 1987, p. 29]. La función de la causa no se deja desprender de ningún concepto. Lo rechaza.

 

“... Hay un hueco y algo que vacila en el intervalo. Sólo hay causa de lo que cojea” [Lacan, J., 1987, p. 30].

 

  Hay un intervalo entre los significantes. En esa falla se sitúa el inconsciente, donde algo se empalma con lo real no determinado. Su dominio no es el de la ontología. Más bien pertenece al registro de lo no realizado. Es irreductible a la posibilidad de acceder a un saber absoluto tal como el pergeñado por Hegel.

 

De allí que se “encuentra en el hueco, en la ranura, en la hiancia característica de la causa” [Lacan, J., 1987, p. 30].

 

  Lacan no duda ubicar el inconsciente en relación a esos tropiezos, en las frases pronunciadas o escritas, allí donde se produce un hallazgo, la sorpresa, lo que escapa a lo esperable.

 

Hallazgo que es a un tiempo solución… que es la sorpresa: aquello que rebasa al sujeto, aquello por lo que encuentra, a la par, más y menos de lo que esperaba: en todo caso, respecto a lo que esperaba, lo que encuentra es invalorable” [Lacan, J., 1987, p. 33].

 

  Esa discontinuidad que conforma el rasgo esencial de lo inconsciente, que se manifiesta como vacilación, tiene un carácter pulsátil. Su apertura, la brecha que se abre en el sentido construido por el encadenamiento significante, vuelve a escabullirse en un esfuerzo constante de articular la irrupción de la ranura abierta por un significante articulándolo con otro. El uno de la ranura que introduce el inconsciente se vincula a:

 

una forma no reconocida del uno, el Uno del Unbewusste. Digamos que el límite del Unbewusste es el Unbegriff, que no es el no-concepto sino el concepto de la falta”. [Lacan, J., 1987, p. 33]

 

  Así como el grito hace surgir el silencio, un significante, como irrupción inesperada, sin hacer pareja con otro, abre un agujero. En la apertura, la enunciación emerge por un instante. Esa enunciación borrada por la censura que se constituye en el entramado del inconsciente estructurado como un lenguaje.

 

  Allí lo más singular queda subsumido al sistema clasificatorio de la lengua, al aparato conceptual donde impera la reunión de lo múltiple en lo uno, donde los rasgos de lo más singular necesitan ser olvidados. En un lapsus algo de la singularidad de la enunciación se filtra en la ranura, en la fisura abierta por el propio lapsus. Esa brecha es la causa que pone en marcha la máquina interpretativa que procura articular un saber que reconstruya el sentido. Es el trabajo del propio inconsciente el que vuelve a cerrar la hiancia en su labor de desciframiento.

 

  La articulación de la irrupción del lapsus, como hueco vacilante, con la dimensión de la causa como lo que cojea permite agujerear la cadena. El acento deja de estar en las determinaciones de la cadena. Hay un más allá de la misma y ese es el punto de empalme con lo real. Por un lado la insistencia del significante pone en juego la dimensión de la ley, aquello que no cesa de repetirse siempre de la misma manera. Lo que está en el registro del automatismo, del retorno, de la insistencia, forma parte del dominio donde reina la necesidad que, más adelante, Lacan definirá en términos de “lo que no cesa de escribirse”.

 

  Sin embargo, el retorno de los significantes, comandado por el principio de placer, no es exhaustivo. Algo se repite y algo se escapa. El punto a subrayar es que aquello que escapa a ser escrito bajo el régimen del principio de placer es la causa de lo que se repite como retorno de significantes. La causa remite a aquello del orden de lo imposible de escribir. También Lacan definirá, más adelante, tal imposibilidad como lo que no cesa de no escribirse. Algo se presenta como inasimilable, como inasible bajo la égida del concepto, de la red de significantes.

 

  Este núcleo irreductible permite a Lacan situar el dominio real de la repetición. Eso imposible retorna siempre como tal y, más allá de lo esperado inicialmente, el encadenamiento significante y su insistencia repetitiva, allí donde adviene un tropiezo, despunta en lo inaprensible el auténtico manantial donde se encuentra su causa.

 

 

Bibliografía:

 

Brodsky, G. (2001), Fundamentos. Comentario del Seminario 11, Cuadernos del ICBA N° 2, Bs. As.

Kant, I. (1987), Opúsculos de filosofía natural, Madrid, Alianza Editorial.

Lacan, J. (2009), Escritos, México, Siglo XXI.

Lacan, J. (2006), El Seminario Libro 10. La Angustia, Bs. As., Paidós.

Lacan, J. (1992), El Seminario Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, Bs. As., Paidós.

 


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