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Vigilia y plegaria: la Otra cosa

25/03/2021- Por Matías Rivas - Realizar Consulta

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El autor articula un pasaje del Seminario 5 acerca de la dimensión de la Otra cosa y sus distintas manifestaciones, con una referencia sobre lo Otro de Jean-Luc Nancy, en la que lo piensa en tanto hetero, por fuera de toda cadena equivalencial homo, incluido en su libro “La declosión: Deconstrucción del cristianismo”. Haciendo pie en el Zaratustra de Nietzsche, el autor nos presenta la vigilia y la plegaria como manifestaciones de la Otra cosa.

 

                 *

 

 

 

La Otra cosa

 

  Lacan, en una de sus tantas clases, se pregunta cómo es posible que el inconsciente no se haya descubierto antes y que, en particular, ningún filósofo haya fijado su atención en la dimensión esencial de la Otra cosa. Fue Freud, quien según Lacan vivía en ella, el que formalizó ese encuentro con la Otra cosa, es decir, quien escribió esa experiencia. El asombro de Lacan puede, entonces, reformularse como un asombro ante la vacancia de la escritura de una experiencia, de la experiencia esencial, la de la Otra cosa.

 

  Otra cosa: cosa sentida, cosa habitada, cosa sospechada, cosa bordeada, cosa caída, cosa perdida. Otra cosa: lo Otro radical, lo Otro sin medida, lo Otro heterogéneo, lo Otro sin precio, lo Otro absoluto (absoluto: separado, a-partado, distinto).

 

 

La vigilia

 

  Lacan mismo, de todas maneras, brinda una pista para matizar su reclamo contra los filósofos, al recordar Antes de la salida del sol, el capítulo de Así habló Zaratustra de Nietzsche: Zaratustra, el cielo antes del amanecer, y un instante fugaz capturado en la escritura.

 

  Zaratustra dialoga con el cielo, la bóveda estrellada sobre su cabeza, y además espera. ¿Qué espera? Sería antojadizo decir el sol, y quizás sea antojadizo decir espera, si no es a condición de poder entender a la espera como sustraída de todo contenido.

 

  Más preciso es circunscribir la inminencia, una sensación que recorre el cuerpo de quien está en ese estado, porque ella misma es sin objeto, expansiva, ramificada. La inminencia tensiona el cuerpo, que se tiende hacia la Otra cosa sin llegar a un fin, sin llegar a ningún lado, manteniendo ese gesto suspendido en el aire, porque no hay forma de asir lo expansivo.

 

  Los brazos tendidos, gesto inmortal, inminencia de Otra cosa, escanden el tiempo. Pero lo inminente no es un futuro por-venir, sino que es lo actual, mana de la herida abierta en el presente: la apertura de un mundo en el mundo, y no la existencia de Otro mundo. O, dicho de otra manera, la apertura de un tiempo en el tiempo, y no la existencia de Otro tiempo.

 

  Herida abierta del presente: experiencia de existir. El presente desgarrado es el tiempo de la experiencia, actualizado cada vez, en cada cuerpo, en cada existencia: la experiencia no es más que experiencia del desgarro.

 

 

Dios

 

  Jean-Luc Nancy (2008) dice que la experiencia es siempre la de la muerte de Dios, entendiendo a Dios como principio que rige la existencia. Porque su muerte, es decir, el desfondamiento del principio ordenador, su vaciado, impide la representación ‒que necesita como referencia los valores y sentidos del principio‒ y empuja a la presentación, que es “la potencia de tender la cosa hacia nosotros tendiéndonos hacia ella” (Nancy, p. 218), tensión irreductible para una dialéctica que plantee como tercer término resolutorio –como la cosa en sí‒ a Dios. La experiencia se presenta, no se representa.

 

  La presencia es un desgarro sobre la nada arrojada al presente; se abre sobre el mundo, que abandona, así, sus principios justificatorios, y de esta manera se abandona a sí mismo. La única garantía, contingente, es la escritura de la presentación, del presente de la experiencia.

 

 

La plegaria

 

  Una plegaria no se eleva: o bien leva o bien levita, brumosa, sin ser puente de comunicación ni directriz unidireccional emitida hacia el cielo. Su paradigma es el de la horizontalidad, sin que ello implique despliegue cronológico; es decir, tampoco es emitida hacia el futuro.

 

  La plegaria es una práctica de la escucha que prescinde de articulaciones sonoras. Es la escucha de un llamado o el llamado de una escucha: voz desnuda, inarticulable, asemejada a lo continuo de la respiración, subyacente al latido, sosteniéndolo, pausándolo, acompasándolo.

 

  De nuevo, como un rayo ligero, la Otra cosa abre el mundo, no con Otra voz (lo indica San Agustín: Dios no responde, la plegaria no es un diálogo), sino con la apertura de una voz en la voz. La voz, muda, dice lo íntimo, que no está ni arriba ni abajo, sino en el corazón, centro siempre descentrado por el grito.

 

  Ahora es la voz la que desgarra el presente, sin recortarse sobre ningún fondo: herida que incansablemente aparece para desaparecer apareciendo.

 

 

La lectura y la plegaria

 

  Plegaria del que lee: quien lee está ya en una plegaria silente. Quien lee sin buscar obstinadamente un sentido fugado o un valor oculto, quien renuncia a deslizar interpretaciones, quien toma a la letra en tanto letra hace de la lectura una experiencia absoluta, es decir, a-partada: una experiencia interior que abre un afuera del mundo en el mundo.

 

  Allí donde anidaban saberes, certezas y sentidos subsidiarios del principio rector de Dios como Otro completo, como dogma, adviene la vacancia del llamado, del grito de la plegaria. Porque cuando –y a pesar de que‒ se lee sin Dios se lo encuentra irremediablemente en el acto de la lectura.

 

  Y así Dios pasa a ser ya no la posibilidad última del mundo, su garante, sino el nombre de un vacío, un nombre imposible, “la afirmación de un retorno”, aquello que relanza, cada vez y de manera singular, la dimensión esencial de la Otra cosa que es, en este punto, la posibilidad de una “alteración de lo mismo en una alteridad propiamente infinita, por ende inapropiable, imprescriptible” (Nancy, p. 47).

 

  La lectura se torna, de esta manera, un acto que afirma la existencia en tanto tal, una existencia que vale por sí misma, arrojada sin estar en relación con un valor supremo, organizador.

 

  La voz abre a la voz que lee, a la voz que calla, a la voz que no cesa de escribir el vacío en el cual advendrá, de modo acontecimental, la escritura de una experiencia.

 

 

La vigilia y la plegaria

 

  Vigilia y plegaria son “distintas clases de coartadas de la relación esencial con la Otra cosa” (Lacan, 1999), dos variantes por las cuales el mundo se expone como apertura. Esta apertura no es un escape del mundo, sino que deja al mundo “intacto y tocado por una extraña beatitud, gracia y herida al mismo tiempo” (Nancy, 2009).

 

  Esa extrañeza, que Lacan va a llamar también “asombro radical”, es el rasgo desde el cual se afirma una existencia, que “consiste en hacer en el mundo la experiencia de lo que no es de este mundo, aunque sin ser otro mundo” (Nancy, 2009).

 

  El tiempo en la vigilia y la voz en la plegaria desgarran el presente, formulan esa dimensión esencial de la Otra cosa, que no es más que la exposición a lo infinito, la división radical fulgurantemente iluminada en la oscura noche del mundo.

 

 

Arte*: https://acasadevidro.wordpress.com/tag/obras-de-arte/

 

 

Bibliografía:

 

Lacan, J., Las formaciones del inconsciente. Seminario 5, Paidós, Bs. As., 1999.

Lacan, J., Seminario 26, 1979 (https://www.psicoanalisis.org/lacan/26/9.htm).

Nancy, J-L., La declosión (Deconstrucción del cristianismo, 1), Ediciones La Cebra, Bs. As., 2008.

Nietzsche, F., Así habló Zaratustra, Buró Editor S.A., Bs. As., 2005.

 

 

 


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