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Encuentros y desencuentros entre los géneros

14/11/2018- Por Irene Meler - Realizar Consulta

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Las modalidades sutiles en que las relaciones de género transcurren en las parejas heterosexuales, las formas en que el deseo erótico se asocia con la autoestima, el status social, el poder, el prestigio y la dominación, sugieren vías de pensamiento y dan impulso a los presentes desarrollos teóricos… Por ejemplo, el ser elegida entre muchas mujeres por un varón poderoso, que domina y castiga, pero a la vez elige, consagra, protege y provee, puede resultar atractivo en el desierto postmoderno, que parece ofrecer sólo contactos efímeros y despersonalizados. Ante un futuro tan incierto, y la perspectiva probable de la soledad, el regreso al pasado resulta tan seductor como falaz.

 

 

   

                 Escena del film “Ese oscuro objeto del deseo”*

 

 

Introducción

 

 

  La creciente visibilidad de modalidades de amor antes proscriptas, ha promovido que muchos investigadores enfocaran su atención hacia las parejas lésbicas o gay y en el estudio de las familias que se forman en relación con esas modalidades de relacionamiento amoroso.

 

  En mi caso, me he sentido más atraída por el centro, por las modalidades sutiles en que las relaciones de género transcurren en las parejas heterosexuales, las formas en que el deseo erótico se asocia con la autoestima, el status social, el poder, el prestigio y la dominación.

 

  Es al interior del mainstream, de las mayorías normalizadas, donde la asociación entre deseo y poder se revela, según pienso, de forma más ilustrativa, una vez que logramos traspasar el sentido común interiorizado, y construimos una mirada extranjera, que transforma en extraño lo conocido, y de ese modo, lo desnaturaliza y lo des normaliza.

 

  Los sectores sociales medios no son mayoritarios en nuestra sociedad, pero a semejanza de los varones, constituyen lo que podríamos denominar como una mayoría simbólica. En efecto, su lógica y su ética sirven como referencia para la construcción y difusión de normas y valores que se extienden a casi todo el campo social, con excepción de los pequeños sectores que se saben por encima de la ley vigente.

 

  Por ese motivo, mi indagación se enfoca en las tendencias que puedo observar al interior de esas capas medias urbanas de la sociedad, a las que tengo acceso a través de estudios cualitativos, de mi práctica clínica como psicoterapeuta con orientación psicoanalítica de género, y de la bibliografía nacional e internacional.

 

 

Amores postmodernos

 

  La observación más destacable acerca del período actual, se refiere al hecho de que las relaciones amorosas entre varones y mujeres se encuentran muy dificultadas. La soledad de las grandes ciudades se logra paliar a través de las páginas web que hoy facilitan los contactos, un recurso propio de este período que Donna Haraway (1991) caracterizó hace tiempo como “informática de dominación”.

 

  Conocemos las características de esta oferta: un relativo anonimato, la posibilidad de diversos fraudes con diferente grado de peligrosidad, la tendencia al sexo instantáneo que no crea lazo amoroso, y el carácter ilimitado de los sujetos que integran ese mercado sexual (Illouz, 2012).

 

  Cuando desagregamos por género el impacto de estas características, vemos que el dominio masculino conserva su vigencia, aunque ha cambiado de apariencia. El anonimato favorece la impostura emocional, una práctica tradicionalmente legitimada al interior del colectivo de los varones, donde los requerimientos de lealtad, confiabilidad y honestidad pueden respetarse en lo que se refiere a la fratría, pero se transgreden de modo impune en las relaciones que se establecen con las mujeres, a quienes claramente, muchos hombres no consideran todavía como pares políticos, ni como semejantes humanos.

 

  No me refiero a las transgresiones criminales, tales como las cometidas por violadores o asesinos seriales, aunque no está de más recordar que casi siempre quienes perpetran esos delitos son varones, -con la excepción de las “viudas negras”, un indicador actual de la democratización del crimen-.

 

  Más bien considero ilustrativo el modo en que algunos hombres casados frecuentan las páginas web, adulterando su condición de tales, para buscar experiencias eróticas que no pongan en riesgo la doble elección de objeto, una tendencia subjetiva varonil que sigue gozando de buena salud.

 

  Aunque no existan imposturas manifiestas, las expectativas con que mujeres y varones abordan estos dispositivos de conexión socio-sexual son diferentes. Mientras que ellos no hacen más que continuar con la tradición ancestral de coleccionismo sexual, ellas alientan la ilusión de que el contacto erótico habilite un lazo amoroso que permita obtener compañía, desarrollar relaciones de apego, y eventualmente, establecer algún vínculo familiar.

 

  ¿Cuáles son los motivos por los cuales la acumulación de relaciones eróticas diversas resulta aún hoy tan atractiva para los hombres?

La masculinidad ha estado asociada de modo ancestral con la muerte eventual. Peggy Sanday (1986) considera que los varones saben que la contrapartida oscura de su dominio social es su carácter prescindible, desechable para la continuidad del grupo humano como tal.

 

  Concurren para esta situación, características biológicas y culturales, que, como siempre, mantienen un nexo inextricable en nuestra especie. Las mujeres están comprometidas en la reproducción sexual de modo más extenso y duradero en relación con la fugaz participación de los varones.

 

  Posiblemente en relación con esto, y con el dimorfismo sexual, que en nuestra especie implica un mayor tamaño y fuerza para los hombres, ellos se han ocupado de empresas más riesgosas, que comenzaron con la cacería de grandes presas. La acumulación de poder al interior del grupo, derivada de este involucramiento, está posiblemente en la base de la tendencia masculina a generar conflictos entre grupos humanos, las guerras que siempre devastan diversas regiones del planeta.

 

  Es por eso, que he planteado que la protección, un emblema tradicional de la masculinidad, es el correlato obligado de la exposición al riesgo de aniquilación del conjunto social, que ha sido previamente generada por los mismos guerreros que se aprestan a defenderlo (Meler, 2000). Recientemente, Rita Segato (2017) ha coincidido en considerar que si se lograra desmontar la masculinidad social, se podría terminar con las guerras.

 

  Ahora bien, tradicionalmente, la puesta en juego de la vida, que ha caracterizado a los rituales de iniciación en la masculinidad, ha tenido como recompensa el acceso a la sexualidad con mujeres eróticamente atractivas (Harris, M., 2004). No resulta extraño que ante un riesgo tan elevado, muchos varones tomen un atajo, buscando elevar su status al interior del colectivo masculino, no a través de los logros, que hoy son mayormente económicos o culturales, sino mediante la acumulación de conquistas eróticas, un indicador de dominancia que proporciona satisfacciones tanto narcisistas como sexuales, con bajo costo en materia de riesgo.

 

  Para comprender estos procesos, los psicoanalistas podemos utilizar con buenos resultados la reflexión planteada por Bourdieu (2007) acerca de los cálculos estratégicos inconscientes que realizan los sujetos involucrados en relaciones sociales de intimidad.

 

  Ese autor ha considerado que se tiende a considerar como parientes a quienes son ricos y exitosos, y a negar la relación de parentesco con los pobres y fracasados. Conviene en consecuencia, relacionar la categoría sociológica de status con la categoría psicoanalítica de narcisismo. El logro de un status social elevado, contribuye de modo principal al balance de la autoestima.

 

  La búsqueda de prevalecer sobre los congéneres no es una característica exclusivamente masculina. Muchas mujeres aún esperan obtener un ascenso de status sobre la base de su asociación con un varón capaz de realizar desempeños que impliquen una promoción social, ya sea económica o simbólica.

 

  La diferencia que se observa en las estrategias utilizadas por cada género, consiste en que los varones acumulan relaciones eróticas en cantidad, porque así buscan afirmar la dominancia, mientras que las mujeres suelen desear una figura masculina a la que invisten imaginariamente como protectora, de la cual esperan depender de alguna forma.

 

  Estas modalidades vinculares derivan de la asimetría jerárquica aún existente entre los géneros, que ha favorecido estilos específicos de constitución del narcisismo masculino y femenino. Conviene aclarar que no estamos ante esencias, sino que se trata de tendencias, es decir que se encontrará estadísticamente una mayoría de mujeres y otra mayoría de varones que construyen su estima de sí mediante estas estrategias tradicionales de intercambio sexual y amoroso.

 

  Existen por supuesto, mujeres coleccionistas de relaciones eróticas, y varones que dependen emocionalmente de mujeres a las cuales idealizan, pero son, de momento, minoritarios.

 

  Aunque las expresiones manifiestas que es posible escuchar por parte de las mujeres, sugieren que ellas no comparten de modo simétrico el aprecio masculino por la variedad erótica, sino que aspiran, aunque de modo secreto, a la exclusividad que derivaría de ser elegidas como objetos de amor privilegiado, conviene recordar el concepto bourdiano de violencia simbólica, para evitar caer en análisis meramente victimistas.

 

  Me refiero a que si bien existe una desventaja femenina, derivada del menor poder que aún caracteriza a las mujeres como colectivo social, también se observa una complicidad inconsciente con la propia subordinación, por odioso que nos resulte admitirlo.

 

  Un ejemplo reciente, cuya trascendencia cultural ha sido innegable, es el resurgimiento de una erótica sadomasoquista, a través del best seller en que se ha convertido la serie de Cincuenta sombras de Grey (James, 2012). Se trata de una saga, escrita y filmada, cuyas destinatarias principales son las mujeres, que han respondido a esa oferta de modo masivo, transformando a esas producciones culturales en una fuente de ingresos millonarios.

 

  En pleno auge del feminismo popular, la manifestación de ese disfrute en la subordinación coexiste con reivindicaciones callejeras de una masividad internacional sorprendente. Conviene recordar que el sometimiento a un hombre poderoso no es gratuito, sino que implica suculentas recompensas económicas y sociales para la mujer sometida.

 

  Para una investigadora comprometida con la paridad entre los géneros, se requiere un aprecio especial por la honestidad intelectual para formular hipótesis acerca de los factores que inciden en esta tendencia paradójica.

 

  La inercia de las representaciones y valores tradicionales ha sido descrita por Freud (1930), quien hizo explícito el hecho de que el superyó lleva en sí las valoraciones propias de generaciones anteriores. Junto con la conservación y transmisión del patrimonio cultural ancestral, pasa de contrabando un cierto tradicionalismo estructural, que suele permanecer inconsciente, y coexiste en estado contradictorio, con la ideología manifiesta de los sujetos.

 

  El discurso freudiano nos provee de otra referencia ilustrativa acerca de la heteronomía que caracterizó a la condición social femenina, hace sólo un siglo. Me refiero a su sorprendente consideración acerca de que la relación existente entre la madre y su hijo varón es una relación humana, tal vez la única, libre de ambivalencia (Freud, 1931).

 

  Justificó esta caracterización, explicando que como la madre veía imposibilitado el camino de la obtención de gratificaciones narcisistas mediante sus logros personales, sólo le quedaba buscarlas de forma vicaria, a través de las realizaciones de su hijo varón.

 

  La parcialidad evidente y la transparencia con que el creador del psicoanálisis aludió a su vínculo con Amalia, su madre (Rodríguez, B.; 2017), no debe desviarnos del propósito de esta referencia, que consiste en recordar que hace un siglo nomás, la idea de que una mujer obtuviera prestigio y poder mediante sus realizaciones personales, era impensable.

 

  El residuo de esta tradición social, presente de forma inconsciente en muchas mujeres, favorece la búsqueda de compañeros que resulten respetables por algún motivo, en comparación con las propias capacidades. Esto se expresa de modo cándido cuando las mujeres afirman que para amar a un hombre, necesitan admirarlo.

 

  El contraste entre esta imagen masculina, deseada por ser digna de admiración, y la representación de la doncella en apuros, que hace de su desvalimiento un elemento de seducción, no podría ser más ilustrativo para exponer el modo en que el deseo se construye todavía hoy, sobre el dominio.

 

  Esas tendencias macro sociales se anclan, de modo paradójico, en tendencias evolutivas universales, basadas en el desarrollo temprano propio de nuestra especie. La asimetría de poder en la relación madre-hijo, fundacional del psiquismo, es máxima, debido a la prematuración con que nacen los infantes humanos.

 

  Estas experiencias de desvalimiento inicial y la poderosa necesidad de apego hacia una figura poderosa, dejan una impronta psíquica imborrable. Sobre esta base, los arreglos culturales patriarcales, han elaborado un reparto: se asigna a los varones el rol usurpado a la madre de la primera infancia, y las mujeres ocupan el lugar del infante dependiente (Meler, 1987).

 

  No ignoro que estas asignaciones atraviesan por una profunda transformación, que llega en ocasiones a la inversión de los arreglos tradicionales. Pero señalo el modo en que su persistencia inconsciente aún coadyuva a que la mistificación del amor sea una característica de la subjetividad femenina, no compartida por la mayor parte de los varones.

 

  Ya en 1908, en “La moral sexual y la nerviosidad moderna”, Freud planteó que la represión de la sexualidad femenina, implementada según pensaba, para consolidar la monogamia, mediante la imposibilidad de las mujeres de comparar los desempeños eróticos de sus iniciadores sexuales con los de otros congéneres, había producido un resultado paradójico.

 

  El encuentro entre varones habituados a buscar un placer de órgano en compañeras degradadas, y mujeres fijadas emocionalmente a sus padres, e inhibidas en su sexualidad, hacía fracasar esas uniones conyugales, que se habían diseñado para ser permanentes.

 

  Lamentablemente, esta percepción lúcida acerca del modo en que los arreglos sociales opresivos se inscriben en los cuerpos eróticos, naufragó en 1918, cuando en “El tabú de  la virginidad”, naturalizó la dependencia erótica de las mujeres, sustentada en la censura de su sexualidad, como un recurso fundamental ¡para consolidar la monogamia! Como se ve, en diez años, el pensamiento freudiano había girado 180 grados hacia la derecha.

 

  ¿Cuál es la situación actual? Las jóvenes de hoy no experimentan terror ante la sexualidad, sino que la buscan activamente y con mejor o peor suerte, según el caso, tratan de disfrutarla, ya que en las culturas occidentales urbanas se considera como parte de los bienes a los que un ser humano debe acceder durante su existencia. Sin embargo, reportan que hasta la meta modesta de un entendimiento erótico, requiere más que un encuentro único y apresurado.

 

  Se sienten defraudadas ante la prisa febril de sus compañeros ocasionales por consumir de modo compulsivo experiencias eróticas seriales, donde confunden la consumación fisiológica con una satisfacción psico-afectiva plena.

 

  El siglo XXI presenta una modalidad postmoderna de la degradación general de la vida erótica. En un clima formalmente igualitario, los cuerpos anónimos se consumen fugazmente. Pero los efectos subjetivos, como expuse, son diferentes, y resultan especialmente discordantes con el imaginario femenino tradicional, construido a lo largo de siglos, y que por eso mismo, se resiste a desaparecer.

 

  En esa feminidad, sojuzgada de un modo innovador, coexisten de forma caótica los mandatos ancestrales que imponían conservar su integridad virginal para ser mejor intercambiada en las alianzas masculinas  homosociales, con reclamos razonables y de mayor actualidad, que consisten en esperar que la relación sexual transcurra en un contexto de reconocimiento intersubjetivo.

 

  Si comprendemos la índole de la actual frustración de las mujeres jóvenes, no nos resultará tan inexplicable el resurgimiento de la imaginería sado-masoquista romantizada a la que me he referido cuando aludí a Cincuenta sombras de Grey.

 

  El ser elegida entre muchas mujeres por un varón poderoso, que domina y castiga, pero a la vez elige, consagra, protege y provee, puede resultar atractivo en el desierto postmoderno, que parece ofrecer sólo contactos efímeros y despersonalizados. Ante un futuro tan incierto, y la perspectiva probable de la soledad, el regreso al pasado resulta tan seductor como falaz.

 

  Si aceptamos percibir los nexos que la sexualidad mantiene con la autoconservación, el apego y el narcisismo, recurriendo al modelo del enfoque modular transformacional que ha creado Hugo Bleichmar (1997), podremos captar que esta resistencia de la dependencia amorosa femenina tiene sólidas bases materiales.

 

  En la fase actual del capitalismo, la riqueza se concentra en pocas manos de un modo nunca visto en la historia conocida. Bajo una fachada democrática, amplias mayorías van siendo empujadas fuera de un sistema amenazado por la autofagia, ya que una sociedad de consumo no podrá prevalecer sin consumidores.

 

  No es extraño entonces, que en el contexto de la desesperación que genera el desclasamiento, las mujeres, menos aculturadas para la competencia despiadada y la acumulación extrema, y limitadas en su inserción en el mercado por las demandas de la maternidad, sueñen con un Gran Proveedor, despiadado para los demás, pero bondadoso al interior de las relaciones de intimidad, una lógica paradójica, afín a una cultura fuertemente individualista y competitiva.

 

  De modo que no se sabe cuánto cargar a la cuenta del amor y cuánto a la del espanto, que impele a buscar cobijo en brazos de un varón poderoso, cualquiera sea el costo de esa protección.

 

  He descrito anteriormente esa configuración vincular, en pacientes depresivas, que han estado apegadas a una relación conyugal tóxica con un marido económica y socialmente poderoso, por razones auto conservativas y narcisistas (Meler, 1996). Hoy en día, se trata más que nada de amores virtuales, ya que los candidatos masculinos a jugar el papel del Amo escasean.

 

  La actual dominación social masculina (Bourdieu, 2000) no requiere de esos despliegues ostentosos. El mercado sexual está poblado por pequeños amos que utilizan como recurso de dominio algo descrito por Naomi Klein (2011) para los capitales transnacionales: su capacidad de retirada y el traslado consecutivo a otras regiones; en este caso, a otras relaciones.

 

  La doble elección de objeto descrita por Freud (1910) ha estallado en una miríada de encuentros fugaces, que en lugar de conducir a una apoteosis gozosa, derrapan hacia el aplanamiento del deseo, del cual el surgimiento de la tribu urbana de los asexuales, es un síntoma significativo.

 

  El deseo erótico se ancla tanto en los cuerpos como en los vínculos y en el imaginario social. El paso del tiempo y los cambios contextuales, irán dando cuenta de nuevas formas de producción deseante, que espero superen la impronta de la asimetría jerárquica ancestral, para dar lugar a amores en paridad.

 

 

Imagen*: último film de Luis Buñuel protagonizado por Fernando Rey, Carole Bouquet, Ángela Molina. Óscar en 1977 por mejor película de habla no inglesa y mejor guión adaptado.

 

 

Bibliografía citada

 

Bleichmar, Hugo: (1997) Avances en psicoterapia psicoanalítica, Madrid, Paidós Ibérica.

Bourdieu, Pierre: (2007) El sentido práctico, Buenos Aires, Siglo XXI

----------: (2000) La dominación masculina, Barcelona, Anagrama.

Freud, Sigmund: (1908) “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, en OC, Buenos Aires, Amorrortu, 1980.

----------: (1910) “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre. Contribuciones a la psicología del amor, I TII, en OC, Buenos Aires, Amorrortu, 1980.

---------: (1918) “El tabú de la virginidad” en OC, T XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 1980.

----------: (1930) El malestar en la cultura, en OC T XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 1980.

----------: (1933) “La femineidad” en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, OC. T XXII, Buenos Aires, Amorrortu, 1980.

Haraway, Donna: (1991) “Manifiesto para cyborgs”, en Ciencia, cyborgs y mujeres, Madrid, Ediciones Cátedra.

Harris, Marvin: (2004) Vacas, cerdos, guerras y brujas, Madrid, Alianza Editorial.

Illouz, Eva: (2012) Porqué duele el amor. Una explicación sociológica, Buenos Aires, Katz.

James, E. L. (2012) Fifty shades of Grey, Nueva York, Vintage, versión en español, (2012) Cincuenta sombras de Grey, Barcelona, Grijalbo.

Klein, Naomi: (2011) No logo. El poder de las marcas, Barcelona, Planeta.

Meler, Irene: (1987) “Identidad de género y criterios de salud mental” en Estudios sobre la subjetividad femenina, de Mabel Burin y colaboradoras, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano. Reedición por la Librería de las Mujeres.

---------: (1996) "Estados depresivos en pacientes mujeres. La perspectiva de los Estudios de Género". Revista Subjetividad y Cultura, Nº 6, mayo de 1996. México.

----------: (2000) “La masculinidad: diversidad y similitudes entre los grupos humanos”, en Varones. Género y subjetividad masculina, de Burin, M. y Meler, I., Buenos Aires, Paidós.

Reeves Sanday, Peggy: (1986) Poder femenino y dominio masculino, Barcelona, Mitre.

Rodríguez, Beatriz: (2017) Freud íntimo, Buenos Aires, Lugar Editorial.

Segato, Rita: (2017) “El impacto del capitalismo en la vida social del Siglo XXI” Panel con Eva Illouz, Youtube.


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