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Lectura de una lección inquietante

13/11/2018- Por María Inés Bertúa - Realizar Consulta

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La novela de Siegfried Lenz, “Lección de alemán” es una profunda y aguda reflexión sobre un momento histórico de la sociedad alemana, la época de finales del régimen nazi, durante la Segunda Guerra Mundial, y sobre los efectos devastadores que ese sistema ejerció en los vínculos de la familia y la sociedad… En esta obra, sin duda el padre estaba identificado con un régimen que no admite discusión ni pregunta. Nada del deseo podría haberse formulado como interrogación implicando al sujeto… La dimensión histórico-temporal en la que se ubica la novela da ocasión para considerar que, bajo ciertas condiciones sociales, hay elementos de la estructura subjetiva que dominan la escena del mundo de modo ominoso.

 

 

 

         Siegfried Lenz, en Hamburgo en 2014, por Fabián Bimmer* 

 

 

                              “... el gran arte contiene

                               asimismo una venganza para el

                               mundo, puesto que obliga a la

                               inmortalidad lo que éste quiere

                               rechazar.”

                                        

                                         Lección de alemán, Siegfried Lenz.

                                                                                                                                                                                        

         

  La novela de Siegfried Lenz, Lección de alemán es una profunda y aguda reflexión sobre un momento histórico de la sociedad alemana, la época de finales del régimen nazi, durante la Segunda Guerra Mundial, y sobre los efectos devastadores que ese sistema ejerció en los vínculos de la familia y la sociedad.

 

  Sin embargo, es posible desprender de su texto, más allá de las contingencias histórico-temporales, consideraciones sobre unos de los soportes de la vida anímica, que es, a su vez, uno de los anclajes del conflicto y del síntoma. Tal es el concepto del “deber” y la instancia psíquica, en la que dicho significante puede sostenerse.

         

  Dejo a la inquietud de los lectores recabar los datos biográficos de Siegfried Lenz. Sólo decir que desertó de las filas nazis y se exilió en Dinamarca y que otra de sus novelas: El desertor, trata también del conflicto entre deber, conciencia y culpa.

 

Lección de alemán es una obra escrita en primera persona. El personaje central es un adolescente llamado Siggi (apócope del nombre del autor), que se halla recluido en un reformatorio.

 

  No se sabe, hasta las últimas páginas, cuál es la falta que da motivo a la reclusión del personaje en esa Institución situada en las cercanías de Hamburgo. Hasta poco antes del final, se puede leer que el encierro es una medida que obedece a la exigencia de educar a jóvenes que presentan dificultades en adaptarse a aquello que la sociedad prescribe como norma de conducta.

 

  Tratándose del “encarrilamiento de un adolescente”, no faltan, en el desfile de los personajes, varios psicólogos que realizan diagnósticos, también variados, que no hacen mella en la conducta de Siggi, sino que, más bien, resultan algo así como figuras decorativas, y casi grotescas. Una de ellas, la que más simpatiza al recluso, imbuida, asimismo, por el “deber” de realizar un escrito para dar testimonio del “caso” del joven.

 

  Por otra parte, pese a la concurrencia de los psicólogos, la novela muestra que las autoridades de la Institución, no consideran para nada la modalidad de tratamiento que se podrían derivar de terapéuticas del campo de la Psicología o de algún otro campo del saber. Lejos de ello, el “tratamiento” es impuesto por aquellos que se encargan de vigilar, y la “reeducación” deriva de ese poder.

 

  De este modo el autor pone en evidencia la utilización de la Psicología para fines funcionales y afines a la vigilancia y control instalados en la sociedad descripta en la obra. ¿Podríamos decir en este punto que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia?

 

  Así, menos con fines terapéuticos que con propósitos coercitivos, es como el personaje se ve puesto ante la tarea de realizar una composición, cuyo título es: “La alegría del deber”. Escrito que soporta la novela, por medio del formato literario de la escena sobre la escena.

 

  El desarrollo de la obra va a mostrar que, más allá de las intenciones con las que se le impone esa “pena”, la escritura se transforma en una verdadera salida terapéutica, en un modo de elaborar el vínculo que el personaje mantuvo con su padre y con el entorno familiar y social donde el concepto de “deber” se había instalado de una manera muy particular, en el marco del nazismo en Alemania.

 

  En una Alemania modificada en profundidad desde sus relaciones sociales y de poder, impuestas a partir de los cambios sustanciales del lenguaje y la escritura, tal como nos lo demuestra la genial obra: LTI: El lenguaje en el Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, del Profesor Victor Kemplerer. 

 

  En un primer momento el muchacho cae en estupor ante la consigna. El pasmo es una respuesta ante lo paradojal de la fórmula que une, en una frase, los significantes “deber” y “alegría”, o sea: “imposición”, “castigo” y “satisfacción”. Y ante la angustia de estar bajo el imperativo de escribir por parte de los vigiladores.

 

  Sin embargo, el personaje encuentra la salida del estupor. Es en el punto donde el protagonista puede articular el significante “deber” con el significante “padre”, y de un padre en una particular relación con el deber.

 

  No es de Jens, el policía, su padre, que Siggi va a tomar el rasgo con el que se identificará, puesto que el joven, él es capaz de arriesgar su vida, su seguridad, su bienestar a cada paso.

 

  El personaje toma la fuerza, el coraje, la posibilidad de afrontar el peligro, de aquel que se presenta como una contrafigura de su padre, que responde a otro orden: obediente y fiel a su deseo de pintar. Max Ludwing Nansen, el artista, mantiene diálogos con un personaje fantasmático. Es por lo tanto un sujeto dividido.

 

  En cambio, el policía del puesto de Rugbul, el padre de Siggi: Jens Ole Jepsen, aparece de una sola pieza. Es definido por el mismo adolescente como: El eterno ejecutor. El cumplimentador de los castigos, en referencia a aquellos que les dictaba la madre.  Posición que se hace extensiva a su obediencia ciega a las órdenes emanadas de Berlín.

 

  Además de ser vecino del pueblo y amigo personal del padre, el artista en cuestión, había salvado al Jefe de Policía de morir ahogado en las aguas heladas del Rhin. Sin embargo, ese lazo y esa deuda para con el pintor, no va a detener al padre de Siggi en lo que le es ordenado.

 

  Para él no hay condición que pueda menoscabar el cumplimiento de ese modo absoluto del “deber”, por el contrario, vemos como el “deber” le funciona, como lo revelara Hanna Arendt, en su texto “Eichmann en Jerusalén”, como refugio y justificación de la comisión de atrocidades, por el sólo hecho “ser mandado”. Abolición extrema de cualquier responsabilidad subjetiva.

 

  La dimensión histórico-temporal en la que se ubica la novela da ocasión para considerar que, bajo ciertas condiciones sociales, hay elementos de la estructura subjetiva que dominan la escena del mundo de modo ominoso. Ese elemento llamado superyó que Freud pone como subrogado de la instancia paterna, puede ser analizado y ubicado a través del artificio que nos presta la novela. Un artificio tan válido como el relato de un analizante en sesión.

 

  Lacan interroga si la instancia superyoica es en realidad un subrogado del padre, pues también se pregunta sobre el fundamento de esa instancia paterna. Un modo de ubicar la función paterna a partir de la lectura de Lacan, es considerar que el padre es un significante que representa un “más allá de la madre”.

 

  Desde esa perspectiva del “más allá” del deseo materno, es posible concebir la instancia paterna sin que la misma sea coincidente con un personaje determinado. Puesto que todo significante que permita salir del encierro al sometimiento a la demanda del Otro, se transforma, en una salida y en un soporte del deseo del sujeto.

 

  En la novela, sin duda el padre estaba identificado con un régimen que no admite discusión ni pregunta. Nada del deseo podría haberse formulado como interrogación implicando al sujeto. Llega a tal extremo la posición del personaje del padre, que apenas se pregunta qué debe hacer ante Klass, el hermano de Siggi, cuando éste, luego de auto mutilase, para evadir el “cumplimiento del deber” impuesto desde el régimen nazi, cae mal herido.

 

  Klass primero se refugia en la casa del pintor, y luego, dado que el padre estaba cerca de descubrir su presencia allí, intenta escapar y, resulta alcanzado por una ráfaga de ametralladora disparada desde un avión. Así termina Klass, llevado a la casa paterna por unos recolectores de turba y por Siggi que se encontraba eventualmente con ellos. Klass representa, como la turba, el resto, “la piel del infeliz” objeto de la perversión del régimen nazi.

 

  Un sujeto que no encuentra lugar donde alojarse. Precariedad de alojamiento que tanto nos evoca a la situación actual que viven los migrantes desplazados de sus territorios por el avance de las “alegrías” o goce del actual sistema productivo.

 

  De aquello que el deber le dicta tanto a la madre como al padre de Siggi y Klass, se podrá inferir esta condición del superyó, que Lacan nos dice en el Seminario de la Angustia, que sólo admite como respuesta: “¡OIGO!”. La voz que no es posible modular, mediatizar, ni condicionar por ningún deseo. Voz que es la del imperativo.

 

  Desde el punto de vista gramatical, el imperativo es un modo verbal que expresa una orden, una imposición, hasta un pedido. Pero en alemán, como en la mayoría de los idiomas, se puede distinguir si el imperativo transmite un pedido. En el caso del alemán se agrega la palabra “sie” (por favor), que expresa, más que mandato, súplica y pedido.

 

  La novela pone de manifiesto que esa orden dada al Jefe de Policía y transmitida por éste al pintor, no fue dada en el modo cortés del imperativo, sino que fue lisa y llanamente un imperativo que, además se extendía hacia el futuro: “no pintar nunca más”. Se puede advertir que desde el lugar desde donde se emite la orden, no se enuncia la condición de la finitud. No hay un mientras, ni hasta que, que exprese alguna condición a cumplir para el cese del imperativo. Ni siquiera la finitud de quien ordena.

 

  Por eso Lacan dice que el imperativo es emitido desde el lugar de Dios. El Dios que Kierkegaard describe en su “Temor y temblor”, aquel que puede hasta ordenar ir en contra de su propio mandato de no matar, como modo de demostrar la obediencia más radical, y aún más, ordenar ir en contra de la propia descendencia, y hasta de la humanidad toda, representada como el “pueblo de Dios” a través de hijo de Abraham, Isaac.

 

  El padre de Siggi se presenta, para con su hijo Klass, como el Abraham bíblico, con la diferencia de que, el dios al que obedece, no es capaz de detenerse, ni retroceder, porque todo “le debe” ser ofertado. Ese "dios" que es el nazismo no se conmueve ni condiciona ante nada en su imperativo de eterna obediencia.

 

  Así dice el policía de Rugbül en el momento de entregar a su hijo Klass: “Sabía lo que yo tenía que hacer; mi deber lo sabía: ahora ha ocurrido. Ahora no puede volverse atrás…”. Y Siggi describe cuando el padre entrega a su hermano: “… Con una voz que no era tan alta como otras veces, pero tampoco delataba inseguridad alguna”.

 

  Es importante notar el uso del impersonal, “no puede volverse atrás”, característico de la desimplicación en la que el sujeto del deber se encuentra. Como asimismo la certeza con la que el padre de Siggi sacrifica a su hijo Klass al dios oscuro del nazismo.

 

  Jacques Lacan en el Seminario 7, clase 24, “Las paradojas de la ética” dice:

 

  “El testimonio de la obligación, en la medida en que ella nos impone la necesidad de una razón práctica es un tú debes incondicional”.

“En lo concerniente a aquello de lo que se trata, a saber, lo que se relaciona con el deseo, con sus arreos y sus desasosiegos, la posición del poder, cualquiera sea, en toda circunstancia, en toda incidencia, histórica o no, siempre fue la misma.

 

  ¿Qué proclama Alejandro llegando a Persépolis al igual que Hitler llegando a París? Poco importa el preámbulo: -He venido a liberarlos de esto o de aquello-. Lo esencial es lo siguiente: -Continúen trabajando. Que el trabajo no se detenga-. Lo que quiere decir, que quede bien claro, que en caso alguno es una ocasión para manifestar el más mínimo deseo. La moral del poder, del servicio de los bienes, es: en cuanto a los deseos, pueden ustedes esperar sentados. Que esperen”.

 

  “Es posible que el superyó sirva de apoyo a la conciencia moral, pero todos saben bien que nada tiene que ver con ella en lo que concierne a sus exigencias más obligatorias. Lo que exige no tiene nada que ver con aquello que tendríamos derecho a hacer la regla universal de nuestra acción, es el abc de la verdad analítica.”

 

  Y qué tendríamos derecho a hacer la regla universal de nuestra acción. Es aquello que el héroe trágico, como Julio César toma a su cargo: un paso guiado por su deseo, el cruce, el franqueamiento del Rubicón.

 

  También Siggi, el personaje de la novela, cumple la condición que Lacan expresa en el Seminario citado, respecto del héroe trágico:

 

  “En la medida en que el epos trágico no deja ignorar al espectador donde está el polo del deseo, muestra que el acceso al deseo necesita franquear no sólo todo temor, sino toda compasión, que la voz del héroe no tiemble ante nada y muy especialmente ante el bien del otro; en la medida en que todo esto es experimentado en el desarrollo temporal de la historia, el sujeto sabe un poquito más que antes sobre lo más profundo de él mismo”.

 

  “El espectador es desengañado acerca de lo siguiente, que incluso pare quien avanza hasta el extremo de su deseo, todo no es rosa. Pero es igualmente desengañado, y es lo esencial, sobre el valor de la prudencia que se opone a él, sobre el valor totalmente relativo de las razones benéficas, de las ligazones, de los intereses patológicos, como dice el Sr. Kant, que pueden retenerlo en esa vía arriesgada”.

 

  Lacan interroga sobre los alcances de la moral para el analista:

 

  “Promover en la ordenanza del análisis la normalización psicológica incluye lo que podemos llamar una moralización racionalizante. Asimismo, apuntar al logro de lo que se llama el estadio genital, la maduración de la tendencia y el objeto, que daría la medida de una relación justa con lo real, entraña ciertamente cierta implicación moral.

 

  ¿La perspectiva teórica y práctica de nuestra acción debe reducirse al ideal de una armonización psicológica? ¿Debemos nosotros, con la esperanza de hacer acceder a nuestros pacientes a la posibilidad de una felicidad sin sombras, pensar que puede ser total la reducción de la antinomia que Freud mismo articuló tan poderosamente?

 

  Hablo de la que enuncia en El malestar en la cultura, cuando formula que la forma bajo la cual se inscribe concretamente la instancia moral en el hombre, y que, en su decir, es todo menos racional, esa forma que llamó el superyó, es de una economía tal que, cuantos más sacrificios se le hacen, tanto más exigente deviene.”

 

  El psicoanálisis plantea al deseo en el campo del acto y de la ética, separándolo de la moral y del obrar. Acto que no va sin producir una pérdida. En el caso de Siggi, su libertad, en apariencia, pero no así la libertad en términos del deseo. Tanto es así que él transforma el “deber” impuesto por las autoridades del reformatorio en la ética del deseo de transmitir el horror del “deber” con el que se identificaba su padre.

 

  Siegfried Lenz, a través de sus personajes: Siggi y el pintor Max Ludwig Nansen, deviene asimismo el artista que pinta el “cuadro invisible”, de una época de horror, encarnación de la instancia superyoica que siempre nos amenaza.

 

 

Fotografía*: Siegfried Lenz, en Hamburgo en 2014, por Fabián Bimmer (destacado fotógrafo alemán - EFE)

 

 

Bibliografía

 

Lenz, Siegfried (1973), Lección de alemán, Barcelona, Editorial Caralt

Lacan, Jacques (1990) El Seminario de Jacques Lacan Libro 7. La ética del Psicanálisis, Buenos Aires-Barcelona-Méjico, Ediciones Paidós.

Kierkegaard, Søren (1992), Temor y temblor, Barcelona, Editorial Labor.

Arendt, Hannah (2000) Eichmann en Jerusalem, Barcelona, Editorial Lumen

Kemplerer Victor (2001) LTI, La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, Barcelona, Editorial minúscula.

 

 

 

 

  


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